lunes, 18 de marzo de 2019

PREGUNTA CON ESPINAS




“¿Cómo fue que te hiciste viejo?”, esa fue la pregunta de Pau. La pregunta, como dicen los españoles, ¡me pilló! Hubiese preferido alguna pregunta de Matemáticas, algo como la fórmula para hallar el área de un paralelepípedo.
¿Cómo fue que me hice viejo? Tal vez es una de las preguntas más difíciles. Un día escuché que a Ramón le preguntaron cómo fue que llegó a vivir a Comitán, y él dio pormenores de toda una odisea que comenzó en Veracruz, lugar en donde nació y al que llegó su bisabuelo, en un barco, desde España, a comienzos del siglo XIX. Ramón contó que un día fue comisionado para viajar a Comitán, por motivos de trabajo, llegó al pueblo, se hospedó en el Hotel Delfín y, en la tarde, salió con la intención de caminar por algunas calles para conocer el nuevo entorno, pero, como el hotel está frente al parque central, se sentó en una de las bancas (dijo, como si fuese un cartógrafo, la posición exacta de la banca en que se sentó). El parque era el antiguo, el que aún estaba frente a la manzana que derribaron para hacer la ampliación. Contó que le sorprendió gratamente la fragilidad de la tarde, que parecía de cristal y caminaba de puntillas. Dijo que extendió sus piernas y colocó sus manos debajo de su cuello e imaginó que estaba en una hamaca, de esas que tenía en el corredor de su casa jarocha. Miraba todo con calma, como si el parque fuese un mar tranquilo, sin olas, sin tiburones, pero ¡con sirenas! Así lo contó. Su corazón se aceleró cuando, frente a él, pasó la muchacha más hermosa de toda América. Contó que él, siempre por motivos laborales (a pesar de su juventud) había viajado a muchas poblaciones de México, e incluso había hecho un viaje a Guatemala y otro a Costa Rica. ¡No, no!, dijo, en ninguna parte del mundo había una muchacha tan bella como la que caminaba ya por donde ahora está el Teatro de la Ciudad. Como permanecería sólo dos días en el pueblo, pensó que si no se animaba jamás volvería a verla. A pesar de que, en ese tiempo, Comitán era un pueblo pequeño las posibilidades de toparse de nuevo con ella eran mínimas. Se levantó, cortó una flor del arriate cercano y corrió, corrió hasta llegar a la esquina, justo cuando ella estaba a punto de alcanzarla, se paró frente a ella y le dijo: “Me llamo Ramón y soy de Veracruz”. Lo dijo acezante, como si fuera un motor fuera de borda de un barco. Ella sonrió, tomó la flor y le dijo que ella tenía un tío en aquel puerto. Él sonrió y, en lo interno, agradeció a su Dios por el favor concedido. Ella era bellísima, una flor del jardín mayor. Ella aceptó que él lo acompañara hasta su casa. ¡Por el amor de Dios!
Cuando se hicieron novios, ella confesó haberlo visto en el parque, había sentido un pinchazo directo en la boca del estómago, había pensado: Qué bello, no debe ser de acá. Había pensado lo mismo que Ramón, que tal vez jamás volvería a verlo, pero ella, al fin comiteca, no podía acercarse a él y decirle: Soy Alicia y soy cositía, usted ¿de dónde es?
En fin, Ramón contó cómo fue que llegó a vivir a Comitán: Desde acá renunció a su empleo, y a su familia pidió le enviaran sus ahorros y buscó un trabajo en esta ciudad. No podía regresar a Veracruz, allá en el puerto, jamás hallaría una mujer tan hermosa como Alicia.
Responder a la pregunta de cómo uno eligió una carrera profesional no es muy simple, pero puede llegar a darse, por tanteos; lo mismo sucede con la pregunta de cómo uno conoció a su pareja, cómo el viento arrasó con el techo de la casa, cómo se perdió la herencia familiar o cómo el lago perdió su coloración original y bella, pero cómo, cómo ¡por el amor de Dios!, se da respuesta a la pregunta de ¿cómo uno se hizo viejo?
Si apenas hace cuatro días estaba corriendo en el patio de la primaria, pidiéndole a mi papá que ya no quería ir, porque un estúpido muchachito, mayor que yo, hijo de la calle, siempre me esperaba a la entrada de la escuela y me obligaba a darle la moneda que mi mamá me daba para el recreo; apenas hace tres días concluía la preparatoria, me despedía de mis papás y subía a un autobús de la Cristóbal Colón, para ir a estudiar ingeniería en la UAM-Iztapalapa; apenas hace dos días conocía a mi Paty y me enamoraba de ella y al mes ya le pedía que se casara conmigo y ella decía que con calma, con calma; apenas hace un día nacían los hijos e íbamos de día de campo y jugábamos pelota o leíamos cuentos; apenas ayer jugaba a ser joven (jugaba) y abandonaba Comitán para ir a Cuba (¡no podía perderme ese momento histórico de abatimiento!) y luego llegar a París (A final de cuentas la cuerda no me alcanzó más que para llegar a Puebla y quedarme a vivir allí ¡nueve años!); apenas hoy, en la mañana, regresé a Comitán y acá ando, maravillado, encantado. Y en apenas estos cuatro días, la vida me cargó sesenta y un años y un poco más. Y hoy, después de la pregunta de Pau, al verme en el espejo no hallé una respuesta a la pregunta de cómo fue que me hice viejo. ¿Cómo? Pero si apenas ayer…