miércoles, 27 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, CON LA FRIDOMANÍA A TODO LO QUE DA



Querida Mariana: ¡Tenía apremio! Me ganaban las ganas. Busqué el sanitario, entré e hice lo que debía hacer. Solté mi cuerpo, cuando terminé de hacer pis, entonces vi la foto. Sí, sobre la pared estaba una fotografía con Frida. Reí. Estaba solo en el sanitario y reí. ¿Cómo? ¿Así que Frida había visto mi pedacito? Volví a reír. Di gracias a Dios que no era una de esas cámaras de Gesell, porque si no también se estarían riendo los que estaban del otro lado de la supuesta fotografía.
Me lavé las manos, busqué una toalla de papel y continué viendo la fotografía de Frida. Sí, pensé, la Fridomanía es grande en este país. Pensé que el dueño del restaurante era un gran fanático de Frida. Sólo así justifiqué su gusto por colgar una fotografía de ella en la pared del sanitario.
Luego pensé que la foto estaba dirigida especialmente para los hombres que, como yo, tenían urgencia de hacer del uno, porque las muchachas bonitas, llegan, le dan la espalda, se bajan el pantalón y el calzoncito y hacen lo que tienen qué hacer. Mientras hacen del uno, ellas se concentran en su celular o ven hacia la pared de enfrente. Los hombres, en cambio (salvo los equilibristas del milagro que ven su celular mientras orinan) se concentran en la pared de enfrente. La posición es clásica, llegan, bajan el cierre de la bragueta, sacan su pene, pequeño, mediano, grande (hay para todos los gustos, la naturaleza reparte con generosidad o pichicatería) y cuando expelen el chorro ven al frente y dan un ¡ah! de satisfacción. Fue la hora en que vi a Frida que me veía, con su clásico vestido de Tehuana, con una mano, muy altiva, en la cintura, como diciendo lo que dijo un personaje de Gabriel García Márquez, en el cuento: El rastro de tu Sangre en la nieve: “Los he visto más grandes.”
Lo bueno es que vi el rostro de Frida cuando ya había terminado, o estaba a punto de terminar de hacer pis. Estoy seguro que si la hubiese visto al bajarme el cierre me habría dado pena. Siempre he sido muy penoso. Tal vez hubiera pensado aguantarme las ganas o ya, en la apuración total, me habría bajado el pantalón (dándole la espalda a Frida), me hubiera sentado sobre la taza y, como niña, hubiese hecho pis, porque siempre he sido muy penoso.
Paco me cuenta que un amigo suyo no tenía pena alguna, cuando salían de un baile, él abrazando a su novia, si le ganaban las ganas, se bajaba el cierre con la otra mano y orinaba a media calle, sin ninguna congoja; seguía platicando tan campante, con la novia a su lado.
Me acerqué al cuadro y lo ladeé tantito, para ver si no había un hueco atrás. Volví a reír. Ahí estaba la pared, rotunda, inmutable. Era una estupidez pensar en una cámara de Gesell, como esas que usan en escuelas o en comisarías y sirven para que quienes están en la otra habitación vean lo que hacen en el cuarto adjunto. Pensé también en esas historias de moteles donde los espejos funcionan así, y los dueños de los establecimientos se sientan con una bebida en la mano y ven todo lo que hace una pareja calenturienta en la habitación, pero, bueno, esto, como dijera nana Goya, ya era otra historia.
Volví a bajarle a la palanca del wáter para que mi acompañante pensara que me tardaba tanto en el interior por alguna urgencia y no porque me había pasado algo. Digo esto, porque en algún cuento (¿o era novela?) de la española Rosa Moreno, un personaje entra a un sanitario en un aeropuerto y jamás vuelve a salir. Su acompañante espera un tiempo prudente, luego entra y revisa todos los apartados y no encuentra a su amigo. ¡Uf, así comienza la novela! Sí, es una novela.
Pensé que si el sanitario fuera mío y yo quisiera colgar un retrato ahí no colocaría a Frida. Pensé que colgaría algo más motivador, algo que no me cohibiera a la hora de orinar. Podría colocar una fotografía de un lago suizo, así, el agua motivaría a que el acto fluyera bien. Aunque luego pensé que, tal vez, colocaría la foto de una muchacha (pero no de Frida), tal vez me gustaría ver a la hora de hacer pis el rostro y el cuerpo de la gran Marilyn Monroe, pero luego pensé que esto no era muy conveniente, porque Marilyn despierta otro tipo de sensaciones y…
Posdata: Salí. A la hora que me senté ante la mesa mi acompañante me preguntó si todo estaba bien. Había tardado más de lo normal. Dije que sí y le conté lo de la fotografía de Frida. ¡No!, me dijo, no puede ser. Entonces se levantó y fue al sanitario a comprobar lo que le decía. Cuando salió rio y me dijo: Vos ya podés decir que orinaste frente a Frida. Y vos, le dije, ya podés decir que le diste la espalda e ignoraste a Frida. Reímos. Pedimos otro té.