domingo, 22 de abril de 2018

COMO HOJA SECA




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: Mujeres que son como cuerpos arrojados al mar, y Mujeres que son como los antiguos amores.
La mujer que es como un antiguo amor tiene el aroma del incienso de los oratorios. A veces camina como si lo hiciera en un andén vacío, porque los trenes se detuvieron en el puente.
Lo del puente no es una mera referencia temporal, ¡no!, es casi casi la síntesis de la personalidad de ella, porque la mujer antiguo amor es la chica que nunca permitió que el amado cruzara el puente; siempre, por alguna u otra razón, lo vio desde su orilla y no hizo el mínimo guiño para que él no se sintiera rechazado.
La mujer antiguo amor tiene preferencia por vivir en pueblos cercanos a la playa, lugar donde, por las tardes, levanta estrellas de mar, estrellas que utiliza para colgar en el cuerpo de la noche. Casi siempre camina sola, como si fuese uno de esos árboles que, cuenta la leyenda, Jesús ordenó que se levantaran y andaran, andaran cosechando aire en las dunas.
Ella, por lo regular, va a las plazas, se sienta en una banca de fierro, cierra los ojos y coloca las manos como si estuviera frente a un teclado de piano y mueve sus manos como si tocara y los pájaros se arraciman como si ella fuera un cántaro lleno de alpiste y escuchan, iluminados, las canciones que ella interpreta, que son, como el lector ya adivinó, éxitos de mediados del siglo XX, de cuando los nombres de Agustín Lara, Amparo Montes, Toña La Negra y Los Panchos eran los faros que iluminaban las esquinas del espíritu.
Su casa siempre es una casa de ensueño, puede ser la casa del árbol, o la casa que está sobre la montaña y domina todo el valle; es decir, siempre está en las alturas, siempre es el escote del vestido, el arco del pasillo, la cinta del cabello, el sol del mediodía.
Aplaude, aplaude por cualquier situación. Aplaude cuando un grupo de muchachos bailan en la plaza; aplaude cuando un niño sube a la bicicleta y por primera vez logra el equilibrio; aplaude cuando un muchacho, con short deportivo, domina el balón de fútbol con la cabeza; aplaude cuando el sol aparece detrás de la montaña; cuando las olas del mar besan la arena tibia; aplaude cuando los demás no lo hacen, cuando los demás advierten que la botella de licor ya está vacía. Aplaude cuando hay un libro sobre el estante y el libro es El Quijote.
Aplaude, porque, como el lector ya advirtió, ella, igual que la poeta Szymborska, piensa que el mejor pasatiempo es la lectura, y como tiene un alma antigua, sabe que lo contemporáneo carece de la pátina excelsa que poseen los clásicos. Por eso lee libros que huelen a viejo, que saben a arenque ahumado, que, como vinos, han pasado por la prueba de la cava del tiempo.
Es mujer que acostumbra saludar y sentirse seducida con palabras de pétalo. No la deslumbra el reflector de led, sino la flama de la vela.
Es mujer que acude al cine a ver películas en blanco y negro y, al salir de la sala, va a un café a escuchar a un pianista y a tomar una taza de café y un ocasional oporto.
Aplaude cuando asiste a un concierto, cuando una paloma se posa en la fuente, cuando su padre apaga la luz del cuarto y le da las buenas noches, cuando un perro ladra del otro lado de la cerca, cuando se abre el telón del teatro y en el escenario no hay más que una silla vacía.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: Mujeres que son como el abrigo del mendigo, y Mujeres que son como una pulsera hecha con nubes escarlatas.