jueves, 14 de marzo de 2019

PALABRA DE HONOR




Imaginá que te llamás palabra, que sos palabra. Podrás ser palabra que se lleva el viento o la palabra que permanece en un texto. La gente dice: “Papelito habla”; es decir, vos hablás a través de la palabra escrita, la que permanece, porque la otra, la hablada, se la lleva el viento. Por eso, si alguien te usa para mentar la madre tené cuidado que no sea en papel, porque éste resguarda al Verbo del polvo y convierte a la palabra en inmortal. Mentada de madre en el aire ¡se hace polvo!; mentada de madre escrita permanece como marca de fierro candente. Ahí tenés el ejemplo de La Biblia, impresa por Gutenberg, que ha conservado la palabra de Dios por tantos años. Si la palabra divina no se hubiera preservado en un libro ya habría resultado como ese juego que se llama Teléfono Descompuesto, en el que todo se tergiversa. Ahora, la palabra de Dios ya fuese otra y no la palabra textual cuyo mensaje es una plegaria infinita y una amenaza eterna.
Si sos palabra podrás elegir entre ser palabra albañil o palabra fifí. La palabra albañil es la cochina, la llena de mezcla, la que se lanza (a través del albur) a la chica que pasa enfrente del edificio en construcción. Los albañiles ven a la chica desde la segunda planta, ella camina con su pantalón ajustado, con su blusa con escote generoso y ellos, los perversos albañiles, como si usaran una tiradora, avientan el clásico: “A esa de rojo, yo me la…” y no terminan la oración, porque todo mundo sabe la palabra que rima. Si elegís ser palabra albañil serás broza, pero, por el contrario, si elegís ser palabra fifí, serás palabra soberbia, palabra Ibero, palabra Mi Rey; serás palabra mamila, barroca en tiempo de minimalismo.
Pero podés elegir, ya se dijo, entre ser palabra oral o palabra escrita. Si elegís ser palabra oral serás como el brillo de un cerillo, al aparecer te disolverás en el aire, en el hilo del viento; por el contrario, si elegís ser palabra escrita permanecerás por mucho tiempo, si sos palabra de libro estarás destinada a ser palabra niña por siempre, porque, a pesar de las telarañas, cuando algún lector te encuentre, te hallará plena, saludable, risueña, volteadora de sueños y anhelos. Pero no sólo en libros y revistas hay palabras escritas. Podrás aparecer en paredes y entonces serás ingeniosa (“Mi poema tiene mil versos (bersos) para tus labios.”); serás malcriada (“Puto el que lo lea.”); serás apocalíptica (“Antes del fin ¡busca a Dios!”). Aparecerás en los parachoques de los camiones: “Voy con Dios, si no regreso estoy con Él.”; “Gozas cuando me voy.”; “Fiero tu modo, sólo brava ‘tas contenta.”; “No te enamores de mí, que voy de paso.”; “¡Qué prisa llevas, güey!”.
Pero también podrás ser palabra silenciosa, esa que no se dice y que oscila entre el odio y la pasión, porque hay palabras que se quedan atoradas en el albañal, palabras que quieren salir y abofetear al padre severo, al jefe asqueroso, al comemierda del compañero de trabajo; y hay otras palabras, que de igual manera, se quedan atoradas en el laberinto insondable de la pasión y quisieran acariciar a la muchacha que te gusta, palabras que son el bálsamo que nunca se aplica. Los jóvenes tímidos están llenos de palabras que nunca le dijeron a la chica de sus deseos, se quedaron en un esquinero, quedaron tiradas, abrigadas con la colcha sucia de la cobardía.
¿Has pensado cuántas palabras se quedan atoradas en la garganta del mundo? Los que saben dicen que ellas, las no dichas, provocan muchas enfermedades; los que saben recomiendan subir a lo alto de una montaña para gritarlas, soltarlas como águilas, vomitarlas como arañas ponzoñosas; los que saben dicen que las personas no deben tragarse ni una sola palabra, todas hay que botarlas. A veces es necesario refregarlas en el rostro del hijo de la chingada; a veces hay que ser diplomático y escribirlas en un papel, gritarlas en una hoja, y luego quemarlas, que se vuelvan polvo, que se vuelvan nada.
Imaginá que te llamás palabra, que sos palabra. ¿Cuál de las miles y miles de palabras te gustaría ser? ¿Te gustaría ser la palabra almohada? ¿Preferirías ser la palabra amanecer? ¿Esperanza? ¿Dádiva?
Imaginá que sos palabra. ¿Te gustaría ser la que está a punto de nacer en los labios de tu muchacha o la que brota, como puñal, de la trompa de los cuches que te dicen con intención malsana?
¿Y si elegís ser la palabra Cotz? ¡Buen provecho, niño, buen provecho!