viernes, 9 de abril de 2021

CARTA A MARIANA, CON LA GLORIOSA GENERACIÓN 68-71 (Parte 6)

Querida Mariana: cuando vemos una fotografía de generación después de cincuenta años pensamos que en ese instante no pensábamos en el lugar donde estaríamos cincuenta años después. Un comercial de televisión puso de moda la frase: ¡Ya me vi! Pero eso es ilusorio. Nadie (salvo que tenga el don de ser vidente, y ¡ni así!) puede advertir el futuro. Sí podemos desear, soñar, pero nada garantiza que esos sueños se harán realidad. La vida, como bola de estambre que juega un gato, rueda y rueda sin descanso y sin un rumbo preciso. A veces, la vida nos lleva por caminos insospechados. ¡Cincuenta años! ¡Cuánta agua debajo de los puentes! Ríos que irán a dar a la mar. Después de Eva está Concepción, a quien, con cariño le decíamos Conchita, y que ahora muchos amigos le dicen Connie. En ese tiempo no lo sabíamos, pero Conchita es nieta de un maestro fundador de nuestro colegio, el recordadísimo maestro Bernardo Villatoro. Sí, el lazo familiar es por la rama materna. El maestro Bernardo sigue siendo muy recordado en el pueblo, debido a que era muy pulcro en el uso del lenguaje. El maestro no usaba la palabra viento, ¡no!, usaba la palabra céfiro, que, según el diccionario, es un viento suave y agradable de primavera. Ah, el céfiro que llega desde La Ciénega. Pero no sólo era exquisito en el lenguaje, también era inventor de palabras. Al cuete que se quema en ferias y actos especiales él lo bautizó como turrupe, porque un cuete expele tufo, es ruidoso y peligroso. ¡Oh, los turrupes interrumpen la diafanía del empíreo! Conchita, después de ser nuestra compañera en el colegio, sólo estudió un año de preparatoria en el pueblo, porque, como su papá trabajaba en la Aduana lo comisionaron a Matamoros, Tamaulipas. ¡Al otro extremo de la república! Allá se graduó de contadora privada y comenzó a trabajar, hasta que el destino la llevó a la Ciudad de México, donde estudió inglés y vivió durante 21 años. Ella sí era muy buena estudiante de inglés, en la secundaria, con la maestra Antonieta y la maestra fue su inspiración. Un día pensó que quería ser como la maestra y en la Ciudad de México hizo realidad su sueño, porque impartió clases de ese idioma. Conchita, además de dominar el idioma inglés y ser experta en cuestiones contables es licenciada en pedagogía. Hace como tres o cuatro años la saludé en las oficinas de Abarrotes San Luis, en el pueblo, ahí trabajó en el departamento contable. Ah, nos dimos un abrazo con mucho afecto. Pero no tardó mucho en el pueblo, regresó a Matamoros, Tamaulipas, y está a punto de jubilarse. Conchita es seria, no sé si heredó al abuelo. ¿Dirá cuesco en lugar de ventosidad? Luego está Rosa Elena. Su casa también estaba a cuadra y media del parque de San Sebastián. Su papá, el doctor Pulido tenía un ranchito en Jatón. Rosa Elena organizaba idas al ranchito, paseos maravillosos, porque permitía que los varones estuviéramos cerca de las compañeras, sin el protocolo del salón de clases y sin la distancia que imponían los mesabancos. Recuerdo que Rosita estuvo de pareja con un compañero del colegio que iba en curso superior. A la hora del recreo daban vueltas en el parque y se sentaban a platicar en una banca. Rosita sigue viviendo en Comitán, consiguió una plaza en el Centro Cultural Rosario Castellanos y durante muchos años fue la encargada de atender la Librería Óscar Bonifaz, espacio ya inexistente. En el lugar de esa librería que siempre estuvo escasa de oferta de libros ahora existe la librería Porrúa, que sí tiene una oferta mucho más digna. Debo contar que en ese tiempo cursábamos la materia de Mecanografía, todos los alumnos llevábamos la máquina el día de clase, una máquina mecánica portátil, por lo regular de marca Olivetti. A los enamorados, a la hora de la salida, les tocaba cargar la máquina de la chica, para quedar bien. El novio de Rosa Elena no tenía mucho problema, porque la casa de ella estaba a cuadra y media del colegio. ¡Pobres los enamorados de las chicas que vivían en el barrio de Guadalupe o en la Cruz Grande! A la hora del recreo, los estudiantes del colegio comíamos las gorditas que vendía Cirito, en el edificio de las madres, o los tacos y tortas que vendía doña Chata. Doña Chata ya falleció, era la esposa del destacado músico Flavio Molina. No sé por qué pienso que las mujeres se llevaban mejor con doña Chata, le contaban sus confidencias. La tienda de doña Chata estaba donde ahora está la casa del finado Cirito, el eterno sacristán del templo de San Sebastián. Luego está Carmelita, su papá, don Javier García Silmar, tenía una tienda de ropa. Mi papá era amigo del papá de Carmelita, ambos eran originarios de San Cristóbal de Las Casas, ambos comerciantes que llegaron a radicar a Comitán. Recuerdo que, en una ocasión, mi papá me compró ahí una chamarra. Carmelita radica en Comitán, su esposo, el licenciado Roberto Fuentes Domínguez (también ex alumno del Colegio Mariano N. Ruiz), fue presidente municipal de Comitán, así que nuestra compañera fue la primera dama del pueblo. Antes de la pandemia saludé en dos ocasiones a Carmelita en las instalaciones del Colegio, en Los Sabinos. Alguien de su familia estudia con nosotros en la secundaria. Luego está Evangelina. Ella recuerda con precisión que, junto con Enrique, Rosa Elena y Julio, fuimos actores en la obra que se presentó en el Cine Comitán, en el fin de cursos. Los ensayos fueron en la casa de la directora, doña Leonor Pulido, gran actriz y promotora de las artes en Comitán y amiga personal del padre Carlos. Ella, con gusto, de manera desinteresada, sólo para servirle al padre y por su intenso amor al arte teatral, accedía a montar una ligera representación. Evangelina tenía un rostro muy fino, muy delicado. Entiendo (tal vez estoy equivocado) que radica en la capital de Chiapas, desde hace tiempo. Después de Carmelita está Amanda. Ella también era del barrio de San Sebastián. Su casa estaba a una cuadra del parque, ella vivía con sus papás, doña Tere y don Jorge, quien era un conocido taxista. Amanda vive en Cuernavaca, Morelos. Tiene cuatro hijos y es maestra jubilada. Ah, su mirada actual se llena del mismo color de las buganvilias que cuelgan en su casa comiteca y que fueron la flor nuestra de cada día. Y la última de la fila es Ruth, que vivía en el barrio de San José. Su casa estaba casi enfrente del templo. Ella se tituló como licenciada en Derecho, por la Universidad La Salle; además es especialista en Tanatología y acompañamiento en pérdidas, por la Universidad de Querétaro. Se dedica a la consulta psicoterapéutica con pacientes. Se casó, tiene tres hijos, radica en Querétaro. Además, qué bonito, le gusta leer y escribir poesía. De niña viajaba a una de las más bellas haciendas del municipio de Las Margaritas: La Soledad. Ese contacto con la naturaleza la marcó, porque, en la actualidad, disfruta la naturaleza con pasión. Posdata: Sí, tenés razón no he dicho el lugar donde fue tomada la fotografía. Es un espacio al lado del templo de San Sebastián. En la parte posterior donde está el grupo hay un salón que es anexo del templo. Al fondo del salón, el padre mandó a hacer una tarima y ahí se hacían representaciones escolares. En la pared había una puerta de acceso a la sacristía. Ahí, algunos compañeros que eran acólitos entraban a tomar un poco del vino de consagrar y cogían puños de hostias que, como no estaban benditas, no eran el cuerpo de Cristo, sino hojuelas de harina, muy ricas. Digo que en la foto faltan compañeros. Alfredo Gordillo no está. Alfredo cuenta que al final del curso se enfermó y el día de la foto de generación estaba cuidándose en su casa. Sólo acudió al Cine Comitán, donde se efectuó la ceremonia de graduación. Ah, ese día fue un momento sublime en nuestra vida. Todos lo recordamos con gran emoción. Luego te cuento un poco más.