jueves, 26 de abril de 2018
LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA
Puede suceder cualquier domingo. Basta que alguien (algunos) lance la iniciativa, que la lance como si fuese una piedra de algodón, que la lance sobre un lago, para que la piedrita haga “patitos” en el cristal del agua. Se sabe que cuando alguien arroja una piedra al lago las ondas se expanden y (¡qué prodigio!) el primer círculo concéntrico envía su mensaje hasta la otra orilla, ahí donde hay patos de carne y hueso que cantan y juegan como niños.
En esta fotografía, los niños y las niñas no están alrededor del árbol. Por primera vez el árbol niño parece ser parte de esa ronda que está pendiente de lo que acontece al frente, porque los niños y las niñas (algunas grandes, que se asumen como mamás) están atentos a lo que sucede en el frente. ¿Qué es lo que llama su atención? ¡Ah!, es algo como un encantamiento. ¿Ven cómo los espectadores están arrobados por lo que sucede al frente? Esto es como un teatro al aire libre, pero un teatro muy íntimo, muy seductor.
Esto sucedió una mañana de domingo, en el jardín del Centro de Convenciones, de San Cristóbal de Las Casas. Ahí se realizaba la Feria del Libro (feria en la que mis amigos Luis Rincón y Chary Gumeta presentaron sus más recientes libros: “Ábrase en noches de tormenta”, libro de cuentos de Luis; y “Como plumas de pájaros”, antología de poesía, de Chary). Debo decir que la oferta era limitada, porque sólo ocho o diez (o menos) doce editoriales y librerías ofrecían su catálogo mínimo. Pero, bueno, uno sabe que el mundo de libros es así: la siembra es de poco a poco.
Lo que sí resultó muy atractivo fue la serie de talleres y actividades relacionadas con el libro. En esta fotografía se muestra esa magia. Un grupo de niños y niñas (mamás incluidas) están fascinados con lo que ocurre al frente, con lo que enseñaba la maestra (le llamemos así, porque era como una diosa contando parábolas musicales). Ella, al frente, había instalado algo como un teatrito, un fascinante chunche de madera que es como una ventana (nunca tan bien puesto el nombre) con postigos abiertos. El chunche tiene un nombre especial (los lectores deben saberlo), se llama Kamishibai, concepto que según los entendidos es una palabra japonesa que quiere decir: Teatro de papel. La maestra dijo que contaría una historia. ¿Querían los niños escuchar la historia? ¡Sí, sí!, dijeron todos. Ella, como si fuese una maga, metió la mano en un extremo y comenzó a contar la historia a través de imágenes. “Un gato refunfuñón”, decía y mostraba la imagen donde estaba el gato refunfuñón, tirado sobre un sofá, con sus bigotes de popote, pelambre gris, y los espectadores (todos) iluminaban su rostro y pintaban una sonrisa de gato remolón emocionado.
El cuento tardó no más de cinco minutos, tal vez seis, o menos, ¡ocho! En ese tiempo, los espectadores se dejaron seducir por la historia, por la magia de la palabra y de la imagen. Todos estuvieron muy atentos, casi podía escucharse el aleteo de un colibrí que llegó a revolotear por ahí, en ese arbolito que, de igual manera, casi no movía sus hojas. ¿Llegó el colibrí a escuchar la historia? No lo sé. Desde que leí en un libro de la Szymborska que los peces ¡hablan! no sé qué hacen los pájaros cuando se paran en el dintel de mi ventana. Sí, ¡una ventana es el kamishibai! Una ventana que la maestra abrió para que el aleteo de mil colibríes iluminara los rostros de los espectadores.
Basta ver las emociones de la mamá y del hijo que están cerca del poste e imaginar las caras de los demás, para saber que ellos estaban teniendo un domingo diferente. La maestra estaba sembrando espigas de luz en las caritas de los espectadores y ellos (sin duda) recordarán esta mañana indecible de domingo.
Puede suceder cualquier domingo. Puede suceder en cualquier plaza de cualquier pueblo. Cualquier mañana puede ocurrir el prodigio. Yo presencié el milagro de la repartición de los panes y supe que ahí había un atisbo a la esperanza, la verdadera. Fue en un pequeño espacio del jardín del Centro de Convenciones de San Cristóbal de Las Casas. Sucedió con un pequeño grupo de espectadores, pero así es como se hace la verdadera siembra: se injerta un rayo de luz inteligente en cada corazón, aunque los corazones no sean multitud.