martes, 5 de marzo de 2019

CARTA A MARIANA, CON CAMINO DE HORMIGAS




Querida Mariana: Tal vez fue en 2013 cuando Daniel Saborío y yo platicamos. Tal vez tomamos un café (es un decir, porque no sé si él toma café, yo no lo hago. Yo bebo limonada sin azúcar o té de limón y él, esto he visto en algunas fotografías, toma cerveza y bebidas alcohólicas). No recuerdo de qué hablamos (mi memoria es endeble). Pero acá está la prueba documental que un día (tal vez de 2013 o 2014, no lo sé con precisión) él y yo platicamos. Y no sólo platicamos, también tomó su cámara (vos sabés que él es un fotógrafo de excelencia) y me tomó esta fotografía.
Sí, querida mía, el que está tumbado soy yo. Tengo una camisa blanca, un pantalón de mezclilla y zapatos de color café.
Si ves con atención mirarás que hay un rayo de sol que se filtró en medio de las ramas y que cayó con precisión sobre mi pecho. La fotografía es espléndida, porque más que caer, parecería que la luz emerge del lugar donde está mi corazón. Esto no es casual. Sólo el genio del creador puede lograr el misterio que Daniel logró aquella vez.
Y fue tal el prodigio que unas hormigas que andaban por ahí, en busca de hojas verdes, se deslumbraron ante tal misterio.
Recuerdo que yo estaba tumbado, con los ojos cerrados; recuerdo que escuché a lo lejos la voz de Daniel como alertándome, como advirtiendo que un ejército de hormigas subiría a mi cuerpo, una marabunta, pero luego su voz hizo silencio, porque (demiurgo como es) pensó que debía dejar que el universo fluyera, y el universo fluyó: Las hormigas caminaron hacia el pozo de luz. Todo mundo sabe que las hormigas, habitantes de las oscuridades, salen todas las mañanas de sus cuevas en busca de la piedra lunar, la que posee el don de la luz infinita. Cuando se cansan de buscar, se conforman con llevar hojas verdes a su hogar.
Recuerdo que Daniel ya nada dijo, dejó que la naturaleza se manifestara y ¡se manifestó! Acá se ve cómo un ejército de hormigas camina hacia mí, hacia el pozo de donde fluye la luz, de donde sale como un manantial de agua eterna.
Estoy con los brazos en cruz, por lo tanto, las hormigas creyeron que ahí estaba la cruz del milagro, el pozo de la luz perenne.
Yo estaba tumbado, al principio (al cerrar los ojos) escuché el rumor del viento y luego los pasos del aire sobre todo mi cuerpo. El aire danzaba sobre mí, ejecutaba pasos de ballet y caminaba en puntas, con los pies desnudos. Al principio sentí cómo el aire contaba historias y prendía una fogata de viento, no para calentarme, sino para aliarse con ese pozo de luz en que estaba convertido, gracias al prodigio de la naturaleza y del ojo de Daniel.
Mas luego dejé de escuchar la alharaca del viento y un silencio se posó sobre mí, como ala de murciélago. Sentí el peso del vacío, la pesada cobija del instante mudo. Estuve a punto de abrir los ojos, de buscar a Daniel, de decirle que (como en la Biblia) estaba en un foso de leones; estuve a punto de decirle que me salvara. Los sabios explican que en el instante en que alguien medita y está a punto de ingresar al inconsciente colectivo, el monstruo del terror vacuo aprieta el cogote y hace que uno busque la salida, hacia donde está el mundo cotidiano. Estaba a punto de abrir los ojos, de ir al exterior, cuando escuché que el silencio se quebraba y algo como un grupo de pies ligeros, como oración de alas de mariposas, me inundó, ¡eran las hormigas que caminaban sobre mí, que buscaban el pozo de luz!
Cuando vi la fotografía me percaté que eran hormigas enormes, de gran talla, pero cuando estaba tumbado sobre la tierra, con los brazos en cruz, el peso de ellas era como un pétalo de nube, como sonrisa de ángel. No sentía el peso, lo que sentía era el cosquilleo de la palabra, la trilla sugerente.
Cuando todas las hormigas entraron al pozo, Daniel me dijo que abriera los ojos, vi su rostro con cara de preocupación, se había quitado los lentes y vi en su mirada algo como un jardín de gladiolas. Se acercó, me tendió las manos y me ayudó a incorporarme. Me limpié con las manos el pantalón y la camisa. ¿Cómo estaba? ¡Bien, muy bien!, dije, y vi que Daniel también mostraba un rostro pleno. Posdata: Dos días después me envió la fotografía, y, cuando la vi, entendí lo que había pasado. Un ejército de hormigas había caminado sobre mi cuerpo, había hallado su pozo de luz y me había injertado luz. Por eso, sin duda, yo estaba radiante, luminoso, gracias a la luz del sol y a la ventana de Daniel. Fue un día de 2013. No lo sé bien, no lo sé.