miércoles, 24 de agosto de 2022

CARTA A MARIANA, CON UN LIBRO

Querida Mariana: me preguntaron en Messenger si continuaba la Librería Porrúa en Comitán. Dije que sí. Un día antes, en agosto de 2022, había pasado frente al edificio del Centro Cultural y hallé que las puertas de la librería estaban abiertas. En algún momento hubo la noticia de que Porrúa ya no seguiría en Comitán, porque le habían pedido el local. Sigue, Porrúa sigue. Comitán cuenta con tres librerías: la de Porrúa, Lalilu y la Proveedora Cultural, la maravillosa Proveedora, que es la librería más antigua en nuestro pueblo. Como me encantan los libros he tenido la oportunidad de caminar por los pasillos de las tres librerías. En los años sesenta del siglo XX pasaba frente a la vidriera de la Proveedora y miraba las novedades que don Rami Ruiz ofrecía; ya en la década pasada, en este siglo XXI entré a la librería Lalilu, con su maravilloso jardín; y luego a Porrúa, que tiene el plus de estar en un edificio maravilloso. He comprado libros en estos tres espacios. ¿Mi corazón en dónde está? Pues repartidito. Claro, la mayor parte de mi nostalgia la tiene la Proveedora Cultural, luego hay un cacho de Lalilu y un cachito de Porrúa. Pero, celebro la existencia de esas tres librerías, que parecerían reafirmar la vocación cultural de este pueblo, donde tenemos nombres prodigiosos relacionados con los libros, que inicia con el de Rosario Castellanos, continúa con el de Blanca Lydia Trejo y hace seguidoña con todos los autores contemporáneos. Por cierto, la escritora paisana Clarita Guillén anda con todo en la búsqueda de libros y difusión de la obra de Blanca Lydia. Antes que Gina Jaramillo, Lety Bonifaz y Clarita comenzaran a investigar acerca de Blanca Lydia, su nombre andaba extraviado, hoy, su nombre comienza a aparecer. Reconozco el bien que hacen los espacios culturales. Cuando un niño se topa con librerías su espíritu puede ser tocado. Así fui tocado por las inmensas vidrieras de la Proveedora que eran como manitas que me jalaban. Ya comentamos en una ocasión lo que Rosario hizo para que su hijo Gabriel leyera su novela “Balún Canán”. Cuenta que en su casa botó un titipuchal de ejemplares para que Gabriel se topara con ellos. La historia terminó muy bien, porque un día Gabriel levantó un ejemplar y le dio una vueltita y se enganchó y al final le dijo a su mamá que estaba bien. Rosario se hinchó como jolote, satisfecha, orgullosa. Mi maravilloso oficio de lector comenzó con álbumes ilustrados que mi tía Emelina me traía desde la Ciudad de México y luego con las revistas de monitos que compraba en la Proveedora; pero, el gran salto a la literatura lo di en 1969, cuando estudiaba la secundaria en el Colegio Mariano N. Ruiz; una tarde fui a la Proveedora a comprar el Memín Pinguín y Chanoc, pero antes de entrar, como siempre lo hacía, eché un ojo por la vidriera y me topé con un librito con portada naranja y franjas blancas y color crema. Decía que era el número uno de la Biblioteca Básica Salvat, como el precio era más que accesible, esa tarde me presenté en la caja con un Chanoc, un Memín y un M. de Unamuno. Don Rami sonrió, me dijo que cada semana llegaría un nuevo título, pagué y salí feliz. Esa felicidad no me abandonó desde entonces. La procuro. Ahora, cuando solicito un libro electrónico y un minuto después lo tengo en mi dispositivo vuelvo a sentir ese feliz revoloteo. ¡Ah, los libros, los maravillosos libros! Los compañeros de toda mi vida, los amigos más hermosos, las nubes que han construido mi cielo, un cielo que hace contrapeso al polvo de la tierra. Los libros son como un plumero que limpia la sala de la casa espiritual. Y hace dos o tres días el primer número que tuve en mis manos en 1969 regresó a mi memoria, porque Eugenio me envió la foto del libro de la Biblioteca Básica Salvat, él, muy orgulloso, escribió: “Mira, amigo Alejandro, este fue el primer libro de mi biblioteca personal. Tengo todos los libros, los cien de la primera serie y los cien de la segunda”. ¿Mirás qué maravilla? Supe que Eugenio fue un niño como yo, por ahí, en la gran Ciudad de México, tal vez en uno de los puestos de revistas halló el libro e hizo lo mismo que yo, porque su espíritu fue tocado y desde entonces. La portada volvió y, de inmediato, me vi saliendo de la Proveedora, contento, satisfecho, llegando a casa y después de devorar a Chanoc y a Memín le entré a Miguel de Unamuno, con su Tía Tula y esta mujer se volvió parte importante de mi vida, casi casi como la tía Elenita y demás tías que el parentesco me concedió para hacer más llevadera la vida. Posdata: los libros han hecho el prodigio de hacer más llevadera mi vida. Desde la edad de doce años los libros han sido los mejores aliados de mi caminar. Si como dice el poeta “Se hace camino al andar” el libro ha sido un excelente lazarillo. El libro me ha quitado la venda de los ojos, me ha permitido andar feliz, con las manos en la bolsa, silbando, disfrutando el aire, viendo los pajaritos y las nubes que son enormes elefantes que vuelan, vuelan, siempre vuelan. Porrúa sigue en Comitán; la prodigiosa Lalilu también; pero la noticia más relevante para mi espíritu y para la historia comiteca es que la Proveedora Cultural continúa. Pasé por sus puertas cuando era niño, cuando estaba en la manzana hoy derruida; luego entré al local que tuvo en el Pasaje Morales y ahora, en 2022 entro al edificio que ocupa desde hace más de treinta años; hablo de más de sesenta años, ah, qué bendición. Al principio recibí el saludo afectuoso del querido don Rami Ruiz; luego el de Carmelita, hija de don Rami, y de don Alonso, esposo de Carmelita; y hoy del ingeniero Alonso, nieto de don Rami. Ah, qué prodigiosa tradición familiar. ¡Tzatz Comitán!