jueves, 7 de marzo de 2019

CARTA A MARIANA, CON HILOS DE MARZO




Querida Mariana: Todo mundo lo dice: Febrero loco, marzo otro poco. Lo digo, porque la mañana del seis de marzo lloviznó tantito. El piso estaba mojado. De las tejas caía una ligera cortina de gotas frías. Yo iba en auto hacia el parque central e hice alto total en una esquina de uno y uno. Dos señoras estaban en la esquina, por lo que debí alargar mi cuello para ver si venía auto, porque ellas interrumpían mi visión, entonces escuché que la señora que tenía una bolsa de mandado le dijo a la otra que llevaba una carriola, pero sin bebé: “Mirá el cielo de aquel lado, todo claro, en cambio, mirá de este lado, todo oscuro”. Yo vi primero hacia el cielo claro y luego en el espejo lateral vi el cielo oscuro. La otra señora vio también hacia los dos lados y luego, con cara de sabia del Meteorológico Nacional, dijo: “Qué pue, es un cielo bipolar”. A mí me pareció una frase muy ingeniosa. Estuve a punto de preguntar el nombre de la señora, a punto de recomendarle que patentara su frase, que la registrara como una genialidad lingüística, porque luego muchas frases simpáticas y curiosas andan con el membrete de “dominio público”, pero no pude hacerlo, porque ya se despedía de la otra con la siguiente frase: “Sigamos pue caminando sin sombra” y vio hacia el piso. Yo pensé que eso era otra genialidad, como la mañana estaba gris, sin un cordel de sol, los caminantes andaban sin sombra. ¿Mirás qué genialidad? Nunca me había dado cuenta de ello. Mi abuela Esperanza decía que Javier (quien cumplió años el seis, el mismo día del que te cuento esta historia) era “como mi sombra”, porque todo el día andábamos juntos. Ahora pienso que Javier y yo hemos seguido caminando, pero a veces lo hacemos sin sombra. La vida es así.
La frase del cielo bipolar llamó mi atención porque se acerca, poquito, pero se acerca al fenómeno poético, en que características propias de los seres humanos se atribuyen a la naturaleza o viceversa.
El poeta Efraín Bartolomé dice en uno de sus poemas: “Éste es el canto de tu cabello largo como la tarde”. ¿Mirás qué bonito? “Tu cabello largo como la tarde”. Don Efraín es ¡poeta!
La señora dijo lo que dijo sin conciencia. Desde hace tiempo escucho que muchas personas son calificadas de bipolares, se supone que conozco a una conocida que posee tal trastorno, porque en un instante, sin causa aparente, pasa de un estado afectuoso a un estado de encabronamiento supremo. ¿Qué le provoca tal cambio de ánimo? Los médicos dicen que es un trastorno bipolar.
Ya en plan de chunga, María dice que Elena (la odia, no puede verla ni en pintura) también es bipolar, porque es tan putita que siempre anda con una calentura insufrible, siempre y cuando no aparezca el marido, porque en cuanto éste aparece, ella pasa a la frigidez absoluta de una virgen hipócrita, pero esto es broma.
A mí me pareció simpática la frase que dijo la señora que llevaba una carriola sin bebé. Ahora que lo escribo pienso que el comportamiento de ella no era muy normal. ¿Quién lleva carriolas sin bebé? La otra frase que dijo también era una frase no común: “Sigamos caminando pue sin sombra”. Ahora que lo escribo ya no me parece tan simple, pienso que tal vez la sombra era el bebé y ella caminaba sin sombra, porque en la carriola no llevaba un bebé.
¡No! Esto que digo ya no tiene sustento. Todo fue muy sencillo, casi ingenuo. El cielo comiteco tenía una gran nube cargada de agua por un lado, y por el otro estaba claro, por eso la frase; y la señora llevaba una carriola sin bebé porque, tal vez, iba por su bebé a casa de la abuela.
Digo que la frase llamó mi atención porque salió del camino de lo trillado. Hace días, me senté en una banca del parque central y, sin querer, escuché lo que platicaban dos mujeres, ya de edad, que estaban sentadas en el otro extremo de la banca, una de ellas dijo que doña fulana (no escuché el nombre) tenía alzhéimer, “su memoria ya es un cabito de vela”, remató. ¡Uf!, pensé que esa era una bella imagen para tan nefasta enfermedad, era tan bella que incluso le quitaba la cara de miseria que tiene esa dolencia que agota, poco a poco, la memoria. “Un cabito de vela”, es decir, ya casi nada, apenas da luz a la estancia del recuerdo.
Una vez, una amiga me dijo que yo inventaba todo lo que escribía. Le dije que no, le dije que algunas líneas eran ficción, pero muchas aparecían en la esquina menos pensada o en la calle más transitada. Ahora ya nunca olvidaré esa frase de “Cielo bipolar”, bueno, claro, hasta que mi memoria sea ya un cabito de vela.