martes, 18 de mayo de 2010

UNA CLASE DE HISTORIA


Un rumor como de abejas comenzaba a volar por el salón. El Director y dos maestros entraban, los maestros cargaban las cajas con los libros. Los alumnos nos veíamos de pupitre a pupitre, emocionados. El Director decía algo respecto a la maravillosa oportunidad que teníamos los alumnos mexicanos al gozar de los libros gratuitos y, de manera simbólica, colocaba un juego de libros sobre el pupitre más cercano. Los alumnos aplaudíamos. Nuestro maestro nos recomendaba que lleváramos forrados los libros para el día siguiente. Esa tarde, en todas nuestras casas, las mamás ayudaban a forrar los libros, con papel manila amarillo (el inútil de Romeo siempre los forraba con un color rojo quemado horroroso).
Siempre pensé que el libro de historia tenía que ser ilustrado, como las historietas que acostumbraba leer. Pensaba que si la historia de la Independencia y de la Revolución nos fuera entregada en folletos como los de Los Super Sabios o los de Kalimán nadie reprobaría en Historia de México.
El libro de Historia Universal traía un mamut atrapado en un inmenso hoyo que había hecho el grupo tribal. Era ejemplo de cómo los grupos humanos habían hecho gala de su ingenio para cazar animales enormes. A mí siempre me causó tristeza el pobre animal con heridas causadas por varas puntiagudas. El libro de Historia de México traía una imagen de la revolución, con grupos armados, luchando por la patria. Los alumnos debíamos reverenciar esa violencia pues gracias a ésta nosotros vivíamos en un país libre. Y para colmo de males, todos cantábamos, en el homenaje a la bandera, un himno que nos recordaba que "al grito de guerra...el cielo un soldado en cada hijo" había dado a la patria.
Y el domingo íbamos a misa y ahí nos decían que era más fácil que pasara un camello por el ojo de una aguja que un rico entrara al cielo. Y nosotros, en la confusión total, no sabíamos si este cielo de los camellos era el mismo cielo que nos había concedido el "honor" de ser soldados defensores de la patria.
Pero lo que sí gozábamos eran los libros nuevos. Sacábamos los libros y los hojeábamos, página por página, sorprendiéndonos ante las ilustraciones llenas de color y ante ese olor mágico que tienen todos los objetos novedosos.
Ahora nos sorprendemos por la violencia que existe en las calles, pero, una cosa es cierta, los niños de mi generación aprendimos que sólo así se hacían los cambios trascendentes en este país. Ahora, parece, es una violencia gratuita porque no reinvidica ningún valor social. Ahora la gente mata por intereses particulares. Y ya nadie sabe quién promueve esto. ¿Qué dirán los libros gratuitos del futuro acerca de estos tiempos?