martes, 30 de agosto de 2022
CARTA A MARIANA, CON MANDARINAS Y OTROS FRUTOS
Querida Mariana: tal vez has oído lo siguiente: “Le partió su mandarina en gajos”. La frase la he escuchado más de dos veces. ¿A qué se refiere? A que dos muchachos tuvieron un altercado y uno de ellos salió vencedor y el otro vencido. El vencedor fue quien le partió al otro su mandarina en gajos. ¡Qué frase tan simpática! Pero, si vamos un poco más allá vemos que es casi irrespetuosa. Nada es gratuito en las diversas vueltas que da el lenguaje en nuestro país.
Si esto lo escuchara un extranjero inocente no hallaría mayor torcedura. La mandarina tiene gajos, reflexionaría el norteamericano, y se parte para comerla. ¡Oh, qué generoso, diría, compartió el fruto con el otro amigo! ¿Cómo explicarle a este visitante que el otro le dio una verdadera madrina? Oh, madrina, oh, qué bonito, diría el otro.
Pucha, qué complicado el lenguaje. Sin embargo, nosotros entendemos perfectamente cuando el abusivo le parte su mandarina en gajos al otro y le da una soberana madrina.
¿Y si tratamos de cortar en gajos la frase? Si lo intentamos vemos que la mandarina no es el fruto delicado que nos encanta comer, sobre todo cuando caen de la panza de la piñata decembrina. No. ¿A qué suena la palabra mandarina? Los que saben de torceduras lingüísticas dicen que se convierte en sinónimo de mamá. Ah, ya, el vencedor le partió la madre al otro, se la partió en gajos. ¡Pucha! ¿Y lo de madrina? Ah, pues, la palabra se convierte en automático en sinónimo de madriza, y madriza también tiene relación con la palabra madre.
Ya nos lo dijo Octavio Paz, la madre es lo más sagrado que tenemos los mexicanos, por eso, cuando aparece un insulto es lo primero que aparece en la boca del agresor. Pero es tanto el ingenio del mexicano que la mandarina se convierte en sinónimo de madre. Así que cuando escuchamos que alguien le partió su mandarina en gajos a otro, significa que le dio en toda la madre. ¡Qué bobo! Qué bobo, porque la madre del golpeado no está en él. Acá hay un elemento para análisis de sociólogos y sicólogos. El agresor traslada, en forma inconsciente, la figura de la madre en el cuerpo del agredido. Al final, parecería que se golpea a la madre de la víctima. ¡Extraño! Y un sicólogo diría que el agresor, en última instancia, proyecta sus complejos. No es la madre del agredido a la que parte en gajos, es a ¡su propia madre! Y quien repite dicha frase sólo expande sus propios traumas; es decir, la sociedad en su totalidad.
Dios de mi vida. México es un país al que a diario le partimos la mandarina en gajos, le damos en la madre a nuestra propia madre colectiva.
Ah, qué imagen tan poco alentadora. Siempre te he contado que a mí me encanta comer mandarina (¿será que me encanta comer a mi propia madre? Qué bobo). Me encanta porque es un fruto delicioso que está hecho para no tener complicaciones a la hora de comerlo. Su cáscara es apenas una cubierta que se retira con facilidad y luego, como dice el agresor, el fruto viene ya dispuesto en gajos, para que podás comerlo con igual facilidad. Nada de chucherías, nada de andar atascándose, todo bien dosificado, primero un gajo, luego otro y así hasta terminar. Es un fruto genial.
Es una lástima que en un pleito este fruto se convierte en sinónimo de agresión. Lo ideal sería regresarle al lenguaje su capacidad luminosa. Lo ideal sería que nadie llegara a los golpes, pero, ay, Señor, somos broncudos por naturaleza estúpida. Pero sería maravilloso regresarle dignidad al lenguaje y que cuando dos tipos se golpearan, la mandarina no estuviera presente; es decir, que la madre estuviera ausente y que el golpeado no tuviera relación con fruto alguno. Porque a veces, alguien dice: le puso una madrina galán, le metió un patín en los limones, cuando se agachó el otro terminó de rematarlo con dos piñazos en la mera lima.
Posdata: en todo caso, si insisten en pervertir el lenguaje, que las frutas sirvan para actos sublimes, que la papayita sea algo como una bendición y que el platanito sirva para celebrar la vida.