jueves, 13 de mayo de 2010

LA TRISTEZA DEL MUNDO


Salieri siempre vivió frustrado, nunca alcanzó el genio de Mozart. Mi papá decía: "Donde hay buenos, hay mejores". Pero, ¿qué pasa con esos buenos o con esos mejores que siempre quieren ser más? Cornelius, protagonista del cuento "La tristeza de Cornelius Berg", de Marguerite Yourcenar, no acepta que Dios sea el mejor pintor del universo. No lo acepta, porque al final del cuento sostiene que Dios debió limitarse a pintar paisajes. Esto lo dice porque el hombre encargado de enseñar a los visitantes un jardín maravilloso es tuerto y su ojo siempre está lleno de moscas. Cornelius quiere decirnos que Dios es imperfecto por haber hecho esos seres deformes y podridos. Cornelius fue contemporáneo de Rembrandt, es, entonces, un caso semejante al de Salieri, siempre estuvo a la sombra del genio del claroscuro. Su frustración le impide ver que en lo más imperfecto del universo camina oronda la perfección.
Veo, a cada rato, hombres que viven frustrados. Políticos que no alcanzaron sus sueños de llegar más alto (aún cuando no se sabe en dónde está la cima de ello); y millonarios que desean poseer más bienes materiales.
Esta frustración hace que el mundo tenga fracturas. Antes que apareciera el hombre sobre la tierra el mundo marchaba bien. La frustración crea ansia de poder. La ambición de las naciones crea catástrofes como la reciente fuga de petróleo en medio del mar. ¡No hay nada que justifique el deterioro ambiental y sin embargo...!
El problema radica en que el hombre no se conforma con los dones que la naturaleza le proveyó. Siempre quiere ser más. Son millones de Salieris que ambicionan poseer el genio de Mozart; son millones de Cornelius que viven tristes porque no son como Dios.