martes, 10 de abril de 2018

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA




A Pau no le sorprendió el buró sobre la banqueta. Preguntó si a la vuelta de la esquina estarían la cama, el ropero y un sofá.
Nada dije. Pensé en lo que Pau había dicho. Pensé que al buró le faltaba la lámpara de noche y, en caso de ser un mueble de habitación de un hombre viejo, haría falta un vaso con agua para colocar la dentadura postiza y otro para tomar las pastillas de las dos de la madrugada.
Pensé que este buró está colocado ahí a propósito; es decir, puede ser que el local sea una carpintería y el carpintero sacó el buró para que el barniz seque, porque fue un día soleado, o (como hacen muchos carpinteros en Comitán) lo colocó a media banqueta para que los peatones lo vieran y preguntaran si estaba en venta, porque, ya lo dice el dicho, de la vista nace el amor.
Pensé esto porque la puerta de la casa estaba abierta, pero luego pensé que el propietario podía tener prácticas inusuales. Conozco la historia de una mujer que (igual que en la novela de Del Paso, “Palinuro de México”) vive en un mundo al revés: duerme de día y durante toda la noche se la pasa caminando de un lado para otro. ¿Y si el dueño del buró era alguien más estrafalario? ¿Qué tal que a la puesta del sol comenzaba a sacar las cosas de su cuarto para improvisarlo en la calle? La mujer que conozco tuvo que mudarse de casa, porque en la que vivía (al lado de un sobrino), el sobrino no soportó más su comportamiento atípico. ¿Quién resiste que durante toda la noche alguien haga lo que los demás mortales comunes hacemos de día? Su sobrino me contó que su tía lavaba ropa a la una de la madrugada. El ruido del agua cayendo al lavadero, me confesó su sobrino, era como un oleaje de tormenta sobre el farallón de sus oídos. La tía silbaba, sintonizaba la radio y escuchaba canciones rancheras. El sobrino me contó que era un martirio irónico (a las tres de la madrugada) escuchar la voz rasposa de Lucha Villa, cantando: “Amanecí otra vez entre tus brazos”.
¿Y si el dueño del buró luego sacaba la lámpara de noche, el despertador, la pomada para la reuma y el vaso con agua para la pastilla de las tres? ¿Y si luego sacaba la cama y el colchón, lleno de manchas; y luego las sábanas y las colchas? ¿Y después la bacinica que colocaba debajo de la cama? ¿Y el tapete para que no pisara el suelo con los pies descalzos? ¿Y sobre el tapete el par de pantuflas? ¿Y después el perchero para colocar su ropa y un paraguas por si en la madrugada comenzaba a llover y tenía necesidad de ir al baño?
Al pensar eso, pensé en la incomodidad de la lluvia. Pensé entonces que el hombre (porque era un hombre) debía levantar una estructura con palos y cuerdas para sostener una lona que funcionara a manera de techo. ¿Y con qué se defendía de los animales nocturnos? Acá, en la ciudad es difícil que se aparezca un puma o un tigre a mitad de la noche, pero sí es posible que aparezcan perros callejeros, gatos, ratas y tlacuaches.
Imaginé que muchos peatones, de nueve a diez de la noche, saludan al hombre que, acostado, con su gorro en la cabeza, platica durante algunos instantes con ellos. Pero, a las doce, imaginé la presencia (nunca falta) de algún teporocho. Imaginé que a la hora que comienza a agarrarle el sueño, un borracho, tambaleante, lo despierta y, de manera impertinente, lo atosiga, lo molesta, le roba su tranquilidad.
En ese instante, sin duda, es cuando lamenta no dormir adentro de la casa, como los demás integrantes de la familia; es cuando piensa que la tranquilidad está sostenida en esos espacios de cuatro paredes y techos. Pero, cuando se levanta y, con un garrote, corre al teporocho y, enojado, le grita que no vuelva a molestarlo, y se sienta en el borde de la cama sabe que ese silencio que camina por la calle es el prodigio del mundo de afuera. Cuando levanta la vista y mira el cielo lleno de estrellas siente esa mano prodigiosa que baja y sabe que el universo está ahí solo para él, para que lo disfrute, que eso es la vida desnuda, la auténtica.
Si no fuera por las cucarachas nocturnas que fastidian la armonía de la calle; es decir, los delincuentes, los drogos, las prostitutas y los abejorros torcidos, todo mundo elegiría dormir bajo el techo del cielo. Sería maravilloso ver cómo las calles de la ciudad, a partir de las seis de la tarde, se iban preparando para recibir a los durmientes que, antes, sacarían los chunches de sus casas para hacer disfrutable el acto de dormir. ¡Ah!, sería fantástico el amanecer. Las muchachas bonitas se cubrirían el rostro para que los amantes no las vieran sin esas capas de maquillaje que disimulan sus rostros verdaderos, los naturales. Pero ello sería un acto ocioso, porque todas las personas estarían sorprendidas ante la cuerda de luz que forma el amanecer.
A Pau no le sorprendió el buró a media banqueta, pensó en la siguiente posibilidad hermosa: Que, a la vuelta de la esquina, estuviera la cama, la televisión, el osito de peluche, la casita para la mascota y la pared con el arcoíris pintado.