martes, 31 de marzo de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN DÍA SÁBADO QUE CAE EN OTRO DÍA




Querida Mariana: Romina no se apellida Bonifaz ni se apellida Albores, pero, a veces, se avienta algunas anécdotas que suenan como sacadas del mejor inventario de don Óscar o de doña Lola. Por eso, cuando me contó lo que me contó, al principio no lo creí. Pensé que era una ingeniosidad, porque me reí, me reí bastante, y vos sabés que yo soy escaso para esas cosas del goce a ventana abierta.
Un día, hace ya tiempo, me contó que no sé quién llegó a ver a su tía Sofía y, muy preocupada, se sentó en un butaque y le dijo: Estoy muy apenada, ¿qué pensás? Dicen que este año el sábado de gloria caerá en lunes.
Sí, me hamaqueaba de la risa. Era una anécdota simpática, muy de por acá, muy al estilo Comitán. Pues resulta que, ahora, como lo ves en esta fotografía, se hizo realidad la predicción. Mi amiga Paty me pasó copia. Es (¡de verdad!) un calendario comercial de este año. ¿Ya miraste? ¡Es una joya! A Paty le dije que lo conserven para siempre. Es como esos sellos postales o monedas o billetes que habían sido impresos con algún error. Este error hacía que dichos objetos se volvieran buscados por coleccionistas e incrementaban su valor. Hay un sello postal de los Estados Unidos de Norteamérica, de dos dólares, donde un avión fue impreso de cabeza (así estaba la mente del impresor). Bueno, el sello es valioso por dicho error.
Y ahora viene a parar a mis manos (y ahora a las tuyas) este calendario con una errata sensacional. ¡Qué maravilla! Es de antología, es de risa loca. El jueves 9 de abril será jueves santo. ¡Bien! El viernes 10 de abril será viernes santo. ¡Bien! El sábado 11 será sábado de gloria. ¡Bien! Y acá viene lo bueno. Tal vez, adelantándose a los tiempos del COVID-19, el impresor pensó que estos días santos no serían conmemorados, por lo de estar en casa, e hizo que el sábado 18 de abril se repitiera el jueves santo, y ya encarrerado, pues el domingo 19 lo convirtió en viernes santo y el lunes 20 (¡faltaba más!), lo convirtió en sábado de gloria. ¿Mirás? Lo que la amiga de la tía Sofía había dicho ¡se cumplió! Este año, el sábado de gloria cayó en lunes. Y como no hay fiesta sin recalentado, pues el martes 21 será el domingo de resurrección, porque en la fecha que le correspondía no lo celebró.
No habrá celebraciones multitudinarias en esta semana santa, por la pandemia, pero, cuando menos en este calendario, celebraremos la semana santa en dos ocasiones. Que se repita, que se manifieste la fe con toda convicción.
Le pregunté a Paty si no era una foto truqueada. Me aseguró que no. ¡No! Así salió el calendario, con error.
Pensé que era bueno que ahora los papás ya no sacan del calendario los nombres de sus hijos recién nacidos. ¿Imaginás que a la niña que nazca el sábado 18 la bautizaran con el nombre de jueves santo, porque así lo marcaba el calendario? ¡Ah, ya te miro siendo madrina de la criatura que nacerá el martes 21 de abril de 2020 y se llamará Domingo de Res! Sí, así dice el calendario: Domingo de Res. Ya en pleno chacoteco podemos decir que también hay Sábado de Vaca y Viernes de Toro y Jueves de Chivo.
¡Qué prodigio! A veces uno cree que todo es fruto de la imaginación, pero ya muchos escritores famosos nos han dicho que, en muchas ocasiones, la realidad supera a la ficción. Este caso es uno de ellos. ¿Cómo lo mirás? El sábado de gloria caerá en lunes.
Posdata: Los que tienen la costumbre de festejar su santo, deben estar molestos con este calendario errado. El martes 21 es día de San Anselmo (en el calendario sin errata). Yo tengo un amigo que se llama Anselmo. ¿Y ahora? ¿Cómo decirle que su santo ya no se celebra ese día, porque el martes 21 se celebra a Domingo de Res? ¡Qué buey!

lunes, 30 de marzo de 2020

CARTA A MARIANA, DONDE SE DICE QUE VEINTE AÑOS SON ¡VEINTE AÑOS!




Querida Mariana: El título es una perogrullada, pero lo digo porque el tango dice que “veinte años no es nada”. Bueno, si analizamos la frase hallamos que tiene razón, porque dice el maestro Jorge que una doble negación es una afirmación. Si decimos que veinte años es nada, entonces decimos que veinte años es polvo; en cambio, si decimos que veinte años no es nada, decimos que es algo, que es veinte.
Esto para decir que la foto que anexo corresponde a uno de los actos de celebración de los cincuenta años de fundación del Colegio Mariano N. Ruiz. Mi colegio (estudié ahí la educación secundaria y ha sido mi lugar de trabajo por más de treinta años) lo fundó el padre Carlos J. Mandujano García en 1950. En el año 2000, se realizó una serie de actos que celebraron, con júbilo, los cincuenta años de vida. Esta fotografía es de ese año (2000) y fue tomada en los corredores internos de la Casa de Cultura, de Comitán.
En este año, veinte años después, reflexionamos en que veinte años son ¡veinte años! Este año, los Marianitos celebramos, con igual júbilo, los setenta años de vida que han sido vitales para estudiantes, maestros, padres de familia y directivos de la institución. Dije ¡setenta años de vida!, porque eso han sido: una vida llena de alegrías, de conocimientos, de triunfos, de fracasos. Cientos de alumnos se han conocido en sus aulas. Yo conozco a muchas parejas que ahí se hicieron novios y luego se casaron y forman familias bien avenidas. Acá, en esta foto de celebración, está en primer plano una pareja de ex alumnos que ahora son pareja. Está Arnulfo Cordero Alfonzo y su esposa Ana Elena Rodríguez Tovar. Por ahí, detrás de Ana Elena, aparece el licenciado Roberto Trujillo y, frente a él, el maestro Jorge Gordillo Mandujano (pilar fundamental del crecimiento de la institución educativa). Todo son risas, asombros, jolgorio. En ese primer panel están expuestas dos fotografías enmarcadas, la primera (con una serie de fotografías tamaño infantil) es el cuadro de honor de los alumnos que estuvieron en el colegio durante 1950-1957, ahí están los alumnos fundadores; en el otro marco están las fotografías de dos alumnos de los años setenta: Arnulfo y Ana Elena. El día que fue tomada esta fotografía, Arnulfo era el presidente municipal de Comitán y Ana Elena la presidente del DIF municipal.
Si mirás los siguientes paneles hallarás que todos exhiben fotografías de diversas generaciones. Son generaciones de secundaria (la secundaria inició en 1965). Hay una mano que señala algo, esa mano (bendita mano) es la de Luis Aguilar, el escultor comiteco (quien también es Marianito.) Luis comenta que, en clase de modelado en plastilina, con el maestro Güero, cimentó su vocación escultórica. El maestro Güero -Javier Mandujano Solórzano- fue el primer director de la escuela primaria del colegio, en los años setenta impartía dibujo técnico, modelado en plastilina y la materia de física, en educación secundaria; amigo íntimo de Rosario Castellanos fue un espléndido artista plástico. Quien sonríe ante el comentario de Luis Aguilar es Xavier González Alonso (también Marianito). Hoy, veinte años después de esta foto, Xavier posee El Dorado, en Tzimol, que es como un cachito de El Paraíso. El Dorado es un santuario para colibríes y para espíritus sosegados que saben disfrutar las bendiciones del río y de la arboleda de aquella región.
Veinte años ¡son veinte años! Al término de la serie de paneles aparece una cabecita blanca, es ¡la maestra Maty! Por fortuna, todos los que he mencionado siguen vivos, aportando sus granos de arena en la conformación de nuestra sociedad, salvo la maestra Maty, ella ya falleció.
Cuando una persona ve una fotografía de generación de alumnos, en la mayoría de casos, siempre hay uno o dos compañeros, dos o tres maestros, que ya fallecieron. Como en la cinta “La sociedad de los poetas muertos”, el profesor Keating (de todos los tiempos) se para frente a esas fotografías y al advertir que hay muertos dice: “Carpe Diem”, que, como vos sabés, en traducción libre significa: “Aprovecha el día”, porque no hay más. Todo es el instante presente.
El Colegio Mariano N. Ruiz celebra en este 2020 ¡setenta años de vida!, y lo hace aprovechando cada día de todos los días. El colegio celebra una vida plena, de pleitos estudiantiles; de papelitos a la compañera que nos gusta; de besos robados; de copia de exámenes; de pegar chicle en el asiento del maestro (o peor, chinchetas); de chismógrafos; de bulling para los apocados; de carreras en el patio y de encestes o goles en las canchas; de miradas cómplices; de dieces en las boletas o cincos rojos, rojísimos; de compra de exámenes; de castigos; de diplomas de excelencia; de toqueteos en plena clase; de gargajazos en la lonchera del compañero descuidado; de trabones de pie a mitad del patio; de aventones; de risas; de llantos; de actuaciones en obras de teatro; de presentaciones al frente del salón; de compañeros que auxilian al que usa muletas; de ruegos a todos los santos para pasar matemáticas y mil esencias más.
Posdata 1: La generación de Luis y Xavier ya cumplieron cincuenta años de haber egresado. Las generaciones de Arnulfo y de Ana Elena están por cumplir los cincuenta años de haber egresado, la generación de Arnulfo en el 2021 y la de Ana Elena en el 2022.
Posdata 2: La fotografía es del archivo del Colegio Mariano N. Ruiz.

sábado, 28 de marzo de 2020

CARTA A MARIANA, DONDE SE PONE BUENO EL CHISME




Querida Mariana: En nuestra sociedad existe la creencia de que las mujeres son muy chismosas. Algo hay de cierto. A las mujeres del pueblo les encanta el chisme. Pero, en el pueblo, los hombres no cantan mal las rancheras.
Yo he visto a muchos amigos, reunidos en los cafés o en las cantinas, aventar los chismes con la misma facilidad con que los pescadores tiran la atarraya en la costa de Chiapas.
El otro día tomé la foto que te anexo. Llamó mi atención el título: “Lo que callamos los choferes”. Entiendo que la frase retoma la que da título a un programa de televisión: “Lo que callamos las mujeres”, programa que cuenta historias que sufren las muchachas y las señoras.
Los triunfos y los logros se cuentan a toda voz, a todo el mundo, pero los dolores, los secretos y las historias nefandas se callan. Esas historias son las que callan las mujeres y, ahora me entero, son las historias que callan los choferes, porque ¡vaya que los choferes se enteran de mil cosas! ¡De mil y más, muchas más!
La historia de la literatura cuenta más de dos casos donde escritores han trabajado de choferes (sin necesidad económica), para escuchar las historias de los pasajeros.
Los choferes callan; los peluqueros callan; los boleros callan. Si los choferes, peluqueros y boleros no tuvieran la decencia del secreto de confesión, el mundo ya habría explotado. Ellos (junto con las chicas que atienden estéticas) se enteran de mil cosas, de mil cosas que, en ocasiones, son historias que se acercan al territorio de lo prohibido.
Te conté que en una ocasión mi tío Juan, que era sacerdote, me obsequió un libro que a él le habían obsequiado. Mi memoria me traiciona en este momento y he extraviado el título, pero era algo como Secretos del Confesionario. El autor (un ex sacerdote) narraba una serie de confesiones eróticas. A final del texto el lector concluía que en el confesionario los sacerdotes se ven expuestos a la tentación. ¿Recordás la serie cómica de televisión donde Chabelita le expone sus pecados al padre Otero? Era algo gracioso, pero, en el fondo, daba idea de lo que se cuece en los confesionarios. Por ahí, ya de manera más seria, está lo que primero fue una novela de éxito y luego se convirtió en película de igual éxito: El crimen del padre Amaro. Pobres los sacerdotes que deben escuchar las pasiones escondidas de las mujeres. Estas pasiones son lo que, en público, callan las mujeres, pero que exponen con detalles en la penumbra de los confesionarios. Siempre pregunté por qué (cuando menos en mis tiempos de niño) a los hombres les tocaba confesarse frente al sacerdote y a las mujeres les tocaba estar adentro de los reservados. El sacerdote veía los rostros de los pecadores, pero los rostros de las pecadoras las veía en forma velada. Nunca nadie me dio una explicación. Mi papá repetía un dicho que había aprendido en su juventud: “Entre santa y santo, pared de cal y canto.”; es decir, ni la santidad se salva de la tentación. El libro que mi tío me obsequió contaba historias, historias que callan las mujeres.
Tengo un amigo que es taxista. Cuando subo a su taxi lo escucho. Me habla de lo cotidiano, de lo que sus pasajeros le platican. Hay señoras que, en cuanto se suben al taxi, abren la llave de su corazón y se desparraman. Una mañana que me llevó a la terminal de la Cristóbal Colón, porque viajaría a San Cristóbal de Las Casas, mi amigo (le llamaré equiserre) me contó que una señora, como de setenta años o un poquito más, se sentó en el asiento delantero. Esto llamó la atención a equiserre, porque, por lo regular, las señoras se sientan en el asiento posterior. Colocó el bastón al lado de la palanca de velocidades y le dio la dirección que llevaba anotada en un papelito. Equiserre tomó rumbo. La señora sacó un pañuelo y comenzó a llorar. Equiserre es un taxista respetuoso, está acostumbrado (casi como si fuera chofer de Uber) a no intervenir, salvo que el cliente lo pida, pero la señora no paraba de llorar, así que mi amigo se estacionó y le preguntó a la señora si se sentía mal (Equiserre me dijo que él se sintió bobo al hacer esa pregunta, pero fue el único recurso a su mano). La señora, moqueando, dijo que no, que estaba bien, que siguiera conduciendo. Mi amigo siguió la ruta, llegó al domicilio indicado, la señora abrió la portezuela, sacó un pie, luego el otro y tocó en un portón negro que se abrió de inmediato. La señora desapareció. Equiserre pensó que la vieja no volvería. Prendió el motor y echó a andar, cuando se dio cuenta que la señora había dejado olvidado el bastón. Detuvo la marcha, tomó el bastón y fue hacia la casa. En los diez pasos que dio pensó que no le reclamaría el pago, le diría: “Olvidó su bastón”, y se lo entregaría. Tocó. La puerta se abrió de inmediato. No había nadie. Metió tantito la cabeza y vio un largo zaguán y un ringlero de cuartos. Pensó entrar, pero se detuvo. Mi amigo padece un terror proverbial a los perros. Vio que en la entrada de uno de los cuartos había un trasto con croquetas grandes. Se agachó para dejar el bastón, pero luego pensó que alguien más podía robarlo y luego la señora (tras no basta) podría acusarlo de ladrón. Regresó a su auto, lo prendió y echó a andar. Movió el brazo derecho y dejó el bastón en el asiento posterior. En la esquina, una mujer que cargaba un ramo de flores le hizo la parada, subió al asiento posterior, cogió el bastón y pidió permiso para dejar el bastón en el piso. Cuando equiserre dijo que sí, escuchó que la mujer decía que ese bastón se parecía mucho al que usaba doña Esperancita y contó que doña Esperancita había muerto el mes pasado.
¡No! Le dije a mi amigo. Me estás tomando el pelo, le dije. Él detuvo el taxi y me vio (yo viajaba en el asiento posterior) y me preguntó: ¿Qué no querías que yo te contara una historia rara de taxista? Le dije que sí, pero que el escritor era yo y no él. Ahí donde estás sentado se sentó la mujer. ¿Te digo adónde llevé a la mujer? A ver, a ver, dije yo: Al panteón. Él volvió a ver al frente y avanzó como si nada. Yo pensé no pensar más en su historia, sólo le pregunté qué había hecho con el bastón. Me dijo que al llegar al panteón la mujer le pagó, se bajó y le dio las gracias. Él dejó que la mujer avanzara, tomó el bastón y bajó de su taxi y fue a dejarlo en uno de esos estrechos pasadizos que hay entre tumba y tumba. Vio frente a él una tumba reciente, que apenas tenía una cruz de madera nueva, bien barnizada, unas flores ya secas y un letrero con el nombre de la difunta… ¡No, no!, le pedí que no dijera más.
A veces no me cuenta historias como la que acabo de contarte, a veces me cuenta historias más jocosas, como la de una pareja que subió (era ya de noche) y el muchacho le dijo que sólo querían dar un paseo por el libramiento. ¿Cuánto les cobraba? Equiserre dijo que trescientos por media hora, el muchacho metió la mano a su pantalón, sacó un billete de quinientos y se lo dio. Sólo una cosa pedía, que no viera hacia atrás. Y Equiserre dijo que guardó el billete y manejó con la vista al frente, con las dos manos sobre el volante, a velocidad moderada, mientras escuchaba que atrás la muchacha jadeaba.
O la vez que dos muchachos varones subieron al taxi (ya era de noche, también) y uno de ellos, en voz baja, le dijo que los llevara al motel.
O la vez que subió una pareja y platicaban en susurro hasta que el hombre se hizo para adelante, colocó sus brazos en la parte superior del asiento y le preguntó a Equiserre qué pensaba de la virginidad. La muchacha no dejó que mi amigo respondiera, pidió que se detuviera y bajó del taxi. El muchacho se quedó arriba, volvió la mirada para ver por dónde caminaba la chica, le dijo a Equiserre que siguiera y se recargó sobre el asiento, dijo: “Todas son unas putas”, y luego preguntó a mi amigo si ya le había dicho adónde lo llevaría. Equiserre dijo que sí, que serían cuarenta pesos. El muchacho sacó un billete de cincuenta, se lo dio a mi amigo y le pidió que detuviera el taxi, abrió la portezuela y bajó corriendo. Corrió hacia donde la chica se había bajado.
Posdata: Miles de historias. Los taxistas no las cuentan, más que a sus íntimos. Si las historias son comprometedoras sus bocas se vuelven tumbas. En las combis también se dan historias maravillosas. Algunas son historias con final feliz, otras son con final trágico.
Parece comprensible que hay más cosas que callan los choferes de la Ciudad de México, porque allá son millones de hilos los que se entrecruzan a diario. Pero acá no cantamos mal las rancheras Mi amigo Equiserre es casi una tumba. No da nombres. A veces cuenta historias, pero sin dar datos precisos acerca de los protagonistas. Sabe de infidelidades, pero, como si fuera un sacerdote, respeta el secreto de confesión. Cuando le pido que no dé nombres, pero que dé detalles, sonríe y me dice que soy un perverso y me cuenta historias tiernas, como la de la mamá que subió con sus dos hijos y le pidió, por favor, que los llevara al lugar donde crecían las nubes y le guiñó un ojo. Equiserre me contó que los llevó por una calle (una subida) que va del Cedro a la Cruz Grande, por donde está una veterinaria y que es un lugar donde está sembrada una mata de algodón en plena banqueta. Cuando les señaló la planta, los niños gritaron felices. La señora no sabía cómo agradecer el gesto. Al final pidió que los llevara al parque de San Sebastián y le dio un billete de cien pesos.
Cuando me lo contó yo estaba conmovido, pero mi amigo deshizo mi inocencia y me dijo: Conociéndote como te conozco vos habrías dicho que esa mata sólo podría servirle a una muchacha bonita que tuviera urgencia de una toalla sanitaria.
¿Me conocerá o me hablará al tanteo?

viernes, 27 de marzo de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN JUGUETE CON RAÍCES




Querida Mariana: A Julio Cortázar, mi escritor de cabecera, le gustaba forzar su memoria. Estaba convencido que en alguna gaveta de su memoria estaban acomodados todos los recuerdos de su niñez. A veces juego el juego de Julito.
Ayer saqué una silla al patio (pequeño, que también funciona como cochera), cerré los ojos y, mentalmente, viajé hasta mi casa de infancia. ¿Podía pepenar alguno de los juguetes que tuve de niño? Apareció el juguete que siempre está en mi memoria, un conejito de cuerda que tocaba un tambor y que mi papá me trajo de La Línea (frontera con Guatemala). Ese juguete es uno de mis recuerdos más entrañables, inolvidables. ¡No servía para el juego! El juego de Julito exige ir más allá, hasta dar con algo que permanece en el olvido, que nunca sale a flote. Seguí intentando, sin forzarlo, para que todo fluyera de manera regular.
Algo comenzó a aparecer en mi mente, algo que no estaba presente al iniciar el juego, pensé que iba bien, era algo como una regleta de color blanco. ¡Dios! Cuando se adueñó de mi memoria me di cuenta que era un chunche que compré cuando estudiaba ingeniería en la UNAM. ¡Ah, mi memoria! ¡Qué traviesa! Pasó de mi infancia a mi adolescencia, pasó, sin decir ¡agua va!, de Comitán a la Ciudad de México. ¿Por qué apareció esa regla de cálculo? Porque andaba caminando por mi memoria y mi memoria es como un gato que pasa de un tejado a otro sin mayor problema.
Fue imposible regresar al juego de Julito. Me di por vencido, la regla de cálculo había cerrado la gaveta y ya no podía hurgar más adentro.
Me sentí mal. Primero porque la regla de cálculo no era un juguete (en su momento casi casi fue una pieza de tormento, como esas máquinas que usaban los de la Santa Inquisición) y luego porque me había sacado del patio de mi casa y me había enviado a los campos de Ciudad Universitaria. No estaba mal. Tengo gratos recuerdos de Ciudad Universitaria. Pero no estaba bien, porque yo deseaba estar en los corredores de mi casa de infancia en Comitán.
¡Imposible! Cuando mi mente entra a un laberinto ya no sale, se interna más y más y luego comienza a andar por lugares inimaginables.
Así que mi mente me catapultó a CU: caminé con mis libretas por las islas, miré la Torre de Rectoría, la Biblioteca Central (donde leí muchas novelas y cientos de libros de cuentos), caminé hacia mi facultad, entré en la biblioteca de la Facultad de Ingeniería (donde no había novelas ni cuentos), me senté ante una mesa, abrí una libreta y saqué (de la bolsa de mi pantalón) la famosa regla de cálculo. Nunca fue un juguete, ¡no! ¿Cómo explicarle a mi mente? La regla era el chunche auxiliar para hacer operaciones matemáticas, desde divisiones hasta raíces cuadradas.
Ahora que lo escribo siento un desasosiego, como si tomara una cucharada de la medicina más amarga. No era feliz con ese instrumento, ¡no! Mi felicidad, en ese tiempo, estaba en la biblioteca central. Cuando la empleada de la biblioteca me entregaba el libro solicitado (hacé de cuenta “Estas ruinas que ves”, de Jorge Ibargüengoitia) y yo me sentaba ante una mesa y leía, yo era feliz, era como regresar a mi casa de infancia en Comitán, al patio central donde leía revistas de monitos, sentado en una gradita y recibiendo el sol de las ocho y media de la mañana.
Pienso que nunca fui feliz jugando con el ábaco en el jardín de niños. ¡No! Fui feliz cuando escuchaba los cuentos que, en las noches, me leía mi mamá. No fui feliz resolviendo el problema que el maestro Beto nos ponía en la primaria: Martha tenía cuatro manzanas, si daba una a su hermana Lilia y otra a su hermano Luis, ¿cuántas manzanas le quedaba a Martha? ¡No! Era feliz cuando salía de la escuela, llegaba a la casa y, mientras Sara me servía la sopa de poro, yo leía el Memín Pinguín o el Kalimán.
Mi mente retorcida me hizo una mala jugada, en lugar de entrar a la gaveta donde está escondido un juguete de mi niñez que no recuerdo, me aventó, como un auto avienta una piedra en la carretera, un chunche que se llama Regla de Cálculo y que hoy es parte de los museos de ciencia y tecnología.
Me levanté, recogí la silla y la regresé a la sala. El juego de Julito no lo había jugado bien.
Ya sentado en un sofá, recordé que una tarde llamé a mi papá desde la Ciudad de México y le dije que, por favor, me enviara dinero, porque, en la clase de quién sabe qué materia, el maestro me exigía comprar una regla de cálculo. Y mi papá me envió el dinero en un giro telegráfico y yo compré un chunche similar al que aparece en esta foto y lo llevé a la universidad y lo usé para hallar la raíz cuadrada de quién sabe qué asunto.
Posdata: No, este chunche no fue un juguete. No me hizo feliz como sí me hizo feliz el conejito de cuerda que mi papá me regaló.
En el juego de Julito, mi mente se rebeló y me mandó hasta la facultad de ingeniería de la UNAM. Pucha, qué camino tan sinuoso. Yo quería caminar por los corredores enladrillados de mi casa, los que olían a humedad, los que tenían macetas llenas de helechos, los que aún preservan el juguete que no logro recordar.
Tal vez otro día, otra tarde, logre jugar el juego de Julito y encuentre un juguete que está perdido en mi memoria. Sé que ese recuerdo me hará feliz, muy feliz.

jueves, 26 de marzo de 2020

CARTA A MARIANA, SÓLO PARA RECORDAR




Querida Mariana: Esta fotografía la compartió el maestro Temo Alcázar en las redes sociales. Todo mundo en el pueblo sabe que al maestro le decimos “El eterno joven de Comitán”. Él nació en 1940 y su apariencia física y espiritual no representan los ochenta que ya cumplió o está a punto de cumplir. ¡ochenta! El licenciado Jorge De la Vega, le lleva ocho años, pero, de igual forma, está pleno de facultades.
El maestro subió la foto y comentó lo siguiente: “Sólo para recordar. Foto tomada en 1957. Temo Alcázar tocando el único tambor que había”. Así pues, en esta fotografía, el tamborero tiene 17 años.
Cuando el maestro Temo cumplió diecinueve años, Günter Grass publicó su novela “El tambor de hojalata”, texto donde el personaje, Óscar Matzerath, toca un tambor y decide no cumplir más de tres años.
Bueno, parece que el maestro Temo (también tocador de tambores) decidió no cumplir más años de los que acá tiene. Hay personas que cultivan el don. El maestro Temo es ejemplo de disciplina deportiva.
Grass obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1999; es decir cuarenta años después de haber publicado su novela “El tambor de hojalata”. De igual manera, el maestro Temo ha acumulado a lo largo de su vida una serie de reconocimientos. El reconocimiento más rotundo y afectuoso es el que le prodiga su pueblo al nombrarlo: El eterno joven de Comitán.
Cuando vi la fotografía de 1957, le pregunté al maestro Temo qué había en la casa contra esquina del templo de El Calvario. Debo decir, querida mía, que la barda al lado de donde toca el tambor el maestro ya no existe. Ahora, en ese lugar, hay una placita bien bonita.
Así pues, ¿qué había en la casa contra esquina del templo? El maestro (cronista de Comitán) corroboró mi recuerdo. Me dijo que ahí estaba la tienda de don Belisario Mandujano. En mi recuerdo de niño esa tienda nunca se llamó como el maestro la nombra. Yo siempre la llamé la tienda de doña Angelita, que era la esposa de don Belisario, tal vez la privilegié siempre a ella, porque no recuerdo que él me atendiera cuando fui de compras. Recuerdo a doña Angelita. Mi mamá recuerda a doña Angelita como una mujer chaparrita, de trenza. Así la recuerdo yo.
Y digo esto, porque yo nací en Comitán el año de la foto del maestro Temo. Quiero imaginar que esta fotografía corresponde al desfile conmemorativo del 20 de noviembre, que es tradicionalmente un desfile deportivo. El niño del tambor marca el paso del contingente del Club Deportivo Río Escondido, de don Arturito Gómez.
Y le pregunté al maestro porque recuerdo (mi mamá lo confirma) que en la tienda de doña Angelita vendían todo lo relacionado a mercería (hilos, agujas, botones, encajes, listones) y en temporada de navidad vendían esferas, escarchas, luces de bengala y vestidos para niños Dios. Pero, yo iba a la tienda de doña Angelita, porque también vendía juguetes. En los estantes de madera apilaba máscaras de luchadores, carritos de madera, pelotas y más juguetes. Recuerdo tres cosas que ahí compré de niño: una máscara de luchador, un cohete que le ponía fulminantes en la punta que explotaban a la hora de aventarlos y chocar con el piso. El cohete siempre caía de trompa, porque ahí se concentraba el peso. Dije tres juguetes. Sí, el tercer juguete que compré ahí fue un tambor, un tamborcito.
Ya te conté que uno de los juguetes más amados fue uno que me regaló mi papá al regreso de una ida a La Línea (frontera con Guatemala). El juguete era un conejito de cuerda que tocaba un tambor. Así que cuando vi un tamborcito con sus dos baquetas en uno de los estantes de la tienda de doña Angelita lo compré.
Si la foto corresponde al desfile del 20 de noviembre ya tengo meses de nacido. Mientras el maestro Temo marca el paso, con el único tambor que tenía el Club Deportivo, tal vez yo mamaba o tomaba una papilla en el regazo de mi madre.
Posdata 1: Es una pena que la fotografía no sea más clara; es una pena, porque a mí me gustaría saber quién era el personaje que camina detrás del atleta que camina solo. ¿Ya viste que es de estatura pequeña, pero no es un niño? ¿Ya viste que lleva sombrero? ¿Juega a desfilar? Tal vez imagino de más.
El círculo que se ve en la fachada de la casa más próxima ¿es un anuncio de la Coca Cola? Va. Dejo de alucinar. Lo que sí es cierto es que en esa casa del círculo (el maestro me confió) había un hospedaje, el Hospedaje Cancino, de don Amador. Entiendo que, a la fecha, la propiedad sigue siendo de la familia Cancino.
Posdata 2: Juan Carlos Gómez Aranda vio la foto y comentó que su tío Arturo Gómez es quien comanda el contingente y el niño que va al frente es su hermano José Luis, que en paz descanse.
El maestro Temo subió la foto, sólo para recordar. A vos te enseñará cómo era tu pueblo el año en que nací.

miércoles, 25 de marzo de 2020

CARTA A MARIANA, CON CHIFLIDOS Y TOQUES DE CAMPANA




Querida Mariana: La foto es de fines de los años sesenta o principios de los años setenta. Sí, o es de 1969 o es de 1970. ¿Mirás? La foto cumple (o cumplió) cincuenta años. Al frente va el maestro Roberto Cruz de La Vega, quien actualmente radica en Monterrey. Elena dice que el maestro Roberto nació en 1949 (ni me preguntés cómo lo sabe); es decir, en esta fotografía él tiene 20 o 21 años de edad; él era maestro de grupo en la primaria del Colegio Mariano N. Ruiz y, como acá se ve, encargado de la banda escolar. Con sus zapatos lustrados, su atuendo blanco y corbata de franjas, lleva una corneta en la mano derecha, con la que (sin duda) daba los toques de ordenanza. Se alcanza a ver el silbato que cuelga de su cuello. Llama mi atención el ver que las órdenes se daban a través de silbatazos o cornetazos.
Para que me sirva de referencia, diré que el muchacho que va en primera fila, en el lado izquierdo, comandante de corneta es mi compadre Quique. Digo que me sirve de referencia para decir, entonces, que esa mañana de desfile debí participar en el contingente, porque Quique y yo, aparte de ser amigos, fuimos compañeros de aula. Por supuesto que yo vengo en el bloque de alumnos que no era parte de la banda ni de la escolta, ni de los portadores del banderín. Por lo regular, la escolta estaba formada por mujeres y quienes portaban el banderín del colegio, también eran mujeres. ¿Alcanzás a ver que, encima de la cabeza del maestro Roberto, se advierte el moño tricolor de la asta de la bandera?
En este instante, “los cornetas” no intervienen. El maestro y Quique marchan, con la vista al frente. Por el contrario, “los tambores” tocan redobles para marcha. El muchacho de la derecha (el de lentes) es Juan Avendaño Cancino, su mano izquierda, con guante blanco, está a punto de bajar para dar el baquetazo que completa el ritmo que es acompañado por el uno, dos, uno, dos, de quienes desfilan.
Los muchachos de los años sesenta o setenta entendíamos el lenguaje de silbatazos y de cornetazos. El padre Carlos (el fundador de mi colegio) siempre llevaba un silbato en su mano. Cuando era el receso, los alumnos salíamos al parque de San Sebastián, comprábamos las gordas rellenas de carne, preparadas por Cirito, nos sentábamos en las bancas del parque y al término del receso, escuchábamos el silbato del padre; nos parábamos, depositábamos la basura en el bote y regresábamos al salón. Obedecíamos a través de silbatazos. ¡No! No éramos borregos, éramos niños que reconocíamos las señales convenidas. En lugar de gritos, bastaba un silbatazo.
Tal vez no lo creerás, pero en ese tiempo también abríamos la puerta de casa cuando escuchábamos el silbato del cartero. Ese silbatazo significaba que teníamos correspondencia. En tiempos que los correos electrónicos o los mensajes por WhatsApp o a través de celulares no existían, la llegada de cartas era un momento sensacional.
Mi papá acostumbraba silbar. Cuando en casa deseaba que fuera donde él estaba, no hacía más que silbar. Yo, como el cordero fiel de la leyenda, dejaba de hacer lo que hacía y caminaba hacia donde estaba mi padre. Él me silbaba, era como un canario, como una hermosa tiuca.
No sé. Tal vez por eso ahora no soporto los gritos. Me acostumbré a escuchar sonidos como de cenzontle o de campanas de iglesia; me acostumbré a responder al llamado de los silbidos de mi papá. Me molesta cuando alguien, en la oficina, grita mi nombre y me llama desde su lugar de trabajo. Mi cuerpo y mi espíritu se resisten a ese llamado. Cuando el padre Carlos nos llamaba lo hacía con su silbato, como si fuera la locomotora de un tren, como si fuera un barco anunciando la llegada al puerto. Siempre que acudía al templo lo hacía al llamado de la campana.
¿Has visto cómo en las entradas de velas y flores, los grupos religiosos se concentran ante el llamado del tambor y del pito (flauta de carrizo)?
Posdata 1: A la derecha se observa un edificio de dos plantas, es la casa de don Arturo Pérez (su hijo Armando también fue mi compañero de aula, debe. Armando, igual que Quique, que Javier, que Miguel -que en paz descanse-, que Pedro, que Jorge, va en el contingente de estos alumnos que, con traje de gala, desfilan). En la esquina se observa un letrero de Café Conquistador, empresa que, se colige, tiene más de cincuenta años. El edificio que sigue es donde actualmente está la Biblioteca Pública Rosario Castellanos, y que fue asiento, durante muchos años, de la Escuela Federal Belisario Domínguez. Al fondo se advierte el edificio del mercado Primero de mayo. Hay algo como un hueco, entre la Federal y el mercado. Sí, en ese tiempo no existía el auditorio profesor Roberto Bonifaz Caballero, aún estaba la cancha Pantaleón Domínguez, cancha que, no obstante su condición modesta, al aire libre, era la catedral del básquetbol comiteco. Cuando caminaba frente a la cancha oía los gritos de los espectadores que se paraban para aplaudir un enceste del Camello o del Chenco, pero también escuchaba el silbato del árbitro. Era un sonido más discreto, pero de gran fuerza. A través de un silbatazo, el árbitro sancionaba una falta. Sí, nos acostumbramos a escuchar silbatos, campanas, flautas de carrizo, silbidos. En ese tiempo, los comitecos se paraban frente al zaguán de la casa y silbaban para avisar al compadre que saliera, que era hora del amigo, era un silbido de cuatro notas. Todo mundo lo reconocía.
Posdata 2: La fotografía pertenece al archivo del Colegio Mariano N. Ruiz.

martes, 24 de marzo de 2020

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA




Sí, soy de este pueblo. Un pueblo que se llama Comitán; un pueblo que ama la vida y preserva sus tradiciones. Soy del pueblo donde vive Jorge Quevedo, artista de la lente, con muy buen ojo. Esta fotografía la tomó Jorge una noche de febrero de 2020, corresponde a una entrada de velas y flores en honor a San Caralampio, imagen que aparece en esta imagen, con un vestido color lila, que hace juego con la luz que sale de la lámpara fluorescente de la pared.
La imagen es bella, es bella porque trasmite con precisión lo que esa noche sucedía. Los participantes de la entrada de velas y flores rasgaron la noche y dejaron que fluyera este río de vida, donde se ven monteras, máscaras y cintas de parachicos; donde se ven decenas de farolitos, que son como jaulitas transparentes que resguardan a los pájaros con alas de fuego y cuerpo de cera; donde se escucha el tam tam del tambor y el tac tss tss de la tarola; donde se oye el rumor de los pasos, de las oraciones, del roce de los brazos, del roce de los vestidos. Acorde a los tiempos de este siglo XXI, muchos fieles registran el momento con las cámaras de sus celulares. Los tradicionales llevan las banderas o los farolitos entre sus manos, los modernos llevan celulares.
La avenida que recorren los fieles es parte de la ruta que el día 10 de febrero siguen los participantes de la gran entrada de flores, durante la mañana. Este grupo nocturno salió del templo de Santo Domingo (acá se logra ver parte de la torre iluminada) y da vuelta en la esquina que baja por la parte posterior del mercado Primero de Mayo. Los parachicos ya dieron la vuelta, llegaron a la esquina y torcieron para comenzar a bajar dos cuadras hasta llegar al parque de La Pila. Ahí subirán por la escalinata del templo, entrarán a la nave mayor, se hincarán, se persignarán y agradecerán los favores recibidos por el santo o, como liga infinita, extenderán las peticiones de su gracia. San Caralampio es el santo más amado del pueblo. En esta fotografía se ve la grandeza del santo. Su aura lila parece extenderse por todos lados esta noche y, de manera permanente, en las buganvilias de todos los días, las que se descuelgan de las bardas todas las mañanas.
Este es un instante. Digo esto, porque no siempre el santo tiene la capa lila, violeta. ¡No! El santo cambia de vestimenta con frecuencia. Los fieles le hacen su vestido y se lo cambian, el vestido a veces es azul, dorado, naranja, color durazno, blanco con bordados indígenas. Pero esta noche todo es lila.
Jorge no se dio cuenta hasta el momento que tuvo la fotografía en la pantalla de su computadora. Mientras toma la fotografía, frente a él, al lado del poste de nomenclatura, el que indica que los parachicos comienzan a bajar por la primera norte oriente, un fotógrafo apunta su objetivo directamente a él. Ahora, los espectadores de la fotografía de Jorge Quevedo, nos sentimos intimidados, porque esa lente nos retrata directamente. ¿Esto es posible? La presencia de esa cámara es intimidante, es poderosa. Sabemos que ahí hay un ojo que capta lo que Jorge hace; es un juego de tiempos, un juego de espejos. ¿Qué color tenía el rostro de Jorge? ¿También estaba pleno de lilas?
Quienes llevan los faroles lo llevan frente a su pecho o sobre sus cabezas, pero si el lector observa con atención, hay una persona que lleva el farol por encima de su cabeza, pero atrapa el rostro de otra mujer que camina detrás. El farol que está por encima de la montera del parachico que camina al lado del tamborero tiene el rostro atrapado de esa mujer que adquiere una tonalidad como de campo sembrado de espigas de trigo.
Hay ocasiones en que la calle retoma su vocación más humanista. Los autos dejan de transitar y ríos de personas se vuelven el agua más pura. El claxon y el olor a llanta quemada se esfuman y aparecen aromas y sonidos más puros, más cercanos al hombre de todos los tiempos. El sonido irritante del claxon y de los aparatos de sonido a todo volumen pierde su presencia bulliciosa y deja que los cantos y los rezos sean como palomas afectuosas.
Soy de este pueblo, un pueblo que vive. Soy de este pueblo, pueblo donde vive el fotógrafo Jorge Quevedo; pueblo del otro fotógrafo, el que, al lado del poste metálico, nos toma una fotografía ahora y que es una fotografía que jamás será revelada, porque hay misterios que no deben revelarse en público.

lunes, 23 de marzo de 2020

CARTA A MARIANA, CON PELUCHITOS




Querida Mariana: Hace quince días, Pau y su mamá fueron al cine. Pau me dijo que se paró frente a la máquina de peluches, introdujo una moneda de cinco pesos, accionó la palanquita, dobló la cabeza de un lado para otro a fin de garantizar que la mano mecánica que sujeta el peluche elegido lograra abarcar la mayor cantidad del cuerpo. Me dijo que había elegido un conejito de color amarillo, que era un conejito que estaba encaramado sobre todos. Pau hizo sus mediciones, con la atención que el científico realiza sus experimentos en el laboratorio de química, y accionó el brazo que bajó, dobló su tridente y cuando Pau casi estaba a punto de celebrar su triunfo, las manos del brazo mecánico se hicieron mantequilla y el muñeco quedó en el mismo lugar. Pau dice que su tío Andrés le dijo que esas máquinas tienen su truco, que están programadas para que, únicamente, una de cada diez veces tenga la fuerza suficiente para subir al peluche; las siguientes nueve ocasiones están programadas para que no sujeten al peluche seleccionado. Es lo que Pau dice que su tío le dijo. Lo cierto es que Pau perdió su moneda de cinco. Estuvo a punto de pedir otra moneda a su mamá, pero se abstuvo (Pau es una niña moderada).
Pero no era esto lo que quería contarte, lo que deseaba contar y haré ahora es lo que me dijo hace diez o doce días. Me dijo que cuando estaba frente a la máquina expendedora, pensó que era una imagen bonita. Todos los peluches estaban felices, había algunos que permanecían con los ojos cerrados y con la sonrisa pintada de cachete a cachete. No había uno solo que estuviera triste o enojado o temeroso, ¡no!, todos estaban felices, era como si vivieran en armonía en un país ideal. Todo era como en el Paraíso, porque por ahí andaban los cuches al lado de los leones, éstos recostados sobre la panza de osos o de conejos y éstos permanecían al lado de zorras o de dinosaurios de color azul. Todo era tan bonito, que, incluso, había leones color fiusha y cuches naranjas. Pau dijo que le gustaría vivir en un lugar similar, donde todos estuvieran de acuerdo con todos y permanecieran con una sonrisa en el rostro, donde todos estuvieran juntos, sin temor de algo.
¡Ah, la Pau, tan inocente y buena niña! Pero, la inocencia no le tardó mucho. Ayer mandó a mi celular la fotografía que te anexo (fotografía que tomó esa mañana del cine) y me dijo que le preocupaba la situación de los animalitos amontonados y me preguntó si el cobid-19 también afectaba a los animalitos.
Yo sonreí ante su inocencia, pero luego me puse serio. Abandoné mi cara de cuch azul sonriente y puse cara de preocupación, colocándome en los zapatos de Pau. Ella estaba preocupada por el amontonamiento de los animales. Imaginé que ella pensó en las gallinas, cuches, borregos y vacas que hay en el rancho de su abuelo Melquíades. Estos animales ¿también se contagian del fatídico virus y se contagian al no guardar la necesaria distancia social? ¿Qué decirle? No tengo información precisa acerca del comportamiento del virus en animales, sólo sé la información que me enviaste por WhatsApp, donde explica que los seres humanos (no los animales irracionales) debemos, en caso de tener que salir de casa, conservar la distancia social de metro y medio y más.
El pensamiento de Pau se modificó en apenas diez días. Al principio me dijo que se le había hecho una imagen bella esa convivencia de peluches amontonados; luego reculó por la situación mundial: No era bueno estar metido en un lugar con tanta multitud, porque ese virus podía contagiar a todos.
El mundo ha cambiado. Hace tiempo leí una novela de Samanta Schweblin: “Distancia de rescate”, donde aprendí que las madres y los padres debían tener conciencia de la distancia en la que pueden, sin apremio, rescatar a sus hijos que se vieran en peligro de ser secuestrados, por ejemplo. Esa distancia habla de una cercanía permanente. Y ahora, un año después, apareció una frase que nunca había escuchado: “Distancia social”, donde las autoridades sanitarias recomiendan (casi exigen) que los seres humanos mantengamos una lejanía entre uno y otro, mientras más lejos ¡mejor! Mi prima Juanita, en la Ciudad de México, ha enviado mensajes por WhatsApp a todos sus contactos avisándoles que se resguardará en casa y pide (casi exige) que no la visiten, no les abrirá.
¡Que nadie se moleste! No es una descortesía, es una medida de prevención para todos, para Juanita y para sus amigos.
Posdata: A mí me duele pensar que mi Pau, mi pequeña sobrina, poco a poco abandona la muñeca con la que jugaba en su niñez y carga ya con muñecos que tienen cara de monstruos. ¡El mundo es cruel! ¡El mundo es inclemente! Los gajos de sol, de vez en vez, se convierten en puñales de hielo.

sábado, 21 de marzo de 2020

CARTA A MARIANA, CON GATOS SIMPÁTICOS



Querida Mariana: Ramón vio la foto y dijo que este gato era un gato intelectual. Bueno, dije yo, lo que sucede es que es un gato que vive en casa de un lector. La lógica indica que el gato de un fotógrafo juega con cámaras y flashes cuando el fotógrafo es descuidado y no tiene la precaución de poner a resguardo esos tesoros. Cuando lo dije pensé en la conveniencia de mi oficio (¡bendito oficio!). Yo entraría en pánico si viera a mi gato jugando con mi cámara; en cambio, cuando veo al gato (Félix, se llama Félix) jugando en el librero sólo encuentro imágenes bellas como ésta. Si Félix (porque, vaya que es travieso) tira uno o dos libros no me preocupa en demasía, porque los libros son como los buenos luchadores que resisten de una a tres caídas sin límite de tiempo. ¿Qué sucede en casa del fotógrafo, cuando el gatito bota una cámara?
Cuando Félix tira uno o dos libros pienso en lo que el tío Andrés repetía en forma constante: “Siempre es preferible que haya gato.” Esto lo decía porque la tía Emerenciana, su esposa, se la pasaba quejándose del gato. Cuando ella barría, el gato jugaba con la escoba y no dejaba que la tía cumpliera con su labor. La tía, con la escoba, retiraba al gato, pero éste (se llamaba Drácula) volvía una y otra vez, movía las manitas en la montera de la escoba, en intento, tal vez, de deshacer el mazo de cerdas.
Perdón, querida Mariana, me conocés, a veces me voy por la vereda. Mi imaginación así lo dicta. Ahora hablo de gatos, pero en el momento que escribí mazo de cerdas, pensé que la escoba, la simple escoba, tiene en un extremo una piara completa. A veces nuestros modismos son más precisos: Cuando nosotros nos referimos a un cerdo le llamamos cuch y cuando decimos cuch sabemos que no puede ser más que un cerdo; en cambio, cuando digo que la escoba tiene cerdas, cualquier niño imaginativo podría pensar que en un extremo lleva cuatro o más cuchas; y por eso, el gato Drácula corría de un lado para otro persiguiendo la escoba de la tía, movía sus manitas en intento de atrapar la cola de alguna cerda.
No, no, tenés razón. Este texto ya se extravió. Por eso pedí perdón. Fue un lapsus imaginativus.
Regreso, decía que las mascotas se mueven en los entornos de sus amos. Félix trepa, corre y tira chunches de tres entornos caseros. Mi mamá ama las plantas, entonces, Félix ha hallado un paraíso donde bota macetas, juega con las enredaderas, rasca tierra y se esconde detrás de un galán de noche o de una mata de lavanda. Mi Paty (en los tiempos más recientes) se volvió una gran “hacedora” de amigurumis, que son chunches que ella teje. ¿Conocés los amigurumis? Mi Paty ha hecho tigres, perritos, gatos y elefantes, que son como peluches divinos para juego de los niños o para decorar mesas de centro de casas afectuosas. Así pues, Félix juega con bolas de estambre, de todos los colores y de todos los gruesos. Esto es como un homenaje a mi mamá, quien, hace años tuvo una tienda donde vendía estambres “El gato”. Dos fueron los locales donde mi mamá tuvo la tienda de estambres: uno fue el que estaba en una esquina de la manzana derruida (el edificio de dos plantas, donde en la planta superior estuvo el Café Intermezzo) y el otro local estuvo en el Pasaje Morales.
Perdón, perdón, mi niña. Estoy más mudo que nunca. Cuando escribí edificio de dos plantas pensé en un jardín vertical.
No, no, tenés razón. Este texto tiene mucho extravío. Por eso pedí perdón. Fue otro lapsus imaginativus.
Regreso. El tercer entorno es el mío: el de los libros. Félix ha convertido en uno de sus lugares favoritos un hueco en el librero. Por ahí corre, por ahí se avienta, como tigre, en pos de una mosca. Porque, como Paty dice, Félix sí sabe que es un gato y es un gato cazador. Lo dice porque El Misha (¿te acordás de él?) no sabía que era gato. Paty dice que El Misha se murió sin saber qué clase de animal era. Tal vez (no lo sé) acusaba un poco esa enfermedad de los ancianos, el Alzheimer, y había olvidado que era un gato. A veces yo lo quedaba viendo, miraba sus ojos y pensaba que era como un viejo rey extraviado. Sí, eso era El Misha: Un rey que, en esta vida (la que lo tocó compartir con nosotros, por más de catorce años) reencarnó en gato, ignorando las cualidades de gato. El Misha era soberbio, enorme, con una melena de león, de rey de la selva.
No es un caso único. En casa, cuando mis hijos eran pequeños, tuvimos un perro doberman, que, sí sabía que era perro, pero no sabía que era doberman, que es una raza de perros guardianes, feroces. El Terry (que así se llamaba) era un pan de Dios. En el tiempo que el Terry vivió con nosotros, mi papá vendía triplay, así que la puerta de calle siempre estaba sin seguro, para que los compradores metieran la mano y jalaran el pasador. Cuando entraba alguien, el Terry jalaba con la trompa un trasto, ya sin peltre, e iba a recibir al visitante. Era de risa. El animal que en películas causaba terror, acá era un animal con sonrisa de cenzontle. Siempre pensé que el Terry podría ser mascota ideal para un limosnero o para uno de esos artistas callejeros que ponen la charola para que les avienten unas monedas. El Terry no era terrible, era territorial, del territorio de la nobleza, de la bondad.
Pero Félix sí sabe que es gato y se comporta como tal: es juguetón, es cazador, es travieso y zalamero, porque cuando quiere comida, maúlla como si fuese el sobrino más amado de Pavarotti y se enreda en nuestras piernas, como si fuese una enredadera de luz. Félix sí es terrible, porque pone a la casa de cabeza. Todo lo que hay en las mesas hay que levantarlo, para que él no lo tire. Pero, como decía el tío: “Siempre es preferible que haya gato.”
Quienes tienen hijos saben que esta bendición significa, a la vez, problemas, pero siempre es mejor que en casa ¡haya gato!
¡Ah!, tan pulcras las casas sin hijos; ¡ah!, tan sosegadas las vidas donde no hay hijos, porque significa que no hay problemas. Pero, tan tristes esas casas, tan de cortinas cuidadas, tan de pasos que no levantan oleajes.
Entiendo a Julio Cortázar, entiendo a Carlos Monsiváis, que fueron dos escritores que amaron a los gatos. Estos animales poseen en su mirada y en su comportamiento una herencia de misterio, que viene saber de dónde. Si digo que Misha fue un rey en vidas pasadas, Félix fue alguien que vivió en la Inglaterra de Los Beatles, porque tiene en su modo de ser un viento revolucionario que levanta hojas secas en el patio.
Cuando Félix tira uno o dos libros no me molesta. Sé que debo pararme, levantarlos y colocarlos en los espacios vacíos; sé que debo leer los títulos y los autores. Juego con el gato. Juego a que es como uno de esos pajaritos que, en las ferias, con sus picos, sacan los papelitos de la suerte. Como Félix no es pájaro, sino gato (se echa al plato a cualquier pájaro que pase frente a él), no saca papelitos, Félix, con su manita, así, de manera disimulada, avienta libros, pero éstos son los libros de la suerte.
El otro día tiró el libro “Cartas a Ricardo”, que (como sabe todo el mundo) tiene parte de la correspondencia que Rosario Castellanos le envió a su Ricardo Guerra. Cuando el libro cayó, quedó abierto en una carta enviada desde Madrid, el 25 de abril de 1951, que inicia así: “Mi querido niño guerra”.
Oh, perdón, ¡ahí voy otra vez! Como todo lo volvemos juego pensé que nada es casual, todo es providencial. La fecha del 25 de abril señala, también, el día del nacimiento de Belisario Domínguez. ¿Era casualidad? Por supuesto que no. Félix había botado ese libro a propósito para que yo supiera que hace conexiones misteriosas entre dos comitecos famosos: Belisario y Rosario; además, pensé que, siguiendo con el juego, la pobre de Rosario no supo leer los astros: ¿Qué podía esperar de su relación con Ricardo, si, desde los inicios de los tiempos, estaba trazada con el símbolo de Marte? Suena muy bonito: Mi querido niño guerra, pero ahí está invocada la conflagración. En el pueblo, siempre usamos la frase: “Ah, este niño da mucha guerra.” La aplicamos con los niños traviesos, molestosos, agarra todo. El tal Ricardo le dio mucha guerra a Rosario. Pero ahora pienso que Rosario fue una ama muy tolerante, muy generosa. A su “animal” lo amó profundamente. Tal vez pensó lo mismo que pensaba el tío: “Siempre es preferible que haya gato”. Ahora las feministas piensan que no debe ser así. Si un gato es infiel y saca las uñas creyéndose un puma, hay que sacarlo de casa, de la vida. Rosario entendió la lección muchos años después. Fue una mártir de la pasión. Dejó que el tal Ricardo la ignorara, se burlara de su amor incondicional. Un buen día dijo ¡basta! Y mandó a volar la frase del tío. Limpió su casa y la dejó sin gato molestoso, infiel, trepador de tejados nocturnos.
Posdata: No sé el apellido de Félix, pero, en definitiva, no es Guerra, pero cómo da guerra. ¡No! Su apellido no es Guerra, por supuesto, ¡tampoco es Paz!, aunque el otro día botó el libro “Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe”, de Octavio Paz. Su apellido puede ser Amor. Tal vez. Ya mirás que el amor es como un gato. El amor da guerra, pero los amantes piensan que, en la vida, “es mejor que haya gato.”

viernes, 20 de marzo de 2020

CARTA A MARIANA, CON RINCONCITOS AGRADABLES




Querida Mariana: Recordé que en tu casa hay un espacio que tu mamá cuida mucho, es como su lugarcito preferido. En la casa que viví de niño había una repisa donde mi abuela tenía sus objetos más amados, sus chunches favoritos. Ahí, a mitad de la repisa, estaba un marco plateado con la fotografía de la boda de sus papás. ¿Mirás? En esta foto estaban mis bisabuelos maternos.
Sé que en cada casa de todo el mundo hay esos espacios. Ahora que mencioné mi casa de infancia recordé que, al fondo de un corredor, estaba el oratorio y ese también fue como un espacio amado, protegido. Todas las tardes, mi abuela entraba a ese espacio, prendía una veladora frente a las imágenes de San Martín de Porres y de la Santísima Trinidad, sacaba una serie de cuadernillos y rezaba las oraciones.
Pero no sólo en espacios familiares hay esos rinconcitos agradables. En Comitán, en el Hotel Internacional, mi amiga Laura Villatoro mandó a hacer, en el restaurante Mestizo, un rinconcito bien bonito. Laura es una persona de gusto excelente, le bastó colocar dos tablas sobre la pared, con una luz indirecta, para hacer algo como un altar a lo comiteco.
Así lo miré la primera vez que vi este altar y así lo sigo viendo. Me apena un poco, porque (lo diré de una vez) parte de mi obra creativa aparece ahí. Pero si está ahí es porque merezco el afecto de Laura, quien fue mi alumna en el Colegio Mariano N. Ruiz, cuando ella estudió secundaria, y ahora, después de algunos años es mi amiga. Yo correspondo a su afecto.
¿Ya miraste qué rinconcito más agradable? No hay necesidad de describir lo que ves, lo que este espacio produce en la mente, pero hablaré tantito acerca de los elementos, porque ahí, en esa repisa, hay elementos comitecos que hablan de Comitán.
El libro a la izquierda es el libro de Crónicas comitecas que publiqué el año pasado, luego hay una jaulita que no guarda más que el aire juguetón de nuestro pueblo; luego, los libros que están entre los soportes de la A a la Z son los dos tomos que contienen parte importante de la obra poética y narrativa de Rosario Castellanos, luego está un cuadro realizado por el artista Bernabé Guillén, que tiene como personaje principal a doña Lolita Albores, envuelta en uno de sus característicos chales. En la tabla de abajo hay otro cuadro de Bernabé, donde el personaje central es Belisario Domínguez; luego una de las cajitas que pinto; sigue otro cuadro de Bernabé, con la imagen de Rosario y al final un par de prismas rectangulares pintados por el artista de Tzimol: Aarón Abadía.
¿Mirás qué bonito? Es un espacio bien comiteco, como rama de tenocté, como hilo bordado en telar de cintura.
Cada obra tiene su luz propia, pero la luz como aureola de este muro señala, sobre todo, a dos mujeres: a Rosario y a Lolita. Lolita y Rosario fueron amigas. Cuando el papá de Rosario viajaba de la Ciudad de México a Comitán, llegaba a dar a casa de doña Lolita, la mamá de doña Lolita le tenía reservada una recámara especial a don César; cuando doña Lolita, por cosas de estudio, vivió en la Ciudad de México, vivió en casa de Rosario. Rosario y doña Lolita son dos emblemas de este pueblo, son dos de sus hojas más amadas, las que no tienen envés con sombra. Parte de la identidad comiteca está resumida en la obra de estas dos comitecas. Las de hoy, las mujeres talentosas de este pueblo, vienen de esta tradición. Quienes en el pasado criticaron las malcriadezas de doña Lolita, hoy reconocen que, con sus discos y sus libros, conservó parte importante de nuestra identidad; quienes, en el pasado, criticaron que Rosario plasmara en sus novelas el maltrato que los hacendados (los suyos) infringían a los peones, hoy reconocen la lucha de Rosario por evitar la tremenda desigualdad social en este país. ¿Y qué decir de Belisario Domínguez, máximo héroe civil de nuestra patria?
Es un altar al talento, al buen gusto, al civismo y a las raíces comitecas. Sí, mi niña, en este muro hay más de dos reflexiones, pero, sobre todo, está plasmado el buen gusto y el amor que Laura tiene por esta tierra comiteca. En el hotel de gran tradición en el pueblo, a una cuadra del parque central, existe este rinconcito, pluma de cenzontle, granito de sol.
Quitemos lo mío (sin quitarlo); en este rinconcito está el talento de dos grandes artistas de la región: Bernabé y Aarón. No quitemos lo mío: en este rinconcito hay un río con agua de estos nacederos.
Posdata: ¿Imaginás si en todas las casas comitecas hubiera un rinconcito bien comiteco? Hay más chunches y elementos que nos hablan de identidad. ¿imaginás un rinconcito con un libro de Mirtha Luz, otro de Amín Guillén, otro de Armando Alfonzo y uno más de Octavio Gordillo y Ortiz? No como si estuvieran en un librero, con el lomo de frente, sino mostrando las portadas, como si fueran ventanas. Acá sólo los libros de Rosario muestran el lomo, pero la sobriedad y calidez con que están presentados, les otorga alas, alas para recorrer mil veces los caminos de la palabra, de la A a la Z.

jueves, 19 de marzo de 2020

CARTA A MARIANA, CON RETAZOS DE OTROS TIEMPOS




Querida Mariana: Ayer platiqué con Adrián (mi contemporáneo). Dijo que no termina de acomodarse en estos tiempos. Dijo que él, de joven, soñó con ser Tony Manero. ¿Tony Manero? Sí, me explicó que Tony Manero es el personaje que interpreta Travolta en la película “Fiebre de sábado por la noche.”
¡Entendí! Yo vi esa película. No quise ser como Manero, porque a mí el baile no me interesaba, pero entendí un poco lo que Adrián me decía. Sí, en aquellos tiempos (años setenta) el sábado era un día importante. Hoy, ustedes los jóvenes, adoran los viernes; ustedes dicen: “Es viernes y el cuerpo lo sabe.”, y van a los antros y bailan, ríen, beben, más lo que se acumula en las horas de la madrugada del sábado.
Tony Manero esperaba que llegara el sábado para acudir a la pista de baile. Y ahora me entero que Adrián soñó con ser como Tony, no como una vocación para la vida, pero sí como una línea para el instante. Era, sin duda, un tiempo más inocente.
Él soñó con ser como Tony, un gran bailarín. ¿Con qué sueñan ahora los jóvenes?
Cuando Adrián me dijo lo que dijo, yo protesté. ¿De verdad quería ser como Manero? ¿Un chavo integrante de una banda de jóvenes sin muchas alternativas de desarrollo? La banda de Manero se la pasa bebiendo y cogiendo a cuanta muchachita se les pone enfrente. Hay una escena de la película donde una chica que es rechazada por Manero, como forma de desquite coge con dos amigos de Tony, en el asiento posterior del auto, Tony está en el asiento delantero. Al final, la chica se siente peor que trapeador.
Adrián me dijo que casi no recordaba la trama de la película. Él sólo recordaba (sólo recuerda) las escenas donde Tony, con traje blanco, con chaleco, con camisa oscura, desabotonada en la parte superior, con el peinado impecable, bajaba a la pista con cuadrícula iluminada y se transformaba. El modesto y rutinario empleo de vendedor de pinturas se diluía, para dar paso al ídolo del barrio. Tony, en medio de una muchedumbre que le dejaba la pista para él y para su pareja, se sublimaba. El instante le pertenecía, en ese momento él era el centro de atención, el chico mimado del barrio. Los aplausos eran sólo para él (apenas compartidos con su pareja de baile). Al salir de la pista, al abandonar la disco, Tony volvía a ser el muchacho sin el don, sin la gracia infinita. Tony sólo vivía para las noches de los sábados enfebrecidos.
Entendí a Adrián. ¡Claro que lo entendí! Sus sueños fueron más limpios que los sueños de los adolescentes actuales. ¿A quién quieren imitar ahora? ¿Cuáles son los modelos?
Digo que Tony no era el mejor modelo para un futuro prometedor, pero su vocación no tenía la dureza de los sueños actuales.
Bailaba. En la pista hallaba un motivo. ¿En dónde están ahora los motivos de los jóvenes? ¿Qué quieren ser de grandes? No hablo de vos, ni de aquéllos que tienen muy bien definido el camino de la vocación luminosa; hablo de miles y miles de jóvenes que no hallan una pista iluminada. En la cinta donde actúa Travolta, la pista tiene luces interiores, es una pista iluminada, en ese tiempo fue un deslumbre. Hubo cientos de discos en el mundo que imitaron dicha escenografía, donde estaba esa cuadrícula llena de luces de colores, iluminada, también, por una bola de espejos que giraba y giraba sin parar, lanzando destellos a todas partes.
El piso iluminado tiene su origen en esos tiempos. En esos tiempos, el piso no era una mancha oscura, sino un tablero de ajedrez lleno de luz donde jamás ocurría un jaque mate.
Sí, ahora me entero que Adrián soñaba con ser como Manero, con vestir un traje blanco, tener una cabellera bien cuidada, vestir pantalones acampanados y zapatos de plataforma. Soñaba con caminar fachoso por la calle, con ser reconocido por todas las chicas bellas del barrio. Soñaba con tener la figura delgada de Manero. Soñaba. Adrián era (es) chaparrito, ahora es calvo, con sobrepeso y nunca tuvo novia (ahora es casado en segundo intento y tiene dos hijos y cuatro nietos de la primera esposa).
Entendí cuando me lo dijo. No se trataba de elegir una vocación de vida, sino disfrutar los fines de semana, con algo que es como un deporte y es una cuerda donde brinca la vida: el baile.
Posdata: Al despedirnos le pregunté si él iba a la disco. Me vio muy serio, luego rio y dijo que no, que nunca había ido. ¿Entonces?, le pregunté. Y él dijo: Pues por eso, te digo que yo soñaba con ser como Tony Manero.
Entendí a Adrián. Sí lo entendí. Hubo un tiempo que soñé con ser jugador de fútbol soccer, yo, que nunca pisé una cancha.

miércoles, 18 de marzo de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN LISTÓN ROJO Y OTRO DORADO




Querida Mariana: esta fotografía la tomé en Plaza Las Flores – Comitán. La tomé la noche del sábado 7 de marzo de 2020. Da fe del instante del corte de listón de la exposición fotográfica en homenaje al destacado basquetbolista comiteco profesor Roberto Bonifaz Caballero.
Sé que varios personajes que ahí están no los conocés. ¿Dejás que te los mencione? Como dicen los clásicos, de izquierda a derecha tenemos a Cielo Espinosa (integrante del equipo de ARENILLA-Revista), Saraí Solís (estudiante de la licenciatura en trabajo social, en la Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar), Román Cordero (gerente de Plaza Las Flores-Comitán), Fernando Gómez Solís (incansable pepenador de fotos antiguas del pueblo), Michele Mancera (Reina de la Expo Feria Comitán 2019), Jorge Castellanos (ingeniero), Roberto Bonifaz (investigador de la UNAM e hijo del homenajeado), Sergio Tovar (hijo de don Fernando Tovar), Julio Bonifaz (hermano del homenajeado), Maluye Nájera (destacada fitness), y Paty Espinosa (Editora Ejecutiva de ARENILLA-Revista).
Cada fotografía en el mundo salvaguarda un instante prodigioso, un instante (perdón) que al siguiente instante ya no existe. La instantaneidad está hecha de un presente que se convierte en nada un instante después. Si no fuese por los testimonios orales, escritos, fotográficos o en video, los recuerdos no existirían, la vida sería un infinito vacío.
Esta fotografía es histórica. En el plano personal me quedo con uno de los personajes que acá aparece, y estoy seguro que muchos de mi generación estarán de acuerdo. Me quedo con Sergio, que acá está muy seriecito, con la tijera en su mano derecha, lentes y cachucha. Mira al frente, con la certeza que es el más alto de todos los del grupo.
Y digo que me quedo con su imagen, porque tenía años que no lo veía fuera de su casa. Sergio es hijo único de don Fernando y de doña Martita y esa noche me enteré que fue compañero de escuela de Jorge y de Roberto; es decir, este momento fue como un reencuentro de amigos de la escuela primaria. Me asombré al saber que Sergio, de los tres amigos, es el mayor de edad. Roberto me dijo que Sergio debe rascar ya los sesenta y uno o sesenta y dos años de edad. Cuando lo dijo mi asombro llegó al nivel máximo, porque no imaginé que Sergio estuviera ya en el espacio donde estamos los de sesenta y más. ¿De verdad, Sergio tiene más de sesenta años? ¿Cómo? Yo siempre lo vi como un niño bonito, lo sigo viendo así, niño eterno.
Recuerdo cuando, en el Cine Comitán, Sergio se paraba a mitad de la sala y gritaba y zapateaba, bien divertido, a la hora que el cowboy Hopalong Cassidy cabalgaba arriba de su caballo blanco (Topper) con una cola que era la envidia de todas las chicas de los años sesenta (perdón, lo escribí mal, así parecería que me refiero a la cola cola, no, en realidad lo que quise decir es que la tersura del pelo de la cola del caballo de Hopalong era tan bien cuidada que estaba más bella que las cabelleras de ellas.)
Recuerdo a Sergio como uno de los niños más inocentes del pueblo. Lo que no sabía, y esa noche lo supe, es que Sergio fuera, también, uno de los niños más inteligentes. Roberto me llevó hasta la mesa donde estaba sentado Sergio, al lado de un amigo (quien, sin duda, fue el que llevó a Sergio a La Plaza). Antes Roberto me había contado la historia: Sergio era el niño consentido de sus papás, le compraban muchas revistas de monitos y lo llevaban a viajes. Roberto y Jorge iban a la casa de Sergio y leían todos los cómics, y jugaban con muchos juguetes que Sergio poseía. En una ocasión, Sergio les compartió una cinta que sus papás le habían comprado en un viaje a Estados Unidos de Norteamérica, era una cinta que narraba la carrera espacial entre USA y la URSS. En algún momento de la cinta aparecía un ruso dando una explicación, en idioma ruso, por supuesto. Roberto y Sergio, niños con inteligencia superior, aprendieron de memoria lo que el científico ruso decía. Sí, querida mía, repetían todo el monólogo en ruso. ¿Cuántos comitecos hablaban ruso en ese tiempo, en este tiempo? Sólo Roberto y Sergio. Digo que Roberto me llevó a la mesa y, frente a Sergio, comenzó a decir de memoria el parlamento en ruso y, ¡prodigio!, Sergio lo siguió. Roberto decía dos o tres oraciones en idioma ruso y luego Sergio lo seguía. ¡Dios mío! Después de casi cincuenta años, la memoria de estos dos muchachos estaba intacta. Vi a los dos como si fueran niños, yo también me sentí niño, quise subirme a una silla y bailar en un pie y luego en otro. Estaba frente a dos niños que hablaban en ruso. Fue prodigioso ver cómo se pasaban la palabra como si ésta fuese una nave interplanetaria, como si fuese un sputnik.
Posdata: La foto que anexo es histórica. Todos los que acá aparecen son personajes emblemáticos y queridos de este pueblo, pero si me das a elegir un personaje, me quedo con Sergio, con el niño bonito que esa noche, como si regresara a los años de infancia, platicó en ruso con Roberto. ¡Ah!, qué momento tan sublime. En medio de una multitud que hablaba en español, dos niños comitecos jugaban a hablar en ruso, con una pronunciación, digo yo, que elogiaría Vladimir Putin.
Tal vez, Roberto y Sergio nunca supieron qué decían, pero esa noche, fui testigo de que lo decían muy bien, de que el juego en ruso se les daba a las mil maravillas, que jugaban en La Plaza, como si estuvieran en la Roja.

martes, 17 de marzo de 2020

CARTA A MARIANA, CON IMÁGENES Y SONIDOS




Querida Mariana: La televisión en México comenzó el mismo año que comenzó San Marcos, en Comitán, en 1950. Así pues, la televisión en México cumple setenta años este año veinte veinte. Pero este festejo se refiere a la Ciudad de México, porque en provincia, la tele llegó mucho después. Yo recuerdo, por ejemplo, que un partido del Mundial de 1970 lo vi en casa del maestro Paquito García, quien, en su domicilio particular, tenía una gran antena que le permitía captar la señal de Guatemala. Sonará extraño y tal vez contradictorio, pero nosotros captamos primero la programación de Guatemala que la de nuestro país. Bueno, tal vez fue una huella más de nuestra relación ancestral con ese país centroamericano. El maestro Paquito era un privilegiado, porque en muy pocas casas había aparatos televisores.
Comitán entró a la década de los setenta sin tener televisión. Muchos televidentes añoraban la llegada de la señal. ¡Nada!
Por fin, un día, ya avanzada la década de los años setenta, Comitán tuvo un servicio de televisión. El gobierno mexicano, a través de la Secretaría de Gobernación, había creado la Televisión Rural de México, con el fin de llevar imágenes televisivas a zonas rurales del país. Nuestra región no era zona rural, pero no hubo para más, así que Comitán tuvo señal televisiva. El lema de la emisora era: “Televisión Rural de México… la televisión sin comerciales.” La programación no era la esperada. Recuerdo que una amiga de mi mamá que viajaba constantemente a la Ciudad de México, comentaba que en la gran ciudad sí había televisión bonita, bueno, con decir que hasta los comerciales eran bonitos.
Pero no había más de dos sopas: la de fideos y la otra, así que los comitecos compraron aparatos televisores y se sentaron a ver la programación de la Televisión Rural de México. Uno de los televidentes fue don Abelardo Espinosa López, padre de Paty, editora ejecutiva de ARENILLA-Revista.
Y comento esto, porque el otro día, don Abelardo me mostró la carátula de un disco (del que ahora te paso copia), y me contó la historia. El disco contiene la versión cantada y la versión instrumental de la canción “Al salir el sol”, tema musical de una telenovela que la televisión pública produjo. Si a los televidentes del país le encantaban las telenovelas que exhibía la televisión comercial, el gobierno pensó que debía ofrecer una historia diferente a los telespectadores y fue realizada por PRONARTE (Productora Nacional de Radio y Televisión) y CONASUPO (Compañía Nacional de Subsistencias Populares). Los telespectadores (ya dije que no había más que dos sopas) poco a poco se engancharon con la historia, que contó entre su elenco con actores y actrices de renombre: Diana Bracho, Lupita Lara (quien durante muchos años trabajó en la televisión comercial en la serie: Mi secretaria), y el gran actor José Carlos Ruiz. Cuentan los que la vieron y recuerdan algunos detalles, que la trama era campirana.
El tema que contiene el disco de don Abelardo es un tema ranchero, interpretado con un mariachi, cuya letra comienza así: “El sol ya va saliendo / por el horizonte. / Ya las negras tinieblas / le dan su paso, / para que un nuevo día / por fin florezca…” y por ahí se va.
Como mirás habla de un ambiente campirano, entorno al que iba dirigida la programación de la Televisión Rural.
Don Abelardo conserva este disco que recibió en 1981. ¿Por qué lo recibió? Bueno, el disco llegó acompañado de una carta, firmada por el doctor Luis Cueto García, quien era el Director de la Televisión Rural de México. ¡Nadita!
Este disco lo deben tener decenas de telespectadores de esos tiempos, bueno, deben tenerlo los que son cuidadosos como el papá de Paty y que se animaron a escribir a la televisora para externar un comentario acerca de la telenovela.
La carta que conserva don Abelardo tiene el siguiente texto que, ahora, se convierte en un documento histórico para la historia de la televisión en estas regiones: “México, D. F., febrero de 1981. Estimado televidente de Televisión Rural de México. Presente. En respuesta a su amable carta, le enviamos un atento saludo y al mismo tiempo aprovechamos para agradecerle su valiosa opinión respecto a nuestra telenovela: “Al salir el sol.”
“Es interés especial nuestro, orientar y capacitar al teleauditorio en agricultura, salud, nutrición y de una manera general en todo aquello que sea en nuestro beneficio y superación personal. En este sentido, creemos que “Al salir el sol” fue una experiencia muy provechosa.
“Cabe mencionar que actualmente estamos grabando una nueva telenovela denominada “La voz de la tierra”, de la cual estamos seguros obtendremos otras experiencias y conocimientos para aplicarlos a nuestra vida cotidiana.
“Esperamos que sus observaciones y comentarios respecto de “La voz de la tierra” nos sirvan para mejorar la calidad de nuestros programas.
“Reiteramos nuestro agradecimiento y cumpliendo con nuestra promesa le enviamos el tema de la telenovela “Al salir el sol”
“Atentamente: Dr. Luis Cueto García. Director de Televisión Rural de México.”
Posdata: Fue hasta los años ochenta que llegó la televisión comercial a Comitán. La amiga de mi mamá lo celebró, porque veía comerciales bien bonitos y corría a comprar Colgate y Pan Bimbo. Hasta la fecha.

lunes, 16 de marzo de 2020

CARTA A MARIANA, DONDE LE METEN EL PIE A LA REAL




Querida Mariana: En cuestión de libros hay de títulos a títulos. Los que saben explican que en el título está la síntesis precisa del contenido. Por ello, un buen título da pistas de la bondad del interior. El otro día tuve la fortuna de recibir el libro más reciente de Marco Antonio Besares Escobar, quien me honra con su afecto. El título de su libro es: “Mi vida rial en las palabras.”
Quienes no conocen a Marco Antonio pensarán que el título tiene un error. ¿Rial? ¿Por qué rial? Quienes lo conocen reconocerán que dicha palabra es propositiva. En su tierra natal, Villaflores, una tarde de hace años, un grupo de amigos (sí, varones, como en Club de Toby) decidió crear una institución que, sin la soberbia y pedantería de la Real Academia de la Lengua Española, cobijara la identidad lingüística de la región, y, como si jugaran ajedrez en la casa del árbol, pusieron en jaque mate a las instituciones pedantes y, fundaron la primera Academia Dialectal, del mundo, para darle brillo a los modismos y fijar la riqueza del habla popular.
En su libro, Besares da un testimonio parcial de esta aventura intelectual, porque, se sabe, todo cabe en un librito ¡sabiéndolo acomodar! Y vaya que el notario Besares lo acomoda con precisión (sin albur, mi niña, sin albur).
No sé si en Villaflores usan la palabra tachilgüil, pero yo digo que este libro todojunto, contiene retazos de aquí y de allá. El resultado es un libro juguetón, simpático, uno de esos libros que le encantaban al escritor argentino Julio Cortázar, quien se pitorreaba de la Real, institución que siempre viste con frac y no en mangas de camisa, como sí lo hacía Julito y como lo hace Besares y compañía rial.
El libro de Besares es un libro todojunto. Claro, ni tachilgüil ni todojunto son palabras que aparezcan en el diccionario de la Real, por eso, en un ejercicio revolucionario, de contención ante la avasallante conquista ideológica, los de la Rial crearon su propio diccionario, en el que, ¡bendito Dios!, aparece con letras de oro la palabra todojunto.
El tacuatz en Villaflores se llama tacuachi; el ts’isim se llama chicatana. ¿Cómo se llama al bolo en Villaflores? ¡Bolo!, igual que en Comitán, igual que en todo Chiapas. La bolera es una plaga general. En todo Chiapas el bolo es bolo, así como el cadejo es cadejo. Pero, por supuesto, hay variantes. En Comitán, cuando decimos que alguien está chento decimos que está orgulloso; en cambio, en Villaflores, cuando alguien le dice a otro que es un chento le está diciendo que es mimado.
El libro de Besares es una joyita, un árbol lleno de frutos con harto jugo, contiene anécdotas simpáticas, simpatiquísimas; testimonios para comprender la importancia de la Rial como institución cultural; ensayo de una autobiografía (que el autor debe actualizar, a cada hora de cada día, de cada peldaño); prosas poéticas y poéticas prosas escritas por el bolopoeta (la palabra bolopoeta es palabra compuesta, que parece afortunado pleonasmo); y, al final del libro, hay un glosario que explica el sentido de los modismos que se hablan en la región frailescana.
Posdata: El título del libro de Besares es certero. Condensa su vida rial en las palabras, a través de las palabras, líneas del aire, aire que da vida, oxigena al alma.

sábado, 14 de marzo de 2020

CARTA A MARIANA, DONDE APARECE CARLOS FUENTES




Querida Mariana: He dicho que, de Carlos Fuentes, me gustan algunos textos y otros no tanto. He dicho que está sobrevalorado. He dicho que el mejor escritor de México, por encima de Fuentes, es Fernando Del Paso. Es una opinión personal, es cosa de gustos.
Pero, ahora, hablaré de Fuentes. Ayer estaba leyendo un libro de entrevistas, donde el periodista mexicano Sergio Sarmiento publica entrevistas con diversos escritores nacionales y mundiales. Por ahí hay una entrevista con Carlos Fuentes (bueno, en realidad es un compendio de entrevistas que Sarmiento tuvo con Fuentes). Cuando Carlos presentó su novela “Instinto de Inez”, Sarmiento lo entrevistó; y lo mismo sucedió cuando presentó su novela “La silla del águila”. De ambas entrevistas entresaco dos respuestas de Fuentes que me tocaron. La primera tiene que ver con mi modo de usar chamarra o suéter todos los días, sin importar el clima. Una amiga me dice que le da más calor cuando me ve sentado en una silla del parque, con mi suéter, en medio de un clima de treinta grados (a la sombra). “Quitate el suéter. Te vas a consumir.”, me dice, pero yo no le hago caso, sigo tan campante con mi suéter. Cuando, de manera esporádica, voy a Tuxtla camino con mi suéter puesto. ¿Me consumo? Digamos que no. Esto lo hago, porque cuando entro a un espacio cerrado, por lo regular, tienen puesto el aire acondicionado y la sensación que me da es pasar del infierno a una bodega de carnicería. Si llevo puesto mi suéter evito ese cambio brusco. Bueno, pues resulta, que cuando Carlos y Sergio hablaron de su novela “Instinto de Inez”, el periodista le comentó lo siguiente: “El personaje Gabriel, ya de viejo, en Salzburgo, una tarde de verano, caminando hacia el concierto, a la última interpretación del “Fausto” de Berlioz, va caminando con su abrigo, en el verano. Incluso en Salzburgo eso es una cosa un poco incongruente. ¿De dónde surge esta imagen?
¿Mirás? A Sarmiento le llama la atención que Gabriel camine con abrigo en el verano; es decir, Gabriel es un poco como el tal Molinari.
¿Sabés qué respondió Fuentes? Acá va parte de la respuesta: “Quizá surge de un gran poeta catalán, Pedro, Pere Gimferrer, que es famoso porque lo ves paseando por las ramblas en el más tórrido verano, con su sombrero, su bufanda y su abrigo siempre puestos, siempre, es una cosa muy, muy llamativa.”
¡Ah, qué cosa tan extraña! ¡No! En realidad, en el mundo hay miles de personajes que visten enchamarrados en pleno verano. Tengo una tía que acompaña a toda la familia a la playa y mientras los hijos y nietos están en traje de baño corriendo por la playa, nadando en el mar, recostados en tumbonas, ella, debajo de una sombrilla, disfruta de un coco, mientras viste su ropa de todos los días y se tapa la cabeza con una chalina. Siempre me ha parecido un personaje maravilloso. A veces la imagino en una playa nudista, mientras todo mundo está encuerado, ella está cubierta de pies a cabeza.
Esto que te platico me fortalece; es decir, no soy el único caso en el mundo que, en pleno verano, usa suéter. Me encantaría ver a Pere Gimferrer, caminando muy orondo en medio de muchachos en playera, con short; él, con su sombrero, su bufanda y su abrigo; me encantaría caminar a su lado por un minuto, sólo para comprobar que, en el mundo de los raros, los extraños son los otros, los uniformados, los comunes.
En fin. Pero, bueno, decía que, páginas más adelante, hallé otra pregunta de Sarmiento y respuesta de Fuentes que pensé debía compartir con vos, porque es un tema que está relacionado con nuestra vida.
Sergio, a propósito de la novela “La silla del águila”, le comenta lo siguiente: “México queda cortado del mundo, pero esto tiene una ventaja, sobre todo para el novelista Carlos Fuentes, que renace en la literatura epistolar, y las personas empiezan a intercambiarse notas o se mandan cintas, comunicaciones que son el registro que tenemos aquí en esta novela.” Entonces le lanza la pregunta que me interesa compartir con vos: “¿Sigues escribiendo cartas? ¿Sigues manteniendo correspondencia escrita directamente con alguien?”
La entrevista se realiza ya en el siglo XXI y la pregunta de Sarmiento se debe a que el género epistolar, en este siglo, ya no es frecuente. ¿Quién escribe cartas ahora? Ya es una rareza, practicada por raros. Yo, ya lo miraste, tengo, cuando menos, dos hábitos raros, uso suéter o chamarra en climas cálidos y escribo cartas. Es una bobera, pero yo me vanaglorio de ello. Lo primero porque honro una frase que repetía frecuentemente mi padre: “Ande yo caliente, ríase la gente.” ¿Mi amiga siente más calor cuando me ve con suéter en clima de treinta grados? Me da pena, pero nada puedo hacer. Es (sin que suene grosero) problema de ella.
Lo segundo me da más gusto. En tiempos que la gente ya no escribe; en tiempos que hasta el Presidente de Estados Unidos de Norteamérica escribe tuits para tratar lo importante; en tiempos en que todo mundo se dice te quiero a través de guasapazos, yo dedico parte importante de mi tiempo en escribirte cartas a la usanza antigua. Porque, como me dijo una amiga universitaria, las cartas tienen la ventaja de ser como ventanas donde uno puede dejar correr vientos más agradables.
¿Qué respondió Fuentes? Acá va parte de su respuesta: “Yo soy una especie de trucutú que siguen sin emplear el e-mail, yo no tengo e-mail, uso el fax por necesidad, escribo mis cartas a mano, mis novelas a mano, creo mucho en la pluma, no puedo deshacerme de ese viejo hábito, crecí con eso. De manera que yo sigo siendo muy anticuado en cuanto a las comunicaciones. Pero me parece más gozoso escribir con una pluma, con papel, con el olor, con la tinta, todo, que hacerlo con una pantallita, que me deja además ciego. Pues sí, escribo de una manera muy, muy anticuada, las cartas.”
Acá sí me sorprendió don Carlos, escribía todo a mano. Yo te escribo cartas. Ya no las escribo a mano, sobre papel. ¡No! Te escribo desde el teclado de una computadora. Este chunche me sorprende, me fascina. Vengo (igual que don Carlos) de un tiempo donde todo tardaba una eternidad. Cuando, desde la Ciudad de México, le escribía a mis papás o a mi prima Nora (quien vivía en la casa de Comitán), debía esperar muchos días para recibir una respuesta. Ahora me maravilla la instantaneidad de estos tiempos. En cuanto termino de escribir la carta, te la mando por inbox y sé que un segundo después la estás recibiendo, bien estés en tu casa de Comitán o en el departamento de Guadalajara cuando vivís allá. Pero, igual que don Carlos, me gusta escribir cartas a mano. Cuando escribo una carta a mano, doblo la hoja como cuadernillo y le pinto dibujitos y rayitas y flechitas. La personalizo al máximo. Un poco como para decirle a mi destinatario que me importa tanto que le dedico un tiempo especial. Sí, las cartas son muestra de un aprecio exclusivo, son una forma de decirle al otro (o a la otra, bendito Dios) que su cariño está por encima de los demás, de aquéllos a quienes basta un mensaje instantáneo para enviar una notificación. Pienso que, como siempre, en estos tiempos la diferencia de afectos podría establecerse a través del género epistolar. Vos podés decir: “Alejandro me quiere mucho, porque siempre me dedica un tiempo especial, de manera única.” No quiero amarrar navajas, sabés que respeto mucho tus relaciones interpersonales, pero pregunto: ¿Acaso tu novio te manda cartas? Ya, ya, lo dejo ahí.
Carlos abundó un poco más y dijo lo siguiente: “Creo que el género epistolar es uno de los grandes géneros literarios. A mí siempre me ha parecido que una de las cinco o seis grandes novelas de la literatura francesa son “Las relaciones peligrosas”, de Laclos, que es una novela en cartas; “La nueva Eloísa”, de Rousseau, que tú sabes que antes de “Cien años de soledad” fue la novela que más se vendió por toda América Latina como ninguna otra novela hasta Gabriel García Márquez. “La nueva Eloísa” es una novela epistolar.”
Y Fuentes sigue enumerando más novelas epistolares. Bueno, menciona dos más: “Los idus de marzo”, de Thornton Wilder, y “Las memorias de Adriano”, de la gran Marguerite Yourcenar (lo de gran lo digo yo).
En fin, ¿mirás qué bonito? Fuentes hablando de dos cosas que a mí me interesan. ¡Claro, hay más! Pero no puedo copiar todo el libro de Sarmiento. Hay compas que me llamarán plagiario. Sólo diré que a muchos lectores no les cae bien el tal Sergio Sarmiento, pero su libro sí es atractivo, porque es testimonio de grandes entrevistas con grandes personajes.
Termino esta carta diciendo que Fuentes comenta que los hombres inteligentes están en desventaja frente a una mujer inteligente, porque la mujer posee algo que jamás logra el hombre: la intuición. Mirá lo que dice y cómo lo dice: “Cuando una mujer muy inteligente aúna a su inteligencia su intuición, ¡a correr!, porque son Isabel I de Inglaterra, que encuentra una islita, que es poco menos que una roca tirada en el mar, y la convierte en el primer imperio del mundo.”
Bien, ¿no? Mente prodigiosa la de don Carlitos. No dije que fuera bobo, sólo dije que a mí me gusta más la literatura de Fernando del Paso. Pero reconozco la inteligencia de quien fue llamado “mujerujo” por la gran diva del cine mexicano: María Félix, mujer intuitiva.

jueves, 12 de marzo de 2020

CARTA A MARIANA, CON LA VISTA AL FRENTE




Querida Mariana: ¿Ya viste tu nombre? Lo hallé en un panel en el vestíbulo del cine. Hubo algo que atrajo mi vista, luego supe que era tu nombre. La frase dice: “Mariana regresa a estudiar.” Supe que era una historia de vida. Una tocaya tuya, en quién sabe qué lugar de México, regresó a estudiar, gracias a que recuperó la vista. Así lo deduje. Gracias a la Fundación Cinépolis “Del Amor Nace la Vista”, ella, se supone que en forma gratuita, dejó de tener el problema visual que padecía (no sé cuál) y volvió al aula.
En la pantalla exhiben documentales muy emotivos. Una señora con cataratas, gracias a los donativos que dan los cinéfilos a la hora de pagar, fue operada y recuperó su visión al ciento por ciento. A uno le dan ganas de llorar al ver esa acción (bueno, yo, lo sabés, lloro por todo). Es emotivo ver cómo, gracias a esa paguita, la fundación logra hacer grandes acciones.
Andrea descree de estos donativos. Andrea no aporta “redondeos” en las farmacias, en los Oxxos y en los cines; dice que no tiene la certeza de que su dinero sirva realmente para el fin que se anuncia; dice que ese dinero es para la bolsa de las supuestas fundaciones y que los testimonios están truqueados. Ella prefiere dar un donativo mensual a alguna asociación comiteca, dice que su paguita sea para ayudar a paisanos.
Yo, no sé. Lo único que sé (porque creo en el valor de la palabra) es que una tocaya tuya, en quién sabe qué lugar del país, recuperó la vista y regresó a estudiar. Y si esto fue así fue una buena acción, porque (lo sabemos) el sector salud no alcanza a otorgar estos servicios. Cuando aparece la operación Teletón muchos dicen que es un negocio de Televisa, pero luego cuando conocés un CRIT y ves todo lo bueno que logran, algo como una duda crece en el espíritu. Si no fuera por estas acciones, esos centros que tanto bien hacen a discapacitados ¡no existirían! ¡Así de fácil! Se sabe que los empresarios no dan paso sin huarache, pero, en el caso de los CRIT hay una certeza. Leopoldo (quien sí cree en estas acciones y aporta una lanita cada vez que hay un Teletón) dice que hay 24 centros de atención en todo el país. Yo quiero pensar que, gracias al donativo de cinéfilos, Mariana (tu tocaya) logró recuperar su visión al ciento por ciento y regresó a estudiar.
Cuando vi tu nombre me acerqué al panel y vi la serie de historias. Está la historia de don Carlos que volvió a ver su esposa. ¿Por qué no la veía? Cuando recuperó la vista ¿vio con agrado a su esposa? o pensó, pucha, qué jodida está, y ¿volvió a cerrar los ojos?
Juan, entiendo que es un joven, gracias a esta campaña ya no tiene catarata y regresó a jugar fútbol. La historia que más me gustó, por lo sencilla y por lo grandiosa, fue la de María. María, decía el panel, volvió a ver el amanecer. Imaginé a María, sentada en una silla, en la cima de un cerro. Vi que los médicos que la operaron le quitaron la venda y le dijeron que abriera los ojos y ella los abrió y vio la maravilla de un sol que comenzaba a mostrar su cara detrás de las montañas y María logró ver los tonos del amanecer y miró el brillo que tomaron las espigas y los árboles y vio el vuelo de los pájaros y vio cómo un grupo de nubes tenues alzó los brazos y se desperezó. Y vi que sus ojos (recién inaugurados) se llenaron de una telilla de cristal y sonrió y dio gracias a los médicos y a la fundación y a los cinéfilos que aportaron para hacer el milagro.
¡Pucha! Ya parece que la Fundación me pagó para que yo haga promoción de la campaña. Bueno, los creativos de esta clase de campañas son muy profesionales y logran comerciales que nos estrujan el corazón. De eso se trata su chamba. Hacer que sintamos empatía con los trabajos que desarrollan estas fundaciones y metamos la mano al bolsillo y saquemos una moneda y contribuyamos a estas grandes realizaciones. ¿Imaginás lo que piensa el compa que dio una moneda para la campaña visual y ve que María, gracias a los cinco pesos que donó, volvió a ver el amanecer?
Posdata: Andrea insiste: Todo es un fraude. ¿Yo? Yo no sé. La mañana que fui al cine (al lado de mi Paty) vi el panel y tu nombre llamó mi atención. A la hora que compré los boletos, el muchacho que me atendió me dijo que si quería aportar a la campaña, por un oído apareció su voz, y por el otro oído oí que Andrea me decía, que no lo hiciera, que no cayera, que todo era para enriquecer más a los empresarios. Dije que no, pero, un segundo después dije que sí, que estaba bien. Lo hice en tu nombre, porque sé que vos, gracias a Dios, tenés vista de águila (a veces mirás de más), sin mayor problema mirás a tu novio, jugás fútbol, estudiás y poseés el prodigio de que cada mañana mirás el amanecer, mientras sostenés entre tus manos una taza de café bien caliente. El lema de la fundación es: “Del amor nace la vista”. Bien, ¿no? ¡Qué manera tan genial de darle la vuelta al dicho! Te digo, estos publicistas son unos genios, saben cómo estrujarnos el corazón. ¡Cabrones! Esa mañana caí, sólo porque vi tu nombre en un panel.