lunes, 2 de abril de 2018

UN NOMBRE RADIANTE




No, le dije a Pablo, no conozco a ninguna chica que se llame Comitán. ¡Comitán!, dice Pablo que se llamará su nieta que nacerá, primero Dios, en junio.
Conozco chicas que se llaman Florencia o París, pero no conozco a ninguna que se llame Comitán. Le dije a Pablo que será la primera niña que reciba ese nombre, esa bendición, esa lluvia de flores de tenocté. Acá en Comitán hay una chica que se llama Venecia. ¡Así como abundan los nombres de ciudades europeas, escasean los de ciudades mexicanas! ¿Por qué? No lo sé.
Conozco a una muchacha que se llama Irlanda y a otra chica que se llama Salvadora, porque nació en El Salvador. Le dije a Pablo que era un acierto la elección. El nombre de su nieta sonará bello. Cuando le pregunten cómo se llama, ella, orgullosa, dirá: ¡Comitán!, y alguien (lo sé) dirá: ¡Ah, como el pueblo de Chiapas!, y ella dirá que sí, y en ese momento, apenas un instante de cristal, nadie sabrá si el pueblo se llama así por ella o ella por el pueblo. Digo que será apenas un instante de duda, una grieta de luz, porque al otro instante todo mundo entrará al territorio de la certidumbre y dirá que el pueblo se llama así desde el tiempo de las nubes volanderas.
Y dije que el nombre de la nieta de Pablo era un acierto, porque de todos los pueblos de Chiapas, Comitán es el que tiene el nombre más sonoro, más de hilo de aire. Nadie, sentado en sus cinco sentidos, podría imaginar siquiera bautizar a un nieto con el nombre de San Cristóbal o Tonalá o Tuxtla o Tapachula. ¡Nadie! Sonaría muy feo que alguien bautizara a su hija con el nombre de Pujiltic. Sin embargo, la hija de Pablo sí pensó en bautizar a su hija con un nombre de tejido de albahaca.
Cuando Pablo me lo contó me dijo, también, que sus papás le pusieron Pablo de nombre, porque sus tíos gemelos se llamaban Pedro y Pablo, pero éste murió ahogado en el río Suchiate, así que él fue como una reposición.
En este caso no habrá reposición. El nombre será un nombre original, casi como de vuelo de golondrina.
Insisto, no conozco a ninguna chica que se llame Comitán. Cuando Pablo me dijo lo que dijo, pensé que se habían tardado. ¿Cómo -pensé- a nadie se la había ocurrido antes?
Como estábamos caminando en el parque de San Sebastián, alcé la vista, vi las frondas de los árboles viejos, que eran como redes atrapando el cielo, y pronuncié el nombre de la nieta de Pablo: ¡Comitán!, y pensé que es el nombre más preciso para una niña bella.
Como sucede con los grandes nombres, como el de Víctor Hugo, como el de madre Teresa, no habrá necesidad de que ella diga sus apellidos. Todo mundo de acá y de allá la reconocerá con la sencilla mención de su nombre: Comitán.
Sé que los de acá (y tal vez los de allá) cuando escuchen que la nieta de Pablo dice su nombre enhebrarán imágenes de antojo. A la hora que pronuncie su nombre un alud de sueños destrozará el tedio y bordará un vestido de cielo.
¿Cómo te llamás?, le preguntarán, y ella, con su carita de camino de orquídeas, dirá su nombre y todo será como una lluvia de agua de temperante; todo será como una ventana llena de tiucas.
Sí, su nombre sonará a pasos de marimba, a murmullos de mirra e incienso.
Me llamo Comitán, dirá ella, y todo será como un estallido de sonrisas de miel.
Cuando nos despedimos, Pablo se volvió para verme, ya que había caminado treinta o más pasos, alzó los brazos, y casi gritó: “¡Mi nieta se llama Comitán!”, y sonrió. Yo hice lo mismo. No sólo sonreí, también alcé los brazos y, como si rezara en un oratorio, susurré: “¡Comitán!”, y supe que este nombre no sólo es el manto que nos cubre a todos los comitecos, supe que desde este instante es también la luz que alumbra el corazón de la familia de Pablo.
¿Cómo no se le había ocurrido antes a alguien bautizar a su hija con el nombre bendito de Comitán? ¿Por qué sólo a Rossana se le ocurrió bautizar con el nombre de París a su linda París? ¿A qué hora los papás de Venecia bendijeron su vida con este nombre hermosísimo?