martes, 11 de mayo de 2010
TODOS LOS TIEMPOS
"Cada cosa en su lugar", decía la abuela Esperanza. Y mientras fuimos niños acatamos su mandato: colocamos los trastes en un trastero, las sillas en el suelo y los focos pendiendo de cables ensartados en el techo. Un día, a Mariano se le ocurrió, sólo por travesura (cuando ya éramos adolescentes), cambiar el orden de las cosas. Al principio la abuela no se dio cuenta porque la casa era enorme. Mariano le puso pegamento a las patas de una silla y la pegó en el techo de la bodega. Todas las mañanas entrábamos a la bodega y a la hora que Mariano encendía la luz, todos los niños mirábamos al techo para ver cómo la silla seguía suspendida del techo. Pero las leyes de la naturaleza siguen su curso y una tarde oímos un estruendo. Los niños nos quedamos viendo y supimos que la silla había caído atraída por la fuerza de gravedad. Mariano, muy formalito, dijo: "No podemos cambiar el orden de las cosas" y volvimos a acatar las disposiciones de la abuela. Ahora ya estamos grandes, pero Mariano, de vez en vez, recuerda su natural rebeldía. Entra a la casa, se sienta sobre una silla de mimbre y dice que deberíamos intentar cambiar. Alfonso dice que ya estamos viejos, que la abuela tenía razón: cada cosa debe estar en su lugar. Entonces Mariano se enoja, apaga el puro sobre el descansabrazos de la silla (sólo por joder) y nos pregunta: "¿Nosotros estamos en el lugar correcto?". Alfonso se saca el as de la manga y le responde con el clásico: "Nosotrros no somos cosas", y el tema se olvida. Platicamos de otra cosa, pero sabemos que cada uno piensa que hay una posibilidad de cambiar el orden de las cosas, pero ya no estamos en edad de hacerlo. Esto le tocará a los jóvenes, pero quién sabe. Hasta la fecha no he visto a ningún joven que intente modificar lo que decía la abuela. Todo mundo coloca las sillas sobre el suelo; todo mundo se sienta sobre ellas.