sábado, 19 de febrero de 2022

CARTA A MARIANA, CON LITOGRAFÍAS ANTIGUAS

Querida Mariana: un amigo anticuario me dijo que un objeto que tiene más de cien años se considera una antigüedad. Me lo dijo en el bazar de Los Sapos, en Puebla, donde venden antigüedades y mi Paty y yo vendimos cajitas contemporáneas, como para hacer el contraste. Esta litografía pertenece a la familia desde los años cincuenta. Mi abuelo Ángel viajó a Italia, a su regreso trajo tres litografías de la Divina Providencia, que fueron a dar a manos de tres hijas, una de ellas fue mi madrina Caritina, quien vivió algún tiempo en la casa a media cuadra del parque central. El cuadro lo colgó en el oratorio que estaba en una esquina del corredor amplísimo. Sí, querida mía, en ese tiempo, las casas comitecas de los católicos tenían un espacio que se dedicaba al oratorio. Nuestro oratorio era un espacio genial, siempre permanecía en penumbra, aunque siempre tenía la puerta abierta, el altar estaba al fondo y el cuarto no tenía una sola ventana. El oratorio abría sus puertas, religiosamente, a las seis de la mañana y cerraba sus puertas a las seis de la tarde. ¡Pucha, permanecía abierto durante doce horas! Si alguien tenía alguna pena podía hincarse en uno de los tres reclinatorios forrados; lo mismo si alguien quería agradecer un favor recibido, o algún niño travieso quería jugar con la cera que siempre había en el altar. No era un disfrute, pero había tardes en que me llamaban para rezar el rosario. Disfruté la actividad cuando mi papá me permitió que yo dirigiera el rezo, me dio el rosario y un pequeño libro donde estaban impresos los cinco misterios. El rosario es el chunche que uno manipula con las manos y sirve para llevar la cuenta de las oraciones, cada diez padres nuestros se pasa al siguiente misterio. Eso sí me gustó. El rosario es como un juego hermoso, un juego de palabras. Yo era el que dirigía el concierto. Pero eso no era todo, siempre llamó mi atención que cada uno de los cinco capítulos se llamara Misterio. Eso es una genialidad. Todos nos hincábamos, nos santiguábamos y yo comenzaba a leer el primer misterio y luego el segundo, así, hasta llegar al quinto misterio. Ahora sé, lo he visto en Internet, que los misterios son veinte, dependiendo del día así se rezan. El lunes y sábado se rezan los misterios gozosos; el jueves los misterios luminosos; el martes y viernes, los misterios dolorosos (entiendo lo del viernes, sí); y los misterios gloriosos son para miércoles y domingo. Ahora pensaría que los mejores misterios son los gozosos, los luminosos y los gloriosos; los dolorosos no son atractivos, pero, cuando ahora todo mundo celebra que ¡gracias a Dios, es viernes y el cuerpo lo sabe!, el ritual católico exige rezar los misterios dolorosos. ¡Uf! Decía: “El niño Jesús perdido y hallado en el templo”, y mi papá me había enseñado que debía hacer una pausa para que todos reflexionáramos en ese misterio. ¿Se perdió Jesús? Gracias a su papá fue hallado. ¿En dónde? Pues en el templo, la casa de su padre. Perfecto. Ahora bien, la pregunta debía ser ¿por qué se perdió el niño Jesús, qué andaba haciendo, su mamá lo mandó por el pan y él se entretuvo mirando por algún hueco del templo y entró? Lo cierto es que el niño Jesús, como cualquier niño, no hizo bien el mandado, y esto preocupó a la mamá. Ahora sé, lo leí en el Internet, que el chiquitío travieso no volvió a su casa por el lapso de tres días. ¡Dios mío, padre directo de él! ¡Tres días! ¿Lo imaginás? Debió ser una terrible aflicción para su pobre madre y para el buen carpintero José. Ah, al bendito niño lo encontraron en medio de grandes maestros de la Iglesia, platicando como si estuviera con sus pares. Ahora pregunto: ¿por qué a ninguno de los viejos maestros se le ocurrió pensar que ese niño no estaba en casa y debía avisar a sus padres? Pero mi respuesta es parte del misterio: el niño Jesús no era cualquier niño, era el hijo de Dios, pichito consentido y él andaba en los negocios del padre. Esta litografía permaneció en el centro del oratorio, cuando mi madrina preparó su maleta y regresó a la Ciudad de México, nos legó el cuadro y ahí siguió. Cuando, en los años sesenta dejamos la casa del centro (que era rentada) y pasamos a vivir a la casa que habían construido mis papás a media cuadra de la Escuela Matías de Córdova, la litografía estuvo en el centro del oratorio que mi papá había mandado a hacer. Este oratorio fue más bonito, ya tenía dos enormes ventanas que daban al patio y en la pared del fondo le colocaron unas columnas adosadas, pintadas de dorado, como enmarcando el nicho. En los esquineros colocaron imágenes de bulto, el de la izquierda fue San Martín de Porres, un santo negro cae bien, porque siempre aparece con una escoba al lado de ratoncitos. En los años noventa dejé Comitán con la idea de ir a Cuba y luego a París. Pucha, mi destino me llevó a Puebla y ahí llegó la familia. La litografía llegó en una de las cajas de la mudanza. Al mandar a construir la casa (frente a Ciudad Universitaria, de la BUAP) no seguí con la tradición, ya no mandé a hacer el espacio para el oratorio, pero mi mamá improvisó un pequeño altar en su recámara y ahí colocó a la Divina Providencia. Al regresar a Comitán, ya en 2008, mi mamá colgó la litografía en su recámara y ahí permanece. Ha sido un cuadro paseador. Llegó de Italia y ahora permanece en Comitán. Mi mamá ha sido respetuosa con el legado, siempre lo lleva debajo del brazo; ha sido respetuosa con su creencia, porque siempre reza la oración especial para la Divina Providencia que pide “casa, vestido y sustento”. Gracias a esa fe, tenemos casa, vestido y sustento. El mojol de lujo es la salud. El templo de La Trinitaria está dedicado al Padre Eterno, que es la Santísima Trinidad que alude la litografía. En las imágenes del Padre Eterno, aparece en la cabecera el Espíritu Santo, el Padre sentado en un trono, sosteniendo a Jesús crucificado. En la imagen de la Divina Providencia también aparece ese triángulo divino: el padre, el hijo y el espíritu santo. Así, querida mía, comenzaba el rosario cuando era niño: En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo. Mencionaba a la Divina Providencia, a la Santísima Trinidad. Por eso, el pueblo de La Trinitaria tiene una luz especial. Antes de la pandemia, llevaba a mi mamá en carro a La Trinitaria el primer día del año. Era su gusto, su tradición. Ella se unía a cientos de fieles que, de igual manera, llegaban al templo a agradecer por las bendiciones recibidas durante el pasado año y a pedir dones para el que estaba por iniciar. Llegó la pandemia y suspendimos el viaje, pero mi mamá siguió prendiendo una veladora y orando frente a la imagen de la Divina Providencia. En los templos católicos, la mayoría de imágenes es de santos y de vírgenes sin más compañía; a veces aparecen algunas de San José con Jesús o la virgen María con su hijo; hay otras donde aparecen los tres: María, José y Jesús. Estas últimas imágenes son las que más se acercan a la trinidad; digamos que son una representación de lo terrenal. Jesús y sus padres caminaron por la tierra. La imagen de la litografía que trajo mi abuelo de Italia es la representación de lo divino. El Padre Eterno, el Espíritu Santo y Jesús están en medio de nubes y tres ángeles encueraditos sostienen el mundo. Cuando has estado de visita en ese maravilloso pueblo de La Trinitaria, vos has comprobado que en la imagen que está en el templo y que veneran miles y miles de personas están las tres figuras divinas: el Padre Eterno, Cristo y el Espíritu Santo. Mi mamá, desde siempre, ha puesto su fe en manos de la imagen más poderosa, nada de intermediarios, directamente con la Divina Providencia. En la tradición católica es el supremo escalón, por encima no hay más. Cuando alguien le pide algo a algún santo de su preferencia, lo hace con gran fe, pero, digamos, siempre está la idea de que el santo es intermediario, porque el poderoso, el hacedor de milagros, en realidad, es Dios, ¡el Padre Eterno! Claro, hay santos que son geniales, que son pródigos en esas relaciones con el mero mero. Muchos comitecos señalan que San Caralampio es rete milagroso; es decir, es un santo muy cercano a Dios, consentido, y Dios le prodiga dones a manos llenas; lo mismo dicen muchos fieles del Niñito Fundador. En La Trinitaria, los fieles hablan directamente con el Padre Eterno, tienen una relación sin intermediarios, su corazón habla directo con el corazón más bello del universo. Posdata: ay, mi memoria, querida mía, no recuerdo, por más que lo intento, quién era el santo de devoción de tu bisabuela, un día me lo dijiste, me contaste la historia de un milagro fascinante. Muchas personas descreen de los milagros, sus razones agnósticas tienen; por el contrario, muchas otras sí creen en los milagros. Hay algunos que van más allá del milagro ocasional, creen firmemente en que la vida, el universo, es un gran milagro, y como el universo se expande a cada instante, el milagro se vuelve infinito. No sé qué pensás vos, pero digo que hay algo más allá del aire, algo que se nos escapa a la idea racional del mundo. Coincido con el gran escritor Julio Cortázar que una vez dijo: “…el milagro es un alto misterio, ante el que me detengo respetuoso”. Hago lo mismo, me postro ante el misterio permanente.