jueves, 14 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, CON DEFINICIÓN DE ESCUELA




Querida Mariana: ¿Cómo definirías a la escuela? Es aventurado atreverse a definirla. Una escuela es muchas cosas, ¡muchas!
A pesar de que siempre sostengo que de niño fui más feliz en mi casa que en la escuela, reconozco que ese espacio tuvo una magia especial. Si me hubiesen dado a elegir habría elegido mi casa, pero me habría perdido la aventura grata e ingrata de la convivencia.
Javier recuerda que, ya en bachillerato, le decía que al concluir la licenciatura estudiaría una maestría y luego un doctorado y después a ver qué inventaba. Consideraba que ser estudiante era el mejor oficio del mundo, a pesar de todos los pesares.
Nunca estudié maestrías o doctorados. Con ciertos trabajos concluí la licenciatura, pero de mis sesenta y tres años de vida, más de cincuenta han estado enredados en espacios educativos. ¡Qué barbaridad! Seis años de primaria (en la Matías); tres de secundaria (en el Colegio Mariano N. Ruiz); tres de bachillerato (en la prepa de Comitán); un cuatrimestre en la Universidad Autónoma Metropolitana; cinco años en la facultad de ingeniería, en la UNAM; tres semestres en la escuela de arquitectura, en la UVM; y un semestre, en la escuela de ingeniería, en la UNACH. Todos estos estudios fueron continuos. Años después, ya casado, con hijos, me inscribí en la Facultad de Humanidades, de la UNACH, y cursé la licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana, carrera que, gracias a la tolerancia de mis maestros (Dios los bendiga siempre) concluí. Pero, antes, en 1982, el maestro Jorge me permitió colaborar como maestro en el Colegio Mariano N. Ruiz.
Desde la edad de seis años hasta la edad de sesenta y tres he estado ligado, bien como alumno, como maestro o como directivo, en espacios educativos.
Sé que mi historia no es excepcional. Hay millones de historias similares, pero a mí me sorprende el giro que tomó mi vida, porque si alguien, en mi infancia me hubiese pronosticado el futuro, yo habría dicho que el genio de la lámpara se había equivocado de personaje. ¡No era yo! No, definitivamente, no era yo. Yo toleraba la escuela, pero no era mi ideal.
Ahora, que veo a niños haciendo tareas desde su casa, a través de las plataformas tecnológicas, pienso que se hubiese cumplido mi sueño de la infancia. Desde mi casa habría tenido todo el aprendizaje que necesitaba para la sobrevivencia. Pero, también sé que, en algún instante, al ver las fotografías de los demás niños jugando en el patio de la escuela, bromeando en el salón, participando en dinámicas grupales o en partidos de básquetbol, habría pensado que algo me estaba perdiendo.
Sólo los valientes se atreven a definir la escuela. No es lo que dicen, las escuelas son más, mucho más.
Ya los expertos nos han dicho que el concepto de aprendizaje se está modificando. Ahora, muchas personas, miles, millones, realizan estudios de maestría o de doctorado ¡en línea! Lo hacen, incluso, siendo alumnos de escuelas que están en otros países de donde radican. Estudian desde casa.
Ahora, en estos tiempos de pandemia, las escuelas han cerrado sus puertas y han quedado vacías. Para no suspender el proceso de aprendizaje, las autoridades educativas han realizado programas donde los alumnos estudian desde casa; es decir, el aprendizaje (que sería una de las prioridades de las escuelas) se puede hacer fuera del aula.
Por eso digo que la definición de escuela tiene conceptos amplísimos, porque no sólo es el espacio para trasmitir conocimientos científicos, cívicos, morales y artísticos. ¡No! Las escuelas son ventanas amplísimas.
Ayer encontré una fotografía donde están alumnos del colegio Mariano N. Ruiz, con su maestra, la madre Sara, realizando alguna manualidad. Ahí hallé una línea de luz indecible. Los niños están entretenidos, contentos.
Esta fotografía sólo pudo generarse en el ambiente escolar. La escuela, por definición elemental, es un espacio donde los grupos se crean.
Los reportes escolares contabilizan grupos: el primero A, el primero B y el primero C. El grupo es esencia. Los príncipes recibían instrucción personalizada en sus castillos. Ahora no es así. El otro día vi un reportaje donde los hijos mellizos de Alberto II de Mónaco asisten a una escuela pública. ¿Mirás?, los hijos de un príncipe se mezclan con niños que no son de la realeza y lo hacen en el espacio donde la convivencia es fundamental: la escuela.
Vi la foto donde está un grupo de ex alumnos de nuestro Colegio Mariano N. Ruiz y supe que ahí, en medio de ese aro de luz, está el principio de definición de escuela. Los vi plenos, unidos, disfrutando un instante bendito, en el que el destino les permitió formar parte de un grupo, de una escuela, de un cordón umbilical eterno (además, acá debo agregar que estos niños tuvieron un mojol: fueron alumnos de una mujer infinitamente generosa: la madre Sara.)
Vos, ¿te atrevés a dar una definición de escuela? Yo no. Me siento incapacitado, a pesar de que desde que tenía seis años de edad he estado enredado en esos espacios.
Posdata: La fotografía pertenece al Archivo del Colegio Mariano N. Ruiz, pero puede ser compartida por todo el mundo.