domingo, 16 de mayo de 2010

LA VIDA EN UN TABLERO


La historia es verdadera. Un maestro logró su plaza por el ajedrez. En un concurso, el maestro -experto en ajedrez- jugó una partida con varios niños. Uno de éstos le pidió unas clases y el maestro se las dio de manera generosa, sin cobrarle un solo centavo. El papá del niño aspirante a ser el Bobby Fischer de este siglo se presentó con el maestro y le agradeció el tiempo y el conocimiento compartidos. En la plática salió que el maestro cubría interinatos y no gozaba de una plaza. El papá del niño le pidió papeles y tiempo después el maestro fue notificado que ya contaba con una plaza en el magisterio estatal. Cuando el maestro me contó su historia la contó como si dijera: al ajedrez se lo debo todo (un poco como aquel boxeador mexicano que decía que todo se lo debía a su manager y a la Virgencita de Guadalupe).
Esta es la historia de una pasión. El maestro, desde niño, se apasionó de ese juego maravilloso. He sido testigo de cómo él practica diversos movimientos sobre el tablero; investiga en libros especializados y se sabe de memoria las más memorables jugadas de todos los tiempos.
Si alguien, hace años le hubiera dicho que su pasión lo llevaría a obtener una plaza de la manera más extraña ¡no lo hubiera creído!
Eso no fue más que una compensación que la vida le otorgó por darle tanta luz a su pasión. Los hombres que entregan todo sin esperar nada a cambio ¡reciben!
Uno no sabe dónde brincará la liebre del azar. Su generosidad le fue recompensada con una certeza.
El otro día lo encontré solo sin un tablero al frente y quise cotorrearlo, le dije que por primera vez no estaba metido en su onda, pero él, dos segundos después, me volvió a sorprender, porque me enseñó un aparato electrónico que tenía en la palma de la mano: ¡estaba jugando una partida!