miércoles, 3 de agosto de 2022

CARTA A MARIANA, CON MONITOS

Querida Mariana: la novela “La tía Julia y el escribidor”, de Mario Vargas Llosa, fue publicada en 1977. Los expertos dicen que la trama se desarrolla en los años cincuenta, en el natal Perú de Mario. Mirá qué encontré en el capítulo IV de la novela: “…al joven y apuesto teniente Jaime Concha no se le cayó el Pato Donald de las manos –era el cuarto que llevaba leído en la noche, aparte de tres Supermanes y dos Mandrakes…” A pesar de que vos sos muy joven identificás lo que el teniente leía en los años cincuenta: revistas de monitos, lo que ahora se llama cómic. Esa noche, en la Cuarta Comisaría del Callao, mientras pasaban las horas de guardia de la policía, el teniente Concha leía al Pato Donald, a Supermán y a Mandrake. Ah, los comitecos de mi generación también leyeron estas tres revistas. Recuerdo estas revistas que, de igual manera, alegraron mis tardes. Jamás pensé lo que ahora pienso: el Pato Donald formaba parte de la vida de millones de lectores en toda América, en los Estados Unidos de Norteamérica y Canadá, en sus versiones originales en inglés, y de México hasta Argentina, en sus traducciones en español y los brasileños en portugués. En México no sólo leíamos estas revistas gringas, también consumíamos productos nacionales. Empresarios inteligentes vieron que el mercado de las revistas de monitos era una mina de oro y crearon productos culturales autóctonos en los años cincuenta y sesenta: Memín Pinguín, Tawa, Chanoc, Lágrimas y Risas, Los Súper Sabios, Hermelinda Linda y muchos más personajes. Los tirajes de dichas revistas fueron millonarios, lo que, por consecuencia lógica, hizo millonarios a los impresores. Busqué en el Internet y hallé que, en el mismo año que apareció la novela del Nobel de Literatura, Juan Acevedo creó “El Cuy”, un personaje de revistas de monitos, en el Perú. El cuy es un animalito que en México llamamos cuyo. ¿Mirás qué genialidad? Acevedo dice que creó esta revista ilustrada porque los lectores de monitos leían sólo revistas norteamericanas. Hubo un intento de equilibrar la balanza. ¿Qué pasa hoy? No hay presencia nacional. El cómic norteamericano domina la escena. Fui lector apasionado de las revistas de monitos. Siempre he sostenido que este escalón me permitió que diera el siguiente paso y me convirtiera en un gran lector de libros. Leí Superman, el Pato Donald y, por supuesto, el genial Mandrake. Si ahora me preguntás cuál de los tres fue mi favorito, digo que ¡Mandrake! ¿Alguna vez ha caído una revista de Mandrake en tus manos? El Pato Donald contaba las aventuras del patito, eran un poco sosas, pero divertidas. Más que la revista recuerdo, con especial emoción, la película que vi en el Cine Montebello: “Donald en el país de las matemáticas”. ¿Has visto que en la mesa de billar existen unos puntos simétricos colocados en las bandas? Esos puntos se llaman diamantes. En esa película, el pato nos enseña cómo jugar billar teniendo en cuenta esos diamantes. Ese descubrimiento me fascinó. Esos puntitos no eran simples adornos, como había pensado. Ah, en esa película, el Pato Donald nos acercó en forma amena al conocimiento de las matemáticas. Imaginativo como era pensé que debían hacer una serie de películas donde el famoso pato explicara la física y la química. Superman, como bien suponés, contaba las fantásticas aventuras de este súper héroe, donde siempre ganaba a enemigos poderosos que, por más kriptonita que le aventaban, nunca lo vencían (tuvo que pasar mucho tiempo para que viera en un puesto de revistas una portada que decía, en letra grande: “La muerte de Superman”). Este héroe nunca me satisfizo del todo, porque sus poderes eran muy por encima de las fortalezas de los humanos; su presencia era tan vigorosa que los lectores sabíamos que al final él triunfaría. No había posibilidad de fracaso. El Pato Donald no era infalible, Superman sí. ¿Y Mandrake? Ah, él era un humano como cualquiera de nosotros, su fortaleza residía en la magia. Sí, Mandrake era un mago, un mago de gran distinción, siempre vestía de traje, chistera y una hermosísima capa que era roja en su parte interna y que, al correr, se abría como alas de petirrojo. Gracias a los actos mágicos lograba vencer a los enemigos de la sociedad. Muchos de mis amigos jugaban a ser Superman. Si a mí me hubiesen forzado a elegir un papel no habría dudado, me decidiría por ser mago. Posdata: la novela “La tía Julia y el escribidor” cuenta la historia de la relación de Mario, sobrino de dieciocho años, con la tía viuda, mucho mayor; pero, cuenta también algunos fragmentos de la historia de los radioteatros que escuchaban las mujeres peruanas. En mi niñez escuché una radionovela, por sugerencia del maestro de primaria. Una tarde, el maestro dijo que en la XEUI, radio local, transmitían la historia de Yanga, un esclavo negro que liberó a todo un pueblo, en Veracruz. Actualmente ese pueblo se llama Yanga, en su honor. En Comitán había miles de radioescuchas que oían los capítulos de Kalimán y también algunos niños de la Matías de Córdova, que escuchaban una radionovela.