jueves, 4 de agosto de 2022

CARTA A MARIANA, DE CUANDO LA FERIA ERA EN EL CENTRO

Querida Mariana: el comunicólogo Iván Ibáñez me invitó a comentar algo acerca de la feria de Santo Domingo, en Comitán, en los años sesenta. Uno de estos días, en el noticiario Noti-vos, dije lo siguiente: “Si leemos la novela “Balún – Canán”, de Rosario Castellanos, encontramos una escena que se desarrolla en la feria de San Caralampio, en el mismo sitio donde sigue efectuándose la feria: el parque de La Pila. “¿Ya se dieron cuenta que todas las ferias de vírgenes y santos católicos en Comitán se desarrollan en los atrios de sus templos? Jesusito; la Cruz Grande; el Calvario; Santa Cecilia; San Agustín; la Virgen de la Asunción, en la colonia Miguel Alemán; la Virgen del Rosario, en Yalchivol; San José… “¿Todas las ferias, dije? No, todas ¡menos una!, la feria dedicada a nuestro santo patrono: Santo Domingo de Guzmán. “Pero, en los años sesenta sí se celebraba la feria de Santo Domingo en el centro, alrededor del parque central colocaban la rueda de la fortuna, la de los caballitos, carritos chocones, las zacatecas, chingolingo, renta de revistas de monitos, restaurantes, taquerías, cenadurías (con su riquísimo chocomilk) y cantinas. “Muchos de estos negocios eran atendidos por fuereños, que por venir cada año se volvían personas conocidas. Pero no todos eran fuereños, había un local maravilloso que era de un comiteco: don Enrique Constantino, quien, con la ayuda de su familia, ofrecía el juego de la lotería mexicana. “Don Enrique levantaba una estructura con techo, del cual colgaban los premios que obtenían quienes llenaban las llamadas “tablas”; es decir, las tarjetas con dieciséis figuritas de las cincuenta y cuatro cartas. “Muchos focos iluminaban las largas mesas y las bancas de madera. Cada participante se sentaba, recibía una tabla, granitos de maíz y atendía la voz de don Enrique que cantaba la carta que sacaba del mazo: cachetotes de pozol: el sol; el que cantó tres veces: el gallo… hasta que alguien se levantaba, movía las manos y gritaba ¡lotería! “No he dicho que el puesto de la lotería de don Enrique estaba frente al templo de Santo Domingo. “Un día, a Comitán le llegó un aire cosmopolita y dijo que no era una ciudad bicicletera, no era posible tener una feria de pueblo en pleno centro, construyó instalaciones especiales para la feria mayor y abandonó la cercanía con la casa del festejado. “En los años sesenta, el templo del festejado tenía visitantes frecuentes, muchos visitantes, porque la feria estaba muy cerca de su casa. La gente acudía a la misa vespertina, al salir caminaba veinte pasos y se sentaba a jugar lotería, viendo los premios colgados en lo alto de la estructura: ollas, sartenes, cubetas, platos y floreros hechos con cristal de Murano. “Juan Carlos Gómez Aranda contó que en un viaje a Venecia, subió a un vaporeto para visitar Murano, la isla donde existen talleres que fabrican ese cristal de fama mundial y que los comitecos conocimos gracias a la lotería de don Enrique. “La gente acudía a misa y al terminar caminaba una cuadra en medio de zacatecas, con aromas de enchiladas comitecas, curtidos y mistela y subía a sus hijos a la rueda de caballitos y luego daba vueltas por el parque llenísimo de personas, mientras comían un algodón de París. “La feria de Santo Domingo, nuestro santo patrono, se celebraba cerca de su templo. Por eso, su casa siempre estaba llena de flores y de fieles. “Un día, años después, fuimos a celebrar su festejo en un terreno muy distante. Hasta el nombre de la feria cambió, ahora ya pocos dicen que es la feria de Santo Domingo. “Como siempre que ocurre un cambio, hubo ganancias y pérdidas. Ganamos al imitar; perdimos en identidad. Perdimos, y no fue poca cosa, el juego de la lotería mexicana, que convocaba a la unión familiar, en un ambiente sencillo y maravilloso”. Posdata: ahora es casi imposible imaginar cómo era el festejo de feria en pleno centro. Bueno, en los años sesenta, Comitán era menos complicado, era más afectuoso, un pueblo tranquilo.