miércoles, 6 de mayo de 2020

CARTA A MARIANA, DONDE ESTÁ UN ÁRBOL QUE JAMÁS SE SECARÁ




Querida Mariana: Mi amigo Daladier me envió esta fotografía. Estamos su papá y yo; estamos en su casa: Luz de luna, un espacio que da constancia del espíritu de la familia: apacible, generoso, lleno de aire limpio.
No sé con precisión cuándo fue tomada la foto, pero meses después, don Rafa falleció (Rafael Anzueto García, agosto 2019). Esa mañana platicamos sabroso. Yo no lo conocía ni él me conocía, coincidimos en casa de su hijo. Dos minutos después de habernos presentado me platicaba de su casa y de sus hijos con una gran familiaridad, como si me conociera de toda la vida. Comprobé lo que Daladier me confió de su papá, dijo que su papá era un hombre trabajador de sol a sol, de buena fe, constructor de casas de tierra, madera y teja de barro recocido, agricultor, apicultor, carpintero, colocador de herrajes a los caballos y, de vez en cuando, cantor con su vieja guitarra. ¡Claro!, por esto mi amigo Daladier, en sus años mozos participó en el famoso Cuarteto Vendaval, y, ahora, el nieto de don Rafa, el hijo de mi amigo, quien también se llama Daladier, es un destacado artista que se presenta en escenarios nacionales. Cuando falleció José José, Daladier estuvo presente en el homenaje que México le rindió al Príncipe de la Canción.
Don Rafa estaba lleno de anécdotas, lleno de historias que fluían como fluyen los ríos de la tierra caliente.
¿Ya miraste, querida niña, que atrás de nosotros hay un pino? Digo que esta fotografía fue tomada, tal vez, a principios de 2019. En agosto de ese año, falleció don Rafa. ¿Qué creés? Daladier me mandó, hace unos días, una foto donde está tirado el tronco de ese pino. Daladier dice que el día que su papá falleció al pino le dio por secarse, por morir, también. ¡Qué historia! Ese pino perdió la batalla. No tengo la certeza de saber si su madera pueda servir para algo todavía. La única certeza que tengo es que el árbol llamado Rafael Anzueto García jamás morirá. El viejo de mi amigo murió, pero su tronco y sus ramas siguen, seguirán siempre, alzándose por todos los cielos, por todos los aires.
Y digo que don Rafa estaba lleno de anécdotas, porque contaba que nació en una finca que tenía su papá, don Reinaldo Anzueto, justo en la línea fronteriza entre Guatemala y México. En esa finca, el abuelo de Daladier sembró café. Era feliz cuando veía cómo el valle verde se llenaba de catarinas rojas, que cosechaba y ponía a secar para convertirlas en café. Pero un día (nunca falta), los gobiernos limítrofes realizaron un nuevo trazo de la frontera, mandaron la línea un tantito para allá y un tantito para acá, lo que provocó que (Daladier lo jura) la cocina quedara del lado de Guatemala y la casa grande en México. Don Rafael, desde el corredor de su casa miraba su cocina y el campo donde estaba sus sembradíos de café que ya no era café chiapaneco sino café chapín. Don Reinaldo (es comprensible) lamentó esta situación y cuando se enteró que los agraristas estaban repartiendo tierras en la zona de Comalapa no lo pensó dos veces, se alejó de esa línea torcida que había torcido su destino y se trasladó a Comalapa con su mujer, Serafina García, y sus cuatro hijos: Jesús, Luz, José y Rafael, lugar donde vivió hasta su muerte. Hasta agosto de 2019 a don Reinaldo le sobrevivían sus hijos José y Rafael. Hoy sólo vive José.
Sí, después que Daladier me contó lo del árbol, he visto con atención la fotografía y advierto que tiene un rostro cansado, el tronco tiene muchas cicatrices, muchas arrugas. Los pajaritos ya no se posaban en sus ramas, los pajaritos preferían los árboles vecinos, llenos de hojas verdes, de frutos y de flores, llenos de la savia de la vida. Sí, ese pino ya acusaba cansancio. El día que murió don Rafa se acordó que debía morir y pensó que era buena fecha irse el mismo día que se fue un gran sembrador. Porque don Rafa se dio gusto en esta vida y sembró de todo, sembró cariño y sembró trabajo, mucho trabajo. A mí me encanta la descripción del hijo que dice que su papá fue un hombre trabajador de sol a sol. ¿Mirás qué prodigio, qué bendición?
Y el sembrador también sembró muchos árboles, y con esto digo que sembró mucha vida. Daladier cuenta que su papá, en su terreno de Comalapa, sembró, hace tres años, matas de café, árbol de achiote, dos árboles de cacao, tres de mango, un aguacate, dos neem (algún día alguien me enseñará un árbol de esta variedad y recordaré al papá de mi amigo y a mi amigo mismo). Don Rafa, al lado del aguacate, para que fueran vecinos, sembró un árbol de campanillo, dos pacayas, tres limones (para las cervecitas o las limonadas), dos laureles de la india y un guachipilín. ¡Ah, qué bonito nombre! ¡Guachipilín!
Posdata: Daladier dice que ahora su hermano Rafael corta, tuesta y muele el producto del café que sembró su papá, lo empaca en bolsitas de papel y le pone el nombre de su papá: Café don Rafael. Daladier lo tuesta, lo prepara y lo sirve en tazas de barro recocido y dice ¡salud! ¡Salud en memoria de su papá! ¡Salud en memoria de todos los seres humanos que, como don Rafa, son sembradores! Sembradores de paz, de aromas de albahaca, de papalotes en los aires.
Qué pinche pino tan simpático, se secó el mismo día que don Rafa murió. Acá está la constancia de que un día oxigenó el entorno. Ahora este pino ya no está. Don Rafita tampoco está, pero don Rafita permanece, por siempre, por siempre.