martes, 19 de marzo de 2019

INVENTARIOS




Un día debemos reunir todos los recuerdos del barrio. Digo, para que veamos por dónde creció el árbol de nuestra vocación. Ayer, en las redes sociales, Ramón Martínez Mancilla compartió un video de Ray Conniff e hizo el siguiente comentario: “De pequeño, siempre que regresaba de la escuela, llegaba y saludaba a mi papá, él estaba en su hamaca escuchando a Ray Conniff y leyendo algún libro. Cada que escucho a Ray Conniff regreso a esa etapa.”
Digo que debemos reunir todos los recuerdos del barrio, porque esa relación es la raíz del árbol. Así como Ramón nos regaló esa postal, todo mundo debe tomar la fotografía de su recuerdo y colgarlo en el muro de la casa común. Porque estoy seguro que cada hombre y mujer del barrio tiene una evocación similar. ¿Qué sucedía cuando el niño volvía a casa, después de la escuela? ¿Encontraba a su papá tocando el piano, escribiendo al lado del ventanal, leyendo el periódico, fumando un habano, cambiando la llanta de un auto, lijando una pieza de madera, pintando un cuadro al óleo, haciendo la talla de una máscara de parachico, cultivando plantas en el jardín, durmiendo bien borracho, golpeando con un cinto a la madre y a los hermanos? Porque cada niño tuvo una escena que le quedó grabada por siempre, para siempre.
Ramón, al final de su mensaje dice: “Cada que escucho a Ray Conniff regreso a esa etapa. Dios me bendice al tenerlo aún conmigo. Te amo, papá.”
Y es que Ramón, como lo expresa, tiene la bendición de tener vivo ese instante luminoso. Hubo hijos que cuando volvieron a casa, después de la escuela, no hallaron a sus padres, porque sus jornadas de trabajo eran de muchas horas y ellos regresaban hasta la noche; hubo otros que se pasaban los días en las cantinas o en prostíbulos; hubo otros que no volvieron a sus casas porque abandonaron a sus familias y fueron a buscar, como dirían los cantantes de Mocedades, “leña de otro hogar”.
El recuerdo de Ramón es puntual, luminoso. La última oración del mensaje así lo consigna: “Te amo, papá”; es decir, agradezco ese instante circular: Hallarte tumbado en la hamaca, escuchando música de Ray Conniff, leyendo algún libro. Porque Ramón explica que su papá era taxista y cuando él regresaba de la escuela, su papá había cumplido con su jornada, había comido, por lo tanto, ya merecía el descanso y su descanso era el disfrute de la música y el regocijo de la lectura.
Y digo que debemos reunir todos los recuerdos del barrio, porque nos darán la pauta del porqué y del cómo y de la ruta por venir. Somos lo que vivimos, lo que hallamos en casa cuando regresamos de la escuela. La mirada y el corazón de Ramón recibieron esta imagen llena de ternura. Otros niños, por fortuna, también recibieron imágenes tiernas como bienvenida: la abuela bordando, la hermana bailando al ritmo de los Beatles, el hermano jugando carros en la arena, el abuelo durmiendo en la mecedora del corredor, el papá pintando una pared, la mamá cocinando lengua en pebre. Pero otros, lo sabemos, bebieron imágenes crudas, burdas, llenas de espinas.
Y, cuando volvemos la mirada, sabemos que eso somos, lo que pepenamos de niños, lo que nos sembraron en nuestro patio espiritual. Somos luz o somos sombra. Amamos profundamente a nuestros padres o los odiamos sin tener culpa de algo, sin saber que el destino nos hincó, como murciélagos, una estaca a mitad del alma.
Somos mucho de lo que escucharon, vieron y hablaron nuestros padres; lo que ellos bebieron, la pieza de barro que ellos modelaron. Somos el cuadro que ellos, con pintura abstracta, pintaron sobre nuestros lienzos. Los que recibieron pintura negra, deben hacer un gran esfuerzo para borrar esa maldita herencia.
Digo que debemos reunir los recuerdos del barrio, para saber quiénes, como Ramón, declaran su amor al padre; y quienes borran la última línea, sólo para no seguir echando lumbre en el pozo.
Tal vez, digo sólo que tal vez, Ramón se dedica a los libros con una pasión desbordada, porque cuando fue niño, al regresar a su casa, después de la escuela, hallaba a su papá leyendo un libro. Tal vez, digo sólo que tal vez, Ramón es un hombre que da luz a Chiapas, porque cuando regresaba de la escuela hallaba luz, luz de un quinqué enorme con nombre de padre.