jueves, 24 de febrero de 2022

CARTA A MARIANA, CON UNA POSTAL DE MUSEO

Querida Mariana: te escribo desde casa. Desde acá disfruto el mundo, veo los colores, respiro los aromas, casi los toco, los siento. Ahora comparto con vos una postal de museo. Me la compartió, ya sabés, mi querido amigo Marco Polo. Él tomó esta fotografía y me la compartió en el celular. Me encanta ese puente que tiende la mano del amigo y estrecha la mía. Ricardo, el gran fotógrafo de aves, también me envía postales de museo. Toma la fotografía de un pájaro y me la comparte, y con ese acto, sencillo pero grandioso, comparte, también, el aire que rodea la pausa de vuelo. Los japoneses se enorgullecen de sus cerezos; los comitecos nos sentimos chentos al mirar los árboles de tenocté, como éste que ves acá. La postal es de museo, en cuanto la vi se abrió la ventana de mi emoción, sentí la mano del aire, escuché el canto del aire, el aroma besó mi espíritu. Los japoneses se sienten orgullosos del Monte Fujiyama, nosotros nos enorgullecemos por el Junchavín, uno de los guardianes de nuestro pueblo. Los japoneses ven hacia el horizonte y se topan con el hermoso monte nevado. Nuestra mirada (si subimos al Junchavín o al cerro de San Miguel, la Piedra de la Ametralladora) no se detiene ante nada, la mirada vuela libre por todo el valle y su único límite es el cielo, azul, claro, líquido; y se sabe que el cielo no tiene límite. Agradezco cuando un amigo extiende su mirada y la comparte conmigo. Quienes permanecemos a ras del piso no tenemos la oportunidad de apreciar estas maravillas. En casa (lo sabés) no tenemos espacio para gozar de un árbol como éste, apenas (pero ahí está el prodigio de la vida) tenemos macetones con flores, que cuidan mi Paty y mi mamá. Pero, los colibríes se acercan de vez en vez, porque en algunos macetones brotan unas flores rojas, como campanitas, que las aves disfrutan mucho. A veces escribo las cartas que te envío y algo como una caricia en el aire me advierte que en el patiecito hay algo, dejo de escribir y veo a través de la ventana y descubro, maravillado, un colibrí que, sabiéndose una de las nueve maravillas del mundo animal, baila mientras liba. Siempre, cuando bebía cerveza con los amigos, insistía en esta idea: la de que el colibrí, mientras liba, baila como chavo setentero con música de Barry White. Retaba a los amigos que hicieran lo mismo, que tomaran la botella de la cerveza y que libaran mientras bailaban al ritmo de la marimba que sonaba en la rocola. Como los bolos somos intrépidos, no faltaba el que apostaba a que sí lo hacía y, tambaleante, se levantaba, tomaba una caguama y, mientras bebía, se movía como elefante artrítico. Nosotros, azotando las palmas, gritábamos ¡eh, eh, eh, eh!, y el rinoceronte trastabillaba, se sentaba agotado y decía ¡no puedo más, te gané! Y yo pagaba la apuesta, pero, en el interior, sabía que la escena vista había sido una pésima representación del discreto vuelo que había propuesto. Mi amigo Paco dice: ¡qué va del pulso al culo! Yo pensaba: qué va de la danza grácil del colibrí al paso desentonado del bípedo borracho. La fotografía que envió mi amigo Marco Polo es de estos días. Él puede cantar esa canción que cantábamos y bailábamos de niños: “El patio de mi casa es particular, se moja y se seca como los demás…” Sí, el patio de su casa es particular, pero al compartir estas postales de museo, hace que su patio sea de todos, para todos, porque él, sin ser dueño de una parcela del Comitán que se ve abajo, es dueño de todo el valle. Él es dueño de todo lo que su vista alcanza; generoso presta ese valle para que vivan los otros, para que lo habitemos nosotros. Su patio se moja y se seca como los demás. Sí, pero la vista que él tiene no es como la de los demás. Mi vista, por ejemplo, se topetea con paredes a los tres o cuatro metros. Necesito salir al patio para alzar la vista y ver las nubes, el cielo, para advertir el paso de un avión o el vuelo alegre de algunos pájaros. Él no, el cielo entra a su casa, se le viene encima, como un oso gigantesco amable. Y él, en compensación, le regala al cielo este ramo de flores blancas. Posdata: gracias, amigos, por estas postales de museo, del museo tan nuestro, tan cercano; gracias por estos ramos de flores blancas, con aromas sublimes; gracias por estos ramos espléndidos, llenos de aire, de viento, de luz, de vida.