martes, 12 de marzo de 2019

QUÉ MALA ONDA




José Agustín es uno de los escritores mexicanos de la llamada Literatura de La Onda. La literatura de La Onda fue como una ola expansiva similar al Boom Latinoamericano. Si con el Boom los lectores de Latinoamérica hallaron a sus escritores, con La Onda los lectores mexicanos hallaron a sus escritores, se hallaron en los libros escritos por compatriotas, se encontraron en el lenguaje de su tiempo.
Los chavos de hoy dicen que la Neta es lo máximo. En los sesenta y setenta, del siglo pasado, la neta del planeta era ¡estar en la onda! Los chavos vivían la psicodelia, el amor libre, escuchaban rock, vestían con pantalones acampanados, minifaldas, blusas y camisas llenas de colores, fumaban marihuana o se metían sustancias más alucinantes: LSD, por ejemplo, y los hombres usaban el cabello largo. Los escritores mexicanos de La Onda hablaron de esto y de otras orillas y de grietas y de vacíos llenos de vacío.
Los más conocidos escritores de la Literatura de la Onda fueron Gustavo Sainz, Parménides García y José Agustín. De los tres mencionados, sólo José Agustín vive. Y decir vive es un decir, porque un día (en abril de 2019 se cumplen diez años) sufrió un accidente, un accidente bobo que le provocó una amnesia que le impidió volver a escribir, desde entonces hasta la eternidad. ¿Qué sucede cuando un jugador de fútbol soccer pierde la movilidad de sus piernas? ¿Qué sucede cuando un actor de teatro pierde la capacidad del habla? ¿Qué sucede cuando un escritor extravía el don de la escritura?
Qué mala onda. Una tarde viajó a Puebla, porque impartiría una charla, en el Teatro de la Ciudad (teatro que está frente al zócalo). Cuentan que la audiencia llenó el teatro, porque José Agustín es un escritor admirado y querido que convoca multitudes. Al final de la charla, muchos admiradores subieron para solicitar la firma del libro o el autógrafo en la libreta. Ahí José Agustín se sintió cobijado. Nadie le advirtió que el escenario tenía un foso para la orquesta, nadie le advirtió del posible peligro de una caída. José Agustín se movió en el escenario sin saber que caminaba por una orilla trágica. Un paso en falso (nadie sabe bien a bien cómo ocurrió) provocó que el escritor se desplomara en el vacío. Todo era alegría, todo era manifestación de vida, pero instantes después de las manifestaciones de júbilo popular, tal vez el amontonamiento provocó que José Agustín pisara en falso y se precipitara al hueco de dos o tres metros de altura.
La fotografía que apareció en el periódico La Jornada es brutal e impactante. En el piso aparece José Agustín, tendido boca abajo. Nadie hace nada. Todos esperan los servicios médicos. El escritor vestía una camisa amarilla, jeans y zapatos cafés. Es un mal chiste decir que parece estar “De perfil en La tumba”, títulos de sus dos novelas más celebradas.
Todo transcurría de manera normal, todo era un festejo. De pronto, la grieta se abrió y José Agustín, escritor acostumbrado a vivir al borde del abismo, se fue hacia la gruta donde anida la oscuridad. El diagnóstico médico fue que su memoria se quedó sin luz y el mundo literario se quedó sin las dos novelas que escribía en ese momento.
Uno de sus hijos ha revelado que su padre, desde entonces, se dedica a beber. El buen José Agustín no olvidó cómo se bebe, cómo se fuma. Esto sigue haciendo. Estas dependencias son las lianas que le permiten la sobrevivencia en la jungla en que está metido.
El escritor de La Onda se perdió en una de ellas, en una de las llamadas malas ondas. Nadie lo advirtió, nadie le dijo que ahí, donde caminaba, había un foso; nadie le dijo que su destino se modificaría de ahí en adelante. Pronto (en el mes de abril) se cumplirán diez años de la tragedia.
Fotografías recientes lo muestran en una silla de ruedas. Él, que caminó libre por mil escenarios, ahora está condenado a recordar el tiempo en que estuvo encarcelado.
Lejos están los días en que fue pareja de la novia de México: Angélica María; lejos los días en que escribió guiones para películas de su novia; lejos las tardes en que el LSD era el viaje para hallar el registro del regreso. Ahora, cuentan sus allegados, no hace más que beber y ya no bebe las cascadas de agua tambor que bebía antes, ni fuma las nubes oscuras que fumaba antes. Ahora bebe el trago que beben los otros, los que no son como él, los que poseen su memoria intacta, salvo algunos lapsus ocasionales provocados por la borrachera fenomenal. La vida de José Agustín dejó lo fenomenal y adquirió el absurdo rostro del mal.
Una tarde, José Agustín cayó a un foso. Volvió por obra y gracia de los médicos, pero volvió sin memoria, sin la materia prima para escribir. ¿Qué hace un escritor que escribió siempre y no puede volver a hacerlo? ¿Bebe todo el día? ¿Se bebe el día, la tarde y la noche, la noche que no tiene estrellas?
Un día se accidentó el escritor de La Onda, ¡qué mala onda!