martes, 22 de febrero de 2022

CARTA A MARIANA, CON UN APUNTE

Querida Mariana: antes de la pandemia (a.p.) salía con una libreta, lápiz y borrador, a hacer apuntes, dibujos rapidísimos. Si hacía bocetos de piedras o de árboles todo marchaba a pedir de boca. Cuando pretendía hacer un apunte de un pájaro o de una lagartija, la cosa se complicaba. Y ya no digo cuando mi modelo era una persona. Comparo esta actividad artística y juguetona con lo que hace un fotógrafo. Los modelos vivos se sienten agredidos. Y no sólo los modelos vivos. Ahora (es comprensible) mucha gente se molesta si ve a alguien tomando una fotografía de la fachada de su casa. ¿Para qué quiere esa fotografía? En ocasiones, se entiende, esta imagen puede ser empleada para algo ilegal, pero, también puede suceder que el interés sea hacer un registro de las casas comitecas en el año 2022. Vos sabés que la ciudad se transforma todos los días y hay modificaciones constructivas o comerciales; lo que era una casa del siglo XX fue derruida y levantaron un nuevo edificio; lo que era el negocio fulano fue cerrado y ahora está otro negocio. Las fotografías nos dan idea de esos cambios. Ahora, las personas evitan ser fotografiadas por gente desconocida. El trabajo de los fotorreporteros cada vez es más riesgoso. El aficionado a la fotografía debe ser muy cuidadoso. Si hay un niño jugando frente al fotógrafo y el chiquitío realiza una acción digna de ser conservada a través de una imagen, el clic puede ser ofensivo. En tiempo en que todo mundo lleva una cámara en su teléfono celular el riesgo se ha multiplicado por ene espinas. ¿Podés imaginar lo que me pasaba a mí? Me sentaba en la banca de algún parque, a una distancia razonable, donde mi modelo no estuviera tan lejos para no observar sus rasgos ni tan cerca para que se sintiera observado. ¡Qué difícil! Si era complicado en el caso de los varones, lo era mucho más en el caso de las chicas. Es comprensible. Algunas amigas me han dicho que tengo una mirada que intimida. Colocaba mi cuaderno sobre mis muslos y, viendo de reojo, haciéndome tacuatz, comenzaba a delinear los trazos. Era un ejercicio formidable, un juego mágico, porque un escozor intrépido bailaba por todo mi cuerpo. Era como si, en medio del juego, me fuera apropiando del instante sagrado de mi modelo. No molestaba, no interrumpía, no dañaba. Pero, lo sé, si alguien hubiese detectado que su cuerpo y espíritu eran los puntos de mi atención, se habría molestado y no logro imaginar su reacción. Los tiempos han cambiado. Diego Rivera, el gran sapo, iba a las plazas y ahí hacía sus bocetos. ¿Necesitaba personajes para algún mural donde quedara representada la imagen bulliciosa del mercado prehispánico de Tlatelolco? Pues viajaba a un pequeño pueblo del centro del país y ahí conseguía sus modelos. Imagino al gran artista, con su corpulenta osamenta, sentado en una piedra, realizando trazos rapidísimos para captar la esencia del movimiento. Ahora, ¡quién sabe cómo le iría a don Dieguito! Ya estoy viendo los titulares del periódico: “Viejo depravado, que dice ser un gran muralista, fue detenido por una turba enfurecida al descubrir que hacía dibujos de las muchachas vendedoras de frutas”. En los talleres de dibujo, los maestros contratan a modelos profesionales, para que los estudiantes practiquen la figura humana. La actividad se realiza en lugares cerrados para evitar las miradas morbosas de quienes verían a la modelo con otros ojos. Pero, ¿cómo captar la esencia de modelos vivos sin poses? Salir a la calle e ir a las plazas y tomar apuntes rapidísimos sin que el modelo se percate que es capturado, era uno de mis mayores placeres. Posdata: el apunte que anexo lo realicé en 2007, en el parque del Carmen, en Puebla. Me senté en una banca y capté a este maravilloso hombre, quien estaba sentado sobre el césped, durante tres o cuatro minutos permaneció así, con una mano apoyada sobre el pasto, cortado al ras, un poco seco. Posdata: vos sabés que los impresionistas abandonaron los estudios cerrados y salieron a la luz, al campo, dejaron de ser murciélagos y se convirtieron en maravillosos pájaros libres. A pesar de que soy ermitaño, a mí me encantaba salir con una libreta debajo del brazo, ir hacia donde la vida me brindaba el gran espectáculo; disfrutaba caminar por el parque, elegir un modelo (si era una muchacha bonita, ¡mejor!), sentarme cerca y, mirando hacia otro lado, pajareando, con el rabillo del ojo, apresaba una línea del rostro elegido, un brazo, un dedo, un rasgo, hasta completar el cuerpo. Cuando estudié el tercer semestre de arquitectura, en la Universidad del Valle de México, acudían modelos femeninos profesionales, de la Escuela La Esmeralda, para la práctica del dibujo. Ellas se despojaban del vestido y posaban desnudas. De ahí adquirí la habilidad que posee Superman: mirar más allá de la ropa, tal vez por eso mis amigas dicen que no les gusta que las vea, las intimido. ¿Cómo decirles que sólo estoy haciendo ejercicios de bocetos? No ofendo. Todo es mirada de niño travieso, de artista.