lunes, 25 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN PATIO




Querida Mariana: Esta fotografía la subió Juan Carlos Gómez Aranda, en las redes sociales. Se ve un grupo de estudiantes en clase de modelado en plastilina. El maestro (quien por fortuna aún vive, el maestro Javier Flores, en diciembre de 2019 cumplió cien años, ¡cien años!), porta una bata a propósito, con una fina corbata. Las dos chicas, también muy juiciosas, portan sus batas para no manchar sus vestidos. ¿Los muchachos? Ah, los muchachos no llevan protección alguna, como niños, si se manchan piensan “Hoover lava la ropa”. ¡Pobres mamás!
Esto es el primer plano, en el plano siguiente ves algunos muchachos que sacaron las sillas de paleta de los salones y, probablemente, presentan un examen (¡sí, eso es!, porque en el fondo se ve a un maestro que, con los brazos detrás de la espalda, con traje, camina en la clásica pose del maestro que va de un lado a otro para evitar que los estudiantes se pasen copia.) No hay mucho orden, porque se ve que dos o tres alumnos que debían estar atentos a responder el examen ven hacia la cámara porque de este lado está la fiesta, la bulla, el grito del fotógrafo: “Vean el pajarito”, y las carcajadas de los muchachos y el albur de loro.
Pero, hoy no quiero hablar de esto, aunque pienso que, no sé, tal vez en estos tiempos ya no imparten esta materia en las escuelas y eso es una verdadera pena. ¿Mirás las formas que estos muchachos lograron con sus manos? Nuestro máximo escultor comiteco, Luis Aguilar, sabe de esto, de cómo el espíritu se ensancha con clases que tienen al arte como columna vertebral.
Pero, decía, no hablaré de eso. Hoy quiero hablar del patio. Donde están los ventanales eran salones de la escuela secundaria y preparatoria de Comitán (no sé si sirva de referente decir que ahora este patio es el patio central del Centro Cultural Rosario Castellanos y, por supuesto, los salones ya no existen, ahora, en ese espacio hay un corredor amplio, bello, donde está el mural que pintó el maestro Rafael Muñoz.)
Digo que quiero hablar del patio, porque era un patio decente para la convivencia, pero no tan generoso para hacer otro tipo de actividades. Un módulo de salones es el que ves, luego, al fondo había otros salones y frente a este módulo, más salones y pará de contar (llegó el momento que los salones fueron insuficientes y los directivos mandaron a construir salones en los corredores externos. Donde ahora caminás de forma libre para entrar a la Librería Porrúa o llegar al Archivo Municipal, hubo salones improvisados.) Con esto te darás cuenta que el espacio educativo era insuficiente. No había cafetería, no había cancha para jugar un veintidós o para aventarse una cascarita con un balón de fútbol. ¡No! Por esto, en 1974 los muchachos se inconformaron, tomaron el edificio, secuestraron por un rato al secretario de educación que había llegado a tratar de solucionar el conflicto y no lo dejaron salir hasta que lograron obtener su palabra para construir nuevos edificios, uno para la secundaria y otro para la preparatoria.)
Pero (ay, qué carta tan de saltos de chapulín) dije que hablaría del patio, un patio que sólo era el pretexto para la reunión de pequeños grupos a la hora de los recesos o que servía como tránsito obligatorio para ir a los salones o los sanitarios o para el entrar al auditorio donde se efectuaba un ensayo de la rondalla o de una obra de teatro.
Dije que en 1974 hubo una huelga para pedir nuevas instalaciones, más amplias, más cómodas. Quienes lograron ese triunfo ya estaban por despedirse de la escuela, ya estaban preparando maletas para ir a la universidad (sobre todo a la Ciudad de México.) Su movimiento legó mejores instalaciones a las nuevas generaciones (donde actualmente está la prepa y donde está la secundaria.) Pero les arrebataron la dicha de vivir este patio, modesto, pero lleno de luz y de encanto, donde se topeteaban todos. Este patio permitió muchos enamoramientos, porque las chicas de secundaria se paraban a platicar y desde una esquina veían a los muchachos preparatorianos, quienes, viejos lobos de mar, tiraban sus anzuelos a las sardinitas que estaban deseosas de tener novio. Tener un novio de prepa era un lujo y viceversa, los preparatorianos se sentían chentos al tener novias pollitas. Como el patio era modesto en dimensiones, permitía que todo mundo se rozara, se viera, sonriera, lanzara los primeros intentos de enamoramiento.
Lo que también se perdieron las nuevas generaciones que ya no estudiaron en este edificio fue la ventaja de vivir los recesos escolares en el patio mayor del pueblo: el parque central. Los muchachos que fueron a estrenar los nuevos edificios tuvieron cafeterías, bibliotecas, salones más limpios, más luminosos (el laboratorio del viejo edificio le llamaban el gallinero, porque… bueno, ya con el nombre podés imaginar lo que era.) Pero, esas nuevas generaciones no tuvieron la dicha de pasar su receso sentados en la barda exterior, al lado de una calle central; no se sentaron en las bancas del parque central, no tomaron un helado en Nevelandia o entraron al billar que estaba al fondo para pedir al coime una mesa de pool o de carambola. Sus recesos fueron (son) dentro del edificio escolar. Los muchachos que convivieron en este patio tuvieron sus recreos en el parque central de Comitán. ¡Nadita!
Posdata: Este patio, modesto, de dimensiones breves, fue como el nido de cientos de pájaros que ahí hallaron sus alas, ahí aprendieron a tomar el vuelo. Y, se sabe, quien tiene menos terreno para alcanzar el vuelo debe apropiarse de elementos que carecen los que tienen las grandes pistas de los aeropuertos.
Ya no vivieron el rebumbio de este pequeño patio, donde se topeteaba medio mundo, con el otro medio mundo.
Digo que me causa mucha pena que hoy, los estudiantes, ya no reciban clases tan maravillosas como el modelado en plastilina. Sí, sí, había muchos que hacían guerritas con bolas de plastilina, muchos que aventaban plastas al techo del salón o embarraban de plastilina el asiento del maestro, pero también hubo muchos que aprovecharon el instante en que una simple barra de plastilina se convertía en un pie, en una mano o tomaba la figura completa de un león. ¿Ya no imparten estas clases, ahora? Qué pena.