martes, 16 de agosto de 2022

CARTA A MARIANA, CON UNA PUERTA

Querida Mariana: me encantan las puertas. Un libro que coordinó Katyna De La Vega se titula: “Comitán, una puerta al sur”. ¿Mirás? Nuestra ciudad fue presentada como una puerta. Eso ha sido desde siempre, recibiendo a quienes llegan y despidiendo a quienes se van. La historia reciente ha visibilizado el fenómeno de la migración, fenómeno que se ha dado desde hace muchos años. Sí, muchos centroamericanos pasan por las puertas del sur, van en busca de las puertas del norte. Desde el origen todos los seres humanos han buscado puertas. A Eva y a Adán Dios los invitó a salir por la puerta mayor y, por niños malcriados, los condenó a vivir en infinito éxodo y así continuamos en el siglo XXI y así será por siempre. Antes, muchos comitecos pasaban por la puerta de Guatemala, cruzaban tantito, en el lugar llamado “La mesilla” o “La línea”. Sin mayores trámites cruzaban al territorio guatemalteco para pasearse por un corredor que tenía locales comerciales a los lados, ahí estaba la llamada “fayuca”. Varias personas en Comitán se dedicaban a vender productos adquiridos en La Línea, los llamados “cortes” (telas) y juegos de té, café, platos, cubiertos y muchos artículos más. A mí me encantaba entrar a los locales donde vendían estuches de plumones con muchísimos colores. Así como me gustan las puertas, me encantan los lápices de colores y plumines. Con los colores he iluminado a muchas puertas de casas dibujadas. Una mañana pasé por esta puerta, me detuve, disfruté la imagen. Ahora sentís lo mismo que yo: la posibilidad de unir tiempos distantes. Estos espacios tradicionales son puertas que, en el presente, dan paso hacia tiempos idos y permiten vislumbrar cuál será el futuro de esta ciudad. ¿Imaginás qué sucederá el día que esta puerta desaparezca? ¿Imaginás si tuviésemos la capacidad de preservar estas puertas? Esta puerta, en particular, es bellísima, es una puerta máscara, con sus dos ojitos en la frente, su nariz larguísima, que comienza en la parte superior y termina en la parte inferior. El día que pasé tenía, en la boca, una cadena reciente, por ahí alguien le quitó los dientes que permitían usar aquellas llaves enormes, hechas por los artesanos comitecos. Me quedé un buen rato admirando esta puerta, con sombrerito. Hoy, las puertas tienen unas gorras que parecen patrocinadas por Nike, todas muy semejantes, sin la pátina gloriosa que acá tiene este sombrerito coqueto. Si no fuera por el poste de cemento, que sostiene la mufa para la energía eléctrica cualquiera podría equivocarse de fecha y pensar que no es una fotografía de 2022, pero esta foto es reciente, por eso digo que tuve la maravillosa sensación de transportarme al pasado desde este presente recentísimo. ¿Mirás que esto es como una gran lección de nuestra historia local? Cualquier joven o niño puede pararse enfrente y preguntarle al papá y éste contar que así eran las puertas de antes, que así eran las bardas limítrofes, con empedrados y con lienzos de madera, que, antes, no era necesario esa cadena color plata, que las puertas estaban abiertas y que ahí se paraban las canasteras para ofrecer calabacitas o medidas de manía, que por ahí entraban los burreros cargando los barriles llenos de agua de La Pila. Me encantan las puertas. Las puertas de mi casa de infancia siempre estuvieron abiertas. Mi mamá dice que mi papá siempre recibía a amigos y familiares, que los recibía en la parte superior del zaguán, abría los brazos y decía lo que muchos comitecos: “Pasen, pasen, están en su casa”, y muchos amigos y parientes (mi madrina Cary, mi tío Pedro, mi tía María, Juanito y muchos más) no lo pensaron dos veces y se quedaron en casa durante muchos meses. Las puertas siempre estaban abiertas en el pueblo. El aire caminaba y cantaba libre, como si fuera un cenzontle. Posdata: Me quedé varios minutos, hice una pausa. Me sentí pleno ante lo que tenía frente a mi mirada. Hubo un instante que casi sentí que la puerta me guiñaba un ojo, casi miré que sonreía, que estaba a punto de morder la cadena, abrirse e invitarme a pasar al sitio, a la casa. Si no fuera por la mufa, el medidor de energía eléctrica y los cables, cualquiera podría decir que era una imagen de los años sesenta y yo tenía siete años y mi papá me llevaba de la mano y yo le decía que me gustaba la puerta máscara. ¡Tzatz Comitán!