viernes, 19 de agosto de 2022

CARTA A MARIANA, CON PALOMITAS

Querida Mariana: comer palomitas ha sido parte del ritual cinematográfico. Veo que ahora, antes de entrar a la sala, los muchachos pasan a la dulcería a comprar unas cubetitas simpáticas con las riquísimas palomitas, unas ¡cubetotas! Mi compadre Miguel, que Dios lo tenga en su gloria, fue un gran cinéfilo y cuando le preguntaba cómo había estado la película me decía, con cierta cara de insatisfacción: “palomera”; es decir, no había sido nada espectacular, pero había servido para pasar el tiempo mientras comía palomitas. Es un ritual especial. El deporte no permite estas acciones, que sí se dan en actividades sedentarias. Muchos cinéfilos, fuera de la sala cinematográfica, en la sala de su casa o en su recámara continúan con el ritual. Ah, qué sabroso recostarse en la cama, con la espalda sobre el respaldo de la cama, comiendo palomitas mientras se ve una película en la televisión de pantalla gigante (bueno, quienes tienen paga, los otros con pantalla modesta). Los jóvenes de hoy tienen diferencias con los de mi generación. Hemos platicado, niña mía, que todo lo que vivimos modela nuestra personalidad. Nosotros, los jóvenes de entonces también comimos palomitas en el cine. Claro, en esos años no había cubetas, ni palomitas con caramelo, con mantequilla, enchiladas y light. ¡Dios mío, palomitas light! Nosotros comimos sólo una clase de palomitas, las hechas en una olla especial. No había secreto, era el maíz palomero y el aceite. Y como no había secreto, la venta era sencilla, un niño caminaba por los pasillos de la sala ofreciendo las bolsas de palomitas, bolsas de papel, pequeñas. ¿Mirás lo que yo miro? Ustedes viven otros códigos, otros protocolos, por lo tanto, nuestros lenguajes y nuestras personalidades son diferentes. Tendemos puentes de comunicación, pero, a veces, las orillas siguen distantes. Ustedes comen palomitas enchiladas, nosotros comimos palomitas simples. Quien juega fútbol soccer no anda comiendo palomitas ni tomando café. La actividad lo impide; en cambio, quienes amamos el cine o los libros, sí disfrutamos esos rituales maravillosos. Ah, los cinéfilos comemos palomitas; y los lectores tomamos café o té o una cerveza o una cuba. Pero, insisto, los de mi generación comimos antojitos diferentes en las salas cinematográficas y esto también ha marcado la brecha. ¿Qué comen ahora ustedes? Ya dije que tienen muchas variedades de palomitas, además hay otros gustos: por ahí, cuando, en el tiempo A. P., iba con mi Paty a Cinépolis ella pedía un tambito con palomitas, un refresco y en ocasiones un platito con nachos aderezados con queso amarillo; además veía que otros cinéfilos metían hot dogs o crepas. Esto es lo que consumen ahora. ¿En nuestros tiempos de adolescentes? Ah, qué hot dog ni qué nada. En el cine consumíamos tortas de pierna (comprados en el July) o tortas que vendía doña Lola, asimismo órdenes de tacos dorados (riquísimos, inolvidables). ¿Mirás? En los años sesenta y setenta, los cinéfilos comitecos consumíamos productos comitecos tradicionales; ahora, hay una tendencia a consumir productos que son propios de otras culturas. Como ejemplo basta decir que nosotros consumíamos nuestro idioma español: tacos; y ahora, ustedes consumen idioma inglés: hot dog. Esto, que parecería irrelevante da una nota altísima de las diferencias culturales que nos alejan. Para acercarnos es preciso que existan concesiones; los adultos comemos un hot dog y los jóvenes comen taquitos dorados. Los cinéfilos de todo el mundo consumen palomitas, nuestras palomitas comitecas de los años setenta eran sencillas, sin pretensiones; las palomitas de hoy son más popof. Posdata: los sociólogos van más allá en estos análisis. Ellos saben que todo consumo cultural conlleva un intento de endoculturación, de arrebatarnos de nuestra propia cultura para insertarnos otra. ¡Ay, Molinari, la vida es más sencilla! Tan sabroso que es el hot dog, tan ricos que son los nachos y las crepas. ¡Tzatz Comitán!