miércoles, 2 de febrero de 2022

CARTA A MARIANA, CON UNA BASE

Querida Mariana: como si fuera programa de Plaza Sésamo hoy hablaré de la palabra Base. Me auxiliaré del diccionario. Como comprenderás, la palabra Base tiene una bola de acepciones, pero, por fortuna, encuentro la que me interesa, en el juego de béisbol se llama Base a cada una de las cuatro esquinas del campo de juego. El objetivo final del juego es que el jugador que batea corra a cada una de las bases y llegue a la cuarta para hacer una “carrera”. En arquitectura, dice el diccionario, la palabra Base sirve para designar el asiento de una columna. Simpática palabra, ¿no? Pero la base no sólo se emplea en el juego del béisbol, también en juegos menos sofisticados. El otro día le pregunté a mi amigo Marco Polo (él es más joven que yo) si había llegado a ver la estela maya que andaba en el parque central de Comitán, a la vista de todos (en esta fotografía, de los años setenta, coloqué una flechita roja para que mirés dónde estaba colocada). Marco Polo dijo que sí y ya encarrerado mencionó que era “la base”. Podrás imaginar que me quedé con los ojos cuadrados. ¿La base? Él me explicó que cuando era niño subía al parque central con su plebe y ahí jugaban. Bien podían hacerlo en el parque de su barrio, San Sebastián, pero se trataba de aventurarse al centro del pueblo, de advertir qué aires corrían por ahí. Jugaban a lo que juegan los niños de siempre: a todo. A veces no respetaban las áreas comunes, se atrevían a brincar sobre las bancas (de granito, con travesaños de madera, como si fueran de esos obstáculos que se colocan en las pistas de equitación olímpica) y a cruzar por el área de jardines; a veces jugaban Atrapadas (atrapadillas o “las traes”, en Comitán), que es un juego sencillo, pero sensacional. En el juego alguien es el “perseguidor” y los otros corren para no ser atrapados, en el momento que alguien es atrapado, de inmediato, se convierte en el perseguidor. En el juego de “las traes”, dicen los que saben, que el perseguidor está contagiado de roña, ¡pucha!, así que nadie quiere ser contagiado. Como todo juego, tiene reglas. Para que los participantes no fueran hasta la Cruz Grande delimitaban el espacio y para que no terminaran sacando la lengua en una carrera interminable se marcaban “bases”. ¡Acá está la explicación! Comenté con Marco Polo la genialidad de esos tiempos, donde los comitecos teníamos piezas arqueológicas importantísimas al aire libre. En pleno parque central había una estela maya. Le dije lo que a vos te he dicho en ocasiones anteriores, los comitecos teníamos museos a nuestro paso. Los que íbamos al templo de Santo Domingo teníamos al alcance del ojo los cuadros del maestro Güero, que estaban colgados en las paredes de la nave mayor. El padre Carlos le había encargado que pintara cuadros al óleo sobre tela, enormes cuadros, de santos católicos. El maestro Güero fue nuestro Zurbirán de Comitán. Nosotros educamos el ojo con esas pinturas, que fueron complementadas con los cuadros que todavía están en el altar. Los cuadros de las paredes de la nave fueron eliminados cuando llegaron los sacerdotes con la tendencia de la Teología de la Liberación. Además, teníamos (como acá se ve) la posibilidad de admirar una estela maya, obra de arte que Marco Polo y su plebe usaron como “Base”. Un niño corría, escapando del perseguidor, y si tocaba la estela quedaba a salvo. El perseguidor iba, entonces, detrás de otro amigo y el de la base (como lo hacen los beisbolistas) dejaba de tocar la estela, daba dos o tres pasos y retaba al perseguidor, éste lo ignoraba, tal como hace el pitcher cuando ve que el que está en primera base no se retira lo suficiente para cacharlo fuera de base. Posdata: ¿En qué otro lugar del mundo una estela maya, auténtica, ha servido de base para un juego infantil? En ningún otro lugar del mundo. Esto también es privilegio de Comitán, de la plebe de Marco Polo. Un día, la estela fue retirada del parque central de Comitán y la llevaron al museo, donde sólo es admirada por los visitantes de ese recinto. Acá, estaba al alcance de la mirada de todos los que caminaban por el parque, al alcance de la mano de Marco Polo que, acezante, gritaba: “Base”.