miércoles, 4 de abril de 2018

LA SOMBRA DE LA CEIBA




Tendríamos que cambiar paradigmas, para intentar cambiar los modelos opresivos. Desde siempre he escuchado que me dicen: “No confíes ni en tu propia sombra”. Esto es un desatino. Por esto hay miles y miles de personas que padecen, mínimo, una baja autoestima. ¿Cómo es posible que alguien (persona con experiencia en cuestiones de vida) me recomiende que no confíe en mi sombra? ¿Entonces? El mensaje es muy claro: ¡No confíes en nadie, pero, sobre todo, no confíes en ti mismo!
¿Así debe uno caminar por la vida? ¿Desconfiando de uno mismo? Quienes me conocen saben que amo a la literatura, a la buena literatura. En los muchos años que llevo leyendo libros me he topado con dos historias de sombras que se rebelaban con las personas que las originaban. Una de las sombras siempre deseaba caminar en sentido contrario, y la otra sombra era una sombra que soñaba con volar, por lo tanto, siempre andaba pensando cómo adquirir un par de alas, al tiempo que lamentaba que su dueño tuviera los pies muy plantados en el suelo.
Pero estas sombras son la excepción que confirma la regla.
A veces me siento en una banca del parque central de Comitán y veo que las sombras de los caminantes son como perros fieles, siguen a sus dueños como si estuviesen pegadas a ellos. Las sombras permanecen aliadas todo el día, y cuando la noche llega y ellas desaparecen, en el instante que existe una fuente de luz ellas vuelven a aparecer. Me divierto mucho cuando, en un oratorio, las sombras de las personas bailan al ritmo del aire.
¿Por qué desconfiar de la propia sombra? Es absurdo, es una manera de cortar el pabilo de la esperanza.
El mundo es desastroso y no podemos extender cartas de confianza a todas las personas. Pero uno debe confiar en uno mismo. ¡Siempre! Y la sombra es parte indivisible del ser, es parte consustancial.
No confíes en los otros, pero confía al infinito en ti y en tu sombra. Cuídala, protégela. Porque la sombra es extensión de uno.
Cuando la tarde alarga la sombra, hay que tener cuidado dónde ella se posa. Mientras el dueño espera cruzar la calle, debe tener cuidado con la sombra, para que no pase por encima de ella carro alguno. Hay que tener cuidado con esos alongamientos que se dan a las seis de la tarde, porque puede ocurrir que una sombra proveniente de varón se pose sobre una sombra proveniente de una mujer. Se sabe que el apareo de sombras provoca inseguridades en ambas, porque (en estricto sentido) las sombras carecen de sexo. No importa que la sombra sea de Alfonso o de Alicia, las sombras siempre son femeninas, pero (insisto) cuando hay una mezcla, ellas dudan y se sienten seducidas y aparece en ellas un ligero atisbo de lesbianismo. Esta pasión las confunde. Por eso, hay que tener cuidado con esas sombras de las seis de la tarde, que se convierten en hijas de la Torre Eiffel.
¡Es cierto! La sombra de una ceiba puede llenar de hojas secas al que se cubre debajo de ella, o él puede terminar con excremento de un pájaro o, si es tarde de huracán, terminar fulminado con un rayo, pero, salvo tales rarezas, cobijarse en la sombra de una ceiba es como ampararse debajo de una manta divina.
Deberíamos cambiar paradigmas. Evitar la repetición de ese absurdo. Deberíamos impulsar una campaña que recomendara confiar en nuestras sombras con la misma certeza con que deberíamos confiar en nosotros mismos. Estoy seguro que esto propiciaría un mejor desarrollo del ser humano, haría un mejor ser, alejado de titubeos y de miedos obsoletos.