jueves, 21 de mayo de 2020
CARTA A MARIANA, CON UN RECUERDO
Querida Mariana: Quien está en la foto es mi amigo: Miguel Octavio Román Marín. Falleció hace años. Él era puntal de nuestra palomilla. Su fallecimiento nos dejó tuncos del espíritu.
Hoy, disculpá que hable de él. Sucede que hace días hurgué en el archivo de nuestro Colegio Mariano N. Ruiz y hallé muchas fotos donde aparecen ex alumnos conocidos. Por ahí asomó Pedro Avendaño (otro amigo de la palomilla) y hallé una foto de la madre Sara (maestra bendita) y fotos grupales y otras donde está el padre Carlos con alumnos del colegio de los años sesenta y, al final del primer bonche, como broche luminoso apareció Miguel, en esta fotografía, y mi corazón fue como una cuerda de violín que perdió su afinación.
Sí, cuando Miguel falleció, sus amigos lo lamentamos enormidades. Hoy, muchos años después, su carita apareció en un bonche de fotos. Estaba al final del bonche, tal vez reafirmando el dicho de que los últimos serán los primeros.
En estos tiempos de pandemia, lo sabés, todos estamos como en una cuerda floja (bueno, un sector, el otro sigue como si nada). He visto en redes sociales a muchos amigos que suben fotografías del recuerdo. Como estamos en casa buscamos en los álbumes y hallamos elementos para continuar armando el rompecabezas de nuestra identidad. Miguel fue parte de un Comitán que hoy sólo permanece en el recuerdo. Yo tengo muy presente todos los momentos que estuve en casa de Miguel, a la vuelta de donde ahora está la sucursal bancaria del HSBC. Su casa tenía un portón amplio, donde el papá de Miguel, don Roge, guardaba una camioneta y un pequeño Renault que tenía la palanca de velocidades en el tablero. A mí me encantaba subir a ese carrito y ver a Miguel haciendo cambio de velocidad, hacía su brazo para adelante o para atrás, pero en forma horizontal y no en forma vertical como lo hacían los demás choferes que conducían autos con palanca de velocidades al piso. Recuerdo que al lado del portón había un enmallado sobre un murete. Los que caminaban por la calle veían el jardín que cuidaba su mamá, doña Anita.
Miguel fue un muchacho tal como acá se ve: con mirada limpia, con espíritu limpio. Había heredado lo mejor de sus padres (que Dios siempre bendiga sus memorias).
Había tardes que nos reuníamos en la sala (pequeña) a ver el partido de fútbol en una televisión en blanco y negro. El papá de Miguel siempre nos acompañaba, era un gran aficionado al fútbol. Don Roge vivía el partido como si estuviera en un palco del estadio, se paraba, movía la mano y exigía que los futbolistas jugaran ¡vertical, vertical! Ah, cómo le enojaba que los jugadores hicieran jugadas horizontales o que regresaran el balón. A don Roge le gustaba que los futbolistas fueran hacia adelante. Miguel fue un muchacho echado para adelante, siempre fue un muchacho noble.
Dicen que el recuerdo de un afecto toma brillo cuando fallece y todo nos parece bueno. Puede ser que así sea, pero yo, lo juro, sé que mi recuerdo es fidedigno: Miguel Octavio siempre fue un buen muchacho, lleno de dones positivos.
Recuerdo las tardes que tomábamos unos tragos en el comedor de su casa. Ahí también nos acompañaba su papá. Esto era sensacional, porque nos sentíamos protegidos, porque siempre tomábamos de manera mesurada. La mesa era amplia, generosa, de una madera fina, con sillas talladas en el respaldo. Don Roge se sentaba en la cabecera, en una silla que tenía descansabrazos. Las tardes eran prodigiosas, porque don Roge era un experto en política y tenía muchas anécdotas que compartía con nosotros. Ante los ojos de la palomilla, como experto mago, sacaba palomas de la chistera, y nos daba elementos para ir pepenando las avenidas por donde caminaba la política nacional, avenidas que hoy son los pasadizos del país de hoy. Roge, hermano de Miguel, heredó la memoria prodigiosa del padre. A Roge hijo yo le digo que es un pequeño Larousse, porque tiene muchísimos datos en su mente.
Recuerdo con emoción las tardes que llegábamos a ver a Miguel y él nos llevaba al sitio donde tenía animales (conejos, borregos y gallinas). Amaba a los animales, con paciencia y cariñoa les daba de comer. Los animales se amontonaban alrededor suyo y levantaban sus caritas en espera de los granos de maíz o de las hierbas. Por ahí, digo yo, cimentó su vocación, porque cuando eligió carrera profesional fue a la Ciudad de México a estudiar Agronomía, en la Universidad Autónoma Metropolitana.
Era un muchacho que le hacía bien a México, y un día, inadvertido, nos dejó. Su muerte fue muy lamentable. Los integrantes de la palomilla lo lloramos mucho, lo seguimos llorando. A veces nos ponemos de acuerdo y vamos al panteón y rezamos ante su tumba y nos limpiamos los ojos con coraje y luego vamos a comer y levantamos la copa en su memoria y suspiramos por la silla vacía, la que bien podría estar ocupada por tan querido amigo.
Posdata: Su tumba es la primera del panteón en la entrada principal. Apenas entramos, damos vuelta a la derecha y hallamos su nombre. Los amigos lo vamos a ver de vez en vez, pero siempre lo llevamos en nuestro corazón.
En esta fotografía tiene catorce o quince años. Es la fotografía que llevó para que pegaran en el álbum de la generación 1968-1971. Esta generación cumplirá cincuenta años de haber egresado del colegio el próximo 2021.
Amo al Colegio Mariano N. Ruiz, porque ahí laboro desde hace más de treinta años y porque me dio la oportunidad de conocer a gente tan bella, como el gran amigo de nuestra palomilla. ¡Miguel Octavio Román Marín! ¡Presente!