viernes, 18 de febrero de 2022

CARTA A MARIANA, DONDE SE JUEGA CON NOMBRES

Querida Mariana: releo una antología de cuento, editada por la UNAM (¡cachún, cachún, ra ra!). La antologadora es Rosa Beltrán, quien, actualmente, es la coordinadora de Difusión Cultural de la máxima casa de estudios del país. ¿Recordás que Rosario Castellanos, nuestra Rosario, trabajó en la UNAM? Leo, pero lo hago sin solemnidades, me divierto, lo disfruto, casi casi puedo decir que juego, siempre lo he hecho, incluso cuando leo la Biblia, libro extraordinario. ¿Cómo no va a ser una delicia enterarte que Salomón, el rey sabio, tuvo setecientas mujeres? ¿Cómo no va a ser divertido buscar si por ahí hay mención que el Rey David cantó en algún momento las mañanitas que nosotros cantamos en los cumpleaños? ¡No!, no hay mención que el rey David haya cantado “las mañanitas que cantaba el Rey David”, las que “hoy por ser día de tu santo te las cantamos aquí”. No. Deberíamos en honor a la verdad, cantar “estas son las mañanitas que cantaba Pedro Infante…”, porque sí sabemos que Pedro las cantaba y muy bien. Así que cuando tomé el citado libro pensé que es genial que una Rosa haya sido la antologadora, y como recordé a Rosario, pues me divertí pensando que un rosario había trabajado en la UNAM, universidad tan plural y democrática. Entonces, antes de comenzar a leer el primer cuento, leí la relación de autores ahí antologados y hallé que está Vicente Leñero. Jugué con los apellidos y nombres, sólo como mero divertimento. Leñero; es decir alguien que vende leña también cuentea. También está Enrique Serna. Según el diccionario, serna es “porción de tierra dedicada al cultivo de los cereales”; a partir de hoy habrá que decir, que hay algunos terrenos que no sólo dan avena sino también cuentos. José Joaquín Blanco. Bueno, bueno, ya sabemos que el blanco literario va del negro al más intenso arco iris y la hoja en blanco no se queda así. Clara Obligado. Por fortuna se ve que no escribe por obligación, sino por placer. Disfruté el cuentito que escribió. Ignacio Solares. ¿Qué es un solar? Pues un terreno donde se asienta determinada cosa. Acá no se conformó con uno, sino con varios territorios de ficción. Cristina Rivera Garza, quien se cree la divina…, y su cuento no correspondió a la fama que tiene. Un poco pretencioso su textillo. Gonzalo Soltero, con un relato que se llama “Maduro”. ¿Un soltero maduro? No sé qué opinaras vos para pretendiente de Sara. Fernando de León. Ah, la selva, la intrincada selva, donde, dicen, que el león es rey. Acá, Fernando resultó súbdito de León. José Abdón Flores. Ah, pues faltaba más. Rosa eligió a alguien del jardín, para no estar sola. Jorge Franco. Bueno, si hace honor al apellido, pues podemos esperar que sus textos también lo sean, que, dentro de la mentira, tengan lo que en literatura se llama verosimilitud. Ana García Bergua. ¿Eh? Me reservo el comentario. Así como también hago silencio con el nombre de Sergio Pitol. Nada diré de Pitol ni de la Bergua. Ana Lydia Vega. La palabra es maravillosa: vega, refiere a un terreno siempre húmedo. Acá también puedo irme por terrenos perversones, así que mejor ahí lo dejo. En fin. Comparto contigo mi juego. Jugué durante un buen rato. Siempre lo hago. Pienso si el nombre o apellidos del autor tienen relación directa con su proceso de creación. ¿Qué escrito puede esperarse de alguien que se llama Alba o Ángel o Lucero o Santa? ¿Qué puede esperarse de alguien que se apellida Espino o Barriga o Braga (los españoles entenderán) o Verdugo? Posdata: ahora que escribí el apellido Verdugo recordé una anécdota que contaba Diego Verdaguer, maravilloso cantante que, por desgracia, recientemente falleció. Diego contaba que en un programa de televisión fue presentado por una chica atractiva, la chica se confundió en la pronunciación y como si fuera disléxica dijo otra cosa.