jueves, 5 de abril de 2018

DE VENTANAS SIN CRISTALES





A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: Mujeres que son como la saliva que nunca abandona la boca, y Mujeres que son como el dobladillo de la madrugada.
La mujer dobladillo de madrugada es esa línea donde el pie juega que es una pieza de ajedrez; es el arillo que llevan las niñas en las orejas y que sirve, no para que se columpien los loros, sino para que se remecen los ángeles de la guarda.
La mujer dobladillo de madrugada viste chamarras de mezclilla y bolsos de tela. En el bolso de tela siempre lleva un arcón con piedras de lluvia y nubes de avena.
Prefiere la bicicleta al auto, el adoquín al cemento, la liana a la cadena, el aire al dedo de púas.
Prefiere la curva en el camino que la senda aburrida; adora el cristal por encima de la puerta de metal; se siente seducida, más que ante el cuadro del Louvre, por la línea de gis que pinta un niño en la pizarra.
Juega a que todo es como una terraza, desde ahí ve los aviones, la gente que camina abajo en la calle; desde ahí contempla los pájaros que vuelan sin importarles quién ganó el partido de fútbol. Desde la terraza escucha los pasos de las nubes que caminan como si flotaran.
Juega a que todo es como un camino de luz; un camino de granos de oro, alpiste para los pájaros del alma.
Juega a que todo es como un ojo abierto en el fondo de un pozo. Ahí, donde la humedad juega a que es moho, a que es un gato con piel de agua.
La mujer dobladillo de madrugada es como una montaña niña, adolescente que se descubre ante un espejo.
Es hija de la paciencia del artesano, del que, con sus manos coloca los renuevos en las ramas secas; es hija del destino que tira la mano y esconde la piedra; es hija del que toca un tambor en mitad de la selva, que lo toca para invocar el canto de la piedra y del fuego.
Camina (por supuesto) a la hora que duerme la mayoría de mortales. Prefiere la madrugada porque es la hora en que las lágrimas ya cedieron su camino a la esperanza.
Antes de dormir le encanta cortar hojas de albahaca, para colocarlas debajo de su almohada. No para tener buenos sueños, sino para escuchar el murmullo de la grieta y el susurro de la ventana a la hora que se abre para recibir los nombres de la forma.
La mujer dobladillo de madrugada es como un ojo que no tiene cerradura; es como una celebración donde las manos en alto son campanas que convocan la entrega.
Es la dentadura de un piano, la red de un violín, el vacío de un guitarrón y el pájaro de una viola. Es el abrazo de la encrucijada, la mueca del despertar, la sonrisa del anochecer.
Es nieta de la luz que se extravió en la vela; nieta de la línea que se borró después de la lluvia. Es madre de todas las piedras que forman el alud; madre de todas las gotas que construyen la sábana del mar.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: Mujeres que son como un río sin agua, y Mujeres que son como una taza de café llena de chocolate.