miércoles, 31 de marzo de 2021

CARTA A MARIANA, CON UN CHAPUZÓN

Querida Mariana: los mayores dicen que el canto del chisquirín (chicharra, cigarra) anunciaba el inicio de la temporada para ir a Uninajab. Dije que dicen los mayores. En estos tiempos, los comitecos viajan a Uninajab cualquier día del año. Pero, en los años cuarenta (nos cuentan los autores del libro “Uninajab, la feliz niñez”) ir a Uninajab era toda una aventura, porque en ese tiempo (¡increíble!) el viaje a Uninajab lo hacían a pie y tardaban día y medio para llegar. Ahora, ese viaje tarda, si mucho, treinta minutos. Los paseantes trepan a una poderosa camioneta 4x4, pasan a hacer compras a Plaza Las Flores, cargan gasolina en la Villatoro, llegan a Tzimol, compran batidos (riquísimos, dulces hechos con panela y cacahuate) y, después de unas cuantas curvas en carretera asfaltada, llegan al desvío y en menos que canta un chisquirín ya están nadando en las albercas que tienen en sus residencias, residencias con todas las comodidades de la modernidad. En aquellos años, compas de Islapá hacían los jacales, con ramas y petates y regaban juncia, porque ahí dormían las familias que pasaban ahí “la temporada”, consistente en una o dos semanas. ¿Mirás el título que le pusieron los autores a su libro? ¡Uninajab, la feliz niñez! Ah, cuentan grandes anécdotas vividas en ese paraíso natural, que algunos chocantes, en forma despectiva, denominaron como el Acapulco de los pobres. Qué percepción tan equivocada. Ahora, decenas de paisanos tienen casas ahí y disfrutan lo que los amigos que van a Acapulco no poseen. Acapulco sólo tiene mar. Uninajab no tiene agua salada, tiene agua azufrada, pero tiene mucho más, mucho más. Amigos del grupo AE Consultores me invitaron a dar una plática del tema. Mi plática se centró en hacer un comparativo entre un viaje en 1940 y un viaje en 2021. El contraste, pensé, ilustraría los cambios suscitados durante ese tiempo. Ya mencioné el tiempo del viaje. ¡Uf, una gran diferencia! De una duración de día y medio a treinta minutos. Lo mismo con el medio de transporte. En aquellos años la gente caminaba o hacía uso de caballos y yeguas, para que viajaran las señoras y para llevar todas las cosas necesarias. Ahora, ah, qué prodigio, en la pasadita a Plaza Las Flores consiguen todo lo que necesitan: hielo (para las cubitas y para la hielera donde se enfriarán las cervezas), salmón (antes comían charalitos y pescado seco), cacahuates Mafer, Sabritas, chorizo español (antes eran chorizos de doña Rita), carne para asar (antes llevaban su escopeta y en una redada mataban dos o tres venados, que cundían, ahora hasta las lagartijas están en proceso de extinción), carbón, güisqui, tequila, cerveza, limones, cigarros, protector solar, traje de baño, googles, condones (por si se ofrece), toallas sanitarias (por si se ofrece) y pañales desechables para el bebé (que siempre se ofrece). Y digo esto último, porque antes, nada de toallas sanitarias ni de pañales desechables. ¡No, señor! Las muchachas bonitas usaban trapitos que lavaban y volvían a usar y lo mismo sucedía con los pañales de las criaturas, se tiraba la caquita, se lavaban y se volvían a usar. Cuentan los mayores que los traseros de los pichitos no se rozaban, como ahora. Los autores del libro (Ramiro Gordillo García, César Gordillo Vives, Eugenio Cifuentes Guillén y Armando Alfonzo Alfonzo) nos cuentan lo que compraban al inicio de la temporada. En cuanto escuchaban el sonido de los chisquirines adquirían una buena red de tostadas, chorizos, longanizas y pan, mucho pan, porque, desde entonces, todo mundo al levantarse de la cama tomaba su café con pan. ¿Qué más compraban? Sábanas, hechas en Guatemala; tela cabeza de indio, que las mujeres usaban para confeccionar los camisones que usaban en las pozas. ¡Nada de trajes de hilo dental! ¡No! Camisones que a la hora de meterse al agua se inflaban como paracaídas. También adquirían caites, sombreros con barbiquejo (el barbiquejo servía para evitar que el viento se llevara los sombreros y fueran a dar hasta por donde ahora está la presa La Angostura). Compraban petates, que servían para dos usos: como maletas para llevar las sábanas y colchas, y como cama, porque se tiraban sobre la juncia, a la hora de dormir. Los niños iban a comprar hules para sus tiradoras y bajaban a los Zanjones para pepenar piedritas que usarían como proyectiles a la hora de matar pajaritos; y también compraban cáñamo que enredaban en una vara que les servía como caña de pescar. La carnada se conseguía en el sitio: lombrices. Posdata: Te dije que escucharas la plática, estuvo divertida, hablé de esto y de mucho más. Di la relación de cosas que el gran Armando Alfonzo Alfonzo anotó. Las mujeres llevaban: “agujas, hilos, botones, bicarbonato de sodio, sulfato de sodio, tintura de yodo, cafiaspirina, bitoques para lavativas, escapularios y ¡la Magnífica!” La Magnífica era la oración poderosísima que evitaba descalabros a la hora de bajar por el lugar conocido como “El voladero”. Ah, niña mía, por andar de lingui li lingui, te perdiste la plática. Fue un chapuzón en la poza del tiempo.

martes, 30 de marzo de 2021

CARTA A MARIANA, CON LA GLORIOSA GENERACIÓN 68-71 (Parte 3)

Querida Mariana: dirás que Julio Iglesias nada tiene que ver con los integrantes de la generación del Colegio Mariano N. Ruiz, la gloriosa generación 68-71. Hay líneas, en apariencia distantes, paralelas, pero que en un instante se entrecruzan y pasan a formar un nuevo tejido histórico. A final de cuentas, los grupos de alumnos se forman por un azar universal. ¿Por qué fulano de tal entró a tal escuela y no a otra? ¿Por qué a menganito le tocó sentarse al lado de fulanito y esa cercanía hizo que se hicieran amigos inseparables? El azar teje redes invisibles que luego se convierten en tejidos poderosísimos. Hay muchas personas que hicieron grandes amigos en la primaria, otras las hicieron en la secundaria o en el bachillerato o en las aulas universitarias. Muchas compañeras no recuerdan que su firma y su letra están en este cuaderno de autógrafos, forrado con una fotografía del cantante Julio Iglesias, propiedad de Lulú, María de Lourdes Guillén de León. La Lulis tuvo el cuidado de guardar este tesoro. Digo tesoro porque ahí está otro elemento de identidad, una hoja más del árbol que nos hizo coincidir en tiempo y en espacio. ¿Vos tenés alguna hoja de papel donde está tu letra de estudiante de secundaria? Tal vez sí, porque vos sos muy joven. Pero, pregunto, ¿quién de mi generación conserva un cuaderno de ese tiempo? ¿Alguien tiene los apuntes de la clase de Música, que nos impartía el padre Carlos J. Mandujano? Muchos de esos papeles ya pasaron a formar parte del basurero infinito. Ahora, por fortuna, existe La Nube, y ahí se conserva mucho de lo que ahora vivimos. Lulis es una nube, una nube previsora, ordenada. Lulis conserva el cuaderno de autógrafos que compró en 1971, que compró en la tienda de doña Mariana o en la Proveedora o en algún otro establecimiento de aquellos tiempos. Y digo que es un tesoro, porque además de muchos mensajes de compañeros de la generación conserva un autógrafo de quien fue nuestro maestro de Física y de Dibujo Técnico y de Modelado, del amigo personal de Rosario Castellanos, soberbio artista plástico de estas tierras: ¡el maestro Güero! El nombre del maestro Güero es Javier Mandujano Solórzano, pero en el autógrafo que le heredó a Lulis firma como fue conocido por múltiples generaciones de alumnos del Colegio Mariano N. Ruiz y de la Escuela Secundaria y Preparatoria de Comitán. Ahora, el nombre de quien fue nuestro maestro está inmortalizado en la Escuela Secundaria número 49, en el barrio de La Pilita Seca. Nosotros, quitados de la pena, podemos bajar a la secundaria 49 y decir, chentos, yo fui alumno de él. ¿De quién? ¡De él!, y señalar el nombre que está en la entrada de la escuela. ¡Nadita! Y la Lulis tiene un autógrafo de él. ¿Sabés qué le escribió el maestro Güero? “Lourdes, le deseo que en sus exámenes obtenga muchos dieces”. Sí, el trato fue de usted, nada de confiancitas, ¡no! Nosotros sabemos que el buen deseo del maestro, era el mismo de los papás de la Lulis y de la misma Lulis. Pero, de igual manera sabemos que el cumplimiento de ese deseo radicaba sólo en la voluntad de Lulis. ¿Cuántos dieces obtuvo Lulis en sus exámenes finales? ¡Ella lo sabe! ¿Estudió mucho o se puso lista a la hora de la copia? ¿Quién era la más adelantada del grupo? ¿Quién era la que obtenía muchos dieces? Armando Pérez Castro (ya te conté que era el mayor de nosotros y que llegó de Oaxaca para integrarse al grupo en segundo de secundaria) escribió lo siguiente: “Dos rosas en el jardín no se pueden besar, dos amigos que se estiman no se pueden olvidar”. ¿Qué dirá ahora Armando? Sí, tiene razón, dos rosas no se pueden besar, pero ¿qué tal se besaban él y Elsa? Armando llegó e hizo fuego, de inmediato se enamoró de nuestra compañera Elsa, quien era muy buscada, pero que tenía el freno de los hermanos, los gemelos Barrios (Raymundo y Víctor) que eran muy celosos. Armando franqueó barreras y se hizo novio de Elsa y tienen no sé cuántos años de casados, hijos y nietos. Su historia común comenzó en el aula. ¡Ah, el azar universal! Quién sabe qué mano divina hizo que Armando llegara a nuestro salón y ahí se topara con la mujer de su vida. ¿Qué le escribió Elsa a Lulis? ¡Esto! “Lulú: qué ventana tan alta, qué balcón tan dorado, qué bonita es Lulú, ¿quién será su enamorado? Your friend y tía.” Elsa era una de las consentidas de la maestra María Antonieta Alonso de González, quien nos impartía la clase de inglés. Elsa llevaba el control de calificaciones, era insobornable. Elsa era tan consentida que en su día de cumpleaños la maestra permitió que tuviéramos una hora social, para celebrar su cumpleaños. Fue un día especial, porque la maestra no desperdiciaba ni un minuto en afán de que aprendiéramos el lenguaje de Brad Pitt. Cantamos las mañanitas y algunos compañeros subieron al estrado para dar su mensaje, alguna canción o una declamación. Le tocó el turno a Julio César Figueroa, subió al estrado y, viendo a Elsa, le dijo: “Felicidades, Elsita, hoy es un día más de tu vida, hoy estás más cerca del panteón”. Ahí acabó el festejo, la maestra mandó a Julio César a su lugar y dijo que seguiríamos con la clase. Y acá es donde digo que Julio César se alía a Julio Iglesias, e Iglesias se alía a nuestra generación, porque nosotros comenzamos nuestra educación secundaria en 1968 y el cantante inició su fantástica carrera musical en ese mismo año, con la canción “La vida sigue igual” y, sin darnos cuenta, lo que Julio cantaba en ese tiempo hablaba del paso del tiempo que, en muy mal momento, Julio César nos repasó en nuestras caritas adolescentes. Ahora muchos melómanos vomitan a Julio Iglesias, pero nosotros crecimos con sus canciones, las cantábamos. Lulis era fanática, la imagen de su libro de autógrafos así lo demuestra. En este libro aparece constancia del grupo de mejores amigas de Lulis. Ella era integrante de una “pandilla” (así lo llamaban, al estilo de los muchachos) que nombraron como “De los números”, cada una de ellas tenía un número, eran seis: Jovita, Lupita Gordillo, Gloria Román (que en paz descanse), Elsa Barrios, Doris Caballero y ella. El libro de autógrafos de Lulis es testimonio de la desintegración de un grupo. Lulis solicitó un recuerdo, porque sabía que el grupo se desintegraba, esas hojas que volaron por diversos cielos permanecen integradas en hojas de este libro cosido. Así lo manifestó Conchy Guillén, quien escribió: “Si desgraciadamente el olvido existe, que estas líneas te recuerden a una amiga que de verdad te estima”. Sí, el olvido existe, pero estas líneas (que, sin duda, Conchy no recuerda haberlas escrito), recuperan un instante. ¿Qué escribió Eva Morante? ¡Ah, Eva se fue con una definición del amor! Mirá qué escribió: “El amor verdadero es aquel que nos acepta tal como somos y no trata de cambiarnos. Tu amiga que te estima”. Posdata: Estos mensajes fueron escritos en junio de 1971. Pronto hará cincuenta años. Julio Iglesias sigue cantando y nosotros con él: “Al final, las obras quedan, las gentes se van / otros que vienen las continuarán, la vida sigue igual”. La vida sigue igual.

lunes, 29 de marzo de 2021

CARTA A MARIANA, CON MUCHOS CORAZONES

Querida Mariana: ¿y si hablamos de corazones? Desde niño he estado enredado en corazones. Por fortuna, todos llenos de luz. Fijate que en el oratorio de la casa donde crecí había varias imágenes, la de la Santísima Trinidad, litografía que todavía está colgada en la recámara de mi mamá, una imagen de San Martín de Porres, un Cristo y un Sagrado Corazón de Jesús. Nunca he sido discriminador, pero si me preguntás cuál era la imagen que me atraía más, digo que era la del Sagrado Corazón de Jesús. Ah, pucha, su rostro era como de artista de Hollywood, con ojos azules, nariz afilada, el cabello largo y una barba cuidada, de cabellos dorados. Pero eso no era todo, porque, como su nombre lo indica, él mostraba en el pecho un corazón afectuoso, iluminado, lleno de vida. Nunca me han gustado los crucifijos donde Jesús muestra una cara de dolor. La imagen del Sagrado Corazón de Jesús es una imagen plácida. Desde entonces me aficioné a los corazones, sí, igual que muchos, también pinté corazones en mi cuaderno de estudiante de secundaria y le agregué el nombre de la niña que me gustaba. ¿Mirás el prodigio? Siempre ha existido una relación directa entre el nombre de la amada con el corazón. Claro, el corazón simboliza la vida y para los enamorados, el motivo de vida es la persona amada. Esto lo saben muy bien los poetas de todo el mundo. ¿Has escuchado ese prodigio de canción que se llama “Burbujas de amor”, de Juan Luis Guerra? En uno de los versos dice: “Tengo un corazón que madruga donde quiera”. ¡Ah, qué bonito! Siempre me ha gustado esa imagen: un corazón que madruga donde quiera, en lo alto de la montaña, en la playa, en el cuarto discreto, en la calle lluviosa. ¡Genial! ¿Y qué decir de la canción de Juanes, que se llama “Para tu amor”? En uno de los versos dice: “Un corazón que late por vos”. Acá, la persona amada es el motivo por el cual, el corazón late. Ya lo dijimos, el amor da vida, cuando no es un amor dependiente, corrosivo. Y el corazón es el órgano que lleva la savia a todo el cuerpo para darle vida, para darle salud. Y si me gusta el verso de la canción de Juan Luis Guerra, el verso de la canción de Juanes también es digna de mi aprecio. Y es así, porque Juanes no tiene complejo alguno para usar el voseo. He hecho, sólo por mero entretenimiento, el cambio del voseo por el tuteo y he comprobado que el vos suena mejor que el ti. “Un corazón que late por ti”; “un corazón que late por vos”. Mil veces esta última opción. El vos se extiende como río, como cielo; el ti como que choca contra un muro. Bueno, pues ahora, comparto con vos esta imagen que hallé en las redes sociales, es una pared llena de corazones. Es una fotografía de la tienda Libster, que está en Comitán. ¿Ya viste qué belleza? Da ganas de comprar todos, de decir: ¡me los llevo todos!, y de colocarlos, así como están colocados en la entrada de la casa. Porque estas prodigiosas artesanías son como la imagen que me sedujo en la infancia. Acá está el corazón de Juan Luis Guerra, estos corazones madrugan donde quiera. No sé si vos has leído algo del Feng Shui, esta disciplina recomienda tener espejos en casa, potencian la energía. ¿Imaginás el acceso de tu casa con estos breves espejitos que traen el mojol del corazón? O más bien dicho: ¿imaginás estos corazones en tu casa, que traen el mojol del espejo? Yo veo que acá se desparrama la luz, la vida. ¡Qué trabajos artesanales tan bellos! Digo que estas artesanías están a la venta en Libster, acá en Comitán. Son trabajos muy delicados. Dan ganas de decir: “¡me los llevo todos!” ¿En dónde está Libster? ¿Cómo te digo? Un poco adelantito de donde está la Pastelería Nataly, del barrio de Jesusito. La actual administración (¡fanfarrias!) arregló esa calle que en algún momento enchapopotaron y quedó más dramática que foto de los cráteres de la luna. Ahora, la calle está linda, de veras linda. Bueno, vas a pie o en tu auto y comprás un corazón que madruga donde quiera, o dos o tres. Te doy la dirección exacta: 3ª. avenida oriente sur No. 46. Posdata: Ya mencioné a dos grandes de la música: Juanes y Juan Luis Guerra. Ahora le toca a Neruda, en el poema 12 dice: “para mi corazón basta tu pecho / para tu libertad bastan mis alas…” ¡Ah, qué bello! ¿Ya miraste el corazón que tiene alas? Pucha, el artesano del latón pareció interpretar el mensaje del artesano de la palabra.

sábado, 27 de marzo de 2021

CARTA A MARIANA, CON BUENA NOTICIA

Querida Mariana: seguimos contando lo bueno. En Comitán ya inició la vacunación para los mayores de sesenta años de edad. La vacuna es una lucecita, un pequeño hilo que inyecta, a la vez del antígeno, una nube de esperanza. En medio del aro dramático de la pandemia, en nuestro cielo aparecen papalotes sonrientes. Uno de ellos es la noticia de que Félix Ogando Culebro, mero comiteco, publicó el libro “La otra comedia”. Es una noticia agradable. El libro es un libro electrónico y ya está disponible para todo el mundo, en la Editorial Dictum. Vos, como muchas personas de nuestro pueblo, identificás a Félix, él es un gran entrenador de campeones de Taekwondo. Muchos niños y muchachos acuden a su escuela y se divierten y practican deporte. Algunos, como Baldomero Gutiérrez, se convierten en campeones. Baldo llegó siendo un niño de nueve años y ahora está convertido en un deportista ejemplar, con logros internacionales. Bueno, yo también admiro al maestro Félix en su faceta deportiva; pero ahora advierto otra faceta de su personalidad al enterarme de la publicación de su libro. A través de una llamada telefónica me informó que su libro “La otra comedia” es una obra de teatro. ¿Mirás? Los escritores de obras teatrales en el pueblo no son muchos, ahora sí que, como decimos, se cuentan con los dedos de las manos. Podemos mencionar de entrada a la gran Rosario Castellanos. ¿Recordás “El eterno femenino”, que leímos en alguna ocasión? Óscar Bonifaz también ha escrito obras de teatro que montó en el auditorio de la Escuela Preparatoria cuando él daba clases de teatro (el auditorio de la prepa era el auditorio del hoy Centro Cultural Rosario Castellanos). ¿Quién más ha escrito obras de teatro? Ángel Vives. Ángel publicó, en 2019, un libro que se llama “En el clóset…”, donde reúne tres obras escritas por él: “¡Maldito Juan!”, pieza teatral en un acto; “Traición”, pieza teatral en tres actos; y “En el clóset…”, pieza teatral en un acto. La gran actriz Rosa Hortensia Aguilar Trujillo también ha escrito obras teatrales. Rosa Hortensia es una actriz que ha sido reconocida en el plano estatal y nacional. ¿Quién más? Es extensísima la relación de actores, actrices y directores de teatro, en nuestro pueblo, pero la relación de escritores de obras teatrales es reducida. A esta relación debe agregarse el nombre de Raúl A. Trujillo Tovar, autor de una genial “Pastorela comiteca”, obra en tres actos, que fue estrenada en el Teatro Junchavín, el 2 de febrero de 2018; y a Elvira Hernández, quien ha escrito monólogos costumbristas, igual que Ángel David Medina. Las obras de Bonifaz, Hernández y Medina no están publicadas en libros. Y ahora, el destacado maestro de taekwondo, coloca su libro en el estante de los dramaturgos comitecos. La Editorial Dictum presenta la siguiente síntesis de la obra de Félix: “La otra comedia, el eterno sacrificio de quien busca la salvación… Jesús, un joven de pueblo, regresa de un largo sueño en el que se le revela una verdad única, absoluta, inaccesible. Después de tal ensoñación jamás vuelve a ser el mismo, pues ha sondeado las profundidades del Ser, el más allá del alma, el abismo que todos llevamos dentro. Cara a cara con su destino, tendrá que librar una batalla tan vieja como la humanidad. Sin duda, el lector encontrará en esta obra una razón para cuestionarse a sí mismo sobre su propio sacrificio, sobre su papel en la otra comedia… aquella a la que llamamos vida”. ¿Mirás? Sí, suena muy interesante. A mí me gusta el teatro, me encanta asistir a puestas en escena y también me encanta leer teatro. Este gusto comenzó desde los once años, cuando, en la Biblioteca Básica Salvat, me encontré con la obra “El médico a palos”, de Moliere. Digo que la mayoría de comitecos identifica al autor como un gran deportista, un gran entrenador de la disciplina que, dicen los expertos, nació en Corea. Pero Félix es más, mucho más. Este libro lo demuestra. Félix es un gran lector, su papá le inculcó la lectura desde pequeño. La novela y la filosofía llamaron mucho su atención, tanto que, cuando debió decidir por una carrera universitaria, la filosofía fue una de sus opciones. Al final decidió estudiar la licenciatura en psicología, profesión que estudió en Tuxtla Gutiérrez, y luego hizo la maestría en Psicología Clínica, en Puebla. La mayoría de comitecos identifica a Félix como un gran deportista, pero él dice que su mayor pasión es la psicología. Atiende su consultorio, con cita previa, desde hace trece años y, actualmente, es el responsable del Área de Salud Mental y Adicciones, de la Jurisdicción Sanitaria, en la región. En la síntesis de su obra “La otra comedia” se advierte que hay una reflexión acerca de la personalidad humana. El arte tiene como objetivo demostrar la esencia humana. Félix posee un gran bagaje, porque la psicología se interna por las grietas de las personas. Hoy, entonces, es día de celebración, de sacar los discos de marimba y poner la diana diana conchinchín para festejar esta obra teatral, libro de un notable comiteco. Y digo notable comiteco, porque yo sólo cosas buenas sé del apellido Ogando, apellido paterno que lleva con orgullo. Tengo el privilegio, querida niña, de ser amigo de su papá, que también se llama Félix. El papá de Félix también lo identificás, a media cuadra del templo de El Calvario tiene una tienda donde ofrece chamarras de cuero. ¿Lo recordás? Mi generación lo recuerda como el muchacho encargado de coordinar a la banda de guerra de la Escuela Preparatoria. ¡Nadita! En los desfiles escolares de los años setenta, la participación de los alumnos de la prepa era esperadísima, porque era el contingente más disciplinado, el más impactante. ¡Cómo no! El maestro encargado de tal disciplina era el maestro Roberto Bonifaz Caballero. El prestigio bien ganado del grupo de la prepa se debió, en mucho, a la calidad de la sabia conducción de Félix senior, por ahí hay fotografías que testimonian su personalidad, con la corneta de mando. Siempre he dicho que nunca me gustaron los desfiles, pero, como medio mundo de acá, presencié desfiles en los años setenta y admiré la gallardía de los alumnos de la Escuela Secundaria y Preparatoria, porque el maestro Roberto Bonifaz, a través del orden y de la disciplina inculcó el amor a la escuela. Los espectadores los veíamos hincharse de orgullo cuando, a su paso, aplaudíamos, reconociendo esa marcialidad. Esos muchachos desfilaban reconociendo que el prestigio de su escuela estaba en sus movimientos, en el paso gallardo, en la precisión y la exactitud. Ahora, muchos años después de ese tiempo, su hijo, en forma virtual, hace un toque de diana, que es símbolo de disciplina, de trabajo, de orden y de rectitud; ahora, Félix de Jesús Ogando Culebro, hijo de Félix Ogando Utrilla y de Bertha Culebro Sánchez, hermano de Christian (quien es médica) y de Carolina (que es maestra), esposo de Karen Abarca Román, y padre de Gael, abre sus manos y entrega un fruto más de su creación. Ah, cómo celebro cuando los paisanos crean. Presentar un libro, vos lo sabés, es todo un algoritmo divino. No se sabe cuál será la reacción de los lectores. Deseo mucha suerte a Félix, que su propuesta tenga la recepción que se merece. El maestro Félix nació el 2 de abril de 1982, en Comitán. Uno de estos días cumplirá 39 años. La escritura, vos lo sabés, no es por generación espontánea, es todo un proceso vital. Quien da a conocer la publicación de un libro entrega muchas horas de trabajo, deseos, pasiones, misterios. Félix comenzó a escribir siendo un adolescente, más o menos a la edad de 18 años, ahora comparte con el mundo su primera obra teatral: “La otra comedia”. El título advierte lo que los sabios han dicho: la vida es un teatro, el teatro es la representación de la vida. Posdata: Deseo que muchos lectores lean el libro de Félix; asimismo, deseo que en algún momento un artista escénico piense en ponerla en escena. Digo que a mí me encanta leer teatro, imagino todas las escenas; pero también disfruto mucho cuando los actores representan los papeles e interpretan los diálogos propuestos por un autor. Que suene la marimba, que suene la diana diana conchinchín. Un autor comiteco presenta un nuevo libro electrónico. ¡Suerte!

viernes, 26 de marzo de 2021

CARTA A MARIANA, CON LA GLORIOSA GENERACIÓN 68-71 (Parte 2)

Querida Mariana: ¡mirá la fotografía! ¡A todo color! Nunca la tuvimos así. Ayer, la Doctora en Derecho Leticia Bonifaz Alfonzo me la envió por WhatsApp. ¡Ah, qué obsequio tan genial para todos los integrantes de esta generación! La foto, en 1971, nos la entregó don Roberto Gordillo en blanco y negro; Lety Bonifaz, en 2021, nos la entrega a color, para que los integrantes de esta generación veamos el esplendor de aquella mañana que hoy rememoramos. Mano generosa la de Lety, quien estudió la educación secundaria en la gloriosa Escuela Secundaria y Preparatoria de Comitán. Ahora voy con la tercera fila, contando de acá para allá, de izquierda a derecha. ¿Quiénes están ahí? Acá va la relación: Óscar Enrique Guillén Ramos, quien, me cuentan, es un empresario gasolinero, no lo sé, pero si no es cierto, estoy seguro que él no se enojará por esta mención; Marcolfo Guillén Flores, que ya dije es hijo del maestro Chaparrito, hermano del cronista Amín, amiguísimo del altísimo Luis Ortiz y quien, junto con Carlos Efraín Conde Aguilar, se llevaba todas las medallas de aplicación en la ceremonia de fin de cursos; luego está Enrique Robles Solís, quien es notario público y radica en Comitán; en el cuarto lugar está Eduardo Cruz Trinidad, a quien le perdí la pista, nadie me informa acerca de él, recuerdo que vivía en la colonia Miguel Alemán; a continuación está Julio César Gordillo Tovar, quien estudió para maestro y, antes de la pandemia, de vez en vez me topaba con él en las calles de Comitán; en el sexto lugar está Luis Armando Alfaro Molina, de quien también no sé su paradero, recuerdo que era portero, a la hora en que jugábamos al fútbol en el recreo. En seguida está Julio César Figueroa Avendaño, me apena, pero tampoco sé por dónde anda. Del que sí te puedo dar informes, más o menos precisos, es del que sigue, porque ese soy yo, Alejandro Benito Molinari Torres; estoy al lado de Ramiro Suárez Argüello, quien, igual que su papá, es un tipazo, porque aparece en esta foto de generación, pero como debió repetir el tercer grado, también aparece en la foto de generación 69-72; a continuación, está Roberto González Alonso, catedrático de la ETI, reconocido por muchos alumnos. Roberto estudió Comunicación en la Facultad de Humanidades de la UNACH, pero como los estudios fueron avalados por la UNAM, su título fue emitido por la máxima casa de estudios de México, radica en Comitán; en seguida está Ranol Oel De León Villatoro, quien, en una ocasión, anotó un gol olímpico en el estadio, tampoco sé por dónde anda; luego aparece Óscar Gerardo Núñez González, quien, hasta donde recuerdo, también vivía en la colonia Miguel Alemán. Tal vez invento, pero él llegó al pueblo proveniente de alguna ciudad del norte del país; y el último de la fila es José Antonio Guillén Jiménez, él estudió para profesor, ya debe estar jubilado, se ha dedicado al periodismo y es un gran promotor del deporte, vive en Comitán. Digo que recuerdo a Luis Armando como portero, porque debo decir que los integrantes de esta generación tuvimos tres espacios deportivos, uno fue el patio trasero de la escuela (donde ahora funciona la primaria del Colegio Mariano N. Ruiz), otro fue la cancha que construyó el padre Carlos y que es el espacio deportivo que está al término de la bajada de doña Mariana; y el tercero fue una calle lateral del parque de San Sebastián, frente a la casa de don Chepón y de don Tito Caballero. En esos años el tráfico era muy moderado, entonces, a la hora del recreo, mis compañeros jugaban al fútbol, colocaban piedras pequeñas para delimitar las porterías y en la calle practicaban una cascarita. Sólo empleaban dos piedras para las dos porterías, porque uno de los “postes” era el pequeño murete que delimitaba el parque. Cuando en la esquina aparecía un carro, el portero pateaba la piedra izquierda y la pegaba al lado del murete, para que el carro no fuera a aventarla con una llanta. Pasaba el auto y regresaban las piedras para señalar el otro “poste” y las acciones regresaban. Mientras tanto, mis compañeras se sentaban a comer, a platicar y a esperar que los muchachos de otras escuelas, como ardillas, se aparecieran por ahí para coquetear. Nunca a nadie de nosotros se le ocurrió ser cronista deportivo, nadie hizo la crónica de esos encuentros de media hora, que hacía que los jugadores, a la hora del toque del silbato del padre Carlos, anunciando el término del receso, se limpiaran el sudor de la frente con la manga de la camisa y corrieran a comprar una “gorda”, de Cirito, que eran gorditas rellenas de carne molida y papa. Tampoco a nadie se le ocurrió enviar el dato a los récords Guinness, porque, en el trayecto del parque a la entrada del colegio, no más de cincuenta metros, estos muchachos se zampaban la gordita y se limpiaban la boca, de tal suerte que cuando pasaban frente al padre Carlos, quien siempre esperaba a sus ovejas en la entrada, ya sus labios estaban limpios y sus bocas ya no imitaban el movimiento rumiante de las vacas y toros. Posdata: cuando ya estudiábamos la profesional en la Ciudad de México, Arnulfo Cordero Alfonzo llegó una vez al departamento de Avenida Cuauhtémoc 521 y dijo que narraría un partido de fútbol soccer que veíamos en la televisión. Bajamos el volumen del aparato y Arnulfo narró, en ese tiempo vislumbraba la oportunidad de hacerlo de manera profesional en lo que ahora es TV Azteca. Por vueltas del destino no siguió en ese camino, prefirió convertirse en un destacado empresario y luego ser presidente municipal de Comitán y más tarde diputado federal. Quien sí logró descollar en la crónica deportiva, en la televisión nacional, es Luis Enrique Alfonzo, quien estudió su secundaria en la ETI. En otra carta te platico algo de la segunda y de la primera fila, las filas donde están mis compañeras.

jueves, 25 de marzo de 2021

CARTA A MARIANA, CON LA GLORIOSA GENERACIÓN 68-71 (Parte 1)

Querida Mariana: acá está la generación 68-71, de educación secundaria, del Colegio Mariano N. Ruiz. Es mi generación, por ahí estoy. ¿Quiénes son los que están en la fila de atrás? Acá va la relación de nombres, de izquierda a derecha: Francisco Javier Herrera Reyes, Rafael Humberto Morales Serrano, Carlos Efraín Conde Aguilar, Francisco Javier Aguilar Carboney, Jorge Antonio Pérez Velasco, Miguel Octavio Román Marín, Luis Eduardo Ortiz Gutiérrez, José Armando Pérez Castro, Francisco Javier Guillén Martínez, César Leonardo Morales Coutiño, Marco Antonio García Aranda, Pedro de Jesús Avendaño Cancino, y Víctor Manuel Domínguez Aguilar. Todos muy trajeados, viendo al frente, viendo hacia donde estaba el fotógrafo, don Roberto Gordillo, quien a la fecha aún continúa con su estudio fotográfico, en la subida de San Sebastián. Bueno, no todos vemos a la cámara, Francisco Javier ve a la derecha y sonríe, quién sabe qué veía. ¿Por qué ahora comparto esto con vos? Porque si hacés cuenta (bueno, no las hagás, yo las hago por vos) advertirás que en este 2021 cumplimos cincuenta años de que egresamos. La mañana de esa fotografía, como sucede siempre con los grupos que se despiden de un ciclo escolar, había en cada uno de nosotros una mezcla extraña, no advertida, de sensaciones. Esa mañana, con tristeza, dejábamos nuestro colegio; esa mañana, con alegría, nos preparábamos para iniciar otro ciclo, muchos continuamos con los estudios, otros, muy pocos, ya no lo hicieron, el máximo grado de estudios que tuvieron fue la secundaria. La certeza de esa mañana fue que, a partir de ese instante, jamás volveríamos a reunirnos como grupo, como estuvimos reunidos durante tres años. ¿Lo imaginás? De lunes a viernes, a veces también los sábados, este grupo de muchachos, como los corderos fieles de la leyenda, se reunía, bien para recibir clases regulares o para ensayos de algún festival o de un desfile. Si contás al grupo (bueno, no lo hagás, lo hago yo por vos) verás que somos cincuenta y un muchachos. Como siempre resulta, acá no estamos todos los que iniciamos. Por ejemplo, puedo decir que los hermanos Poo Ramírez (Maluye y Pepe) no están acá, porque ellos, antes de terminar el primer grado de secundaria se trasladaron a la Ciudad de México; además, en esta fotografía no estamos todos los que concluimos el ciclo de secundaria. Por ejemplo, no está Arnulfo Cordero Alfonzo, y él sí terminó la secundaria con el grupo. No sé por qué no acudió esa mañana de toma de fotografía de generación. Si mirás las caritas apreciarás que son caritas de muchachos de catorce, quince o dieciséis años. Tal vez hay alguien que es un poquito mayor. En ese tiempo había algunos alumnos que eran mayores. ¿Alguien menor de catorce? No lo creo. Quien entraba a estudiar la primaria, cuando menos tenía seis años; es decir, concluía a los once años, edad a la que entraba a la secundaria para terminar el ciclo a los catorce. ¿Quién era el mayor del grupo? Es difícil decirlo. Tal vez uno de los mayores es Armando. Él llegó un día de 1969, cuando ya habíamos iniciado el segundo grado. Llegó, así nos lo contó, de Oaxaca, había estudiado, interno, en el Colegio Carlos Gracida. Lo vimos y supimos que era más grande que la mayoría del salón. Sí, él nació en 1952; es decir, cuando se volvió nuestro compañero ya había cumplido 17 años, ya estaba crecidito. Armando es hijo de don Arturo Pérez, un destacado comerciante de nuestro pueblo. Armando no realizó una carrera universitaria, él, desde joven, se integró al equipo de trabajo del Banco de Comercio, ahí realizó una brillante carrera hasta llegar a ocupar un alto puesto ejecutivo. Debe estar ya jubilado, radica en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez. Donde sí no hay motivo de error es en asegurar quién era el más alto del grupo. En esta fotografía lo podés ver, es Luis. Luis es altísimo. Luis se hizo gran amigo de Marcolfo Guillén Flores (quien está en la fila número tres), Marcolfo es hermano de Amín Guillén Flores, ambos, hijos del recordado maestro Víctor Guillén, quien medio mundo de Comitán conoció como el maestro Chaparrito. Digo esto para comentar que era simpático ver a Luis y a Marcolfo caminando en la banqueta, Luis colocaba el brazo sobre la espalda de Marcolfo, para esto debía jorobarse tantito. En esta fila hay un compañero que ya falleció. Mi gran amigo Miguel falleció en los años ochenta en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Miguel estudió el bachillerato en la prepa de Comitán y luego fue a la Ciudad de México a estudiar ingeniería agronómica en la Unidad Xochimilco, de la Universidad Autónoma Metropolitana. Su fallecimiento fue un suceso lamentabilísimo, él era un hombre bueno, noble. Es difícil repasar la biografía de cada uno de los integrantes de esta generación, porque algunos compañeros se pierden en la niebla del recuerdo y es difícil rastrear sus huellas. Algunos son como barcos que se echan al gran mar y arriban a playas muy distantes. Si omito a alguien es porque sus velas los llevaron lejos y están en otros puertos. Francisco Javier es profesor, vive en el pueblo; Rafael Humberto es un destacado empresario gasolinero, estudió en la UNACH, también vive en Comitán; Carlos Efraín estudió ingeniería, en el IPN, radica en la Ciudad de México; Francisco Javier, estudió Ingeniería Civil, en la UNACH, vive en Comitán; Jorge Antonio vive en el pueblo, estudió algunos semestres de arquitectura, en la Unidad Azcapotzalco, de la UAM, y luego pasó a estudiar la misma profesión, en la Universidad La Salle; Miguel Octavio, ya comenté que estudió en la Unidad Xochimilco, en la Universidad Autónoma Metropolitana; Luis Eduardo estudió ingeniería, radica en Comitán; José Armando radica en la capital chiapaneca; Francisco Javier no tengo la certeza, pero entiendo que estudió ingeniería y lo único que sé es que no radica en Comitán, vive en alguna ciudad de nuestra república; César Leonardo se convirtió en un destacado inversionista; Marco Antonio sí vive en Comitán, es médico, labora en el Centro de Salud, en el barrio de San Sebastián; Pedro de Jesús estudió ingeniería civil, en la UNACH, y lo último que supe es que vivía en la zona de Palenque; y Víctor Manuel se dedicó al ramo farmacéutico. Posdata: en esta fila identifiqué, más o menos, a cada uno de ellos. No es labor sencilla. No lo es, porque en 1971 dejamos de ser grupo. Si siguiéramos siéndolo, ahora mismo volvería mi mirada y le preguntaría a Francisco Javier: oí, vos, ¿dónde vivís?, y él, de inmediato. Esa mañana de 1971 tuvimos lo que llaman sentimientos encontrados, estábamos felices porque ya habíamos concluido un ciclo más, pero estábamos tristes porque sabíamos que jamás volveríamos a estar juntos. Cada uno tomó su rumbo y varios han fallecido en el camino. Mañana, primero Dios, te sigo contando de esta gloriosa generación 68-71.

miércoles, 24 de marzo de 2021

CARTA A MARIANA, CON UN INSTANTE

Querida Mariana: Juan me sorprendió un día, me topé con él a mitad del parque central, no me dio tiempo de más, me extendió la mano, me jaló y me abrazó. Cuando estábamos unidos en ese abrazo me dijo: “No te abrazo, te regalo este instante”. ¡Pucha! Me dejó sin aliento, porque su abrazo fue muy emotivo y porque no esperaba esa definición de un instante. Mi amigo, el licenciado Héctor Flores, la tarde del 20 de marzo de 2021, también me regaló un instante, éste, del cual te paso copia. Me mandó la fotografía que él tomó. Es una fotografía de tiempos a. de p. (antes de la pandemia). Me envió la fotografía por WhatsApp y escribió: “Ya le toca una Arenilla a esta foto”. ¿Mirás lo que dijo? Cumplo su dicho. No escribo una Lectura de Fotografía, como en ocasiones hago. ¡No! Esta fotografía merece que la comente en esta carta que te mando a vos. Lo hago para honrar la amistad, la de don Héctor y la de Paty, editora ejecutiva de ARENILLA-Revista. Como si me hubiese topado con Juan, don Héctor, con esta fotografía, me mandó un abrazo que contiene un instante. Cuando vi la fotografía recordé que segundos después de este instante, Paty y yo dejamos de hacer lo que hacíamos y vimos al licenciado Héctor que se acercó. Nos saludamos y le ofrecimos un vaso con esquites. Dijo que no, porque debía atender algo urgente en su negocio, San Marcos, pero quedamos que en cualquier momento nos reuníamos en esas gradas del Centro Cultural Rosario Castellanos y compartíamos un vaso con elotitos. Por supuesto, luego llegó la pandemia, y la degustación de los esquites sigue en suspenso. Pido a Dios que pronto cumplamos la cita y nos sentemos en las gradas superiores, en un extremo, donde no se interrumpe el paso de las personas que suben o bajan por esas gradas, y veamos cómo la tarde se consume en medio de la burbuja armoniosa que es Comitán. ¿Sí alcanzás a mirar que al fondo está instalada una gigantesca carpa? Esa estructura la colocan cuando hay un acto especial ¿Iba a servir para el Festival Rosario Castellanos? No lo sé, no puedo precisar la fecha. Lo único que puedo decir es que esa tarde tenía la armonía que la fotografía transmite. Esas gradas permiten una de las vistas más bellas del centro del pueblo. Es como ese proverbial ventanillo que aún hay en muchas casas comitecas y desde donde sus propietarios husmean la calle. La diferencia es que, acá, el juego es de cartas abiertas. Paty y yo veíamos a los que caminaban por la banqueta, a los que se sentaban en las bancas del parque, a los que pasaban en sus autos y a los que subían o bajaban por las escalinatas, en la misma forma que ellos nos miraban. Desde acá, a esta hora, el sol comienza a inclinarse en el poniente, justo al frente de nosotros. Esto permite que la luz comience a tomar el tono de ámbar que impide que la gente con mirada caliente te “eche ojo”. Más tarde, los colores del cielo se transforman, abandonan su mirada de sembradío de trigo y asumen los más variados rojos y naranjas, como si Tamayo derramara el jugo de sus sandías proverbiales. Desde este lugar, reclinadas las espaldas sobre los muros de piedra, la vida es una suma de instantes prodigiosos. He revisado catálogos turísticos y ninguno dice que los visitantes deben destinar un tiempo generoso a este acto contemplativo. Todo mundo debería sentarse en este lugar, a las cinco y media de la tarde, para ver cómo el cielo comiteco firma su esplendor en su cara infinita. Incluso, si llueve, el visitante puede resguardarse en el amplio corredor y desde ahí ver cómo el agua se desparrama en cataratas sobre las gradas de laja. Ese momento es como si la rotundez de la piedra riera y, niña traviesa, fluyera sobre sí misma, en cascadas húmedas, saltarinas. Posdata: sí, el licenciado Héctor tiene razón. Me envió esta fotografía y dijo que ya le tocaba su Arenilla. Acá está, envuelta en papel de china. Parece que yo viera el busto de Mariano N. Ruiz, que honra a ese prodigioso maestro y cuyo nombre está grabado en la institución donde laboro desde hace más de treinta y ocho años, pero mi boca está llena de granos de maíz; Paty hace una selección de granos de maíz. Somos herederos del Popol-Vuh. Con fe le entramos con todo a ese delicioso manjar. Lo pedimos sin queso, sin mayonesa, sin salsa roja. Lo pedimos al estilo comiteco. Sólo los granos, con un poco de sal, unas gotas de limón y un puñito de polvojuan. Elsa dice que ella los prepara de igual manera, así los come, pero los hace más comitecos, parte dos o tres rodajas de butifarra, las corta de manera fina y las agrega a los esquites, dice que el sabor se potencia. Mi amigo Héctor me envió esta fotografía que tomó una tarde llena de luz. Fue un hermoso obsequio, porque fue un abrazo, porque fue el legado de un instante. Cuando un ser humano separa instantes de la cuerda infinita del tiempo y los privilegia, lo que hace es como entrar al río y tomar las pequeñas piedras que, como pepitas de oro, iluminan la vida. Gracias, licenciado Héctor. Qué instante tan más lleno de granitos de luz, tan lleno de granitos de maíz.

martes, 23 de marzo de 2021

CARTA A MARIANA, CON UNA TAZA DE CAFÉ

Querida Mariana: la Dirección de Educación, del Honorable Ayuntamiento de Comitán de Domínguez, organiza un ciclo de pláticas en las redes sociales, vía zoom, que se llama Tardes de café. El jueves 18 de marzo de 2021 tuve la oportunidad de participar, al lado del cantante Carlos Solís, joven artista de voz bella. Durante toda la transmisión estuvo presente el director de educación, el maestro Ornán Gómez, profesor y destacado escritor. Una de sus novelas mereció el Premio Internacional de Novela Marco Aurelio Carballo, ¡nadita! El director estuvo acompañado por Pedro Aguilar, José Antonio Borralles y Néstor Siddharta Cancino, quienes laboran en la Dirección de Educación. Digamos que hasta ahí todo maravillosamente normal: estuvimos los organizadores y los invitados, pero lo que a mí me llenó de gusto y me sorprendió fue que el presidente municipal interino, Roberto Antonio Álvarez Solís, dio un mensaje de bienvenida. Cada uno de nosotros estuvo en la oficina o en la casa. Yo, lo sabés, estuve desde casa. Puse mi computadora en la sala, al lado de mi mamá. Y el presidente municipal también estuvo desde su casa. Y digo que me sorprendió porque se dio tiempo para saludarnos y para saludar a la audiencia. Los presidentes municipales tienen mucho trabajo. Esa tarde cayó un gran aguacero en la ciudad, y el presidente realizó un recorrido para ver las zonas afectadas e indicar los trabajos de desazolve y mantenimiento, y, en medio de la agitada agenda, hizo un huequito para saludar y reconocer, como lo dijo, que “la cultura, la voz, la palabra, el canto, son elementos muy nuestros de aquí de Comitán”. Quedó demostrado que cuando hay voluntad, la cultura también cuenta en el desarrollo municipal. Pasamos una tarde agradable, disfrutando las canciones interpretadas por Carlos Solís y platicando acerca de libros, lecturas y pueblos. Néstor compartió el recuerdo de sus primeras lecturas e hizo una remembranza de su pueblo, pueblo genial que se llama Tzimol. Entre las primeras lecturas de Néstor estuvo la serie maravillosa de Astérix. Néstor comentó una certeza, ese libro tenía monitos. ¡Sí! Millones de franceses se aficionaron a la lectura gracias a esos libros ilustrados. Pero no sólo los franceses abrevaron de esa agua limpia. Muchos millones de lectores en todo el mundo también recibieron esa influencia luminosa. Recordamos que los argentinos, de igual manera, tuvieron a una niña sensacional: Mafalda. Ah, benditos creadores de Astérix y de Mafalda, ilustradores geniales, inteligentes. ¿Qué tuvimos en México? También tuvimos geniales ilustradores y fascinantes revistas de monitos: la Familia Burrón, fascinante testimonio sociológico de la vida vecinal en la Ciudad de México, Los Súper Sabios, Kalimán, Memín Pinguín, Tawa, y Los Agachados, de Rius. Rius logró, a través de monitos, hacer fácil el conocimiento de temas complicados y escabrosos. Sí, tiene razón Néstor, los grandes lectores pueden iniciar con las revistas de monitos, los ahora llamados cómics. Cuando fui niño, mi tía Emelina me traía libros ilustrados desde la Ciudad de México. Esos libros fueron un tesoro, una bendición. Mi abuela Esperanza, mamá de mi mamá, me traía (ah, viejita sensacional) álbumes de figuritas, completos. Contaba que cuando le faltaban dos o tres figuritas ella iba al mercado y se reunía con los grupos de niños y compraba las figuras faltantes. Esas figuritas estimulaban mi imaginación y me permitían entrar al fascinante mundo de la ilustración, porque no sólo las veía, también las copiaba en mi cuaderno de dibujo. De ver tanta imagen me volví dibujante e ilustrador. Ahora dibujo todos los días, pinto de vez en vez; de leer tanto libro me convertí en escritor. Ahora escribo todos los días. Vos sos mi motivo, vos sos el pretexto ideal para escribir estas cartas. Posdata: me la pasé muy bien. Fue una tarde de café privilegiada. No tomo café, mi tarde fue tarde de té, pero fue tarde para compartir, para decirle al mundo que el libro ha sido el mejor amigo de toda mi vida. El otro día leí en Internet un diálogo simpático de la Asociación Querer Leer. La chica le pregunta a su chico: ¿Me querés? Mucho, responde él, y luego ella (ah, niñas, niñas), pregunta: ¿más que a tus libros?, entonces él responde: No me presionés.

lunes, 22 de marzo de 2021

CARTA A MARIANA, CON PREGUNTAS MUSICALES

Querida Mariana: a vos te fascina el cine y la música. ¿Alguna vez soñaste con ser actriz o directora de cine o cantante o ejecutante de algún instrumento musical? Tenemos paisanos que soñaron con eso y lograron sus sueños. Ahí tenemos el ejemplo de Javiercito Esponda, quien actuó en dos o tres películas nacionales. Recuerdo “El jardín de Tía Isabel”, donde el muchacho bonito comiteco es el tamborero. Bueno, no mencionaré a Irma Serrano, porque ella ha sido la más famosa actriz que parió estas tierras. La relación de películas donde participó es extensa y el directorio de destacados artistas a cuyo lado ella actuó es, de igual modo, inmenso. ¿Vos no soñaste con ser cantante? ¿Qué instrumento te gustaría interpretar? El otro día participé en una transmisión en vivo, por zoom, que organizó la Dirección de Educación del Honorable Ayuntamiento Constitucional de Comitán de Domínguez, y ahí tuve la oportunidad de compartir espacio con Carlos Solís, un joven cantante, con una voz delicada, que se acompañó con una guitarra. Me pregunté: ¿Qué instrumento preferiría tocar? Entre todos los instrumentos del mundo, elegiría la batería. Cuando escucho música, de inmediato comienzo a tamborilear sobre la mesa o sobre mis piernas, llevando el ritmo. Tengo espíritu de tamborilero. En la escuela secundaria jamás se me ocurrió inscribirme en la banda de guerra, como varios de mis compañeros. Era patético asistir a la ceremonia donde a un compa le “emboquillaban” los labios para tocar la corneta. El compa debía colocarse la boquilla de la corneta sobre los labios y el maestro encargado daba un golpe rotundo sobre el otro extremo de la corneta, era un beso dramático. En ese tiempo ya tamborileaba sobre las superficies al escuchar alguna canción transmitida en la XEUI, de Comitán, pero no me atraía la idea de ir cargando un tambor por las calles de mi pueblo mientras desfilaba. En realidad, odié los desfiles. El otro día vi un video en Youtube donde una chica toca el arpa, soberbio instrumento musical. Pensé en vos. Pensé que me gustaría verte en un escenario tocando el arpa. Ah, la chica bordaba la música sobre el telar de esas cuerdas, sus brazos y manos parecían pájaros en elegante vuelo. Pero, luego pensé que tal vez vos tengás otro pensamiento. ¿Qué instrumento te gustaría tocar? ¿Violín, bajo, violoncelo, tololoch, trompeta, corno inglés? Me impresionaría saber que te gustaría tocar la batería, igual que yo. El gusto por tamborilear fue como un hilo vocacional, como si mi espíritu dijera: Tu deseo escondido es tocar la batería. Sí, se me hace un instrumento genial. Tal vez, digo sólo que tal vez, sea el instrumento más amplio, el más parecido a un bosque. Su unidad está fraccionada. Es como un árbol cuyas ramas son tarolas y tamboras. La total unidad se logra a través de conjuntar las partes. Los que tocan guitarra o piano o violín o flauta o corno inglés o tololoch o marimba no extienden sus alas como sí lo hace el baterista. Ah, el baterista tiene frente a él tres o cuatro tambores y cuatro o cinco tarolas (además del tambor que toca con el pie). La batería es un abanico que bendice el aire. El baterista parece un tipo tranquilo. Antes de comenzar una melodía está sentado en un banquito, como niño bueno; cuando la melodía inicia, él, fantástico pulpo, comienza a llevar el ritmo con dos simples baquetas y esas baquetas se estrellan contra los tambores y contra las tarolas y esos sonidos forman una cascada genial que nos moja a todos. ¿Has visto cuando, en un concierto de rock, un baterista toca un solo? Es alucinante escucharlo y verlo. Sus brazos parecen extenderse más allá de su límite, sus brazos, en esos instantes, parecen poseer la capacidad del Hombre Elástico, famoso personaje de cómics. Pero ¡no! Falto a la genialidad del baterista al comparar su vuelo a una simple elongación de brazo. El baterista vuela sentado, sin moverse mueve y remueve al aire y mueve y remueve nuestro espíritu. Me encanta ver cómo el baterista extiende sus brazos como si fuera un Dios creando montañas y valles y ríos y dando vida a pájaros y a elefantes. Posdata: Pienso que la batería permite que el baterista se acerque mucho a la amplitud de vuelo que logra una arpista, por eso, cuando vi a la chica maravillosa tocar el arpa pensé en vos, porque sé que tus vuelos son de águila y tus cielos son más azules que el azul del mar de Cancún. Sí, tenés razón, tengo sueños pendientes. Uno de ellos es poseer el secreto del baterista y tocar la batería en un grupo de rock. Bueno, no, rock ¡no! Ya estoy delirando. A mis sesenta y tres años de edad basta con llevar el ritmo de alguna balada, de alguna canción de Armando Manzanero. Lety, mi ex compañera de secundaria, en el Colegio Mariano N. Ruiz, soñó con ser actriz y logró hacer realidad su sueño, trabajó de actriz al lado de los hermanos Almada y al lado del hijo de Pedro Infante. Por cierto, nuestra generación cumple cincuenta años de haber egresado de la secundaria, ya te contaré más de ello.

sábado, 20 de marzo de 2021

CARTA A MARIANA, CON LOS MENSAJES QUE ENVÍAN LAS CASAS

Querida Mariana: las casas hablan. Desde su silencio de paredes ¡hablan! A veces lo hacen con tal fuerza que gritan. A mí no me sorprende cuando alguien dice que en su casa hay fantasmas porque se escuchan ruidos en las noches. Esperanza juraba que, en el pasillo de la cocina al comedor, en la casa antigua de la abuela, escuchaba cómo un fantasma arrastraba cadenas. No me sorprenden los ruidos, son las paredes, los techos y los pisos que hablan, que gritan, que nos envían mensajes. Si una persona pone atención puede escuchar esos mensajes. Bueno, lo que digo es una obviedad. En realidad, habla todo lo que existe en el universo. La Biblia nos enseña que al principio fue El Verbo; es decir, la palabra. ¿Podés entonces imaginar el costal de palabras que se han acumulado desde entonces? No desde que el ser humano comenzó a hablar. ¡No! Los mensajes que nos llegan se remontan al principio de todo. Antes de los balbuceos de los humanos ya existían los sonidos de los dinosaurios y los murmullos de los animales primigenios arrastrándose por las playas en busca de su evolución. Todo lo que está a nuestro alrededor ¡habla! Y, por supuesto, las casas que habitamos, que son el entorno más cercano que tenemos, nos hablan en un idioma que no es ajeno. Quienes viven en casas antiguas escuchan muchas palabras que suenan como rezos. Las casas antiguas tienen grietas en sus techos y en sus paredes y en sus pisos, esas grietas son como arrugas pintadas por el tiempo. A través de esas grietas escuchamos sonidos de tiempos lejanos. Quienes viven en las casas donde nacieron, reconocen los sonidos porque crecieron con ellos. Cuando llega un extraño todo le resulta ajeno. Ya te conté que la casa que mandó a construir mi papá tenía tapanco y techo de lámina de zinc. La casa era enorme. En ocasiones yo subía a ese espacio entre el plafón y el techo y caminaba en el remate de las paredes, miraba la estructura hecha con madera, donde reposaban las láminas. Ese espacio era una sucursal del infierno. Se acumulaba todo el calor de los rayos de sol que recibían las láminas. Yo caminaba durante el día, pero durante la noche los ratones y tlacuaches eran quienes hacían su ronda. Yo y todos los demás de casa reconocíamos esos ruidos nocturnos. Cuando estaba acostado sobre mi cama escuchaba los pasos apresurados del tlacuache (también llamado tacuatz, acá en Comitán). Esos animales eran viejos conocidos, los ruidos que provocaban eran tan comunes como el ruido de los platos a la hora en que mi mamá los lavaba en la cocina. Ya te conté cómo una vez llegó mi tío Samuel, desde la Ciudad de México, y yo pasé a dormir a la habitación de mis papás y le ofrecimos al tío mi cuarto. Pasaron dos o tres días y todo fluía con gran placidez, el tío desayunaba, platicaba y reía con gran desparpajo, pero como a las once de la mañana, con la puerta abierta del cuarto, entraba a recostarse y dormía a pierna tendida, hasta las dos que era la hora de la comida. A mi papá le llamó la atención ese comportamiento y comentó que era bueno que el tío descansara, que Comitán le permitía la tranquilidad que, sin duda, no hallaba en la gran ciudad. ¡Mentira! Tres días después nos enteramos que en las noches no pegaba el ojo. Cuando llegó su esposa, ella nos contó la historia. Sucede que la primera noche, el tío (gran lector) prendió la lámpara que tenía en el buró y leyó; como a las once de la noche, dejó el libro y apagó la lámpara. Debo decir que mi cuarto tenía, en las cuatro esquinas, cuadros de fibracel con hoyitos, como respiraderos; es decir, los amigos tlacuaches y ratones permanecían tranquilos mientras el haz de luz alumbraba el espacio donde estaban. Cuando mi tío Samuel apagó la luz, los tlacuaches comenzaron a caminar por el espacio. Mi tío se incorporó en la cama y escuchó, escuchó ligeros pasos que se acercaban a la cama por el lado izquierdo, tembloroso alargó la mano y prendió la luz. Los animalitos, como decimos en Comitán, se hicieron tacuatzes, y detuvieron su diario trajín. Mi tío se limpió el sudor y puso atención, nada escuchó. Dejó que pasaran varios minutos y ya más tranquilo volvió a apagar la luz. Dos minutos después, los tlacuaches volvieron con sus ruidos. Mi tío volvió a prender la luz. ¡Sí, pensó, en esta casa hay fantasmas! Y los fantasmas, cuentan las leyendas, aparecen cuando asoma la oscuridad, así que no sólo dejó prendida la lámpara del buró, sino también la luz general del cuarto. La luz eléctrica hizo el milagro. Los fantasmas ya no aparecieron. Los tlacuaches se durmieron, pero mi tío no. Se pasaba las noches en blanco, por eso al día siguiente, se bañaba, desayunaba con nosotros, buscaba la cama y se dormía. Cuando mi tía llegó desde la Ciudad de México tres días después, mi tío le platicó el asunto de los fantasmas y se lo demostró, apagó la luz y esperaron la llegada de los fantasmas, estos no fallaron, diez minutos después mis tíos escucharon los pasos, mi tío dijo: va de tu lado, mi tía exigió que prendiera la luz y esa noche se alternaron el sueño, uno dormía mientras el otro, como cabo de guardia, vigilaba. Cuando, a la hora del desayuno se abrieron de capa, mi papá les explicó, conteniendo la risa. ¡No, fantasmas, no! Eran tlacuaches y dio la explicación “científica” del haz de luz. Esa noche, todos (todos eran mis tíos, mis papás y yo) hicimos la prueba. A las diez de la noche, mis tíos se sentaron en la orilla de la cama y nosotros nos sentamos en sillas. Mi papá le dijo a mi tío que apagara la lámpara del buró. Diez minutos más tarde aparecieron los sonidos de los pasos de nuestros amigos tlacuaches. Mi papá habló, pidió que prendieran la lámpara. Cuando les vimos sus rostros vimos que la mueca de desesperación había desaparecido y un relumbre de sosiego los iluminaba. Reímos, todos reímos. Mi papá les dijo que se acostumbrarían, que ya sabían que no eran fantasmas y que no se preocuparan, que la estructura del plafón era resistente, soportaba las carreras de los animales. Pero no sólo carreras de tlacuaches y ratas y ratones hay en las casas. No. Las paredes hablan. No todo mundo tiene la capacidad de escuchar a las paredes, porque tampoco todas las paredes conservan tesoros en su interior. Acá en Comitán se cuenta la historia de un señor que, una tarde, mientras clavaba sobre una pared para colgar un cuadro, la pared se le vino encima y lo bañó con monedas de oro. Alguien, muchos años antes, había hecho un entierro de monedas en esa pared. Doña Eneida lo contaba y cuando lo contaba decía que el propietario afortunado había escuchado una noche antes que la pared le hablaba. Puede que no sea tan preciso el mensaje, pero todas las paredes tienen cosas que decirnos. Ahora se ha perdido la bonita costumbre de colgar fotografías familiares en las paredes de las casas. Es una pena, porque esas paredes han perdido su capacidad parlanchina y ahora sólo emiten balbuceos. Siempre recuerdo la escena, de la película “La Sociedad de los Poetas Muertos”, donde el sensacional maestro pide a sus alumnos de nuevo ingreso que acerquen sus oídos a las fotografías donde están las generaciones pasadas, que escuchen lo que ellos están diciendo. Les pide que abran sus sentidos, no sólo el del oído, ¡todos!, y que escuchen. El maestro les dice que ellos, los ex alumnos viejos les dicen dos palabras en latín: Carpe Diem, que en buen español, más o menos, significa: Vive este instante presente, no hay más; es decir, todos vamos para la muerte. Si hoy estamos vivos debemos ser agradecidos con el universo y vivirlo de la mejor manera. Algún día no seremos más que esa voz encapsulada en una pared. Todo habla. Una vez, en los años sesenta, mi papá y yo fuimos a ver a mi tía Carmela, hermana de mi papá, en la Ciudad de México. Tocamos en la puerta del departamento y abrió una mujer, cuando mi papá preguntó por su hermana, la mujer dijo que entráramos, que iría a avisarle. Entramos. Nos sentamos. Mi papá vio una andadera y dijo: hay criatura. Mi tía salió de un pasillo, nos abrazó y luego dijo que ya era abuela. A mí me sorprendió ese hallazgo paterno, esa asociación. Desde entonces, siempre que entro a una casa escucho lo que me dice. Hay cosas obvias, si hay una silla de ruedas significa que hay una persona que no puede moverse con total libertad. Ahora, las andaderas no sólo sirven como entrenamiento motriz para niños, hay andaderas para adultos. Si en una casa hay hamacas colgadas en los pilares tiene un significado; si hay cuarto siempre cerrado, algo nos está diciendo. Si el patio de la casa tiene muchas flores sembradas en macetas nos dice algo diferente a esos patios ausentes de plantas. Si en el corredor hay juguetes significa que hay niños o, mi caso, presencia de mascotas juguetonas. Posdata: las casas hablan. Quienes viven en casonas antiguas escuchan más mensajes. A mí me encantaba entrar al oratorio de la casa donde crecí. La burbuja de aire de ahí era muy diferente a la de la sala. En la sala yo escuchaba fragmentos sonoros de música de acordeón francés, carcajadas de los amigos de mis papás, discusiones, llantos. En el oratorio, con su infaltable aroma de cera, escuchaba líneas invisibles de peticiones y agradecimientos. Los ritmos de uno y de otro espacio eran diferentes. Ambos me gustaban, pero disfrutaba más el oratorio, con ese chal que siempre dejaba todo en penumbra.

viernes, 19 de marzo de 2021

CARTA A MARIANA, CON SABOR EXQUISITO

Querida Mariana: el verbo sabrosear no está incluido en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Esto es así porque la RAE siempre va detrás de lo que el pueblo nombra. El verbo existe, tan existe que en los últimos quince días he hallado en las redes sociales dos menciones, una un tanto peyorativa (“Juan se la quiere sabrosear”), y la otra, estimulante: “Estuve sabroseándome diez minutos frente al espejo”. No hay necesidad de explicar el uso de tal verbo, se sobreentiende. Para mí, viejo irredento, el término me resulta novedoso, pero ustedes los jóvenes lo emplean con frecuencia. El término sabrosear está íntimamente relacionado con el término comer. Uno comprende la relación directa. Cuando uno come un guiso especial, desea que esté sabroso. Pero, ¡Dios mío!, ambos términos también se aplican en nuestro país como un elemento de la picaresca subida de tono, casi grotesco. Un chavo puede decir a sus amigos que está sabroseando a fulanita, porque se la quiere comer. A las chicas esto les desagrada, porque el juego verbal contiene una carga agresiva. Las chicas acá en Comitán bien podrían volverse molestas y decir al abusivo: “No soy tu Hueso de Tío Jul, animal”. Sí, el uso de ambos términos no son los más afortunados; sin embargo, han trascendido y ahora yo me sabroseo, vos te sabroseás, ella se sabrosea, nosotros nos sabroseamos y ellos se sabrosean. Y dicho así (digo yo) el término pierde su máscara grotesca y adquiere un tono sensual, juguetón, picaresco, porque, tal como lo expreso, acá no hay una falta de respeto, todo es como dicen ahora los juristas: consensuado. Digo que la chica se para frente al espejo y por diez minutos se sabrosea. Al término de ese ritual regresa plena, iluminada (porque siempre en esta práctica hay algo de yoga, de meditación, de internamiento, de agradecimiento a la divinidad, de purificación de ese templo maravilloso que es el cuerpo). Cuando ellos se sabrosean, el acto se convierte en una nota armoniosa, como cuando vemos un par de pájaros en la selva que hace sus rituales amorosos. El macho practica sus mejores bailes e interpreta sus mejores gorjeos para impresionar a la hembra. Sí, digo yo, empleando este término juvenil, el macho alfa se sabrosea en público para que, si lo acepta la hembra, se sabroseen en una rama del gran árbol. ¿Mirás cómo el término que, de principio, resulta ofensivo, puede resultar agradable? ¿Dónde está el problema? El problema radica cuando el término se vulgariza al exponerlo ante los otros, los extraños, porque el acto de sabrosearse es, como todo lo sensual, lo sexual, un acto íntimo. Yo me sabroseo y reconozco mi cuerpo y es como si le echara incienso a ese templo glorioso. Vos te sabroseás y tu cuerpo ilumina tu espíritu y viceversa. Ellos se sabrosean y todo es como un canto sublime, como una serranía acariciada por un atardecer, como una bandada de pájaros en migración. Todo es un canto a la vida. Cuando escuché por primera vez los términos de sabrosear y de comer, aplicados a prácticas eróticas pensé en doña María Sabrosa y en Diego Rivera. La primera era conocida así en Comitán porque era una excelente cocinera, su sazón era tan exquisita que le trabaron ese mote: Sabrosa. Bien aplicado el adjetivo. Su comida era muy sabrosa y como ella era la mano que daba esa sazón ella era sabrosa. En el caso de Diego Rivera, la historia cuenta que un día (se pasó de chistoso) comentó que él comía carne humana. Pienso que el tal Diego era un eterno sapo jovenazo y se adelantó a su tiempo, tal vez se refería (en forma grotesca) a que él, como muchos jóvenes de hoy, se “comía” a sus modelos. Sí, primero se las sabroseaba en los cuadros (en los de caballete o en los murales) y después “se las comía”. Ah, sapo libidinoso, grotesto, antropófago, caníbal bruto, travieso, genio. Posdata: un mediodía acompañaba a Lucía, bella, con sus jeans bien ajustados y, ¡clásico!, apareció el grito desde lo alto de un edificio en construcción. Me sentí mal. Le pregunté a Lucía si eso la molestaba. Dijo que no y presumió que con frecuencia los perros le ladraban, pero, como perro que ladra no muerde, ella ignoraba esos ladridos. Pues sí, el albañil quiso sabroseársela, pero ella pasó dignísima en la pasarela de la vida. Veo que en las redes sociales millones de chicas suben y comparten fotografías. No dudés que millones de amigos virtuales las sabrosean. Existe la posibilidad de copiar y tenerlas como fotografía de pantalla. Esos fans sabrosean a estas chicas. Cuando me topo con una foto de la famosísima Marilyn no puedo menos que paladearla, disfrutarla, venerarla, sabrosearla, pues. El verbo sabrosear no existe en el Diccionario de la Real Academia Española, eso al mundo hispano le tiene sin cuidado. Todo mundo usa el verbo sabrosear. Yo me sabroseo, vos te sabroseás, ella se sabrosea, ellos se sabrosean. El sabor es esencial en el sentido del gusto. A la hora de la comida deseamos cosas sabrosas. Si yo me sabroseo, quiere decir que mi sazón es especial.

jueves, 18 de marzo de 2021

CARTA A MARIANA, CON NOMBRES SIMPÁTICOS

Querida Mariana: hace años leí la Odisea y ayer regresó. No sé si vos recordás el pasaje donde Odiseo entra a una gran cueva y se topa con Polifemo, un cíclope famoso. ¿Lo recordás? Eso de los cíclopes es una genialidad. Gigantes con un solo ojo. Los sabios saben que con un ojo se mira mejor, digo, de lo contrario, los telescopios tendrían dos ojos. Pero la genialidad mayor fue cuando el héroe de la Odisea le dijo a Polifemo que se llamaba Nadie. El nombre es genial, porque cuando los demás cíclopes le preguntan quién le clavó una flecha en su único ojo, Polifemo, tatarateando, porque estaba medio bolo y porque no veía respondió ¡Nadie! Cuando sus compas escucharon eso, pensaron que Polifemo había enloquecido. ¡Genial! ¿Quién te hirió? ¡Nadie! Ah, no le hagan caso, está loco. Pero digo que ayer volvió la historia leída hace años. ¿Sabés qué contó mi mamá? Que el chucho de su mamá, un perro bravo, lo bautizaron con el nombre de Quién. Ya podés imaginar lo que esto provocó. Todos los que llegaban a tocar la puerta de calle se veían sometidos a un delirio perruno. Imaginá al Huixtla de principios de los años cuarenta del siglo pasado. Al mediodía hace un calor de los mil fogones. Un hombre camina por la banqueta, llega frente a la puerta de calle de la casa de mi abuela Esperanza y toca. Adentro está la mamá de mi mamá, barre el patio central, cuando oye que toca pregunta: ¿Quién? El chucho, que está dormitando en el sitio, a la sombra de unos platanares, corre y ladra obediente al llamado de su ama. El hombre insiste y mi abuela también, vuelve a preguntar quién, y el perro, al escuchar los golpes sobre la puerta se abalanza sobre ésta y ladra con la ferocidad que es parte de su carácter perruno. El hombre se hace para atrás, se asusta. Cuando mi abuela se acerca a la puerta y pregunta quién, el chucho la queda viendo. Mi abuela Esperanza abre y ve que en la esquina camina un hombre con prisa, casi corre, en medio de ese infierno. ¿A quién se le ocurrió llamar Quién al chucho? A mi bisabuela, gran lectora. Tal vez mi bisabuela Nana Mía leyó La Odisea y pensó que si el héroe se nombró Nadie, Quién podría ser un nombre simpático para su chucho que era tan bravo como los cíclopes. Pero ese nombre causó mil sustos. Una tarde, mi abuela platicaba con dos de sus amigas en el patio, les había ofrecido una limonada fría. Las dos amigas conocían la bravura del chucho, pero sabían que cuando su ama estaba presente permanecía tranquilo. Esa tarde se había echado al lado de mi abuela, mientras las mujeres platicaban. Mi abuela preguntó: ¿Saben quién murió anoche? El chucho paró las orejas al oír su nombre, pero comenzó a ladrar como si llegara el fin del mundo, a la hora que las dos mujeres, a coro, en tono de chachalaca, preguntaron: ¿Quién? Mi mamá cuenta que una de las dos mujeres se hizo para atrás del susto y cayó sobre el piso de tierra mojándose todo el pecho con la limonada fría; la otra mujer alcanzó a pararse y fue retrocediendo en tanto mi abuela calmaba al tremendo Quién. He escuchado nombres geniales de chuchos y de gatos y de otras mascotas. La tía Martha, quien vivió en un pueblo de Jalisco, tenía cuatro chuchos, los cuatro de raza imponente, dos eran doberman y los otros dos no recuerdo la raza, pero eran de esos que dan temor. ¿Sabés cómo bautizó a sus chuchos? Rayos y Truenos. ¡Genial! Los dos doberman eran Rayos y los otros dos eran Truenos. Siempre llamaba a los cuatro con un simple grito: ¡Rayos y Truenos!, y los cuatro chuchos corrían con la velocidad del rayo y el bullicio del trueno. Posdata: a Jesús le regalaron un patito y en cuanto lo abrazó dijo que se llamaría Titanic y lo metió al estanque y gritó: “¡Éste sí no se hundirá!” Reímos, mientras el patito nadaba galán a mitad del estanque.

miércoles, 17 de marzo de 2021

CARTA A MARIANA, CON REUNIONES DESDE CASA

Querida Mariana: estas pantallas compartidas se han vuelto comunes. A veces son dos imágenes, tres o cuatro, como en esta ocasión, pero hay imágenes con decenas de ventanas. Las clases en línea reúnen a veinte, treinta o más participantes. Se han vuelto comunes, pero no podemos ignorar la genialidad del ser humano. Ahora, los chunches tecnológicos actuales permiten reuniones como en la que participé la noche del 10 de marzo de 2021. El escritor y maestro Ornán Gómez me invitó a participar en el ciclo de pláticas “Cuentos para dormir contentos”, una propuesta de Acción Magisterial Artística. La primera vez que vi una pantalla dividida fue en una película del gran director Brian De Palma, en los años setenta. Era una innovación cinematográfica. De Palma dividió la pantalla en dos y los espectadores vimos en una ventana al grupo de delincuentes que escapaba, en la otra ventana el grupo de policías corriendo detrás de ellos. Fue sensacional. Ahora las pantallas de la computadora se dividen para reuniones y muchas de éstas se hacen públicas y se comparten en redes sociales. La FIL de Guadalajara, de 2020, se realizó de forma virtual. Los espectadores, en todo el mundo, vimos presentaciones de libros en esta modalidad. En una ventanita el autor, en otra la presentadora y en dos más los comentaristas. Genial. Y la genialidad consiste en que cada uno de los participantes está en su oficina o en su hogar, y en los hogares en diversos lugares: cocina, sala, cochera, patio o jardín. No he visto, pero tal vez ya algún muchacho travieso estuvo en el baño de su casa. Se cumplió un año de la pandemia del Covid-19. La aparición de este terrible bicho obligó a que muchas personas, en todo el mundo, realizaran su trabajo en casa, a través del Internet. La Secretaría del Trabajo nombra a esta modalidad como Teletrabajo (trabajo a distancia). Claro, hay actividades que no pueden realizarse en forma virtual. El arquitecto puede presentar el proyecto de una residencia a través de una presentación en pantalla, pero, la ejecución de la obra sí tiene que ser en situ, en forma material. Los compas albañiles no pueden hacer su actividad desde casa. Pero la educación sí puede realizarse en plataformas tecnológicas. La maestra, desde su casa, imparte sus clases a los alumnos que, en sus casas, reciben la luz del conocimiento. No hemos dimensionado a profundidad el papel que los chunches tecnológicos han jugado en esta pandemia que nos pasó a joder la vida cotidiana, la vida donde volábamos como inquietos colibríes sin restricciones. Hemos permanecido en casa, ya un año; desde casa hemos trabajado. Vos y yo hemos hecho nuestras actividades desde casa. Vos, ¡dichosa!, en tu estudio cuya ventana da al jardín siempre iluminado, siempre luminoso; yo, ¡dichoso!, tengo mi computadora sobre la mesa del comedor, porque no tengo estudio. Me auxilio con una lámpara, porque la luz que entra en el ventanal de la sala no permite que tenga yo la claridad suficiente (después de un año de confinamiento pienso comprar una mesita para pasar la computadora a la sala y evitar el maltrato a mi vista. A veces me siento con la vista cansada. Vista cansada, qué término tan extraño. Casi casi miro a las niñas de mis ojos, quienes siempre son alegres y juegan a saltar la cuerda todo el día, como ancianas que se ayudan con un bordón (bastón) para caminar). Yo bendigo todos los días estos chunches tecnológicos que me han permitido seguir contribuyendo al desarrollo de la sociedad. Además, ¡ah, qué bendición!, veo películas. Ayer entré a ver Turandot, ópera de Puccini. ¡Qué genialidad! Desde mi casa, con una tacita de té, asistí a una fastuosa representación y descubrí que el primer enigma de Turandot se refería a la esperanza. Nosotros, los habitantes de este mundo, también pensamos todos los días en ese concepto: tenemos esperanza que la vida anterior regrese, si no al ciento por ciento en el corto plazo, cuando menos que ya lo miremos emprender la retirada. Por eso, comparto con vos esta pantalla segmentada. Los maestros Ornán, Ana María y Ovidio me invitaron a platicar con ellos, a leer un cuentito para dormir contentos. No sé ellos, ni la audiencia que nos acompañó, pero yo me la pasé genial y, de veras, dormí con una sonrisa en mi rostro, dormí ¡contento! Posdata: es genial la labor que realizan los maestros con esta propuesta cultural. La lectura es la invitada de honor, siempre. En muchos lugares del mundo, muchas personas siguen la emisión de AMART y participan en esta velada que cuenta cuentos para dormir contentos. La pantalla fue segmentada en cuatro ventanas, pero el hilo de comunicación fue un todo continuo. Agradecí en su momento la invitación y vuelvo a hacerlo ahora: agradezco a todos los maestros de AMART su afecto. Platicamos con la sencillez con que se desarrollan las charlas en casa. AMART se complementa con AMARTE o, si lo volvés palíndromo, se lee trama, y la trama puede ser el tejido que hacen los grandes artesanos de este enormísimo territorio de Chiapas; pero también es el argumento de una historia de vida, de ¡un cuento!

martes, 16 de marzo de 2021

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA

Es una fotografía tomada en Comitán. Hay algunos elementos que así lo confirman: la casa pintada en amarillo y con techo de teja; la barda donde se desparrama una enredadera y una buganvilia, y la casa del fondo que, no se distingue bien, tiene un balcón en su fachada altísima. Otra característica es la cuesta por donde camina el escritor. Se nota cómo la pierna del caminante está flexionada y al dar el paso baja. Sí, la calle tiene grietas, es el paso del tiempo, son como las arrugas en la cara del caminante, quien ya tiene más de sesenta y tres años. ¿Cuántos años la calle? Muchos, muchos más. Tal vez con su cara untada de cemento tiene menos años, pero esa bajada, que conduce al mítico barrio de San Sebastián, es añeja. Es una anciana que tiene ya varios siglos y, sin embargo, sigue siendo joven, porque recibe la luz del sol y los gajos de la lluvia con la misma alegría de siempre. Esa bajada continúa siendo un emocionante tobogán cuando llueve. Todavía (el escritor lo vio una vez hace pocos años) los niños siguen aventando barquitos de papel en las corrientes. ¡Ah!, cómo se divierten los niños cuando ven que los barquitos van dando tumbos bamboleantes, se van hacia un costado y se pierden donde la bajada termina y comienza una superficie horizontal. La ciudad de Comitán tiene cierta semejanza con las terrazas chinas. Tiene muchas pendientes, subidas y bajadas, pero éstas terminan en terrazas planas. El parque central de Comitán es una planicie, un pequeño vestido planchado, cuyas orillas se disuelven en bajadas, discretas, con rumbo a San José; atrevidas, con rumbo a Guadalupe o a San Sebastián; y alucinantes, con rumbo a La Pila y a las Siete Esquinas y al Cedro. El parque central de Comitán es como un caparazón de tortuga que se disuelve en subidas, fabulosas, con rumbo a la Cruz Grande. Esta pendiente lleva a otra discreta meseta, la de San Sebastián. La tarde de la fotografía fue un momento sublime. Ningún auto interrumpió la caminata del hombre que (lo sabe el escritor) disfruta caminar por la mitad de las calles, sólo para reencontrarse con los tiempos de su infancia, de cuando caminaba sin problemas por las calles empedradas del pueblo, porque los autos eran pocos y los únicos que las transitaban eran los burritos y los burreros, las canasteras y los niños que corrían y jugaban con un aro tataratero. Los burritos llevaban su sagrada carga de barriles con agua o costales con carbón o leña o las tradicionales gaseositas de don Jorge Soto; las canasteras, mujeres hijas del tenocté, llevaban soles sobre sus cabezas, lámparas que iluminaban las calles, fachadas, portones y balcones del pueblo. Los niños, en los años cuarenta o cincuenta, bajaban por esta calle trepados en sus carretones; colocaban sus intrépidos vehículos en la parte más alta, los impulsaban y se deslizaban entre los senderos que el paso de los caballos había trazado. Y esto era así, porque en ese tiempo, Comitán era un extensísimo campo de diversión, un lugar donde los sueños eran frutos que se cortaban con la mano y se disfrutaban en la sombra de los enormísimos árboles de los sitios y de las calles, que eran extensión de las casas. El patio de juegos no terminaba en la puerta de calle, ¡no!, el patio de juegos era todo el pueblo. Los niños vecinos del barrio, en los años cincuenta, subían por esta calle, llegaban al parque central y ahí seguían el juego, se resbalaban por las pendientes de la pérgola o jugaban con las bolitas del árbol del chío. La tarde de la fotografía fue una tarde plácida. El escritor caminó a mitad de la calle sin prisa, concentrado, iluminado. Fue como si todo el pueblo fuera suyo. La telaraña de los postes y de las azoteas estaba sin arañas y sin moscas. Nada interrumpía el lento descenso del caminante. Esos momentos son únicos, difíciles de conseguir en tiempos de intenso ajetreo. Esa tarde fue un privilegio, un abracadabra divino que abrió el aire, como Moisés abrió el mar, y dejó que este hombre caminara sin prisas por una de las bajadas del pueblo. Cuesta la cuesta, sí. Cuesta subir, nada cuesta la bajada. ¿Quién dijo que el éxito consiste en estar en la cima del mundo? No todo en la vida debe ser ascenso, también hay disfrute en el descenso.

lunes, 15 de marzo de 2021

CARTA A MARIANA, CON NOTICIA LUMINOSA

Querida Mariana: los cielos de Comitán y la región se iluminan. ¿Ya miraste la fotografía que te anexo? Sí, es el nuevo número de nuestra revista ARENILLA, es el número 22. Este número lo distribuiremos en su versión digital y en su versión impresa en papel. Para los que prefieren leerla en papel, ya diremos en redes sociales los lugares donde estará disponible. Me atrevo a decir de una vez que estará disponible en la CLÍNICA VETERINARIA 2000, porque ya mirás que el doctor José Ramón Domínguez, su esposa y su hijo, nos honran con aparecer en la portada. Bueno, no sólo ellos, también están (y eso nos llena de gusto) tres hermosos chuchos, dos chiquitíos y uno soberbio. Sí, en el interior de la revista hallarás un reportaje de la CLÍNICA VETERINARIA 2000. Además de enterarte de las bondades de esta empresa comiteca de excelencia te divertirás con anécdotas de animalitos y animalotes, porque, en una ocasión, el doctor Domínguez debió atender a unos osos. Pucha. ¡Ah, son anécdotas geniales! Pero, como siempre en cada número de nuestra revista, este número 22 tiene muchas más ventanas llenas de luz. Por ahí encontrarás un reportaje con el título: El Comitán de Los Flores, que habla del desempeño exitoso de don Ángel Flores, gerente general de la empresa Muebles para Comercio Hermanos Flores; y, para no perder el hilo de las empresas comitecas exitosas, también hallarás un reportaje que habla de las bondades del Grupo Industrial López Pérez. También hallarás anécdotas contadas con sabrosura comiteca por don Alfredo López. Y de muebles para oficinas y negocios, y de insumos para industriales de la masa y de la tortilla, pasamos a conocer la empresa Café Bella Vista, que ofrece café de prestigio a todo el mundo, porque su producto ha llegado incluso a Japón. ¿Cómo esta empresa tiene tal canal de distribución? Ah, pues ya te enterarás a la hora de darle una vueltita atenta a nuestra revista. En Comitán, muchas personas conocen a Lupita Gordillo, mujer que fundó la Sociedad Ixuk’e (palabra que significa mujer); en La Independencia, muchas personas conocen a Iván de Jesús López López, joven emprendedor de acciones a favor de su municipio. Ahora, muchas personas conocerán más a Lupita y a Iván, ciudadanos comprometidos con el avance de la sociedad de este rincón de Chiapas. Y tenemos más, mucho más. Nuestros lectores también conocerán la historia fascinante de Luis David Guillén Aguilar, quien es un ángel que nació con SD y es uno de los más apasionados fanáticos de la lucha libre. Ah, el ángel David le va a los técnicos y cuando va de viaje lo primero que hace es guardar decenas de máscaras de luchadores en su maleta. ¿Cómo Luis David se aficionó tanto a la lucha libre? Ya te enterarás. ¿Y cómo oís si te digo que dos de los grandes intelectuales de Chiapas estarán contigo en este número 22? Sí, dos talentosos chiapanecos nos honran con sus escritos. El gran arqueólogo Carlos Navarrete escribió el texto “Tepancuapan y Balamtetic: agonía y muerte de dos lagos”; y la exquisita poeta y narradora Mirtha Luz Pérez Robledo nos comparte el cuento: “Allegro para una niña”. ¡No se puede pedir más! Lo único que queda es leer estas joyas y agradecer a los patrocinadores de ARENILLA-Revista, quienes siguen apoyando este proyecto editorial que ennoblece el espíritu grande de nuestra tierra. La generosidad de nuestros patrocinadores permite que nuestra revista ARENILLA llegue de manera gratuita a tus manos y a las manos de miles de lectores. Claro, como siempre, no puede faltar el cuentito, patrocinio de la Fundación Alexandra Del Castillo Castellanos, que ahora nos trae una historia bien bonita que se llama La ranita escritora. Posdata: la ranita Linita escuchó un día el haikú “Saltarina”, del escritor japonés, el sapito Okuru Linko, que dice así: “La rana salta / quiere atrapar la luna / quiere ser alta.”, y supo que su destino era ser escritora. Pero, bueno, no te contaré acá el cuento. Leelo en nuestra revista y, como siempre, compartilo con tus sobrinos. Sí, que nuestros pequeñitos sigan abonando el árbol de su imaginación. Recordale a tus amigos que es muy fácil tener ARENILLA en sus manos. Basta que, por inbox, manden su número telefónico o su correo electrónico y nosotros enviamos la revista. ¡Ah!, leer a Carlos Navarrete y a Mirtha Luz Pérez Robledo es un doble privilegio. Sí, sí, tenés razón, estaba olvidando mencionar la carta que te escribí, ahora es una carta que honra a la amistad. Hay una fotografía donde estoy con algunos de mis amigos queridos, pero, es pretexto para honrar a los grupos de amigos de todo el mundo. ¿Te late este número? Por supuesto que sí. Ya, a partir de hoy, comenzaremos a distribuirlo en su versión digital. Si querés el ejemplar impreso, digamos que el miércoles o jueves ya podrás pasar a la CLÍNICA VETERINARIA 2000 por tu revista favorita. Gracias por tu complicidad lectora. Este trabajo lo hacemos pensando en vos y en Comitán y en los pueblos de la región. Estamos convencidos de que esta tierra nos merece. Entregamos un producto cultural de calidad suprema.

sábado, 13 de marzo de 2021

CARTA A MARIANA, CON NOMBRES E HILOS DE LUZ

Querida Mariana: hay nombres que están pegados a nuestro corazón, algunos pegados con chicle, otros pegados con Kola-Loka, otros pegados con saliva divina. Todo mundo recuerda nombres de algunos maestros que contribuyeron a modelar su porvenir. A veces lo volvemos un acto intrascendente, pero cuando reflexionamos en ello, nos damos cuenta de la importancia de los maestros en nuestras vidas. Recordá cuando estudiaste el sexto grado de primaria: diez meses. Diez meses asistiendo de lunes a viernes, con algunas interrupciones por alguna conmemoración cívica o por periodo de vacaciones. El calendario escolar de estos tiempos menciona, días más, días menos, doscientos días laborables. ¿Mirás? Bajita la mano, de primero a sexto grados de primaria acudiste mil doscientos días a la escuela. Sí, recordás los nombres de tus maestros, algunos están pegados con chicle y dudás en decir sus apellidos (a veces sólo recordamos los apodos que tenían), pero hay otros que están pegados con un pegamento tan resistente que jamás se borran, bien porque fueron muy cariñosos y sabios o bien porque fueron unos cabroncillos. Porque, bien lo sabés, de todo hay en la viña del Señor, pastores amorosos y pastores severos, frustrados. Recuerdo a varios maestros que contribuyeron a mi formación. Como vos, como todas las personas, tengo afecto por algunos, mientras a otros los he convertido en seres intrascendentes. Por fortuna, mi carácter (desde siempre) es un terreno plácido que no permite piedras. Mi burbuja las pulveriza. Asimismo, por designio divino, siempre tuve más luz que sombras al frente del salón de clases. Recuerdo a maestras del kínder, a maestros de la primaria, de la secundaria, del bachillerato y de la universidad. ¡Uf, cuántas horas de convivencia! Convivencia obligada, es cierto, porque ninguno de los actores tuvimos la oportunidad de elegir. Bueno, salvo en la Facultad de Ingeniería, en la UNAM, donde los alumnos sí elegíamos a nuestros maestros. Había maestros que eran tan solicitados que era difícil ser aceptado. Una vez elegí al famosísimo maestro Torres H. y el destino me premió. Sus clases eran excelentes, poseía una capacidad innata para compartir el conocimiento. Cuando estuve en arquitectura, el destino volvió a hacer su magia, movió sus manos llenas de presagios y me envió a Miriam, maestra que abrió la brecha donde caminan los iluminados. En Ingeniería tuve como maestro al “Regla”. Qué pena que no recuerde su nombre. Los alumnos lo llamaban así, porque el primer día de clases llevaba un pedazo de madera debajo del brazo. Uno imagina (qué imaginación tan limitada) que un catedrático universitario entraría al salón, vestido con traje, llevando un portafolio en la mano derecha, portafolio que colocaría en el escritorio a la hora que saludaba y echaba un vistazo general a los nuevos alumnos. Del portafolio sacaría un libro e iniciaría su clase. Esa mañana de inicio de cursos, el maestro Regla entró al salón vestido con una camisa a cuadros y un pantalón de mezclilla, ya deslavado, con un pedazo de madera debajo del brazo, nos quedó viendo y colocó la regla sobre el escritorio, pidió a uno de nosotros, que estaba en la primera fila, que pasara al frente. Nosotros hicimos silencio. En realidad, había captado nuestra atención y, como si fuese un experimentado integrante de un acto circense, abrió los brazos y pronunció las primeras palabras: “¿Qué es eso?” Nuestro compañero, que era un desconocido para nosotros, porque todos éramos desconocidos en ese momento, metió sus manos adentro de las bolsas del pantalón (también de mezclilla) y alzó sus hombros y dijo, como si fuera lo más natural de mundo: “madera de pino”. El maestro quedó viendo hacia el fondo del salón, señaló a uno que estaba en la fila de atrás y preguntó: “¿Estás de acuerdo?”, el compañero siguió despatarrado en la silla y, con voz de sabio adolescente, dijo: “sí y no. Es un pedazo de madera, pero se necesitaría hacer un estudio para determinar de qué variedad es y la edad que tiene.” El compañero que estaba al frente tomó el pedazo de madera, lo llevó a su nariz y, con contundencia, dijo: “es de pino. Yo trabajo en una carpintería, sé lo que digo”, y levantó el trozo de madera, como si fuese una tea, y casi gritó: “sostengo que este pedazo de madera es de pino, ¿o no, maestro?” Todos buscamos al maestro. En la discusión él había caminado hacia la puerta y estaba recargado sobre el muro de mosaicos vidriados. El maestro caminó, le quitó la regla a nuestro compañero y volvió a colocarlo sobre la superficie del escritorio, le dijo al elegido que se sentara y, con su mirada, repasó todos nuestros rostros. En ese instante yo le pedí a Dios que no me señalara, por favor, Dios, que me ignore. Dios me hizo mi gusto. El maestro señaló al joven que estaba sentado a mi lado y le preguntó: “¿qué es lo más importante: la forma o el material?”, vi que la frente de mi compañero se llenó de perlas de sudor. Volví la vista hacia la derecha y vi que todos miraban a nuestro compañero, los de las primeras filas se habían dado la vuelta y colocados sus brazos sobre el respaldo de los asientos para escuchar la respuesta del compa que no hallaba las palabras precisas para responder. Como estaba al lado del condenado, pensé que si tardaba más tiempo en responder, el maestro haría un ligero movimiento de ojos y me detectaría a mí, y con su dedo de fuego me enviaría a la hoguera. Pero Dios volvió a estar de mi lado, porque el compañero se puso de pie y por fin habló y se aventó una frase de esas que luego aparecen en los libros de Filosofía: “No importa cómo estamos hechos, sino de qué estamos hechos”. Se sentó. Los demás compañeros dejaron de verlo y él se secó la frente. Su mano quedó toda húmeda. Yo, para congraciarme con él, le dije que había dado una respuesta brillante, pero en ese momento, el maestro hizo polvo su frase: “¡No! También importa la forma”. Entonces metió la mano a la bolsa de su pantalón y sacó una bola de plastilina, la colocó sobre el escritorio y, con el dedo medio, le dio un envión y la bolita cayó al piso. “Por favor” le dijo a un muchacho y éste se acomidió a levantar la bola y entregársela. El maestro volvió a tirar la bola y le pidió a otro muchacho que la aplastara con su mano, que la hiciera como tortilla. A esa hora ya varios muchachos se habían parado y se acercaron a ver la plastilina hecha tortilla. El maestro despegó la plastilina del piso y, con sus dedos, la apretó en las orillas y le pidió a otro compañero, uno de los curiosos, que, con el dedo medio, tal como lo había hecho él con la bola de plastilina, con un solo movimiento la tirara al piso. El muchacho rio, dijo que era imposible. El maestro unió sus manos y palmeó una sola vez: ¿ven cómo importa la forma? Yo vi que el maestro sonreía, sí, nos estaba entregando una lección para toda la vida. Fue cuando pidió a otro estudiante, de la fila de atrás, que pasara y parara el pedazo de madera. El muchacho se levantó, caminó con el mismo desgano con que se había levantado, y, al llegar frente al escritorio, preguntó: “¿vertical u horizontal?”. “Como puedas”, fue la respuesta. El muchacho tomó el pedazo de madera que medía unos cincuenta centímetros de largo, dos pulgadas de ancho y tres o cuatro de grueso, colocó el pedazo de madera en forma vertical, como una torre, y logró que se mantuviera parado. El maestro se acercó y con un envión de su dedo medio, tal como había hecho con la bola de plastilina, hizo que cayera estruendosamente el pedazo de madera. El muchacho levantó el pedazo de madera y lo puso de canto, el maestro repitió el movimiento de su dedo y, sin el estruendo anterior, el pedazo de madera cayó. El maestro nos vio y dio por terminada la clase. ¡Ah, fue una clase soberbia! El maestro regla no volvió al aula. Luego supimos que pasaba de grupo en grupo, con alumnos de primer ingreso, y ese era su cometido, en realidad trabajaba como administrativo. Le importaba transmitir ese mensaje. Cada uno de nosotros debería sacar conclusiones, reflexionar acerca de los sucesos de esa mañana en que, sin duda, recibimos la mejor enseñanza de toda la carrera. El ejemplo de la regla de madera y de la bola de plastilina se puede aplicar a todo. Quienes terminaron la carrera de ingeniería supieron que parar una torre era más difícil que hacer un edificio horizontal de una planta; y quienes no terminamos la carrera y nos convertimos en arquitectos de nuestro propio destino, aplicamos este aprendizaje a la construcción de nuestro edificio espiritual. Importa cómo estamos hechos y de qué estamos hechos. Posdata: Mirá lo que es la vida, una de las grandes enseñanzas de la vida la recibí de un maestro del que no recuerdo más que su apodo. Pienso que debería darme pena, pero luego reculo, porque pienso que los estudiantes honrábamos su vida al nombrarlo con el simple objeto que le servía para dar una gran lección. ¿Quién iba a pensar que con una simple regla de madera trasmitiría una enseñanza sublime? Digo que nosotros esperábamos que llegara un catedrático con traje y un portafolio de cuero lleno de libros. No, a él le bastaba llegar con un pedazo de madera. Ahora pienso en otros tipos geniales que, en la historia del mundo, también han dado grandes lecciones con simples objetos. ¡Gloria permanente a ellos! ¿Te tocaron maestros geniales a vos? Sin duda, en nuestra vida hemos tenido de todo: seres maravillosos y cabroncitos. De toda clase de madera hay en la carpintería del Señor.