martes, 12 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, CON BUENAS NOTICIAS




Querida Mariana: ¿Sabías que el auditorio del Palacio de Justicia de Chiapas, que está en Tuxtla Gutiérrez, lleva el nombre de Enrique Robles Domínguez? ¿No? ¿No lo sabías? Bueno, lo que sí sabés es que el magistrado Robles Domínguez es papá de mi amigo y compadre Quique. Por esta cercanía yo conocí al magistrado, quien (lo lamento) falleció en diciembre de 2019. Dicha cercanía me permitió tener con él un trato de primera mano, porque (vos sabés que así es la historia de los amigos) yo iba a casa de Quique y me topaba con el magistrado en cualquier momento.
En realidad, la historia viene de más atrás. El papá del magistrado, Ciro Robles, era primo hermano de mi papá, porque Ciro y Augusto (mi papá) eran hijos de dos hermanas. Por esto, el magistrado Enrique siempre trató a mi papá como tío.
Si me voy más acá, resulta que yo soy tío de mi amigo y compadre, pero esto nunca lo diré, porque Quique, el líder de mi palomilla, jamás me diría tío. Mejor nada digo, porque capaz que él me deshereda y me deja sin el pedacito de tierra que ya me prometió en el Ojo de Agua.
Resulta que ayer me enteré (me da mucho gusto) del nacimiento de una fundación que lleva el nombre de mi primo, el notable magistrado que nació en Comitán. La Fundación Enrique Robles Domínguez nace con los mejores augurios, nace con la intención de ser un organismo que auxilie a grupos de personas necesitadas y vulnerables.
En todos los tiempos, las agrupaciones que ayudan a los que menos tienen son bienvenidas. En tiempos actuales, la noticia del surgimiento de esta institución es doblemente bien recibida.
Digo que vos no sabías que el auditorio del Palacio de Justicia lleva el nombre de Enrique Robles Domínguez. ¡Ahora lo sabés! El alto honor de que el auditorio lleve su nombre representa el reconocimiento que sus pares le otorgaron en vida a quien puso su vida e integridad profesional al servicio de la justicia en nuestro estado, estado que, como en toda la república, tiene huecos profundos que deben llenarse.
Chiapas, esto sí lo sabés, es un estado con grandes carencias, en todos los sentidos. Hay grandes carencias. Por esto, el surgimiento de la Fundación que lleva el nombre de tan destacado jurista es noticia halagüeña, prenderá una lucecita de esperanza.
Yo conocí al magistrado en su casa de Comitán, a finales de los años sesenta, cuando me hice amigo de Quique. En ese tiempo, la casa del papá de Quique estaba frente a la escuela secundaria y preparatoria de Comitán (donde actualmente está el Centro Cultural Rosario Castellanos). La casa de Quique (lugar donde estaba la notaría de su papá) estaba más o menos donde ahora está la fuente del parque central. La casa estaba (ya lo intuiste) en la manzana que fue derruida en los años setenta.
Quique y yo lamentamos la tirada de esa manzana (la llamada manzana de la discordia), porque mi papá también tenía un edificio en esa manzana, lo que significa que mucho de nuestras historias de infancia y de adolescencia está enredado en ese espacio, espacio que, de la noche a la mañana, fue derrumbado. Ese derrumbe ocasionó un vacío que nos llena de nostalgia.
Cuando terminamos la secundaria y entramos a la preparatoria, nos enteramos que Quique estudiaría en Tuxtla. ¿Por qué?, nos preguntamos todos los integrantes de la palomilla. Porque su papá ya laboraba como magistrado en aquella ciudad, ciudad donde radicó más de cuarenta años, y donde llegó a ser Presidente del Supremo Tribunal de Justicia del Estado.
Recuerdo al magistrado en dos ocasiones cercanas sublimes, lejos del protocolo de su estatura profesional. La primera cuando nos invitó a ir a Popo Park. Nos quedamos una noche en unas cabañas y jugamos boliche. Fue fantástico. El salón sólo tenía una línea de boliche y, por supuesto, no tenía un sistema automático. Cada vez que tirábamos la bola y le dábamos a los pinos, debíamos ir a parar los bolos de nuevo. Al final nos turnamos, unos jugaban y otros nos quedábamos a parar los pinos y regresar la bola. Cuando el magistrado se fue a recostar, nosotros seguimos jugando y bebiendo cerveza. Suspendimos la bebida y fuimos a dormir cuando Jorge sugirió que saliéramos al campo y jugáramos fútbol. Cuando vimos que tenía sobre sus manos la bola de boliche supimos que era hora de ir a descansar.
La segunda vez fue cuando Quique se tituló. Sus papás se trasladaron a la Ciudad de México para estar presentes en ese momento tan sublime. El notario estaba orgulloso, Quique se recibió de abogado, por la Universidad Autónoma Metropolitana. Esa noche nos invitó a cenar en un restaurante argentino que estaba en la avenida Insurgentes. Fue una noche sublime de celebración. Fue la primera vez que probé las criadillas (ni te cuento que son las criadillas, pero tienen un sabor delicioso.) Recuerdo estos dos instantes, porque me dieron la dimensión exacta del magistrado Robles Domínguez: tenía una personalidad sencilla, diáfana, agradable y humanista.
Posdata: Tuve el honor de conocer de cerca al magistrado. Fue mi privilegio. Me dio gusto cuando me enteré que Chiapas lo honraba al colocar su nombre al auditorio del Palacio de Justicia, y ahora hago votos porque la Fundación que lleva su nombre ayude a muchas personas vulnerables y enaltezca la figura de quien, sin regateos, sirvió a la sociedad.