lunes, 30 de abril de 2018

CARTA A MARIANA, CON UN RECUERDO POR LOS QUE NO CONOCIMOS




Querida Mariana: Son más los que no conocimos que los conocidos o los que conoceremos. No sabemos quiénes serán los que conoceremos, están a la vuelta de la esquina, pero aún no damos la vuelta. ¿Quiénes son los que conocemos? Los conocemos, pero no sabemos bien a bien quiénes son, porque, como decía Cuauhtémoc (no el emperador azteca sino el vecino de la colonia Roma): “No me alcanzará la vida para llegar a conocer a mi esposa” (y eso que llevaba más de treinta años viviendo con ella).
Un día, Juan me preguntó si había conocido a mis abuelos, él había dicho que, de niño, vivió en casa de sus abuelos paternos. Dije que sí, pero un segundo después, rectifiqué: No, no había conocido a mis abuelos paternos. A los maternos sí. Conviví más con mi abuela materna, Esperanza (¡qué nombre tan más simbólico se aventó!). Mi abuelo materno, Enrique, vivía con mi tío Mario en Baja California, así que era difícil verlo. Por el contrario, mi abuela Esperanza tenía un maravilloso itinerario de vida: repartía el año en lapsos de tres meses para vivir con sus hijos, así, en casa nos tocaban tres meses. Ya te conté que ella acostumbraba llevar tres velas para prender una cada primer día del mes. Yo hacía trampa, le colocaba una o dos velas de más. Ella sonreía y, a veces, se dejaba seducir por mi engaño y se quedaba un mes más. Yo era feliz. Tal vez hubiera sido feliz de igual manera si hubiese conocido a mi abuela paterna, María; si hubiese conocido a mi abuelo paterno, Ángel.
No conocí, tampoco, a mi papá cuando fue niño. A veces lo imagino con su chaleco, sentado en las gradas de los portales del parque central de Comitán. Lo imagino comiendo puñitos de la semita que compró en el mercado y que, según me contaba, la colocaba en la bolsa de su chamarra y la hacía polvito, para que le durara más tiempo. Tampoco conocí a mi mamá de adolescente, pero puedo imaginarla al lado de un grupo de sus amigas dando vueltas en el parque de Huixtla, parque que, ella me cuenta, le encantaba porque tenía muchos árboles que los jardineros podaban dándoles forma de animales. Puedo imaginarla esbelta, coqueta, linda, garza, dejándose mimar por los jóvenes que, desde las bancas, le sonreían. Si hubiera conocido a mi papá de niño me habría gustado ser su amigo.
A veces pienso (qué bobera) que si hubiese nacido en París no habría conocido a los amigos que tengo. Mis amigos habrían sido niños de allá (niños que tampoco conocí, por haber nacido en Comitán).
A veces, en las noches, a la hora del rezo, improviso una “Oración por los que no conocí”. Digo: “Por los que no cruzaron mi patio, dales luz; por las que no me tendieron su mano, dales luz; por los que llegaron y se fueron sin que los notara, dales luz; por los que caminaron en otras orillas y se ahogaron en otras aguas, dales luz; por los que llegaron y se hospedaron en otras casas, dales luz; por los que nunca volaron papalotes en nuestros cielos, dales luz; y, en fin, por las que fueron ángeles con alas de viento, dales luz eterna”.
Cuando termino de rezar, algo, como un colibrí, aletea sobre mi frente y duermo tranquilo.
No sé, pero pienso que ellos, los desconocidos, pudieron ser más que mis amigos, más que mis tíos, más que mis piedras para el cimiento, por eso, porque mi casa tiene más pilares que patios, pienso en todos aquellos que no conocí, porque cada persona tiene sus calles y sus ríos y sus banquetas y sus plazas y sus aves y sus sueños y en estos últimos no están considerados aquellos que ahora, en este instante, caminan por la orilla del Sena o cabalgan en la pampa argentina o montan bicicleta en alguna carretera de Uruguay o toman una cerveza en algún bar de Guatemala.
Por eso, porque, a veces, tengo nostalgia por los cristales que nunca completan mi ventana, es que hoy quise decirte que agradezco que vos seás de esos pájaros que vuelan por mi cielo.
Posdata: No conocí a la hija que no tuve; no conocí al agua que dejé correr sin beberla; no conocí la noche que se desnudó en otro cuarto; no conocí la tarde que se emborrachó en madrugada. Que mi oración nocturna también sea para ellas.