viernes, 16 de abril de 2021

CARTA A MARIANA, CON LA GLORIOSA GENERACIÓN 68-71 (Parte 8)

Querida Mariana: estamos a punto de concluir con este ligero repaso generacional. Dije que durante nuestra época de secundaria el hombre llegó a la luna y en el país sucedió la matanza de Tlatelolco, los Juegos Olímpicos y el Mundial de Fútbol 70. Así como en la primaria me tocó oír el partido México-Inglaterra, del Mundial del 66, con algunos compañeros del colegio vi el partido México-Italia, del Mundial del 70, en casa del maestro Paquito. Él tenía un televisor en blanco y negro, una gran antena en el techo de su casa que captaba señal televisiva de Guatemala. Fuimos testigos de la inauguración de la cancha de básquetbol, en la bajada de doña Mariana. Ese día fue un día glorioso, porque la selección de nuestro Colegio Mariano N. Ruiz le ganó a la selección de la Secundaria del Estado. El trofeo aún se conserva en una vitrina de nuestra institución. Algunos compañeros ya comenzaban a probar el cigarrito y subían a un cerrito cercano para fumar. Los pleitos también se hacían a “la hora de la salida”, en la cercanía de la cancha de básquetbol. Varios ya escuchaban a Los Beatles y otros nos conformábamos con ritmos menos modernos, tocados por marimberos maravillosos. El cielo era el mismo cielo intocado de ahora y caminábamos las calles sin mayor riesgo. Algunos acudíamos los jueves en la noche a pláticas de moral que nos daba el padre Carlos en algún salón del colegio. Nadie se manifestó en contra de la inútil y tonta guerra de Vietnam. Nosotros vivíamos en medio de una burbuja. Sólo los mayores escuchaban los noticiarios radiofónicos nacionales y leían el periódico que, desde tiempos de Rosario Castellanos, llegaban con retraso, por lo que ella decía que leíamos las noticias cuando ya eran historia. Después de Rosita está Lilia Consuelo, quien vivía en la colonia Miguel Alemán. Su papá era cursillista. ¿En dónde está Lilia? Todos los compañeros comentan que cuando terminamos la secundaria ella viajó a otro lugar para estudiar. Nadie sabe decir dónde. Recuerdo que cuando nos despedimos, ella me dio su libreta de autógrafos para que le escribiera algo. Estábamos en el kiosco del parque de San Sebastián, tomé la libreta y, en forma vertical, escribí su nombre: Lilia Consuelo, y comencé a escribir un acróstico, era tan largo el nombre y tan apresurado el llamado de los amigos que, cuando iba a la mitad, le regresé la libreta y le dije: Luego lo completo. Ya no lo hice. Nadie da informes del lugar donde radica. Como mero rumor te comparto que alguien, hace años, me dijo que nuestra compañera era azafata de una aerolínea nacional y la había visto en una calle de París, con el uniforme. No sé si eso es cierto. Luego está Yolanda, ella sigue viviendo en el pueblo. Desde 1976 entró a trabajar en el Hospital General. Actualmente labora en el departamento de nóminas del personal. Y después del padre Carlos está Minerva. Ella es médica. Fue mi privilegio que ella fuera mi compañera en la entrada triunfal, en el Cine Comitán. La ceremonia de fin de cursos fue en el Cine y los graduandos nos formamos en la cafetería y parte del vestíbulo, cuando un maestro nos dio la señal, entramos por parejas con los acordes de la Marcha de Aída. Dos pasos adelante y uno para atrás y fuimos avanzado por el pasillo central, mientras toda la audiencia, a los lados, estaba de pie. Muchos de mis compañeros hacían changuitos para que les tocara Minerva. Fui el afortunado. Los estudiosos de la Semiología nos dicen que todo gesto es una señal, cada gesto nos advierte algo. Si mirás, acá la mayoría de mis compañeras respetó la indicación de colocar sus brazos y manos al frente, las manos entrelazadas. Jovita colocó sus manos detrás y Minerva colocó su mano derecha sobre su brazo izquierdo. Cuando se efectuaron los Diálogos de San Andrés Larráinzar, entre los integrantes del Ejército Zapatista y los comisionados de la COCOPA, acudí como periodista para cubrir los encuentros. Una mañana saludé a Juan Carlos Gómez Aranda, él estaba dentro del círculo formado por indígenas y soldados y yo estaba fuera. Desde ahí vi a un grupo de indígenas zapatistas que seguía a Minerva, todos le decían doctora Bárbara. De primera intención quise correr a saludarla, pero pensé que era un absurdo. Ahí estaba mi ex compañera, me dio gusto verla, ahora casi casi puedo asegurar que seguía enviando señales con su brazo izquierdo. Luego está Verónica. Ella es odontóloga y radica en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez. También, de vez en vez, viaja al pueblo. Es una amante apasionada de las plantas. Luego está Cristina. Ya comenté que, por desgracia, ella falleció hace años. La recuerdo detrás de un mostrador en la tienda de telas que tenía doña María Ortiz, en una casa espléndida, contra esquina de Citibanamex Centro. Cristina vivía con doña María. Luego está Dorita. Ella ya se jubiló. Trabajó como secretaria en la primaria de nuestro Colegio, en el mismo edificio donde estudiamos la secundaria. Del grupo, Dorita, Marcolfo y yo laboramos en el colegio. Yo lo sigo haciendo. Marcolfo impartió clases de matemáticas, en los años 80. Yo impartí varias clases: las que recuerdo son las de dibujo, mecanografía, ciencias sociales y orientación vocacional. ¿Orientación Vocacional? Sí. Mi experiencia de yerros universitarios me permitió saber que ahí estaba un camino que debía recorrerse con seriedad. Lo hice. No sé si evité que alguien tomara el camino equivocado. Si me preguntás cuál materia disfruté más diré que fue Mecanografía. Era un trabajo de dos vías. Los muchachos sacaban su máquina de escribir, su método, les indicaba el ejercicio que debían hacer y a la cuenta de uno, dos, tres, comenzaban a darle al teclado. ¿Qué hacía como maestro? Estar pendiente del trabajo de ellos. Aprovechaba para leer y escribir. ¡Qué hermosa manera de cumplir con un trabajo y, sin descuidarlo, cumplir con una pasión! ¿Ciencias Sociales? Ah, no vuelvo a hacerlo. Ahí sí el hígado se ponía a prueba. Estar frente a sesenta alumnos, con diversos intereses nunca fue sencillo. La vida me dio el privilegio de conocer ambos lados del cuaderno educativo: lo viví como alumno y como maestro. Ahora soy director de difusión y extensión universitaria de nuestro Colegio Mariano N. Ruiz, y todas las mañanas bendigo a todos los que han pasado por las aulas de nuestra institución. Al final está Soledad. Ella es maestra. Hermana de Jorge Luis Espinosa Morales, autor del libro “En memoria del fuego”, libro que reúne una serie de entrevistas que realizó con destacados intelectuales del mundo. Hace tres o cuatro años, una hija de Soledad estudió el bachillerato en nuestra institución y me dijo que no sólo su tío Jorge Luis, ya fallecido, merecía reconocimientos, también su mamá merecía reconocimientos, porque ella la respeta mucho. Posdata: navego en la imprecisión. La memoria es un pie que atraviesa al que se atreve a caminar frente a ella. Lulis me dijo el otro día que escribí que fue maestra y me dijo: no, no fui maestra. Pero te vi pues en la Eti, le dije. Aclaró que trabajó muchos años en la Eti y en el Cobach, pero en labores administrativas. Ah, sos maestra de vida, le dije, y nos botamos de la risa.