jueves, 19 de abril de 2018

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA




En Comitán hay casas viejas que tienen ventanas minúsculas, como si fuesen de una casa de muñecas o de la casa de Pulgarcito. Bernardo dice que existe un antecedente histórico que puede explicar tal rareza. Y digo rareza, porque se entiende que una ventana debe ser amplia para permitir el paso del aire y de la luz solar. ¿De qué sirve una ventana del tamaño de una uña? Bernardo dice que un presidente de la república determinó que el propietario debía pagar un impuesto por cada ventana que tuviera su casa. El impuesto era proporcional al tamaño de la ventana, casi como si dijéramos: “Ventana grande, impuesto grande; ventana pequeña, impuesto pequeño”, así, proliferaron las ventanas minúsculas. Por el decreto presidencial los propietarios debían pagar buenos pesos por la entrada del aire y del sol. Los pobres, como sucede en forma regular, recibieron poco aire y poca luz solar.
Este balcón es atípico. No tiene nada qué ver con lo relatado, pero debe tener alguna explicación que está más allá de lo obvio, de lo racional.
Los balcones (salvo éste) sirven para que el propietario salga al exterior, se acode y, desde ahí, vea lo que sucede en la calle. Cuando hay un acto público, un desfile, por ejemplo, los propietarios de casas con balcones se diferencian del pueblo, porque aquellos ven el acto desde la altura, abren las puertas y se asoman a los balcones, con la misma dignidad con que el presidente de la república se asoma al balcón central del palacio nacional y desde ahí da el grito de independencia. Ellos, desde arriba, tienen el mundo a sus pies.
Este balcón (si lo vemos bien) no tiene las dimensiones exigidas. El barandal es altísimo, lo que impide que el propietario pueda acodarse cómodamente. En realidad, el error arquitectónico no está en el balcón. ¡No! El error está en la proporción de la puerta. No corresponde con la pulcritud del balcón. Casi pareciera que es como un remiendo, como si, al principio, no hubiese existido un balcón, como si, inicialmente, sólo existiera una ventana, con postigos de madera y, con un complejo ancestral, el propietario dijera: “¿Por qué mi casa no puede tener un balcón como las casas de los ricos?”. Así pues tomó medidas de un balcón normal y luego exigió su colocación.
No sé qué pasó el día del desfile. Tal vez el propietario abrió los postigos, sostuvo sus manos en los barrotes del balcón y, como si fuese un canario, atisbó a través del balcón, sin poder pararse (se habría golpeado la cabeza).
Rosario Castellanos escribió en la novela “Balún-Canán”: “Debe ser tan bonito estar siempre como los balcones, desocupado y distraído, sólo mirando”. Rosario tiene razón. Debe ser bonito estar siempre como este balcón: mirando hacia la calle. Pero lo que Rosario no dijo fue que debe ser feo poseer un balcón que no sirve como balcón, que es como una simple contraventana.
A este balcón le falta altura. Si el propietario mandara a abrir el espacio superior de la ventana, podría darle aire a la casa y lograría que su casa tuviese un verdadero balcón, un balcón soberbio. Total, en estos tiempos los decretos presidenciales para impuestos ya no tienen incidencia directa en el tamaño de las ventanas. Hoy, los impuestos se pagan a través de inventos neoliberales como el IVA o como el aumento diario a las gasolinas.