martes, 6 de abril de 2021

CARTA A MARIANA, CON UNA CONVICCIÓN

Querida Mariana: quiero y respeto todo aquello que miraron los ojos de mi padre; quiero y respeto todos aquellos objetos que fueron benditos por su mirada. Sus ojos fueron como golondrinas que se posaron en los aleros de muchos edificios y de muchas personas. A todos ellos los quiero y respeto, porque son hilos de la cuerda que tejió la memoria visual de mi padre. Los amaneceres me recuerdan la permanencia de su mirada. Mi padre murió en 1990. Su mirada se canceló el 19 de febrero. Pero muchos objetos y personas que vio siguen presentes. Los edificios que admiró siguen conservando su luz; muchos objetos tienen la pátina de sus ojos claros. A veces me topo con personas que llevan en sus cabellos brillos que dejó mi padre como aves en nidos. Mi exigencia al mundo es sencilla: ¡preservar las cosas que tocó la mirada de mi padre! ¡No las desechen, no las hagan polvo! Pido que la gente que recibió su mirada siga caminando por las calles, asomándose por las ventanas y balcones. Que la gente que recibió su mirada siga regando, con sus ojos, los jardines que hizo suyos; las plantaciones, los bosques y las montañas. Cuando vemos un lago ese lago se vuelve nuestro para siempre. Lo contrario también sucede. Mi padre caminó por playas, por plazas; se sentó en cafés y en templos. Mi padre subió a trenes, barcos, aviones y autos. Se levantó de madrugada e hizo a un lado la cortina para mirar el despertar del día. Tomó refrescos, cervezas y vasos llenos de alcohol. Tocó en muchas puertas, en puertas de madera y de hierro y de aire. Sí, mi padre tocó en los muros del aire y, en instantes prodigiosos, abrió ventanas en el aire. En esas ventanas es donde ahora veo el mundo y donde tomo el aire que respiro, que me permite seguir vivo. Sí, exijo que el mundo respete esos viejos muros, esos cristales opacos, esas maderas apolilladas. Que continúen los relojes de péndulo, ya no marcan horas, ¡no!, ellos marcan el tiempo del tiempo de mi padre, tiempo infinito. Las cosas del universo están hechas de las miradas de los padres. La consistencia de los objetos está formada con pétalos de luz. Quiero y respeto todo lo que tocó la mirada de mi padre. Me quiero y me respeto, porque fui la niña de sus ojos; y quiero y respeto a su hija, y a la madre de su hija, y a la madre de su hijo, y a sus nietos y a los bisnietos y a todas las ramas que brotan de su árbol; quiero y respeto a su padre y a su madre y a los gajos de su enormísimo cielo. Cada nube, cada árbol, cada muro, cada río, cada sendero, cada ladrillo, cada techo, cada lluvia que bebieron sus ojos recibe mi bendición porque en ellos bendigo a mi padre. Mi petición es sencilla: ¡dejen intocado lo que tocó la luz divina de mi padre! No permitan que la oscuridad extinga lo que está lleno de vida. ¡Entiendan! El platanar, el desierto, la mora, el olivo, el mar, la piedra y la luz de cada día tienen vida porque los padres, desde el origen, los vieron, los nombraron con su mirada, los dotaron de sentido a través de sus ojos. En los ojos está la luz, ¡el Verbo! Posdata: querida mía, la mirada de mi papá está en la cosa sencilla, en el vuelo del chupamirto, en el clavel, en el hueco de tierra donde el niño juega canicas. La mirada de mi padre bebió mucha agua, mucha luz, mucha vida. Su mirada fue un ave juguetona, atrevida, sugerente, reflexiva; trepó sobre muchos árboles, sobre muchas nubes. Cuando llueve, esa lluvia también contiene su mirada y ésta abona la tierra y alimenta al grano de maíz que luego, vos y yo, y medio mundo, consumimos para bendecir la vida. Quiero y respeto el espejo donde se vio, el agua con que se lavó su rostro.