lunes, 11 de marzo de 2019

TARDE DE POEMURAL




Roberto López Moreno estuvo en Comitán. Roberto, niño fuego, palabra lumbre, alumbre.
Estuvo en el Centro Cultural Rosario Castellanos. El poeta Arbey Rivera, director de la institución, hizo la presentación. Roberto estuvo delante del mural que pintó Mario Pinto Pérez, un mural con imágenes prehispánicas, con un jugador de pelota.
Juego de palabra es lo que juega Roberto niño, niño luz, niño destello.
Arbey mencionó que el lugar era a propósito. ¿En qué lugar debía estar el poeta de los poemurales? ¡En lugar de murales, por supuesto!
Roberto López Moreno pinta lienzos sobre el aire con su palabra. Al estilo de los artistas de Bonampak construye edificios con el verbo, con la lengua de todos los tiempos, los idos y los por venir.
Roberto estuvo contento, dijo que se sentía conmovido por estar en Comitán. La audiencia (mínima, casi selecta) también se conmovió con su palabra de juego de pelota, de frontón, palabra pelota de caucho.
El poeta comentó que una tarde, de muchas tardes repetidas, iguales y distintas, en compañía del concertista de La Trinitaria, José Antonio López Gordillo, realizó, en la Ciudad de México, actos culturales donde la música y la palabra eran el juego de la vida, dijo “con poesía mía, como todos los días, como la sandía”. Y como José Antonio López Gordillo estaba presente en la sala le preguntó si podían repetir tal aventura artística, le dijo: “Como ahora no tienes guitarra, puedes silbar. Así sería un silbido y un poema”, pero José Antonio no chifló, pero Roberto sí leyó fragmentos de un poema del libro que presentó “Lengüerío”: un fragmento y otro fragmento; y como Roberto es, también, experto en ritmos musicales ¡cantó versos! Dos chicas que estaban en la audiencia sonreían cada vez que Roberto, como si fuera José Alfredo o Luis Miguel, tarareaba las sílabas, las colgaba en el mismo cordel donde los pregoneros ofrecen sus productos, porque Roberto también imitó la voz de los pregoneros y, tal vez, en algún momento fue como una tiuca, como un cenzontle, y también silbó.
Roberto, niño trompo, niño cuerda.
Roberto estuvo en Comitán, delante del mural que pintó Mario Pinto Pérez, y pintó un poemural en el aire de este pueblo. Roberto, niño huella, niño nube. Él, desde siempre, ha sido un rebelde, un insatisfecho, un eterno buscador de nuevos modos de decir las cosas. Dijo: “Se ha creado una forma de formas: el poemuralismo”. Y él es el descubridor de esta estructura verbal, que a unos les parece un hallazgo, a otros un mero juego y a muchos la mezcla de ambos: Es un juego donde las piedritas forman muros, muros que iluminan, que minan, que timan y, a veces, arriman con rima.
Tomó el libro con la mano derecha y, mientras leía, su mano izquierda se movía de arriba abajo para reafirmar el ritmo. Uno no sabe si la voz es la que mueve el brazo o éste es el fuelle que, como ala, produce el vuelo.
Roberto llegó a Comitán, se presentó delante de un mural que tiene un jugador de pelota. Su palabra chocó contra la pared del aire y regresó al oído de su audiencia, una y otra vez, machacante, sigilosa, atrevida, rebelde, inconmensurable.
Roberto estuvo en Comitán. Llegó como el aire, como el incienso, como plegaria en la penumbra de un oratorio. Jugó el juego que juega siempre. Después de todo, Roberto no es más que un niño, un niño de mil piedras, incluida la Piedra Grande de su Huixtla.