viernes, 2 de abril de 2021

CARTA A MARIANA, CON EL PARQUE DE LA PILA

Querida Mariana: ¡sí! Igual que vos, al ver la postal pensé ¡qué bella imagen! Mi amigo Humberto Pérez Matus la compartió en las redes sociales. La pandemia nos confinó en nuestras casas. Las autoridades nos recomiendan seguir cuidándonos. De esta manera, los viajes se han limitado. Sí, es una pena, porque los comitecos y los visitantes acudimos con placer a este parquecito, que, en esta postal, nos muestra una imagen del siglo pasado. Sé que ya identificaste el lugar. ¡Es el parque de La Pila, de nuestro pueblo! Así estaba en los años setenta, más o menos. La placita ha sufrido modificaciones. Sólo los símbolos de identidad, por fortuna, continúan inamovibles. Ahí está el templo de San Caralampio, nuestro santo consentido; ahí está la espléndida escalinata, con sus mosaicos “made in Comitán”; ahí está la ceiba, árbol sagrado de los mayas; ahí están los techos de las casas con sus tejas “made in Comitán”; ahí están los chorros de agua; ahí está el viento que llega desde La Ciénega; y, en primer plano, la canastera que regresa a su casa después de vender su mercancía en el centro del pueblo. Permanecemos en casa, pero muchos revisan fotografías y postales y viajan, viajan en el hilo del recuerdo, en el camino de luz de la nostalgia. Porque este ejercicio es permanente. Cuando vi esta postal mi rostro se iluminó, algo como una sonrisa apacible apareció en mi rostro. ¿Lo imaginás? Yo, que tengo cara de piedra, sonreí, y esto fue así, porque mi espíritu se alegró. Fue como si yo estuviera parado en el lugar donde estuvo el fotógrafo. Al estar ahí recibí la bocanada de luz, caminé por el mismo lugar donde camina el paisano con el sombrerito, saludé a la señora de chal y fue maravilloso oír su voz de ámbar. Me senté un ratito en esas bancas todas sholcas, pero que aún cumplían su función de ser como camas de bronceado, porque, ¡pucha!, fuera de la sombrita de la ceiba y del kiosco, no había más árbol para arrimarse. No obstante, el parquecito era coqueto. Diré un absurdo, a mí me gustaba más este parquecito que el actual. Las bancas estaban ya muy deterioradas, pero las lámparas eran símbolo de modernidad. En los años setenta, Benito Alazraki, gran director del cine mexicano, anduvo por nuestras tierras, al lado de Saby Kamalich y de Pilar Pellicer, para filmar algunas escenas de la película “Balún-Canán”. Los escenarios fueron el panteón municipal, Yalchivol y La Pila. Este parquecito es el que aparece en dicha cinta. En la calle que acá se mira, en medio de la escalinata y de la ceiba, circularon dos o tres carretas. Ahora, esa calle ya no existe. El parque se amplió y se eliminó ese acceso. Varios comitecos participaron como extras en esa película, sobre todo en la escena del panteón. Ayer, la poeta Clarita del Carmen pidió que los paisanos que participaron en la película compartan sus experiencias. Tiene razón. Falta que esos paisanos platiquen sus experiencias, que nos digan cómo fue el casting donde fueron elegidos, cómo fue estar al lado del gran fotógrafo mexicano Gabriel Figueroa, reconocido internacionalmente. Falta que esos paisanos compartan con medio mundo las fotografías de ese momento sublime. Falta que el libro de oro de nuestra historia local registre los nombres de esos actores comitecos. Yo estudiaba en la Ciudad de México cuando ocurrió la filmación. Cuando ocurrió el estreno acudí de inmediato a ver la película, basada en la novela de Rosario Castellanos, en el Cine México, que estaba en la avenida Cuauhtémoc, en la gran ciudad. Recuerdo a Escobedo, actor de prestigio en nuestra ciudad, y a Leticia Pinto, quien dio el salto para ser luego protagonista de películas mexicanas. Pero hay más. Esa historia aún está por escribirse, y debe ser escrita por quienes la vivieron. Vi la postal que subió Humberto y subí por la generosa escalinata y, antes de entrar al templo de Tata Lampo (que en ese tiempo estaba pintado de blanco, era como un pastel bañado en turrón), me paré en el escalón más alto y vi los techos del pueblo, desparramados sobre el valle y sobre el cerro y me llené de vida; pero no me conformé y, al entrar al templo, caminé hasta la sacristía y subí por la escalinata exterior, la que conduce al coro y luego trepé por la escalera estrecha que lleva al campanario y desde ahí, como pájaro, miré el pueblo y supe que el aura divina no tiene límites. ¿Cómo puede decirse un amanecer en Comitán?, se preguntó Sabines. Se puede decir de muchos modos, poeta, uno de estos modos es bajar al parque de la Pila y beber el aire de La Ciénega, beber el vuelo de los techos de teja, empaparse del azul eterno. Posdata: ah, qué buena imagen nos obsequió Humberto. ¿Qué hace el camión al fondo? ¿Ahí era la terminal? No, en ese tiempo, como antes, y como ahora, muchos choferes llevaban sus vehículos para darles una lavadita, con el agua de los chorros. ¡Pucha! Esos autos y camiones terminaban bendecidos, porque esas aguas son de los veneros de Dios. ¡Salud!