lunes, 18 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN VIAJE POR EL AIRE




Querida Mariana: Soy respetuoso de las ideas de los otros. Pero hay ideas que se me hacen absurdas. No soporto, por ejemplo, que alguien, cuando me ve con un libro entre las manos, diga que ese libro significó el derribe de un árbol, porque el papel viene de los árboles talados.
Respeto la opinión, pero se me hace un comentario absurdo. Entiendo que la persona quiere sembrar un sentimiento de culpa en mí (uso el verbo sembrar porque, imagino, que esa persona debe ser una gran sembradora de árboles, de vida). El comentario mordaz quiere hacer sentirme mal, como si yo fuera el culpable de que el Amazonas o la Selva Lacandona tengan esos niveles de deforestación.
Nada digo. ¿Qué caso tiene ponderar las virtudes del Guadalajara ante un aficionado del América? ¿Cómo hablar de las bondades de Dios a quien es ateo de toda la vida? ¿Cómo razonar con alguien que expresa tal tipo de ideas?
Cuando era joven leí lo que hace Canadá para la conservación de sus bosques. Por ley, las empresas que talan árboles deben regenerarlos con prontitud. ¿Mirás? En Canadá talan árboles, pero realizan la resiembra con responsabilidad, de tal suerte que los bosques de Canadá no sólo han preservado su riqueza forestal, sino que la han ampliado.
Por supuesto, los recursos naturales pueden aprovecharse de manera eficiente.
Bien podría decirle a esa persona que me ve con ojos acusadores, por tener un libro de papel entre las manos, que nunca he derribado un árbol, por el contrario, con mi papá (que en paz descanse) sembré varios que hoy son árboles enormes, que dan sombra, que otorgan oxígeno y que son casa de nidos de pajaritos.
Cuando fui niño, mi tía Emelina me obsequiaba libros cada vez que venía a Comitán, desde la Ciudad de México; uno de los recuerdos más sublimes que tengo es la del día que entraba el director de mi escuela primaria (el maestro Víctor) y a cada alumno entrega un paquete de libros de texto gratuitos, con olor a nuevo, con textos e imágenes que nos deslumbraban; mis papás, en casa, ayudaban a forrar esos libros con papel manila, ¡con papel manila, de color amarillo!; y mi papá (Dios bendiga siempre su memoria) iba a la Proveedora Cultura con don Rami Ruiz y compraba los cuadernos, con grapa, que yo llevaría durante todo el ciclo escolar.
¿Ya viste de qué hablo? Hablo de productos culturales hechos con papel. De joven compré revistas y libros, y, ahora, de viejo sigo comprando revistas y libros, que los hacen con papel.
¿Estas industrias son las causantes de la tala inmoderada? ¿La factura de estos productos ha hecho que los bosques de la Selva Lacandona estén casi pelones? ¿De verdad?
Todos los días veo en las redes sociales fotografías de camiones que transitan por las carreteras de Chiapas llevando decenas de troncos de árboles talados. ¿Debo pensar, todos los días, que esos árboles fueron derribados para hacer libros, revistas y cuadernos?
No, no y ¡no! Ahora existen los libros digitales, pero veo que en las escuelas de nuestro estado los alumnos siguen llevando sus libretas (ahora no engrapadas, sino con espiral) y los libros de la primaria siguen (en esencia) siendo los mismos que recibí en los años sesenta.
No, no y ¡no! No tolero los comentarios absurdos de personas que, como implacables toreros, desean “sembrar” una espada en mi conciencia, volviéndome cómplice de la tala inmoderada, porque leo libros impresos en papel. Cuando me lo dicen me contengo, porque estoy a punto de preguntarle a esa persona de dónde cree que sale la servilleta con que se limpia la trompa a la hora de comida y de dónde cree que sale el papel con que se limpia el culo cada vez que defeca. Pero, ya lo dije, soy tolerante, soy respetuoso de quienes no creen en Dios, soy respetuoso del amigo que le va al América o al Guadalajara, soy respetuoso de quienes respetan la vida de los otros.
Es cierto, he comprado muchos libros a través de mi vida (llevo más de cincuenta años de lector, un poco más), pero, estoy seguro, esa persona ha usado en su vida más papel higiénico que el invertido en los libros que he tenido en mis libreros. Y, la mera verdad, pienso que el papel de los libros ha servido a la humanidad mucho más que el papel de su sanitario.
Yo bien podría decirle a esa persona que ya no consuma papel higiénico, porque, por su culpa, el mundo se está quedando sin árboles; bien podría sugerirle que se limpie con un olote, como lo hacían nuestros ancestros; o que regrese al tiempo que había una caseta de madera en el sitio y la limpieza del tutís lo hacía un cuch. Pero, insisto, me quedo callado, porque ¿cómo hablar de nubes con alguien que se regodea en el lodo?
Posdata: Había guardado una paguita para comprar un lector de libros digitales, porque pienso que es un dispositivo maravilloso. ¿Imaginás poseer un chunche que permite almacenar más de cinco mil libros? ¡Ah, qué bendición! Pero, ahora, por la pandemia tuve que suspender el pedido. Espero tener oportunidad de hacerlo. Por el momento, el libro digital tiene la ventaja de que no puede ser vehículo de transmisión de virus; tal vez la nueva normalidad exija al mundo cambio de comportamientos y el libro digital tome preeminencia ante al impreso.
Esta carta te la envío en forma digital, pero los dibujos que ahora hago los hago en soporte de papel. Algún día, primero Dios, tendré paguita para comprar un chunche electrónico y haré dibujos en forma digital.