jueves, 29 de abril de 2021

CARTA A MARIANA, CON BEBIDA DE DIOSES

Querida Mariana: no, no me refiero a la michelada. Hablo del chocolate, ¡bebida de dioses! Ayer leí un texto del escritor Diego Olavarría, publicado en la revista Letras Libres, donde me enteré que el mejor cacao del mundo proviene de Venezuela. Sí, antes que Venezuela fuera potencia petrolera fue potencia exportadora del mejor chocolate del mundo. Por ahí asomó que el chocolate del Soconusco también es de excelencia, pero, según los expertos, nada se compara con el cacao que proviene de aquel país. Y al enterarme de esto recordé un pasaje de la novela “Balún-Canán”, de Rosario Castellanos, donde la niña narradora habla de la molendera de cacao que llegaba a su casa. ¿Recordás el pasaje? A ver, a ver, lo busco en la novela, dame chance. Ya voy, ya voy. ¡Acá lo tengo! Es en el capítulo XIX, donde los de casa se preparan para ir a Chactajal: “…la nana no irá con nosotros a la finca por miedo a los brujos. Pero se ha encargado de los preparativos para nuestra marcha. Desde temprano mandó llamar a la mujer que muele el chocolate. Estuvieron pasando juntas el cacao, tanteando el azúcar y los otros ingredientes que van a mezclarse. Luego la mujer se fue a la habitación que prepararon especialmente para ella y antes de encerrarse advirtió: Nadie debe entrar donde yo estoy trabajando. Pues hay algunos que tienen el ojo caliente y ponen el mal donde miran. Y entonces el chocolate se corta.” Mi mamá no es Rosario, ni tiene el apellido notabilísimo de Castellanos, pero me platica que cuando llegó a Comitán, recién casada (1955), vivió en la casa grande, a media cuadra del parque central, y halló que mi papá tenía a su servicio a tres mujeres que se encargaban de preparar la comida. Dos veces por semana llegaban la lavandera y la planchadora y cada quince días llegaba doña María a moler el cacao para preparar el chocolate. Mi mamá confirma que el chocolate es una bebida de dioses y afirma que jamás volvió a probar un chocolate tan exquisito. Las manos de doña María eran sagradas. Mi mamá sostiene que aún en estos tiempos venden cacao en el mercado de Comitán, que, probablemente, es cacao de la zona del Soconusco. Diego Olavarría dice que el cacao venezolano es caro, para gustos gourmet con paga. Doña María llegaba, saludaba y entraba a la cocina que estaba en la parte posterior de la casa. Ya te conté en una ocasión que esa cocina tenía un fogón con diez hornillas. Sí, yo recuerdo ese fogón en el centro de la cocina, con un espacio al centro, orlado con diez huecos donde la brasa siempre estaba prendida para calentar los diversos guisos. En una esquina de la cocina, que, como toda la casa, era inmensa, había una pequeña mesa, como de casa de juguetes, pero resistente, donde siempre estaba el metate donde la servidumbre preparaba los llamados “recados”. Ahí, doña María se hincaba y pedía que le pusieran un trasto con brasa debajo de la piedra, para que el fuego ablandara los granos. A diferencia de la molendera de la novela “Balún-Canán”, doña María molía el cacao a la vista de las demás mujeres de la cocina. Cuando los granos habían sido molidos, la mujer le agregaba azúcar, canela, almendras y yemas de huevo y hacía la mezcla perfecta. Al despedirse dejaba las obleas gruesas de chocolate en una bandeja con servilleta blanquísima. Esas tablillas las metían en leche y preparaban el exquisito chocolate, espumoso, caliente. Mi mamá insiste: jamás volvió a probar un chocolate tan rico. Antes de la pandemia compraba tabletas de chocolate preparados de manera artesanal en La Trinitaria. Le servía para llenar el hoyito de la muela de su nostalgia. Posdata: en el texto de Diego aparece que María Fernanda Di Giacobbe, una de las más acérrimas defensoras de la calidad del chocolate venezolano, realiza chocolates con mezclas regionales, como maracuyá con aguardiente y guayaba con queso. En nuestro pueblo también hay chefs que preparan variedades interesantes, por ahí hay unos chocolates que incluyen esencia de tzisim. Un hijo de la comiteca Maluye Pedrero, José Ramón Castillo Pedrero, está reconocido como uno de los grandes maestros del chocolate mexicano. ¡Ah, el chocolate! ¡Alimento de los dioses! ¿Recordás que en clase de historia, en la escuela, los maestros enseñaban que los granos de cacao eran la moneda circulante en la cultura azteca? En este caso el cambio sí fue satisfactorio, en lugar de que sirviera como ahora nos sirven los billetes, el cacao se volvió esencia irresistible para el gusto. Una tarde de estas podés ir con tu novio a Churrería Porfirio y probar unos churros acompañados con una buena taza de chocolate caliente, espumoso, rico.