viernes, 25 de febrero de 2022

CARTA A MARIANA, CON UN COLIBRÍ EN LA MEMORIA

Querida Mariana: el Cuestionario Molinari tiene diez preguntas, una de ellas es: “¿Qué sentís cuando mirás un colibrí?” ¿Mirás qué pregunto? Pregunto acerca del sentimiento que provoca cuando, como tsunami, aparece ese prodigio que se llama colibrí. Algunos de mis entrevistados han aludido al mito genial donde el colibrí representa el alma de un ser amado ya fallecido. El colibrí es un ave sensacional, desaparece con la velocidad que se hace presente. En casa aparece de vez en vez, llega con su aleteo de pirinola feliz, liba en algunas campanitas, pasa de una a otra, casi al ritmo de mi emoción y luego se va. Digo que tarda apenas unos momentos, pero su presencia altera la rutina, la pinta con una línea dorada que pinta una sonrisa en la mañana. ¿Has visto colibríes en las tardes? Yo ¡nunca! Tal vez las personas que tienen grandes jardines sí tienen esa bendición. El otro día pensé que una práctica para justificar el sentido de la vida podría ser mirar colibríes durante varios instantes del día, sin que, necesariamente, aparezcan en la realidad. Sé que vos, igual que yo, tenés la capacidad de representar imágenes en tu memoria. Tal vez el gusto por el cine y por la literatura nos ha permitido aprehender este prodigio. Te cuento algo íntimo. El 19 de febrero de 1990 falleció mi papá. El 19 de febrero de 2020 (treinta y dos años después) desperté a las cuatro, prendí la lámpara, oré (a la hora de mencionar a mi papá tardé un poco de más para apuntalar su recuerdo), tomé el libro de cuentos que tenía en el buró y comencé a leer el cuento “Los días de pesca”, de Ana María Shua, escritora argentina. El cuento inicia así: “Cuando yo era chica, en verano, iba siempre a pescar con mi papá…” hice la pausa que siempre hago y pensé que el cuento iniciaba bien, que sería algo emotivo con un recuerdo de infancia y algo trágico. Seguí leyendo y al terminar el primer párrafo hallé una frase que se repite en varias ocasiones en el texto: “…y sin embargo, mi papá se murió. ¿No es increíble?” Sé que ahora pensás lo que pensé en ese momento: el día del aniversario luctuoso de mi papá, el destino me enviaba un colibrí, un hermoso colibrí que aleteaba frente a mi ventana en la madrugada. La narradora platica su experiencia de niña con el papá y cuenta el proceso de su fallecimiento. Por eso, luego de compartir la alegría de ir con su papá de pesca en varios lugares, repite: “…y sin embargo, mi papá se murió. ¿No es increíble?” La frase es como un reclamo, como si dijera que su papá, tan hermoso, se murió a pesar de esa luz. Se pregunta: ¿No es increíble? Los hijos de padres nobles y buenos, también nos preguntamos eso: ¿no es increíble? Sí, no se puede creer. Los niños siempre pensamos que los papás vivirán por siempre, para siempre. Bueno, los niños no pensamos en la muerte, a todo le damos una vida eterna, por eso lloramos cuando un juguete se rompe o cuando nos dicen que el perrito de casa no volverá porque se enfermó o cuando, de igual manera, nos avisan que la abuela falleció y no volverá a llevarnos dulces ni los regalos en navidad. ¿No es increíble? Cuando crecemos lo increíble se vuelve creíble, comenzamos a creer en lo frágil de la vida y sabemos que a pesar de la luz que irradian los papás buenos y nobles, también ellos, como los colibríes, dejan de aletear, de refrescar nuestro espíritu con su vuelo. El 19 de febrero de 2022, después de hacer mi taichí de viejo, de bañarme, de desayunar y de revisar el periódico La Jornada (en la computadora) prendí mi teléfono celular y encontré un mensaje de mi hermana Esther y supe que ella, colibrí hermoso, también tocaba en mi ventana. Ella me mandó la foto de una notita escrita a mano, ella también enviaba una oración por nuestro papá. Me acerqué a la ventana de la sala, hice a un lado la cortina y vi el cielo. Pensé entonces que a las cuatro de la madrugada había leído el cuento de una escritora argentina y, como si fuera una asociación necesaria, pensé en mi argentino amado: Julio Cortázar, y de inmediato caí en la cuenta que él falleció en febrero de 1984; y luego como si fuera necesario ese cordón nemotécnico, pensé que mi amigo Miguel también había fallecido en el mes de febrero. Posdata: supe que esa mañana había tenido la visita de muchos colibríes, muchos. Como siempre son ellos, tardaron un poquito aleteando frente a mi memoria, enviando su aire protector y luego desaparecieron. Pienso a veces, que debemos practicar con frecuencia el arribo de colibríes a nuestra memoria, a nuestro recuerdo. Eso hará más intensa la emoción del día, nos apapachará el corazón. Es tan necesario. Plagio a Ana María: “Cuando yo era chico, en cualquier época del año, iba siempre de la mano con mi papá. Y sin embargo, mi papá se murió. ¿No es increíble?”