lunes, 31 de mayo de 2010

OBRA TEATRAL



Había una vez un pueblo con una gran tradición artística. La gente caminaba por las calles y escuchaba sonidos de los pianos, violines o marimbas que se desparramaban por los balcones. Adentro de las casas, en las salas y patios, las familias disfrutaban el galano placer de la convivencia. Los caminantes hacían una pausa, apresaban con sus manos esas notas y las embarraban en sus corazones. Sentían sabroso cuando algo como una brasa calentaba su espíritu.
Se sabe que la gente afecta al arte es luminosa. Por esto el pueblo brillaba como brillan los vitrales de Nuestra Señora de París, con una luz sosegada e inspiradora.
El pueblo se llamaba Comitán y se sentía orgulloso de sus artistas, de su gente, de sus corredores llenos de helechos y de sus ventanas como colibríes. La gente acudía al teatro e imaginaba que el mundo era esa sonrisa o lágrima que se desgajaban como manzanas sobre el escenario.
La gente de bien dice que la familia de Marvin Arriaga, directora actual de Coneculta-Chiapas, es comiteca; dicen que ella misma nació en este nido de luz. Quién sabe si ello es cierto, porque el pueblo candelabro también se caracteriza por ser fantasioso y argüenderito. Pero puede que sí sea cierto y que doña Marvin sea cositía. De ser así su familia vive en medio de ese fogón y ella misma recibió la savia de esa herencia. ¿Marvin niña pepenó algún rescoldo de arte a la hora que trepaba a un árbol en “el sitio” o la hora que jugaba a la “comidita” en los corredores de su casa? ¿Marvin niña bajó alguna nube en el teatro de la Casa de la Cultura y con ella forró sus sueños de adolescente y de adulta?
Había una vez un hombre en ese mismo pueblo que escribía cuentos “exagerados”. Una vez escribió un cuento donde las autoridades inauguraron un campo de fútbol bellísimo pero sin porterías. ¿Qué hacían los imitadores del Bofo para jugar fútbol? ¡Claro, las piedras no sólo sirven para hacer cimientos! Los jugadores colocaban dos piedras señalando el lugar de la portería.
Bueno, pues en ese pueblo llamado Comitán, los actuales amantes de “las culturas y de las artes” asisten a un auditorio recién remodelado que no tiene “porterías”. Los actores deben llevar sus “piedras” para demarcar el lugar donde se supone está el telón.
Escribo esto porque, sin duda, doña Marvin no sabe que el auditorio del Centro Cultural Rosario Castellanos fue reinaugurado sin que la obra estuviese completamente terminada. El escenario del teatro que lleva el nombre de la insigne escritora comiteca carece de un telón. Estoy seguro de que la directora de la institución más importante en materia de promoción cultural, ahora que se ha enterado del guión de una obra inconclusa verá la forma de que la gente de su pueblo goce de un teatro digno. Resulta inconcebible advertir que se promueve con bombo y platillo un Festival Internacional con el nombre de la escritora y cuando uno revisa la fachada encuentra un cristal roto.
Había una vez un pueblo con una gran tradición artística. Ese pueblo daba lustre a su país, se sentía orgulloso de sus hijos más excelsos, los que tuvieron la fortuna de desempeñar cargos importantes y nunca se olvidaron de él.