jueves, 1 de abril de 2021

CARTA A MARIANA, CON LA GLORIOSA GENERACIÓN 68-71 (Parte 4)

Querida Mariana: la segunda fila, de acá para allá, y la tercera fila de allá para acá está integrada por: María Leticia García Pinto, María Guadalupe Gordillo Abarca, Elsa Josefina Barrios Gordillo, Irma Gloria Martínez Mérida, María de Lourdes Guillén de León, María del Consuelo Bermúdez Carreri, Matilde Fernández Kánter, Eva Angelina Morante Fernández, María Concepción Guillén Villatoro, Rosa Elena Pulido Guillén, Carmen del Socorro García Pinto, Evangelina Solís Gordillo, Amanda del Socorro Ruiz Méndez y Ruth Elena Castro Moreno. En términos estrictos no es cierto lo que diré, pero casi casi como estamos formados acá permanecíamos sentados en el aula. Sí, las mujeres se sentaban en los mesabancos de adelante del salón y los hombres, en los mesabancos de atrás. Algo así como ¡juntos, pero no revueltos! Simpático, mi mamá, en los años treinta, estudió la primaria en su ciudad de origen, Huixtla, y me cuenta que los alumnos se sentaban niña y niño, niña y niño, nada de niñas con niñas ni de niños con niños. En los años treinta. En los años sesenta, en Comitán, cuando estudié la primaria, en la Matías de Córdova, todo era como canción de Chico Che: “los nenes con los nenes y las nenas con las nenas…” ¡Sí, del primero al sexto grado de primaria, sólo tuve compañeros! Las niñas estudiaban en otros salones. Y la separación era aún más drástica: las niñas tenían a mujeres como maestras y los niños teníamos a maestros varones. Digo esto, porque cuando terminé la primaria y pasé al Colegio Mariano N. Ruiz para estudiar la secundaria, recibí el primer impacto cuando el padre Carlos nos formó a los alumnos de nuevo ingreso en el patio central. Al principio de la fila estaba la niña de menor estatura y así hasta llegar a la más alta. En cuanto todas las mujeres quedaron formadas, el padre comenzó a formar a los niños, del más chaparrito al más alto. Sí, Luis Ortiz fue el último de la fila. Digo que el impacto fue saber que tendría compañeras en el aula. Durante seis años de primaria había permanecido viendo a las niñas sólo en el recreo, de lejos. Ahora, las niñas estarían en el mismo salón que yo. El segundo impacto fue saber que, de igual manera, tendría maestras y maestros. Sé que esto a vos te parecerá intranscendente, porque ahora el término de equidad de género es cosa de todos los días, pero en los años sesenta no era tan sencillo. Tan no era sencillo que muchos de mis complejos tienen sustento en esa práctica. Para los demás compañeros esto, probablemente, no era tan relevante, estaban acostumbrados a salir a jugar a la calle con niñas y niños o tenían hermanas y esto permitía que todas las amigas también fueran sus amigas, pero yo era hijo único y de casa. Casi no salía de casa. Mis juegos, durante toda la primaria, o fueron con niños o en forma solitaria (únicamente acompañado con amigos imaginarios). Así que, para mí, el paso de primaria a secundaria fue un paso enorme, casi casi como el que dio Neil Armstrong en la luna, en 1969, año donde ya iniciábamos el segundo de secundaria. Fue un pequeño paso para mis pies, pero un gran salto para mi humanidad. Ese primer día me chiveé cuando una compañera me habló y esa chiveada me duró los tres años de secundaria, pero disfruté mucho la presencia de ellas. Sí, para mí fue trascendental tener compañeras. Fue como descubrir que en el universo la Tierra giraba alrededor del Sol y el Sol tenía rostro de niña bonita. Y, en 1971, no lo intuíamos, pero la primera alumna de esta fila, Lety (Leticia Pinto, su nombre artístico), un tiempito más adelante (cuatro años después de este momento) trabajaría en fotonovelas (muy de moda en los años setenta), y en películas (1976) y sus compañeritos ya eran nombres de artistas reconocidos. En la película “Los desarraigados” actuó al lado de Mario Almada y Pedro Infante Jr.; y en la película “La banda del carro rojo”, con los citados y con el otro Almada, Fernando, y con los ahora famosísimos Tigres del Norte. Pucha. Nadita. Sus compañeros de secundaria, ya estudiantes de universidad, compramos una revista donde ya no portaba uniforme alguno, en lugar de Leticia parecía llamarse Eva. Como ya dije, tener compañeras me abrió una ventana luminosa. Lety siempre tuvo un rostro bellísimo. Cuando nos despedimos realizamos una cena de despedida, Coco Arredondo prestó su casa, en el barrio de San Sebastián. Al final, donde hubo asistencia de algunos de nuestros maestros, los compañeros nos abrazamos y dijimos adiós para cerrar el ciclo, en el hermoso patio de esa casa que, por fortuna, aún conserva su traza original. A mitad del patio, mientras los demás compañeros se abrazaban, me acerqué a Lety y la abracé, ella, sólo como mera fórmula, me dijo: “No cambies nunca”. Y yo, ahora, te comparto esta frase como si me la hubiese dicho Marilyn Monroe. Y pienso que le hice caso. No he cambiado. Sigo siendo el mismo muchacho tímido, terrícola deslumbrado ante la belleza del Sol infinito. Posdata: Luego está Lupita, por desgracia ella falleció hace años. Un día alguien me dijo que si la recordaba y me enseñó la foto y dije que sí, por supuesto, me dijo que había muerto. Lo lamenté. Todos los compañeros, al ver las fotos de generación, lamentamos la ausencia de uno de ellos. Es como si se abriera un hueco y por ahí no pasara un aire amable, sino un ventarrón que levanta polvo y nubla la vista. Como en todos los grupos humanos, uno no hace migas con la totalidad de compañeros. Incluso hay algunos que no nos toleran, pero la definición de grupo no hace distingos. Acá está nuestra generación y lamentamos las ausencias, las vidas que ya no completaron sus sueños. La cantante Cothy Soto me ha platicado que Lety sí soñaba con ser actriz, así como ella soñaba con ser cantante. Ambas lograron sus sueños. ¿Qué soñábamos los demás? ¿Cuál era el sueño de Lupita? Luego te sigo platicando.