jueves, 22 de abril de 2021
CARTA A MARIANA, PORQUE NO TODO ES LUZ
Querida Mariana: los genios también se equivocan. Todo mundo se equivoca. Por eso caen mal los que caminan como pavorreales, los que se creen perfectos. Tía Amanda decía que eran perfectos, pero perfectos pájaros bobos.
Con mi experiencia de sesenta y cuatro años vividos (ya andando en los sesenta y cinco) puedo asegurar que todo mundo tiene yerros.
Por ahí es famosa la anécdota (sustentada en la realidad) de uno de los grandes yerros de la literatura cometido por uno de los más reconocidos escritores a nivel mundial: Miguel de Cervantes Saavedra, autor de El Quijote.
Los expertos en el estudio de esta novela genial nos dicen, por ejemplo, que Cervantes cometió un evidente error temporal. La primera vez que sale don Quijote es julio y cuando Sancho le escribe una carta a su mujer, cuatro meses después, sigue siendo julio.
¿Recordás el momento en que don Quijote sale para ir a subsanar entuertos?
Mirá lo que dice:
“Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que era uno de los calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza y por la puerta falsa de un corral salió al campo, con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo…”
Queda bien claro que salió en julio. Los expertos han hurgado y detectaron que cuatro meses después, el fiel escudero de don Quijote le escribe a su esposa, Teresa Panza. En la carta ya la nombra como mujer de gobernador y que tiene deseos de hacer dinero y que ella andará en coche. Al final le escribe:
“…así que por una vía o por otra tú has de ser rica y de buena ventura. Dios te la dé, como puede, y a mí me guarde para servirte. Deste castillo, a veinte de julio 1614. Tu marido el gobernador. Sancho Panza.”
El gran Miguel de Cervantes Saavedra olvidó que julio tiene apenas treinta y un días. Salieron durante el mes de julio y cuatro meses después sigue siendo julio.
Pero, bueno, es un error mínimo. Los lectores lo sabemos y no hacemos mucho caso, porque la grandeza del texto borra esas pequeñas minucias.
Bueno, lo mismo hacemos con Rosario Castellanos, porque en su gran novela “Balún-Canán” también cometió errores.
Rosario, quien a cada rato se subía a la cruz, fue muy estricta en la autocrítica. Alguien le dijo que era un error que una niña fuera la narradora de la primera y de la tercera parte de la novela y ella se lo creyó. En la entrevista que le hizo Emmanuel Carballo, Rosario dice: “Esta dividida en tres partes (la novela). La primera y la tercera, escritas en primera persona, están contadas desde el punto de vista de una niña de siete años. Este hecho trajo consigo dificultades casi insuperables. Una niña de esos años es incapaz de observar muchas cosas y, sobre todo, es incapaz de expresarlas…”
Sin embargo, los lectores de “Balún-Canán” disfrutamos esa narración. Bueno, el gran Quino, autor de Mafalda, también se vio sujeto a esa crítica. Mafalda es una niña entre seis y ocho años y razona como adulto, bueno, mucho mejor que la mayoría de adultos. Los críticos señalaron que era imposible que una niña razonara con tal claridad. La obra botó dicha opinión sesuda. Mafalda es una niña y razona con una claridad soberana. Y la narradora de la novela de Rosario es una niña que expresa su pensamiento con una claridad soberbia.
No. No me refiero a ese supuesto yerro. Hablo de algo que menciona el narrador de la segunda parte de la novela, un narrador en tercera persona, que ya no es la niña, sino una voz adulta. En esa segunda parte, la narradora dice:
“…las mujeres volvían el rostro humilde ante el nicho que aprisionaba la belleza de Nuestra Señora de la Salud. Las suplicantes desnudaban su miseria, sus sufrimientos, ante aquellos ojos esmaltados, inmóviles. Y su voz era entonces la del perro apaleado, la de la res separada brutalmente de su cría. A gritos solicitaban ayuda. En su dialecto, frecuentemente entreverado de palabras españolas…” ¿Mirás qué dice Rosario? ¡En su dialecto! Error, ellas hablaban en su idioma, en su lengua. Por la zona donde estaba la finca, zona de Ocosingo, debió ser tseltal (muchos lo escriben con zeta: tzeltal). Idioma, ¡no dialecto!
Tal vez la gran académica se contagió en su adolescencia, porque en Comitán fue común (algunos insisten hasta la fecha) llamar dialectos a las lenguas indígenas, sin saber que nosotros, los comitecos, somos los que hablamos una variante dialectal del español. Los indígenas no hablan dialectos, ellos hablan en sus idiomas, que son variados en la zona: tzotzil, tzeltal, tojolabal.
Posdata: los genios también caminan en los campos minados de la creación. No hay textos perfectos. Todos los seres humanos somos imperfectos, cometemos yerros. Rosario sabía perfectamente que las lenguas indígenas no son dialectos. Resbaló. Pero, de igual forma que con El Quijote, pasamos por alto esas piedritas. Debemos ser congruentes también como lectores, no hay lectores perfectos.