domingo, 15 de abril de 2018
CARTA A MARIANA, CON VENTANAS
Querida Mariana: Dicen que las comparaciones son odiosas, yo agregaría lo siguiente: “Los contrastes son necesarios”. ¿Cómo identificar el don de la luz si no se contrasta con la oscuridad?
¿Qué ves en la fotografía que anexo? ¡Sí! ¡La luz!
Te cuento, la mañana del viernes me llamó Irene y preguntó si había visto las imágenes de lo que había ocurrido en Siria. Dijo que Estados Unidos de Norteamérica, Francia e Inglaterra, habían enviado misiles a Siria. Irene estaba nerviosa, tenía una voz de colibrí cansado de tanto aleteo. Le dije que se calmara y logré el efecto contrario. No se calmó, al contrario, casi gritó: “¿Cómo pides que me calme? ¿Ya pensaste en lo que sufren aquellos niños?”
No, no lo había pensado, hasta el momento en que Irene dijo que aquellos niños viven sometidos al chicotazo permanente de la guerra.
En la tarde del mismo viernes asistí al Museo de la Ciudad, de Comitán, y hallé esta imagen: seis niños que realizan el corte inaugural de la Exposición Colectiva Infantil. Y digo seis niños, porque la directora del Museo es una mujer con corazón sencillo, juguetón, responsable, imaginativo: corazón de niña. Ella acompaña a los niños expositores (En el programa aparecen los siguientes artistas expositores: Axel Daniel Trujillo Miranda, Luis Rodolfo López Cid, Gissel Flores Robles, Mariana Moreno Guillén, Jesús Espinoza Álvarez, Mya Fores Morales y Yusavi Hernández Córdova. En el corte de listón faltaron dos).
Digo entonces que esta imagen contrasta con la imagen que se da en Siria. Lamenté que Irene no me hubiera acompañado a la exposición. Esta imagen (como a mí me sucedió) habría sido como ungüento para su desasosiego y lógica preocupación.
Irene sostiene que el mundo debería ser esto: niños pintores cortando el listón en un museo, porque ahí se expone obra realizada por ellos. Ellos, igual que muchos niños de Comitán, juegan y la directora del Museo, como mamá gallina, los convoca, los cuida, los protege, les brinda este instante de alegría.
¿Quién sabe si algún niño expositor logrará algún día realizar una exposición individual en el Reina Sofía, de España? ¡Nadie puede saberlo! Pero, ¡no importa! No importa, porque de lo que se trata es de jugar, no se deslumbrar.
Lo importante de la imagen es que estos niños comitecos no están contaminados con la baba de la guerra. Estos niños pintan imágenes llenas de color. Sus colores son como ríos de aire, como nubes armoniosas. De sus cielos sólo bajan aves, nunca bombas. Los adultos del mundo deberían procurar, siempre, esa burbuja protectora para que los niños vivieran una infancia sencilla.
No comparo el día a día de los niños sirios con el día a día de los niños comitecos. Lo que sí hago, consciente de que eso es preciso, es contrastar la nube de los niños sirios con la nube de los niños comitecos.
La directora del Museo de la Ciudad de Comitán sabe que es preciso regar estas plantas y proveerles luz solar y ventilar sus ventanas, abrirlas, ¡airearlas!
La tarde de exposición no pensé (lo siento) más que en estos niños, en sus rostros. Le marqué a Irene, pero no respondió. Su celular dijo: “El número que usted marcó está ocupado”, y durante tres intentos, en el lapso de media hora me dijo lo mismo. ¿Con quién estaba ocupada Irene?
Yo estuve ocupado en ver las caritas de estos niños; estuve ocupado en pensar en el contraste; en agradecer la lluvia de luz de la directora del Museo; en agradecer por ese instante.
Me retiré, en cuanto se realizó el corte de listón y el maestro de ceremonias avisó que la audiencia podía pasar a ver los cuadros. Siempre lo hago así. Dejo la visita para días posteriores, para observar con atención cada cuadro. Hoy lo haré, hoy iré al Museo para ver la obra de estos niños pintores. Sé lo que ya te dije: Hallaré cuadros con mucho colorido. La oscuridad de la guerra estará ausente. Así debería estar en todo el mundo. Los niños deberían, en este momento, estar aprendiendo a tocar el piano o el violín; deberían estar jugando pelota o saltando la cuerda; deberían estar leyendo el cuento: “La peor señora del mundo”, del escritor mexicano Francisco Hinojosa; deberían estar sentados en los parques comiendo un helado; deberían estar cantando, bailando; deberían estar pintando, pintando imágenes llenas de esperanza, de luz. Los niños del mundo deberían estar iluminando sus mundos con colores lejos del gris bomba, del negro muerte.
Posdata: ¡Ay, Mariana! Irene tiene razón, el mundo es una mierda. Pero, a veces, a veces, el mundo se pinta con los colores que usan estos niños para hacer sus cuadros, se pinta del color ámbar con el que trabaja la directora del Museo de la Ciudad, en Comitán. Esto es el contraste, el contraste necesario para alimentar la ventana que abre sus alas como paloma de la paz.