lunes, 26 de abril de 2021

CARTA A MARIANA, CON UN KÍNDER

Querida Mariana: esta foto es genial. Mi amiga Aurorita Avendaño quita el palo a la niña que quebró la piñata, todos están a punto de lanzarse al piso para recoger los dulces. ¡Ah! Es un instante maravilloso, cuando se desgaja la piñata (de barro, forrada con papel crepé, casi puedo ver que los pétalos son de color verde). Aurorita es protagonista importante de los jardines de niños y de la educación especial en la ciudad. Esa historia está por escribirse. Cuando vi la fotografía le marqué de inmediato y ella, generosa, me dio dos o tres datos. Me dijo que al fondo se ve a don César Penagos, quien era maestro de música, dándole con todo a un acordeón. Está parado al lado de una marimba. ¿Mirás? Los chiquitíos que iban a ese kínder recibían clases de música con acordes de acordeón y de marimba. La tradición es una cuerda infinita. El día de la fotografía celebraban el Día del Niño, por eso, todos los alumnos estaban concentrados en el patio central de la casa donde estaba su kínder. Digo que la historia está por escribirse. Aurorita me contó que ella, bien jovencita, con el cabello corto, con falda de peto al frente y con aretes bien coquetos, fue la directora de este kínder. En 1977 ella laboraba como maestra en el Jardín de Niños Francisco Sarabia y, una mañana, la maestra Lupita García (directora del Sarabia) le dijo que en el barrio de la Cruz Grande habían hecho un censo y un estudio de factibilidad y estaba por abrirse un jardín de niños y le ofrecían hacerse cargo de la dirección, porque ella tenía experiencia y había estudiado en la Normal de Educadoras, en Puebla. Aceptó y fue a vivir la gran experiencia en una casa de la 9ª calle norte oriente, en el barrio de la Cruz Grande. ¿Cuántos chiquitíos atendió de inicio ese kínder? Entre 90 y 100, repartidos en los tres grupos. Para el barrio fue una gran noticia, pues los vecinos de la Cruz Grande ya tuvieron una escuela cerca de sus casas. No sé cómo le hacían las maestras, entre ellas Elsita Pinto, Elsita Ruiz y Aurorita, para evitar que los chiquitíos treparan en el tanque que se ve detrás de la mujer que, con brazos cruzados, disfruta la gritería de los niños a la hora que se abrió la panza de la piñata. ¿Alcanzás a ver la sonrisa de mi amiga Aurorita? ¿La alegría de la niña que quebró la piñata? ¿La atención del niño, ya mayor, que ve cómo el maestro Penagos abre y cierra el fuelle del acordeón? Esos niños de tres o cuatro años de edad, ahora andan, más o menos, por los cuarenta y tantos de edad, ya acercándose a los cincuenta, pero deben conservar en la memoria instantes luminosos en ese jardín, que, agarrate de la mesa con todas las uñas, se llamaba Bernardo Villatoro, en honor al destacado maestro comiteco, que fue famoso por ser un exquisito empleador de palabras. Nada de que dijera la palabra viento, común y corriente, ¡no!, el maestro decía céfiro. ¡Ah, qué genialidad tan de corbata y bombín! Pero, ay, Señor, el gusto duró poco. Las autoridades no aprobaron el nombre del maestro honrado y al final el jardín de niños se llamó como se llama: Josefa Ortiz de Domínguez. Actualmente dicho kínder ya tiene su propio edificio y está en el barrio de La Cueva. Ahora, en la calle central norte, ya casi llegando al entronque con el bulevar, en el barrio de la Cruz Grande existe un Jardín de Niñas y Niños que se llama Margarita Maza de Juárez. Posdata: Si hiciéramos un recuento de nombres de planteles escolares veríamos que pocos honran a personajes locales, a maestros. Por eso da mucho gusto cuando caminás por la Pilita Seca y encontrás una secundaria que lleva el nombre del maestro Javier Mandujano Solórzano, el famoso maestro Güero, o si caminás por donde están las instalaciones de la feria y hallás una primaria que honra al maestro Víctor Manuel Aranda León, quien en vida fue director de la primaria Matías de Córdova, un excelente director, reconocido por cientos de alumnos. Me dio mucho gusto saber que en 1977 el jardín de niños llevaba el nombre del maestro Bernardo Villatoro; me dio cierto pesar al saber que uno o dos años después la autoridad educativa dijo que no, que el kínder se llamaría Josefa Ortiz de Domínguez. El poder afianza la historia con los nombres que convienen a sus intereses políticos y minimiza el reconocimiento de los talentos locales. Me quedo con el instante de felicidad en esta fotografía; me quedo con el entusiasmo de la directora del plantel, con la atención del niño que ve cómo el maestro toca el acordeón. Me quedo con el movimiento del niño que, como tigre, se arroja al piso para ganar dulces. Qué arrojo de criatura, qué emoción al ver caer la cascada de dulces. Qué belleza de momento. La lluvia de dulces propiciada por el entusiasmo de maestras celebrando el día de sus criaturas.